El Movimiento al Socialismo (mas) y su gobierno de casi dos décadas serían impensables sin la democracia que Bolivia reconquistó en 1982. Que un partido de tan fuerte raigambre campesina llegara al poder, en 2006, en representación de los pobres e indígenas, desmintió lo que habían escrito los teóricos radicales –entre ellos, Álvaro García Linera, quien se convertiría en parte de la cúpula del mas y en vicepresidente del país por 13 años–: que la democracia «minimalista» y «procedimental» era una suerte de «simulación»1; y que los procesos electorales eran «rituales semicarnavalescos de renovación» manipulados por las empresas transnacionales y Estados Unidos2. Por el contrario, la razón por la que Evo Morales logró canalizar el enorme malestar social contra el ciclo neoliberal (1985-2003) fue que era lo que los marxistas ortodoxos llaman un «electoralista». Morales, sin duda, no pensaba que el voto es una «simulación» o un «ritual semicarnavalesco» (aunque quizá podría haberlo dicho para desvalorizar alguna victoria rival).
Fue el voto lo que permitió que, en 1997, Morales llegara al Parlamento como diputado (con una votación récord en su circunscripción), se hiciera conocido en todo el país, organizara una estructura política que al principio era precaria pero aun así pesaba como la mayor de la izquierda y, más importante todavía, que proyectara su figura como «presidenciable» (obtener la segunda mayoría en la elección de 2002 resultó fundamental para que ganara con más de 50% en 2005).
Por estas razones, aunque el ascenso de Morales al poder fue sin duda sorpresivo, a causa de su condición étnico-racial y de que había sido un dirigente sindical involucrado en conflictos sociales muy graves vinculados a la lucha contra la erradicación de los cultivos de coca, era una posibilidad menos inverosímil que un salto similar de otros líderes de la izquierda boliviana que pugnaban por el mismo puesto de «director general» de la sublevación contra el neoliberalismo. En particular, en ese periodo Morales le ganó el liderazgo supremo al dirigente indianista Felipe Quispe, el «Mallku», que aparecía ante el país como un hombre muy radical, lo que al final le impidió trascender los límites del electorado aymara de la región del Altiplano3.
En tanto extensión electoral del sindicalismo, en particular del campesino, el mas fue desde su nacimiento un portador de postulados democráticos presentes en la tradición boliviana, forjada en las luchas de los sindicatos por las libertades democráticas que necesitaban para existir. Esta tradición está compuesta por cuatro convicciones populares simples pero profundas: apoyo a las libertades de asociación, huelga, expresión y protesta; apoyo al apotegma liberal «un ciudadano, un voto»; apoyo al derecho de la mayoría a mandar; y, finalmente, apoyo a la alternancia y rotación de los dirigentes (que tiene raíces en las tradiciones políticas indígenas).
Pero el mas no solamente fue el resultado de las posibilidades de la democracia «formal», sino, al mismo tiempo, la encarnación de la democracia definida como «autodeterminación de las masas». René Zavaleta, autor boliviano de esta definición4, observó en su célebre ensayo Las masas en noviembre que las clases trabajadoras, que hasta entonces solo habían luchado por consignas económicas o revolucionarias, en 1979 comenzaron a hacerlo por la democracia, superando el conato golpista del coronel Alberto Natusch Busch y constituyendo un impresionante movimiento democrático popular. Este nuevo movimiento todavía estaba dirigido por la izquierda de la clase media criolla, pero Zavaleta creía que en el futuro podría proyectarse, «sin mediaciones», para llevar a los «plebeyos» (sobre todo a los indígenas) al poder5. Pues bien, el mas fue la consumación de esta profecía.
Tenemos, en suma, que la performance del partido de Evo Morales ha sido el resultado de la democracia en tanto sistema político constituido o superestructura jurídico-política, y de la democracia en cuanto lucha política constituyente o mecanismo de ascenso social y de transformación de las estructuras económicas y étnico-raciales bolivianas.
