Por Julián Axat*
(para La Tecl@ Eñe)
Mal-versa quien quiebra el pacto con la palabra y le asigna un destino distinto al prefijado por los convencionalismos del lenguaje. En la gramática castellana malversa el mal-versado, el que tiene mal pico poético; fragua y defrauda los versos como modos del decir asignándole otro valor. Quien plagia haciendo propio versos ajenos como libros, quien copia y pega fragmentos y los hace de su autoría. Quien habla y grita sin contenido solo para confundir y hacerse notar.
Los destinos y giros de la apropiación indebida de los lenguajes es algo común en los lenguaraces, nominalismo que escamotea usos de la realidad como fachadas del discurso. Cadenas de significantes arrojadas sobre el vacío del espectáculo ramplón. Se trata de un tipo de malversador serial del lenguaje: lo vemos hacer uso de frases hechas, robarse canciones, jactarse, tergiversar sentidos… todo en un tono petulante y chapucero, encendido a gritos y con verborrea soez. El peor malversado es el bufón que intenta usar el traje de rey, sin que le quede a medida.
Pero si el lenguaje es un patrimonio malversable, trasladado al plano estrictamente jurídico, en el ámbito del derecho penal malversa quien se apropia o destina los caudales públicos a un uso ajeno a su función; me refiero a la apropiación indebida o desviación por un funcionario público de bienes, fondos o títulos públicos o privados, o cualquier otra cosa de valor que se hayan confiado al funcionario en virtud del cargo que ostenta.
Aquí malversa quien no destina los fondos públicos según el giro de partidas y presupuestos a tiempo. Incumpliendo u omitiendo los deberes de girar el dinero ya acordado o pactado institucionalmente de antemano, por excusas como las razones de caja o meros equilibrios fiscales.
La utilización “del máximo de los recursos disponibles” es una manda del derecho internacional. Y esto no es otra cosa que la obligación de asignar el gasto público de forma prioritaria a la concreción de los derechos humanos de la población más vulnerable. Malversa en su sentido constitucional, quien no cumple con los tratados constitucionales y no asigna recursos específicos para operativizarlos en los territorios y jurisdicciones, satisfaciendo derechos y necesidades primarias de los habitantes.
Usualmente la malversación se usa como sinónimo de la palabra peculado. El termino “pecular” nace en la primitiva Roma y se utilizaba para denominar a una persona que se apropiaba del ganado público, puesto que su componente léxico es (pecus) que significa ganado, más el sufijo (ado) significa que ha recibido la acción, ya que previo a que la moneda entre en circulación, el ganado. El peculado se refiere, como mínimo, a la toma fraudulenta de dinero o bienes que se hayan confiado a una persona por su calidad, sin autorización para utilizarlos para sus propios fines. Pecula y malversa un mandatario de un país que realiza viajes al extranjero con el dinero público para asistir a encuentros privados o de su propio interés, simulando algún encuentro diplomático paralelo como simple fachada.
Pero la peor calaña del malversador serial, las más miserable y abyecta de la apropiación indebida se refiere a la utilización de dinero o bienes que se hayan confiado a una persona por su cargo, cuando el mismo estaba destinado a los más desahuciados de la sociedad, para saciar sus derechos más básicos tales como comer, dar remedios, brindar cuidado inmediato, habitación, etc; y de pronto se cambia el destino de esta asistencia; y –solo por crueldad, egoísmo, venganza, avaricia o desidia– no se da lo que debía haberse dado bajo excusas pueriles o inventando supuestas malversaciones en cabeza de otros, que en el fondo nunca existieron o –si acaso existieron– fueron mínimas o juzgables.
No entregar alimentos a los que mueren de hambre, cuando encima se ostenta acopio de comida que se echa a perder ante la mirada famélica del desesperado, es de un dolo tal, de un grado de real malicia que agrava la figura de la malversación. Por lo que el daño causado no puede ser pasado por alto por cualquier juzgador, y lo imperdonable de esta obscenidad excede a la dimensión penal, llegando a la escala religiosa y humana.
Los despiadados malversadores son, siguiendo a Dante Alighieri (Ronda 2 del noveno círculo infernal de la Comedia), aquellos capaces de encerrar en una torre a sus propios hijos, condenándolos a morir de hambre. O acaso, aquellos (Octavo círculo-Quinto recinto) trúhanes, políticos simoníacos inmersos en brea hirviente, que representa los dedos sucios y oscuros secretos de sus tratos corruptos.
En época de Mal-Versadores es tiempo de nuevas sinfonías. Tiempo de nuevas fidelizaciones. De los “Bien-versados”. Volver reconstruir el pacto social de los destinos asignados, la confianza de las palabras a los hechos.
*Escritor, poeta y abogado.
Es un falso profeta.
Moisés hacía llover maná del cielo.