La calurosa acogida de Javier Milei en el Foro Económico Mundial (FEM) de Davos de este año ha sido la última etapa del aparentemente desconcertante ascenso del libertarismo radical de derechas a la respetabilidad política. El recientemente electo presidente de Argentina, que blandió una motosierra durante la campaña para cortar simbólicamente la burocracia reguladora, se ha convertido en la nueva figura heroica de la derecha libertaria.
Durante mucho tiempo se ha subestimado al libertarianismo por considerarlo un movimiento político marginal. Deberíamos ver su apuesta actual en relación con el desarrollo de su aliado ideológico más cercano, el neoliberalismo, junto al que surgió como fenómeno de derechas en la década de 1930. El hecho de que los líderes libertarios estén ganando popularidad justo cuando la era neoliberal parece estar llegando a su fin apunta a una consolidación de las ideologías radicales de mercado más que a su disolución.
Charlando con la élite económica en Davos, Javier Milei utilizó su podio en el FEM para advertir a sus oyentes de que el «mundo occidental está en peligro». Saludado por el fundador del FEM, Klaus Schwab, como una «persona extraordinaria», el presidente argentino se lanzó a una diatriba contra las feministas, los activistas climáticos y gran parte del establishment académico, a los que describió como enemigos de la libertad y la prosperidad.
Haciendo caso omiso de los intentos que el FEM ha hecho en los últimos años de interesarse por los temas de la responsabilidad social y la transformación ecológica, Milei trató de reducir la economía al simple enfrentamiento entre los «hacedores» y los «tomadores». Concluyó haciendo un guiño a todos los empresarios del público: «Ustedes son los verdaderos héroes… que nadie les diga que su ambición es inmoral».
El discurso de Milei no tardó en generar expectación en la comunidad ultraliberal de todo el mundo, que como era de esperar se sintió halagada por tales cumplidos. Los participantes en el FEM le alabaron por hacer sonar las alarmas «justo a tiempo». Elon Musk promocionó su discurso como una «buena explicación» de la economía de la prosperidad, llegando a compartir memes sobre la popularidad de Milei en Twitter/X. El historiador reconvertido en experto de derecha Niall Ferguson elogió la charla como «una magnífica defensa de la libertad individual y la economía de libre mercado».
El hecho de que el radicalismo de mercado de Milei ocupara el centro del escenario en la reunión más importante de los agentes del neoliberalismo ofreció un punto de encuentro a quienes, desde la derecha, temían que el liberalismo económico hubiera perdido su ventaja al intentar maquillar su imagen de verde incluyendo preocupaciones sociales y medioambientales en su llamamiento a un nuevo capitalismo.
Aunque la inclusión en el FEM marca un nuevo punto álgido en sus fortunas, la marca del libertarismo radical de derechas ya había experimentado un resurgimiento sigiloso durante la última década aproximadamente. Las obras de Ayn Rand, por caso, experimentaron un notable resurgimiento tras los elogios de Donald Trump y de una serie de empresarios de Silicon Valley. Mientras tanto, un esfuerzo concertado de activistas e inversores libertarios ha hecho que la idea de comunidades autónomas de «seasteading», fuera del alcance de cualquier legislación estatal, esté más cerca que nunca de hacerse realidad. De forma más sutil, la influencia de las utopías libertarias, como las imaginadas por el autor de ciencia ficción Robert A. Heinlein, han impregnado las recientes reposiciones de la ciencia ficción dura clásica en plataformas populares de streaming.
Al mismo tiempo que las ideologías libertarias empezaban a ganar popularidad, los comentaristas de la izquierda empezaban a debatir el fin de una era dominada por la economía de libre mercado. El neoliberalismo, hermano ligeramente más respetable del libertarianismo, parecía haber recibido su sentencia de muerte con la reacción mundial a la pandemia del COVID-19, que dio lugar a formas de intervención gubernamental sin precedentes y a nuevos enfoques estatales de los problemas de bienestar social y crisis medioambiental.
Otros vieron el fin del neoliberalismo augurado en la elección de Donald Trump y las políticas aislacionistas, xenófobas y claramente antiliberales que abrazó su administración. A medida que avanzaba la década de 2020, muchos consideraban que el neoliberalismo era una fuerza agotada.
Puede que sea cierto que lo que estamos viendo ahora marca el final de una versión moderada y centrista del neoliberalismo de «sociedad abierta», tan atractivo durante décadas incluso para muchos de la antigua izquierda socialdemócrata. Pero la creciente popularidad de formas más extremas de libertarismo en todo el mundo debería advertirnos de que el radicalismo de mercado no va a desaparecer sin más. Al contrario, está consolidando su ideología y volviendo a sus raíces culturales.
La dramática advertencia de Milei de que la civilización occidental se enfrenta a un grave peligro no es un mero tropo retórico diseñado para captar más atención en el polarizado panorama actual de las redes sociales. Está profundamente arraigada en una tradición fatalista que Milei comparte con los primeros pensadores neoliberales y libertarios de las décadas de 1930 y 1940. El panfleto de Friedrich Hayek Camino de servidumbre (1944), igualmente dirigido contra la amenaza del «colectivismo», comienza hablando de un «giro inesperado» que ha llevado al «curso de la civilización» a invertirse hacia «épocas pasadas de barbarie».