Esta fuerte raigambre democrática popular permite dilucidar el comportamiento del mas a lo largo de toda su historia, inclusive la conducta que tuvo durante su peor crisis, en noviembre de 2019, cuando Morales cayó en medio de la inacción de las bases de su movimiento, pero también tras negarse a ordenar que los militares reprimieran las protestas en su contra6. Esta filiación democrática hace que todos los intentos de subsumir la experiencia boliviana bajo el mas en otras como la nicaragüense o la venezolana terminen en un fiasco analítico. En cambio, son más pertinentes las comparaciones con el Movimiento Nacionalista Revolucionario (mnr) y con el llamado «populismo» latinoamericano.
Iliberalismo ideológico
Al mismo tiempo que expresa el espíritu democrático de las masas, la ideología efectiva del mas posee un fuerte aspecto iliberal, que proviene de la tradición revolucionaria y marxista que, junto con la cultura sindicalista/corporativa, también ha configurado a la izquierda boliviana. Así, este partido discrepa fuertemente de algunas características de la democracia liberal; señalaremos a continuación las cuestiones en torno de las cuales se dan las cuatro antinomias más importantes:
1. Neutralidad ideológica. Según uno de los padres de la democracia liberal, John Stuart Mill, la sociedad no puede apuntar en una sola dirección porque no se puede saber, con certeza, qué valores y qué fines le convienen indiscutiblemente al ser humano. Esto por varias razones, pero principalmente porque los valores y los fines se oponen entre sí y es imposible dirimir científicamente cuáles son los mejores. Por ejemplo, es imposible elegir de modo indisputable entre la igualdad y la libertad de lucrar y por tanto, «desigualarse». O entre la solidaridad con los desposeídos y el derecho de propiedad. Los fines humanos son distintos y, algunos de ellos, incompatibles entre sí7.
Situado ante eso, el liberalismo prescribe la democracia como un espacio vacío; una suerte de mercado en el que los valores y fines pueden competir libremente entre sí, ganando y perdiendo primacía al ritmo de la volubilidad humana, y en el que no se prejuzga cuál debe ser el bien común ni se propone una idea general de la felicidad. Para ello se requiere que el Estado se mantenga equidistante de las iglesias y las ideologías, y que las normas no sean sustantivas, sino procedimentales, pero que se cumplan a rajatabla8.
El mas, en cambio, ve la democracia como un instrumento para lograr el «bien común», un conjunto de fines que se consideran deseables para todos en la medida en que son buscados por los pobres y explotados (hay detrás de esto una concepción de la historia que se remonta al marxismo, al hegelianismo e incluso al cristianismo, pero no tenemos espacio para exponerla aquí). Tanto es así, que ha inscrito estos fines supremos en la Constitución de 2009. Veamos, por ejemplo, el artículo 8. i:
8. I. El Estado asume y promueve como principios ético-morales de la sociedad plural: ama qhilla, ama llulla, ama suwa (no seas flojo, no seas mentiroso ni seas ladrón), suma qamaña (vivir bien), ñandereko (vida armoniosa), teko kavi (vida buena), ivi maraei (tierra sin mal) y qhapaj ñan (camino o vida noble).9
Aunque el mas ha logrado lo que antes de él parecía impensable, constitucionalizar el Estado laico (lo que le ganó la enemistad eterna de la Iglesia católica), al mismo tiempo le dio al Estado una fuerte impronta ideológica solo parcialmente secular. Esta carga ideológica se expresa en los nombres de las instituciones y las leyes, en los currículos educativos, en el ceremonial oficial –religioso en parte, con ch’allas e inmolaciones andinas– y en las nuevas festividades, como el Año Nuevo Andino-Amazónico. Durante estos años, el mas se ha liberado de toda cortapisa que le impidiera usar el Estado de manera premeditadamente parcializada para lograr lo que Zavaleta llamaba la «nacionalización» de Bolivia10, esto es, para imponer la «mirada hacia adentro» nacionalista que este partido profesa en la economía, la sociedad –donde es una mirada hacia los pueblos indígenas– y la política. Todo esto solamente fue posible, claro está, en la medida en que el mas lograba grandes mayorías electorales que le permitían contar con dos tercios de los votos parlamentarios y controlar casi todas las reparticiones estatales. De este modo, la democracia electoral se disoció de la democracia liberal y a menudo se contrapuso a ella.
