La reciente publicación en castellano de esta obra por Verso, originalmente editada en inglés en 2010 y luego en 2016, supone una muy buena noticia. Ayuda a poder conocer en el ámbito hispanohablante un ambicioso trabajo de investigación sobre los escritos de Marx durante la etapa que transcurre de 1869 a 1883, prestando especial atención a los que recogen sus notas y comentarios sobre las sociedades no occidentales y precapitalistas, si bien también se refiere a periodos anteriores. Recordemos que hasta fechas recientes, en las que han ido apareciendo muchas contribuciones de interés sobre esa etapa (como las de Marcello Musto o Álvaro García Linera), apenas se podía contar en castellano la edición en 1988 por Siglo XXI de Los apuntes etnológicos de Karl Marx, de Lawrence Krader, o la de 1990 por la Editorial Revolución de El Marx tardío y la vía rusa, coordinado por Teodor Shanin.
Kevin B. Anderson, forma parte de una corriente singular dentro del marxismo, la Organización Internacional Marxista-Humanista, que tiene como referentes a Raya Dunayevskaya (autora, entre otras obras, de Rosa Luxemburgo, la liberación femenina y la filosofía marxista de la Revolución) y a C. L. R. James (cuya obra más conocida es Los Jacobinos negros), sin olvidar la influencia que en la evolución personal del autor han tenido Frantz Fanon o W. E. B. Du Bois.
En esta obra centra su atención en, entre otros temas, la evolución de las reflexiones de Marx en torno a la cuestión nacional en Irlanda y Polonia; los artículos sobre la Guerra Civil en Norteamérica; el papel que puede jugar la comuna campesina en Rusia dentro de un proyecto socialista; su preferencia por la edición francesa de El Capital de 1872-1875 hecha por Marx, que le permite precisar algunas interpretaciones; y también, sus inacabados cuadernos etnológicos de 1879-1882 sobre las formas agrarias y comunitarias en India, las Américas, norte de África o la antigua Roma, incluyendo asimismo notas de interés sobre el género y la familia, en las que también se puede encontrar diferencias con lo que escribirá su gran amigo Engels. Se trata, además, de una contribución relacionada con su colaboración en el proyecto editorial en marcha MEGA (Marx-Engels Gesamtausgabe), de 32 volúmenes, lo que le ha permitido poder contar con el acceso a archivos de escritos todavía no publicados.
Anderson sostiene tras ese documentado recorrido que, aunque en un sentido diferente al que sostuvo Althusser, es fácil demostrar que hubo una evolución del Marx tardío hacia una concepción multilineal de la historia, nada determinista ni economicista, y alejada a su vez de la mirada eurocéntrica que pudo caracterizarle en etapas anteriores respecto a la cuestión colonial principalmente. Esta interpretación le lleva a justificar la tesis que defiende al final de su trabajo, según la cual “Marx desarrolló una teoría dialéctica del cambio social ni unilineal ni exclusivamente basada en las clases. Al igual que su teoría del desarrollo social evolucionó en una dirección más multilineal, su teoría de la revolución empezó a concentrarse cada vez más en la interseccionalidad de las clases, etnicidad, raza y nacionalismo. Para dejarlo claro, Marx no era un filósofo de la diferencia en el sentido posmoderno, ya que la crítica de una sola entidad global, el capital, se hallaba en el centro de la totalidad de su proyecto intelectual. Pero centralidad no significa univocidad o exclusividad” (p. 369)1/.
Puede parecer quizás demasiado rotunda esta percepción de un Marx interseccional, pero creo que hay razones suficientes para considerar con Anderson que el conjunto de estos trabajos permite afirmar que el Marx tardío apuntaba hacia una visión omnicomprensiva de las diferentes formas de explotación, opresión y dominación, desde una mirada internacionalista y siempre centrada en la crítica del capital.
Pero vayamos por partes. Anderson comienza recordando los primeros escritos sobre el impacto europeo en India, Indonesia y China, sin negar la influencia de Hegel en Marx en su visión de la inevitabilidad del colonialismo. Aborda las críticas que posteriormente desarrolló, entre otros, Edward Saïd, pero también las contrasta con el efecto que llegarían a tener en Marx la rebelión Taiping de 1850 a 1864 en China, y la de los “insurgentes” Cipayos en 1857 en India, después de la cual llegaría a escribir que “Ahora, la India es nuestro mejor aliado” (p. 88).
Sus reflexiones sobre Rusia y Polonia irían también cambiando a medida que Marx va reconociendo el papel de Polonia como “termómetro externo de la revolución europea” a partir sobre todo de la insurrección polaca de 1863. Así lo pone de manifiesto en el discurso inaugural de Marx en el momento de la fundación de la Primera Internacional en 1864, o con la polémica que entablará con los proudhonianos y su nihilismo nacional.
