biopic (que cool suena decirlo así ¿no?)

La psicoanalista y docente Magalí Besson sostiene que la serie “El amor después del amor”, además de ser conmovedora, poética y realista, quizá sea una ofrenda a tanta canción que espera ser recreada de alguna manera por las pibas y los pibes de un país que, hoy más que nunca, necesita rebelarse con bronca y amor. Nada fácil, pero cada generación intenta plasmar su visión. Ojalá les resulte.

Amor, dolor y transmisión. Sobre la serie de Fito Páez – Por Magalí Besson

 

Por Magalí Besson*

(para La Tecl@ Eñe)

La serie “El amor después del amor” es preciosa, conmovedora, certera, poética, realista. A diferencia de otros productos enlatados, es una serie hecha con el corazón. Habla del amor, sí. Habla de la música y de la poesía rockera de nuestro país, sí. Pero también habla (y mucho) de las pérdidas trágicas de seres queridos, del dolor y del amor necesario para hacer algo vital con ese dolor.

La serie de Fito es por momentos onírica y por tanto una vía regia de acceso a los afectos intensos y por supuesto, también al inconsciente.

A quienes nacimos en el siglo pasado (en mi caso 1976) el relato de EADDA nos apunta a las entrañas, a lo entrañable de los primeros discos o cassettes, de los primeros asaltos, boliches y recitales. Nos hace dar vueltas en los aires de la adolescencia y de la infancia en la que pasamos de escuchar embelesados la tierna y dramática «11 y 6» al viaje sublime de «Ey» casi sin escala Intermedia. Fue una época con traumas negativos (democracia débil, desintegraciones familiares, penurias financieras) y positivos. Dentro de estos últimos, sin duda reconocemos el impacto generado por una sensorialidad desbordante despertada por un rock nacional que combinaba la fiesta con la protesta inteligente de mil modos y con abundantes dosis de metáfora. Decir sin que te pillen había sido ya ejercitado durante la dictadura y los 80 avanzados vendrían a continuar con esa tradición aunque con mensajes cada vez más claros y convocantes: «Multiplicar era la tarea». El descontrol no era en vano. Cierto caos podía ser constructivo y la solidaridad armaba familias también entre amigos, siendo un caso ejemplar el de nuestros obreros del rock.

Pero hay algo que me interesa más que hablar de mi adolescencia en aquella época y es pensar sobre la posible relación de los nacidos en el siglo pasado con las juventudes actuales a las que interpela o podría interpelar hoy la serie.

Lejos de pensar que la mega producción de marras busca sólo ofrecer al mercado una biopic (que cool suena decirlo así ¿no?) de calidad y éxito, me gusta imaginar a Fito y a todos quienes pusieron el cuerpo y el alma en el logro de esta obra, armando un diálogo con los pibes que nacieron en este siglo. Sí, los pibes que escuchan trap o hip hop, los que no vivenciaron el país en manos de los cuervos en la Casa Rosada o no saben quién fue Kennedy pero heredaron una historia cargada de mucha muerte injusta y más impunidad.

Me gusta imaginar que además del mimo que recibimos con esta biografía, los testigos de primera mano de aquellos diamantes culturales (generaciones hoy atribuladas por la nostalgia de una época perdida en la que las armonías musicales parecían conjurar cualquier desarmonía dolorosa impuesta por la realidad), hay una ocasión exquisita que provoca la circulación de la serie.

El amor después del amor después del amor.

La sensibilidad que puede quedar activada por la música, por las imágenes de las bandas y sobre todo por las escenas de los recitales que hoy siguen siendo convocantes para los más jóvenes, conectan a varias generaciones más allá de las diferencias de época a la vez que permite hablar de estás. La serie deja claro que lo personal es político. No se canta cualquier cosa y en este sentido el canto al amor también es político. El amor para ese Rock Nacional es arriesgado en la vida y en las letras (entregado y sin especulaciones) y no un caldo de engaños mezclados con reproches abyectos cocinados en la literalidad de las fórmulas algorítmicas de la Industria.

Si los dispositivos más fuertes de subjetivación actual apuntan a fortalecer un egocentrismo que hace del yo una cáscara vacía mediante los consumos de imagen reproducidos en las redes sociales; a más vacío de identidad, más plasticidad para el consumo; ¿desde qué tipo de amor por nosotros mismos podemos amar a otro? Si amar a otro implica tener plataforma desde donde saltar para arriesgarse a conocer al otro, a estar con y para el otro en las buenas y en las malas ¿es posible el arrojo sin miedo en épocas en las que el otro es una amenaza: de escrache, de cancelación, de femicidio? Parece que hemos quedado lejos del implicado “yo podría haberlo hecho mejor, vos podrías acercarte a mí”, y quizás estas líneas intentan tramitar una novedad que si bien no declara el fin del amor sí demanda construir condiciones para que éste pueda desplegarse.

¿Cómo pensar hoy el legado de ese rock?

El personaje Fito es un ser humano, un ser sufriente, un ser enamorado y vuelto a enamorar. Un demente, un lucido, como todos pero con una sensibilidad que tiene la virtud del contagio, como en Charly o en El Flaco. La bronca, la indignación, la amorosidad, la amistad y el amor al colectivo se conjugan para armar esa patria que fue y es nuestro rock nacional.

¿Qué subrayarías de la serie para trabajarla hoy con adolescentes de una escuela media o charlarla en cualquier lugar? Les pregunto a mis congéneres. ¿Qué preguntas son aquellas capaces de conectar aquel antes con un después que llega a un presente en el que el odio y la indiferencia amenazan con comerse todo?

Algunas preguntas que se me ocurren, podrían ser por ejemplo, ¿Cómo era la relación entre padres e hijos en el momento de la dictadura? ¿Cómo se daba aquella confluencia entre el miedo y las ganas de (dejarlos) salir a la vez? ¿Cómo se puede conectar esto con lo que sucede hoy entre padres e hijos, aunque el temor tenga otras razones? ¿Cómo era «la noche» de aquel entonces y la de hoy? ¿Cómo se conocen y se enamoran los jóvenes de ayer y los de hoy? ¿Y la forma de hacer música? ¿Cuánto y cómo se juega hoy la hospitalidad entre artistas?¿Y la transmisión de la historia entre generaciones a través del arte?

No hay transmisión de la historia sin sensibilidad ni filiación (con la historia personal y con la historia política del país) y estos son elementos imprescindibles en la alquimia producida por EADDA. Quizás a modo de coda, la serie sea una ofrenda a tanta canción que espera ser recreada de alguna manera (seguro diferente) por las pibas y los pibes de un país que hoy más que nunca necesita rebelarse con bronca y amor.

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*Psicoanalista y docente en la Universidad Nacional de Rosario.

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