2. Limitación del poder. Para evitar efectos del exceso de poder como el recién mencionado, la democracia liberal prescribe un sistema de pesos y contrapesos orientado a recortar y limitar las posibilidades de acción de los partidos y los caudillos. La democracia necesita de tal aparato para impedir que estos, en nombre de mayorías transitorias, eliminen a las minorías y generen un pensamiento único, es decir, para garantizar la neutralidad ideológica mencionada más arriba. Ambos elementos de la democracia liberal son complementarios entre sí.
El mas ha antagonizado fuertemente con esta prescripción democrática, que se le antoja una trampa para asegurar el conformismo social e impedir el cambio. En febrero de 2006, es decir, poco después de llegar al poder, Morales declaró en el viii Congreso de las Federaciones de Campesinos Cocaleros que lo estaban reeligiendo como presidente de esos sindicatos agrarios11: «yo a veces me siento prisionero de las leyes neoliberales; quiero hacer algo y me dicen que es ilegal hacerlo mediante decreto; quiero hacer otra cosa y es inconstitucional porque todo lo que piensa el pueblo es inconstitucional; por eso quiero decir que me siento prisionero de las leyes bolivianas»12. Dos años más tarde, causó revuelo al pronunciar las siguientes palabras: «Cuando algún jurista me dice: ‘Evo, te estás equivocando jurídicamente, eso que estás haciendo es ilegal’; bueno, yo le meto nomás, por más que sea ilegal. Después les digo a los abogados: ‘si es ilegal, legalicen ustedes, para qué han estudiado’»13.
Ambas declaraciones generaron fuertes críticas. Los rivales del mas remarcaron la contradicción de estas palabras con el principio liberal de sometimiento del poder a los límites establecidos por la Constitución y las leyes.
3. Pluralismo. Como en la sociedad democrática nadie tiene completamente la razón ni tampoco el poder para imponer del todo su perspectiva, resulta imprescindible la cooperación entre distintos. En cambio, el mas es alérgico al pacto (una práctica habitual y poco transparente bajo el neoliberalismo, en Bolivia, sinónimo de la época de la «democracia pactada») y cree que es imprescindible formar mayorías incontrastables. Justamente, el mas es partidario de la democracia electoral porque las votaciones recibidas, a menudo de más de 60%, le permitieron esta concentración de poder que, luego, le facilita rodear y evadir los límites legales al poder. Mientras lo logró, entre 2009 y 2019, excluyó a los otros partidos y estableció con ellos relaciones de abierta enemistad, que se complicaron todavía más luego de la crisis de 2019, que el mas consideró un golpe de Estado. La lógica «amigo/enemigo» se corresponde con los otros elementos ideológicos que hemos mencionado: la imaginación de la democracia como un espacio «lleno» de una determinada ideología y como un mecanismo de acumulación del poder necesario para la transformación social.
4. Autonomía social. Con diferentes métodos, como la igualdad política, la concesión de los mismos derechos legales, etc., la democracia liberal intenta que emerja un medio social –por lo menos formalmente– autónomo. Esta tarea le permite viabilizar la hipótesis del autogobierno, que es fundamental para el funcionamiento de cualquier sistema democrático14. El mas ha sido siempre muy crítico respecto de esta construcción política. En tiempos del neoliberalismo boliviano, García Linera escribía que no era posible equiparar la agencia política de un millonario y la de un obrero; por tanto, sostener que ambos eran igualmente autónomos constituía un mero dispositivo propagandístico15.
El mas considera que las instituciones democráticas están determinadas desde fuera por la economía y, más directamente, por la lucha de clases. Entonces, cuando no sirven directamente a la emancipación, son títeres de una serie de poderes conservadores.
