La francotiradora soviética Lyudmila Pavlichenko, que había matado a 309 nazis a la edad de veintiséis años, fue enviada por su gobierno a una gira por los Estados Unidos y se hizo muy amiga de Eleanor Roosevelt. (Sovfoto / Universal Images Group a través de Getty Images)
Este libro brinda una semblanza de cinco comunistas extraordinarias. Socialistas dedicadas y defensoras de la igualdad, las vidas de estas mujeres ejemplifican las contradicciones de un sistema definido por la opresión generalizada, pero también por conquistas sociales reales.
Quién tiene el mérito de haber construido las grandes civilizaciones? Últimamente tendemos a considerar en este sentido a muchas más personas que antes.
Por ejemplo, estamos empezando a reconocer que muchas de nuestras ciudades descansan sobre una historia espantosa de trabajo esclavo. Otro ejemplo: una comisión del congreso acaba de recomendar rebautizar algunas bases del ejército que antes honraban a confederados traidores con nombres que encarnan «lo mejor de Estados Unidos», entre los que están los de mujeres y afroestadounidenses poco conocidos. Y los libros de no ficción de la escuela media ahora suelen centrarse más en héroes y heroínas de color —Harriet Tubman o Jackie Robinson, por ejemplo— en un intento necesario de rectificar lo que alguna vez fue un foco casi exclusivo en los logros de hombres blancos.
Pero incluso en esta cultura cada vez más consciente de las múltiples categorías sociales que la constituyen, la que Kristen Ghodsee pone en el centro de su nuevo libro, Red Valkyries: Feminista Lessons from Five Revolutionary Woman (Verso) —a saber, la de las mujeres comunistas— todavía parece poco susceptible de convertirse en objeto de un amplio reconocimiento póstumo.
Las valquirias rojas en cuestión fueron comunistas dedicadas que vivieron en los países del mundo soviético. Las dictaduras de partido único que definieron la vida pública de estos países gobernaron por medio de la represión, pero su legitimidad dependía también de compromiso con la tradicional misión igualitaria del socialismo. Por ese motivo estos regímenes trajeron muchos beneficios concretos que mejoraron las vidas de las mujeres del bloque del Este, y que durante la Guerra Fría ejercieron presión en el mismo sentido en los países de Occidente.
Cada capítulo del libro está dedicado a una de estas dirigentes: Aleksandra Kolontái, militante bolchevique, escritora y diplomática; Nadezhda Krúpskaya, activista incansable, docente progresista y esposa de Lenin; Inessa Armand, intelectual compañera y amiga de Lenin y de Krúpskaya; Liudmila Pavlichenko, mítica francotiradora y cazadora de nazis, y Elena Lagadinova, científica búlgara y activista por los derechos de las mujeres.
Cada una de estas mujeres es tan fascinante que leer el libro implica maravillarse por lo poco que sabíamos de ellas antes, o, más bien, por la magnitud en la que la Guerra Fría asfixió nuestra capacidad de aprender de la experiencia comunista. Armand y Kolontái tenían ideas muy radicales sobre las relaciones sexuales. En efecto, Armand convivía con dos hermanos aristócratas y existía el rumor de que era amante de Lenin (y también de Krúpskaya, aunque Ghodsee piensa que esto es poco probable). En cualquier caso, ambas militantes se tomaban en serio el potencial del socialismo de liberar a las mujeres de la monotonía doméstica y de las relaciones opresivas.
Contra el gris estereotipo del comunismo, Krúpskaya, inspirada en los escritos de León Tolstoi, enfatizaba la importancia de la creatividad y de la libertad individual en la educación. Pavlichenko, que a los 26 años había asesinado a 309 nazis, fue enviada por el gobierno a los Estados Unidos —donde tuvo que enfrentar a una prensa ridícula que la cuestionaba por su falta de maquillaje— y se hizo muy amiga de Eleanor Roosevelt, con quien incluso se fue de vacaciones. (Woody Guthrie llegó a escribirle una canción, «Miss Pavlichenko», donde destacaba el «dulce rostro» de la mujer que había matado a «más de 300 perros nazis»).
