¿Cuánto más se puede vivir en estado de shock?

La crisis de La Libertad Avanza no derivará necesariamente en una reconfiguración del gobierno. Después de todo, este es un gobierno que emergió de la crisis, que hizo de la crisis su forma de funcionamiento y que pretende redimirse ante la población mediante la crisis. La crisis, en sí misma, es todo un estilo de gobierno, y también un mecanismo de purificación...

LA PURGA COMO MECANISMO DE GOBIERNO

 

Por PABLO MARTIN MENDEZ (politólogo, doctor en filosofía y docente universitario)

La Libertad Avanza, y a pasos vertiginosos, en medio de una enorme turbulencia económica y política. Quizá una crisis de gobierno, una más entre tantas otras durante estos 40 años de democracia. O quizá algo distinto: un mecanismo de purga que no sólo incluye a casi medio centenar de funcionarios de primera y segunda línea, sino una purga de ideas y objetivos de base. Más que redireccionar la marcha del gobierno, la crisis parece devolver al gobierno a un grado cero. Ya lo había dicho Milei al postularse como candidato a diputado por la Ciudad de Buenos Aires: había que entrar en política “para dinamitar las bases del sistema”. Hace apenas unos días, en una entrevista brindada para el sitio de noticias estadounidense The Free Press, Milei advirtió que su objetivo es “destruir al Estado desde dentro”. Esta vez no se comparó con un león, sino con un topo infiltrado en las filas enemigas. Curiosa analogía para un presidente que tiene en sus manos el destino de la Nación.

La crisis de La Libertad Avanza no derivará necesariamente en una reconfiguración del gobierno. Después de todo, este es un gobierno que emergió de la crisis, que hizo de la crisis su forma de funcionamiento y que pretende redimirse ante la población mediante la crisis. La crisis, en sí misma, es todo un estilo de gobierno, y también un mecanismo de purificación:

En primer lugar, la purificación de un sistema económico marcado a fuego por la inflación y el déficit fiscal, dos cuestiones que, para el lenguaje tecnocrático del neoliberalismo argentino, no sólo requieren de un paquete de medidas económicas, sino sobre todo de un proceso de “saneamiento”, una terapia de shock. En segundo lugar, la purificación del sistema político, el cual ya no sólo se asimila con la famosa “casta”, sino además con la degeneración y la degradación moral. Y finalmente, la purificación del Estado, concebido como una organización esencialmente criminar cuyo único remedio es la exterminación total. La purificación no sólo es económica, política y estatal: es una purificación de la Argentina, como si lo que estuviese en juego fuese el alma de nuestro país. Hasta ese punto llega la faceta teológica del actual gobierno. Ahí también está la misión profética: transformar al país desde sus bases más profundas.

Los grandes referentes del liberalismo, desde Adam Smith hasta el mismo Friedrich Hayek, aceptaban ciertas dosis de estatalidad. Ello era así porque reconocían una serie de funciones básicas que no pueden ser sustituidas por el mercado, pero también, porque les resultaba imposible imaginar una sociedad sin Estado. El anarco-capitalismo de Milei va un paso más allá. Asume una utopía e intenta llevarla a la práctica: ¿hasta qué punto una sociedad es capaz de prescindir del Estado? A partir de esta pregunta, todo lo dicho y lo hecho adquiere un sentido abrumador; lo aparentemente irracional se refleja como un sueño cuasi planificado.

¿Cuánto resiste la licuación de las jubilaciones y el “plan motosierra”? Desde la visión del gobierno, mucho más de lo que se creía, porque las encuestas siguen mostrando altos índices de aprobación popular, a pesar de que el país esté atravesando “el ajuste más grande de la historia”. ¿Cuánto se puede soportar la desregulación de las prepagas, los tarifazos, el aumento del costo de vida? Parece que bastante, porque la gente ya no protesta y ahora entiende que estamos viviendo un “cambio de época”. Las preguntas pueden llevarse más al límite, hasta el punto de adquirir ribetes dramáticos. ¿Cuánto se aguanta hasta fin de mes? Todo lo necesario, porque “si la gente no llegara a fin de mes ya se hubiera muerto”. ¿Cuánto se tolera la falta de asistencia a los comedores populares? Para Milei, lo suficiente, porque «¿ustedes se creen que la gente es tan idiota que no va a poder decidir? (…) De alguna manera va a decidir algo para no morirse. No necesito que alguien intervenga para resolverme la externalidad del consumo, porque alguien lo va a resolver”. Está todo dicho, no hay ninguna vuelta que darle: el pueblo argentino es parte de un inédito experimento social.

Este experimento está dejando al menos dos enseñanzas. Primero, la Argentina tiene un presidente que asimila a la política con la racionalidad del mercado. Cada político vende un producto, los consumidores (ya no ciudadanos y ciudadanas) lo compran o no. La muestra del éxito, siempre desde la lógica presidencial, está en la cantidad de visualizaciones y likes recibidos a través de las redes sociales. Todo un plebiscito virtual y, a la vez, permanente: un plebiscito anónimo (o con pretensiones de anonimidad) como supuestamente son los anónimos mecanismos de mercado. La segunda enseñanza es más importante, porque habla del paradigma político y social que estamos transitando a nivel mundial y local. A través de su estilo comunicacional, el gobierno pone a una gran porción de los argentinos y argentinas en una suerte de zozobra colectiva. El límite del experimento no es la explosión; en todo caso, es una implosión: que los ánimos se desgasten hasta que no haya capacidad de reacción; que ya no quede otra alternativa a esta hiperrealidad por momentos surrealista.

Ahora bien, ¿Cuánto más se puede vivir en estado de shock? A cada paso, con cada dicho o decisión tomada, el gobierno parece tantear los límites de la tolerancia social. Los encontró con el recorte presupuestario a las Universidades púbicas, aunque también avanzó en otros campos sin mayores resistencias. El gobierno mismo se jacta de ello. Así va corriendo los límites hasta generar un estado de cosas permanente en el tiempo, ¿un cambio radical de la estructura socioeconómica argentina?

Vivimos un presente absoluto, sin pasado y sin futuro: tal es el estado de cosas sobre el que se apoya, y que a la vez fomenta, el gobierno de Milei. De ahí que el presidente pueda decir cosas que antes parecían indecibles. De ahí que pueda ocupar totalmente la escena generando enormes expectativas, pero repitiendo un discurso cuasi calcado de los libros de la escuela austríaca.

“Todo pasa y todo queda…”, rezaba la canción de Joan Manuel Serrat. Lo que queda son subjetividades desgastadas emocionalmente, individualidades separadas y enfrentadas, sin sueños colectivos ni proyectos a futuro. Hoy el gobierno propone un futuro basado en la inteligencia artificial y la digitalización de las interacciones humanas, una vida purgada por las combinaciones algorítmicas. ¿Es posible un futuro semejante? Quizá hoy, más que nunca, sea necesario volver a las cosas básicas: volver a encontrarnos y reconocernos con todas nuestras miserias y diferencias, con toda la humanidad que todavía nos queda y que, al menos por ahora, tenemos en común.

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