Muchos de los dirigentes del mas creen que el derrocamiento de Morales en noviembre de 2019 fue un golpe de Estado totalmente instrumentado por Estados Unidos para apropiarse del litio y otros recursos naturales bolivianos16. En general, en este partido existe una fuerte inclinación hacia las teorías de la conspiración. Como la sociedad carecería de autonomía, los momentos históricos en los que la población les da la espalda a las ideas y las organizaciones nacional-populares (como en 2019) se explican por el engaño y la manipulación de la embajada estadounidense, la Central de Inteligencia Estadounidense (cia, por sus siglas en inglés), las empresas transnacionales, los medios de comunicación, etc.
Vamos a llamar a esta visión de la sociedad «constructivista», porque, igual que Platón en la República, considera a los dirigentes (reaccionarios o revolucionarios) como seres dotados de la capacidad y el poder para definir efectivamente el funcionamiento de la sociedad. Recordemos que el mas fundamenta esta creencia en el hecho de que la sociedad está determinada por causas externas. Así, paradójicamente, el determinismo se desdobla en un fuerte subjetivismo, para el cual el poder hace la historia.
Por eso el mas no cifra el cambio social en la construcción de una nueva hegemonía cultural, sino en la disputa por la titularidad del poder. Para usar el léxico gramsciano, se inclina por la «guerra de maniobras» (eso sí, electoral) antes que por la «guerra de posiciones»17. La cuestión primera y final es, para este partido, quién gobierna, ya que este podrá modelar el mundo social a su imagen y semejanza.
El constructivismo no toma en cuenta lo imprevisible y lo caótico que es inherente a la vida histórica y sobreestima el papel de lo premeditado en el proceso social. Si en 2019 ocurrió un proceso muy complejo en el que se combinaron el racismo y el «pánico de estatus» de la elite criolla18, la «rebeldía de derecha» de sectores medios19, además de los viejos hábitos conspirativos de Bolivia, el mas prefiere reducir todo esto a la dimensión de una confabulación imperialista. Además, esta interpretación le conviene políticamente, porque saca de la ecuación sus propios errores políticos.
Ahora bien, anotemos que esta característica del constructivismo (o del platonismo), es decir, la suposición de que lo que importa es quién gobierna y no el sistema de relaciones políticas, se corresponde de modo profundo con la cultura política boliviana, que siempre ha sido caudillista, presidencialista y antiinstitucional. Es de esta conjunción entre ideología y tradición de donde surgió Evo Morales, seguramente el caudillo más importante de una historia nacional de caudillaje desmedido. En el momento de auge del mas (hacia 2014), el culto a la personalidad de Morales llegó a extremos que hacían recordar al tratamiento dado a reyes y jefes totalitarios20. La necesidad de que Morales fuera reelegido constantemente para mantener su dominio carismático sobre la política nacional y, muy importante, para conservar intacta la constelación caudillista, es decir, el «entorno» en el poder (porque el caudillismo siempre es un fenómeno colectivo), debilitó fundamentalmente el denominado «proceso de cambio»: el desconocimiento del referéndum de 2016, que rechazó la reelección, dejó las banderas democráticas en manos de la oposición, que comenzó a reclamar que se respetara la victoria del «No» y que Morales desistiera de presentarse a un cuarto mandato21.
Tenemos entonces que el «régimen» –llamémoslo así sin propósito peyorativo– implantado por el mas en el país durante casi dos décadas de gobierno ha combinado una fuerte democracia electoral, solo cuestionada en 2019, y un débil pluralismo. La democracia boliviana bajo el mas no se ha asemejado tanto al ideal moderno de la poliarquía, nominado así por Robert Dahl para diferenciarlo del ideal democrático de la antigüedad, como a este último22; ha hecho menos hincapié en evitar los malos gobiernos distribuyendo el poder que en el derecho a la expresión de la mayoría y su autogobierno. En suma, ha sido un régimen democrático «híbrido», con ciertos elementos de democracia representativa y otros de tutelaje, que, como se sabe, era el sistema predemocrático de gobierno, que reservaba el poder exclusivamente a un grupo específico de la sociedad23. En este caso, sin embargo, se trata del grupo mayoritario.