Lagadinova fue una icónica y joven heroína antifascista. Inmortalizada célebremente en una foto que la muestra con su pistola y montando un caballo blanco, era conocida como «la Amazona» y estudió para convertirse en una científica centrada en mejorar las vidas de las mujeres y en defender a su país. Habiendo asumido la tarea de elevar la tasa de nacimientos, combatió las políticas de restricción del aborto y, en cambio, decidió entrevistar a las mujeres para saber qué tipo de ayuda estatal necesitaban para hacer de la maternidad una experiencia más atractiva. Además, trabajó con feministas de todo el mundo para mejorar las condiciones de vida de las mujeres.
Ghodsee es una guía lúcida que nos permite conocer a estas cinco mujeres y el contexto histórico en el que vivieron, sin nunca comprar la propaganda soviética ni su contraparte capitalista. No se priva de analizar la crianza privilegiada de las intelectuales soviéticas —Krúpskaya y Kolontái venían de familias aristocráticas, mientras que Armand había crecido en el seno de una familia de clase media acomodada y casarse con un aristócrata hizo que tuviera una vida todavía más cómoda— ni la diferencia de más de dieciocho años entre Armand y su joven amante (dato maquillado en los archivos oficiales soviéticos).
Tampoco pasa por alto la cooperación de Kolontái con Stalin, que, además de sus sueños políticos, terminó matando a muchos de sus camaradas, amigos y amantes más cercanos. Por otro lado, y más importante teniendo en cuenta los prejuicios de los lectores occidentales, Ghodsee también reconoce con claridad las conquistas de estas sociedades comunistas por las que estas mujeres trabajaron infatigablemente: mejoras sustantivas en la expectativa de vida y en los niveles de alfabetización, reducciones igualmente drásticas de la mortalidad infantil, oportunidades sin paralelo para mujeres que estudiaban ciencias y matemáticas y un sistema de educación robusto desde el jardín de infantes hasta el posgrado. En general, las mujeres gozaban de más igualdad con los hombres en los países comunistas que en cualquier otra parte del mundo.
Aunque este libro no está escrito pensando en una audiencia académica, la experiencia de Ghodsee en la región y sus décadas de investigación dotan a la obra de un grado de autoridad considerable y de un nivel de detalle que pocos autores podrían alcanzar. Además del conocimiento profundo sobre el tema, Ghodsee también tiene una capacidad notable de sintetizar largos años de estudio y canalizarlos en una escritura agradable para aquellos que no tienen ningún conocimiento previo. Todos los capítulos son fascinantes, pero la relación personal de Ghodsee con Lagadinova, la menos famosa del grupo —además de su conocimiento específico del socialismo y del feminismo búlgaro— otorga a ese capítulo un valor especial. De hecho, en 2017, Ghodsee también había escrito un obituario para Lagadinova en Jacobin, donde la definió como «la feminista más fascinante que hemos conocido». Y antes de su muerte la entrevistó a esta ex heroína de guerra muchas veces durante un período de siete años. De esta manera, ambas desarrollaron una amistad personal —solían asistir juntas a la ópera— y pasaron una década revisando archivos importantes en conjunto.
Ninguna de las valquirias rojas era perfecta en ningún sentido, y son muchas las críticas que cabe dirigir contra los regímenes opresivos en los que militaron y trabajaron, pero su compromiso y las conquistas no fueron menos extraordinarias y tenemos mucho que aprender de esta lectura honesta.
Ghodsee termina el capítulo sobre Kolontái con una cita que destaca la importancia de aprender sobre la vida de estas mujeres. «Uno debe escribir […] para otros», escribe Kolontái a modo de justificación por el libro en el que publicó su autobiografía, «para esas mujeres lejanas y desconocidas que vivirán en el futuro. Dejemos en claro ante ellas que, después de todo, no fuimos héroes ni heroínas. Pero creímos apasionada y ardientemente. Creímos en nuestros objetivos y nos dedicamos a ellos. A veces fuimos fuertes y otras veces fuimos muy débiles».