La declaración de objetivos redactada en la primera reunión de la Sociedad Mont Pèlerin, un encuentro internacional de intelectuales, políticos y empresarios neoliberales, lo expresa en términos igualmente contundentes: «Los valores centrales de la civilización están en peligro». La planificación económica, según estos primeros neoliberales, nos llevaría inevitablemente por el «camino de la servidumbre» y el totalitarismo.
Aunque con el tiempo se hayan ramificado en movimientos intelectualmente distintos, tanto el neoliberalismo como el libertarismo de derechas compartieron un momento de concepción y un mito fundacional. Nacidos del clima intelectualmente pesimista que caracterizó la respuesta liberal dominante al ascenso de las ideologías totalitarias en los años 30 y 40, los partidarios de un renacimiento del liberalismo en tiempos sombríos trataron de hacerlo presentándose como baluartes contra la amenaza totalitaria.
Mientras que los neoliberales europeos como Hayek se centraron más en el peligro «colectivista» del comunismo y el fascismo, los libertarios estadounidenses como H. L. Mencken, Rose Wilder Lane o Isabel Paterson incluyeron desde el principio una firme oposición a la política del New Deal en su evaluación del totalitarismo. Sin embargo, ambos bandos abrazaron inicialmente un fatalismo dramático que presentaba cualquier apelación a la acción colectiva como una amenaza para la civilización en general.
El «espectro del totalitarismo» invocado por Hayek y muchos de sus compañeros de viaje se convirtió en una herramienta discursiva para eludir los debates sobre la desigualdad y frenar en seco cualquier preocupación por la justicia social. Pronto se utilizó para atacar incluso a la democracia popular como tal. En una serie de libros, el historiador neoliberal Jacob L. Talmon intentó deconstruir el legado de la Revolución Francesa, advirtiendo que había dado lugar al surgimiento de una peligrosa «democracia mesiánica totalitaria».
La intervención de Talmon formaba parte de un debate más amplio en torno al determinismo histórico supuestamente inherente a las concepciones emancipadoras de la democracia, con Hayek y Karl Popper entre los principales protagonistas. Lo que los neoliberales y los libertarios adoptaron en su lugar fue la noción de democracia de mercado, promovida por el economista austriaco Ludwig von Mises, según la cual cada compra o venta en un mercado debería considerarse un voto que representa los ideales de la democracia mucho mejor de lo que podría hacerlo un enfoque centrado en el Estado. En este marco, se esperaba al mismo tiempo que el mercado, irónicamente alabado como salvador de la civilización democrática, sustituyera gradualmente a la democracia popular.
Recién en la década de 1960, como reacción a la política emancipadora de la Nueva Izquierda, los partidarios del neoliberalismo moderado y del libertarismo radical se separarían realmente. El economista libertario Murray Rothbard rechazó la protesta igualitaria de esas décadas basándose en una noción racializada de la naturaleza humana. Esto le llevaría gradualmente a él y a sus seguidores a los márgenes de extrema derecha de la política estadounidense, formando la base de la actual alt-right, como ha demostrado recientemente el historiador Quinn Slobodian.
Una década más tarde, los neoliberales bajo la supervisión de Milton Friedman tuvieron la oportunidad de ponerse a prueba en la formulación activa de políticas cuando se convirtieron en asesores económicos clave del gobierno del dictador chileno Augusto Pinochet. Ignorando convenientemente el pasado antitotalitario de su credo, el neoliberalismo encontró su camino hacia la corriente intelectual dominante —subrayado poderosamente por la concesión de los Premios Nobel de Economía a Hayek en 1974 y a Friedman en 1976— a costa del pueblo chileno y del impacto duradero de la doctrina del shock económico perseguida por el régimen de Pinochet.
En su idiosincrática autoestilización, Javier Milei ha rendido homenaje a ambas ideologías concurrentes. Uno de sus cinco queridos mastines ingleses se llama «Murray», otro «Milton». Este resurgimiento del espectro del totalitarismo en la plataforma del FEM en Davos puede ser una señal de que el cisma entre los neoliberales más moderados y los libertarios radicales está cicatrizando.
Aunque el ostensible antiestatismo de esta corriente de pensamiento oculta las innumerables formas en que los responsables políticos neoliberales intentaron realmente utilizar el Estado en lugar de abolirlo, también pone de manifiesto que los radicales del mercado no tienen reparos en acabar con la democracia para siempre. Puede que vengan a por ella con el pretexto de defender la «civilización occidental», abrazando por el camino a líderes autoritarios como Milei, Donald Trump o Jair Bolsonaro.
Es poco probable que, ante una nueva crisis del liberalismo, simplemente abandonen el legado neoliberal y lo dejen morir. Por el contrario, la próxima ola de «neoliberalismo zombi» está a punto de estallar. Debemos prepararnos para el impacto.
No es un fenómeno sólo local. La desaparición del "centro político" a nivel planetario, está en la base de esta reconfiguración de la UCR. El cisma entre neoliberales moderados y duros se cierra. Este reencuentro supone, por caso, sostener hoy el veto. https://t.co/DIpv7WGnBR
— Artemio López (@Lupo55) September 11, 2024