Este «iliberalismo» se replicó en el terreno internacional: Morales no solo se alineó sin fisuras con el bloque bolivariano (Cuba, Venezuela, Nicaragua), con el cual encontraba afinidades ideológicas, sobre todo el rechazo al imperialismo estadounidense, sino que expresó su afinidad con diversos liderazgos «iliberales» –e incluso autoritarios– en el escenario global: se mostró a gusto con el «hermano» iraní Mahmud Ahmadineyad y, más recientemente, felicitó al presidente ruso Vladímir Putin por su cumpleaños en un tuit en el que lo llamó el representante de los «pueblos libres, dignos y antiimperialistas»24, y en 2017 condecoró al dictador de Guinea Ecuatorial, a quien le pidió consejos para ganar elecciones con 90% de los votos25.
El mas y la cultura política boliviana
Alguna gente en la izquierda boliviana esperaba que cuando los indígenas y plebeyos llegaran sin mediaciones al poder rompieran de forma completa y radical con la cultura política boliviana tradicional, que consideraban racista, eurocentrista, caudillista y proclive al uso arbitrario de la ley. Esta ilusión era paternalista y no se cumplió. Así, el apoyo inicial de esta izquierda se tornó en su opuesto, el aborrecimiento del mas, el escarnio de todo lo que este piensa o hace26. Actualmente, es la derecha la que pretende que el comportamiento del mas no tiene nada que ver con la cultura política boliviana. Esto le permite atribuir los excesos caudillistas y el lawfare de los gobiernos masistas exclusivamente a la ideología y la naturaleza de este partido. Según esta visión, en los años 90 Bolivia ascendía hacia una plena democracia liberal cuando fue interrumpida por la irrupción del «populismo» y del «socialismo del siglo xxi», que se las arreglaron para detener este avance y perpetrar una «dictadura invisible».
Los tres principales argumentos con los que se justifica esta creencia son la ruptura de las leyes y el supuesto uso del fraude para lograr la reelección del presidente Evo Morales en 2019; la persecución judicial a varios dirigentes de la oposición, en particular a Jeanine Áñez, la presidenta que sustituyó a Morales, y a Luis Fernando Camacho, el líder de las protestas cívicas en 2019 y posteriormente gobernador de Santa Cruz, que encabezan una larga lista de «presos políticos» (acusados en el marco de los megacasos Golpe i y ii); y, en tercer lugar, la supuesta manipulación del Tribunal Electoral y la pretendida corrupción del padrón electoral vigente, así como la alegada intención de «extinguir a la oposición» para asegurar nuevos triunfos electorales27.
El mas niega todos estos cargos. Rechaza que haya presos políticos en Bolivia y considera que todos los opositores detenidos o procesados sufren esta situación por delitos vinculados al «golpe de Estado» de 2019. También rechaza haber cometido fraude y que las elecciones en Bolivia sean tramposas, poniendo como ejemplo el hecho de haber ganado en 2020 con 55% (un porcentaje mayor al de 2019) cuando el gobierno (de Áñez) era abiertamente contrario a su candidatura y perseguía a los seguidores de Morales. El mas incluso niega haber violado la Constitución para habilitar a Morales como candidato por cuarta vez en las elecciones de 2019, ya que consiguió un fallo favorable del Tribunal Constitucional Plurinacional. Sin embargo, muchos de sus dirigentes han admitido que propiciar esta habilitación en el Tribunal Constitucional fue su peor error político, no porque fuera contraria al precepto de objetividad de la ley, una objeción que se les antoja «neoliberal», sino porque desoyó el resultado del referéndum de 2016 (en el que ganó el «No» a una nueva reelección con 51%), es decir, chocó contra unas de las bases del régimen democrático híbrido que hemos descrito antes.