Otro capítulo de interés es el dedicado a la Guerra Civil en Norteamérica, en el que subraya el apoyo decidido de Marx a la lucha por la abolición de la esclavitud, en cuyo marco llega a ver a los afroamericanos como sujetos potencialmente revolucionarios (recordemos también su sentencia según la cual “el trabajador estadounidense de piel blanca no puede emanciparse mientras siga marcado a fuego el de piel negro”), manteniendo no obstante algunas diferencias con Engels, por ejemplo respecto a la Proclamación de Emancipación de Abraham Lincoln.
La cuestión de Irlanda es también tratada a fondo, ya que en ella Marx y su familia, al igual que Engels, se implicaron muy directa y activamente. Su evolución en esta cuestión es más conocida, ya que le condujo a modificar su posición inicial ante la relación que había que establecer entre la lucha por la independencia de Irlanda y la del proletariado inglés. Llegaría así en los años 1869-1870 a argumentar que, dado el predominio del racismo entre los trabajadores ingleses frente a los inmigrantes irlandeses, debería ser la lucha del pueblo irlandés la “palanca” de la revolución en Inglaterra y no lo contrario.
En relación con las sociedades no occidentales, Anderson observa cómo en sus Manuscritos Económicos de 1861-1863 Marx ya reconoce la singularidad del modo de producción asiático respecto al feudalismo occidental para comprobar luego cómo “la perspectiva de Marx sobre el ‘sistema comunal asiático’ y sus aldeas había cambiado de forma evidente en comparación a la insistencia sobre el ‘despotismo oriental’ y el letargo vegetativo que observaba antes” (p. 263). Esta evolución se reflejaría también en su rechazo de cualquier filosofía teleológica de la historia, como se puede ver en la actualización que hace Marx de la edición francesa de 1872-1875 de El Capital: en ella precisa que “El país industrialmente más desarrollado sólo le muestra, a aquellos que lo sigan en la escalera industrial, la imagen de su propio futuro” (el énfasis es de Anderson) (p. 276). Dejaba así fuera de esa concepción unilineal a los países que no se encontraban dentro de ese marco, como Rusia o India, y apostaba por una visión multilineal de la historia, diferente de la que podía interpretarse en el Manifiesto Comunista y otros artículos suyos sobre la cuestión colonial.
Así es como, bajo la influencia especialmente de los escritos de Kovalevski sobre las formas de propiedad comunal, Marx irá reconociendo el papel que éstas juegan en diferentes países, como India, Argelia, América Latina y, sobre todo, Rusia. Expresa así, refiriéndose a Rusia en su conocida correspondencia con Vera Zasulich pero extendiendo su reflexión a otras regiones, su esperanza en que las comunas rurales sean “puntos de partida para un desarrollo comunista”. Con todo, no deja de precisar Anderson que Marx considera que para ello tendrían que vincularse con “las incipientes revoluciones de la clase obrera en el desarrollo industrial occidental” (p. 341).
Igualmente, tiene interés la referencia a los escritos de 1879-1882 sobre la cuestión del género a través de sus estudios sobre los pueblos indígenas pero también sobre la sociedad romana y sus notas sobre la obra de Morgan. En esos apuntes Anderson subraya cómo Marx analiza en términos dialécticos las formas alternativas de relaciones de género que se dieron en esas comunidades, situándolas en sus épocas respectivas y evitando “idealizaciones simplistas”.
El conjunto de estos trabajos aporta, por tanto, razones suficientes para sustentar la tesis de que es posible encontrar en Marx la progresiva elaboración de una “teoría dialéctica del cambio social que no fue unilineal ni exclusivamente basada en las clases”.
En el prefacio escrito para la edición española Anderson explica también que con este libro ha intentado “tender un puente entre dos corrientes”: la que se centra en la dominación de clase, por un lado, y la que lucha contra las otras opresiones o la destrucción medioambiental, por otro. Esta última dimensión, por cierto, fundamental en estos tiempos de capitalismo del desastre, se sale del objeto de estudio en esta obra, pero el autor no obvia por ello su relevancia remitiéndose a algunas contribuciones al respecto, especialmente las de Kohei Saïto, no exentas sin embargo de polémica.
No faltan ejemplos de la utilidad de esta mirada multidimensional en Marx para poder abordar con mejores herramientas los conflictos y los debates de hoy superando falsas oposiciones binarias. Confiemos, pues, en que esta obra no sea recibida como algo ajeno a las preocupaciones de las nuevas generaciones que apuestan hoy por “repensar las luchas y la revolución” en estos tiempos de emergencia global, ya sea desde el marxismo o en diálogo con él.2/
Jaime Pastor es politólogo y miembro de la redacción de viento sur
1/ Las citas son de la edición de Verso en castellano.
2/ Para más información sobre este libro y su nuevo proyecto : https://vientosur.info/los-escritos-tardios-de-marx/