Se necesitaría argumentar largamente para demostrar que la verdad se encuentra en algún punto intermedio entre estas dos versiones. Por un lado, Bolivia sería una «dictadura» en la cual se puede publicar en los principales periódicos y decir por televisión que hay «una dictadura». Por otro lado, no cabe duda de que existe lawfare, que la justicia carece de independencia y que no se cumple el debido proceso. Pero estos males no son un invento del mas, arrancan junto con el nacimiento de la República. Uno de los principales denunciantes de la «dictadura invisible», Carlos Sánchez Berzaín28, era famoso en los años 90, cuando fungía de abogado y mano derecha del patriarca del neoliberalismo, Gonzalo Sánchez de Lozada, por su capacidad de torcer las decisiones de los tribunales29. El oportunismo político del órgano judicial boliviano es legendario y no se reduce a la existencia de «presiones» desde arriba. Los mismos fiscales y jueces que en el tiempo de Áñez iniciaron al ex-presidente Evo Morales y a muchos otros dirigentes del mas juicios por todas las causas imaginables los suspendieron en cuestión de semanas y motu proprio cuando este partido volvió al poder encabezado por Luis Arce.
René Zavaleta afirmaba que en Bolivia no había condiciones estructurales para la democracia representativa (añadamos: «plena») porque en el país no se había producido la weberiana «separación entre el Estado y la sociedad». Este sociólogo creía, además, que tal democracia no podía darse en Bolivia mientras siguiera siendo un país «abigarrado», es decir, en el que coexistieran simultáneamente varias civilizaciones y culturas30. Ya constituye una tradición literaria intentar explicar la sociedad boliviana por medio de su contraste con la vecina sociedad chilena31. En Chile habitaría una población homogénea, cuyos principales mestizajes parecen haberse realizado con las migraciones europeas. Es posible encontrar, también, una elite con capacidad hegemónica que ha impuesto una identidad y un proyecto de país unificados, que tienden a conservarse frente a las innovaciones (como pudo verse el año pasado en el rechazo mayoritario a una reforma constitucional percibida como radical). Los historiadores se refieren a este consenso conservador como «el peso de la noche», por una frase del ministro chileno decimonónico Diego Portales32.
En Bolivia no existe nada parecido. Muy minoritaria y racista, la elite de descendientes de españoles de este país solo pudo ser hegemónica por la vía de la exclusión de los indígenas –es decir, de la inmensa mayoría de la población– de la vida pública. Las ideas liberales, que se importaron al país por razones de moda y conveniencia coyuntural, sirvieron como cobertura de un dominio de tipo tradicional. Y cuando este arreglo dejó de ser viable por la protesta y la organización plebeyas, surgieron las «dos Bolivias»33, cada una armada de una concepción antagónica respecto a la de la otra en torno de la construcción nacional. Por un lado, la Bolivia «nacional-popular», endógena, indígena, estatista, de izquierda; por el otro lado, la Bolivia «liberal», cosmopolita, blanca, privatizadora, de derecha. La una contando con su número; la otra, con la mayor parte de los capitales económicos y culturales del país.
Se suscitó entonces el mutuo bloqueo y la disputa entre ellas, fuente de la célebre conflictividad boliviana. Bolivia ha oscilado como un péndulo entre uno y otro proyecto, y se han producido periódicas «refundaciones» del Estado (véase el caso del gobierno de Áñez, que pese a ser transitorio y tener escasa duración, intentó infructuosamente refundar el país en un sentido «neoliberal» y dejar atrás la herencia del mas)34. Todo esto impidió que se enraizara una institucionalidad democrática «objetiva», que no fuera fácilmente manipulable por los actores en lucha.
En otros términos, esto significa que el Estado boliviano nunca ha tenido la fortaleza necesaria para resistir la instrumentalización de la elite tradicional o la de las masas organizadas en movimientos sociales, según cuál fuera la correlación de fuerzas entre esas «dos Bolivias». En estas condiciones, la democracia se ha sustentado en el apego de la población a la participación y el voto, que le sirven para mejorar sus condiciones de vida, y en la aspiración mayoritaria a resolver los conflictos en paz; no, en cambio, en un sistema de garantías, pesos y contrapesos.