Los cadáveres han comenzado a brotar

En 1936, la revista de izquierdas The New Masses publicó un cáustico perfil del militante sionista Vladimir Jabotinsky, criticando duramente sus visiones imperiales en Palestina y tildándole de “Hitler judío”. El autor, un aspirante a cineasta llamado Robert Gessner, condenaba la colaboración de Jabotinsky con los antisemitas polacos, denunciaba sus ambiciones nacionalistas y hasta se burlaba de él por ser bajito.
Gessner también predijo el fracaso de los planes de Jabotinsky de recaudar fondos en los Estados Unidos. “En los Estados Unidos”, escribió, “sólo son sionistas alrededor del 1% de los judíos”.

A história esquecida da esquerda judaica antissionista – PCB – Partido ...

“El antisionismo forma parte de una venerable tradición judía”. Entrevista a Benjamin Balthaser

Benjamin Balthaser

El joven izquierdista exageraba, pero no mucho. A principios y mediados del siglo XX, los judíos se sentían estadísticamente más inclinados a ser miembros del Partido Comunista que de instituciones como la ADL [Anti-Defamation League] o el AJC [American Jewish Committee], y el propio partido rechazaba el sionismo como proyecto imperialista y burgués de los ricos, en lugar de promesa de liberación para la clase trabajadora. Gessner no era una excepción, sino la voz de la corriente general judía de su época.

Casi 90 años después, una reciente encuesta de Pew Research revela que el 74 % de los judíos norteamericanos tiene una opinión favorable de Israel. Una encuesta realizada entre israelíes revela que la mayoría está de acuerdo con la insistencia de Jabotinsky en la expulsión violenta de los palestinos de la tierra. Y el actual Gobierno israelí desciende ideológicamente por vía directa del Irgún. Jabotinsky y su visión parecen llevar ventaja.

Gessner, por su parte, ni siquiera tiene página en Wikipedia.

Pero durante la última década —y especialmente durante los veinte últimos  meses— hemos asistido a un resurgimiento de la crítica de Gessner, expresada de forma colectiva por Jewish Voice for Peace, IfNotNow y organizaciones similares, así como individualmente por escritores como Peter Beinart, Judith Butler, Shaul Magid y Naomi Klein. En su nuevo libro Citizens of the Whole World: Anti-Zionism and the Cultures of the American Jewish Left, (Ciudadanos del mundo entero: el antisionismo y las culturas de la izquierda judía norteamericana), Benjamin Balthaser sostiene que estas voces canalizan al menos un siglo de pensamiento revolucionario judío, un pensamiento que, en su opinión, se ha visto marginado, tergiversado y, en ocasiones, suprimido intencionadamente, pero que nunca ha quedado borrado del todo.

Como especialista en estudios culturales y declarado izquierdista, Balthaser rechaza los relatos verticales y se centra en lecturas detalladas de escritores, poetas, autores de panfletos, cineastas, artistas y críticos culturales que trabajan fuera de las instituciones dominantes. También se basa en entrevistas en profundidad —y a menudo muy divertidas— con activistas veteranos que han vivido en primera persona y han hecho su aportación a los movimientos judíos de izquierda durante las últimas décadas. Con 320 páginas y nueve años de trabajo, Citizens of the Whole World obra a modo de archivo e intervención, y supone una afirmación rigurosamente argumentada y oportuna de que la imaginación radical judía siempre ha brillado como alternativa y respuesta al fascismo.

Balthaser conversó con Sheerly Avni, periodista de la revista Forward, desde su oficina de la Universidad de Indiana, donde es profesor asociado de literatura multiétnica estadounidense, sobre la inspiración para su libro, la fantasía del consenso judío y por qué el Proyecto Esther [proyecto de la neoconservadora Heritage Foundation para suprimir las protestas propalestinas] es un nuevo «pánico rojo».

Se ha editao esta entrevista por razones de extensión y claridad.

¿Cómo llegó a iniciar este proyecto?

En la familia de mi madre había miembros del Partido Comunista, lo que era asimismo el caso de varios de mis tíos y tías abuelos. Y mi madre fue una especie de miembro de la Nueva Izquierda de los años 60 y una activista comprometida a lo largo de toda mi vida. Mi abuelo era una persona bastante franca y directa, un intelectual, pero que sólo llegó a cursar hasta octavo de enseñanza, y siempre decía que la tierra [Palestina] ya le pertenecía a otras personas y que, pasara lo que pasara, Israel acabaría siendo una teocracia.

Así que crecí con estos recuerdos laicos judíos antisionistas. Es algo sobre lo que llevo reflexionando desde los veinte años.

¿Esos recuerdos difieren del actual antisionismo judío?

Hoy en día, a escuchamos con frecuencias muchos argumentos basados en los valores judíos o en las presunciones éticas de la religión judía. Son argumentos muy importantes, pero también me interesaban otras articulaciones en torno a Israel y el sionismo. Muchos movimientos sociales judíos del siglo XX se enmarcaban en gran medida en una concepción de los Estados Unidos como imperio, por lo que tenían un análisis de clase del sionismo: lo veían como fascismo burgués y étnico, y habían analizado el fascismo en sí mismo como proyecto de clase. Y creo que es útil abrazar la izquierda judía histórica, porque puede ayudarnos a articular un sentido de la política actual.

En su investigación, leyó y habló usted con personas que formaban parte de esas tradiciones, pero también se interesó por la forma en que aparecen los recuerdos de la izquierda judía en figuras más convencionales como los hermanos Coen y Neil Simon, a veces de forma inesperada. Lo describe como algo que está aquí y no está aquí, y lo llamas «presencia en citas».

La forma en que funcionan los recuerdos negados en la cultura es que se articulan y se entierran al mismo tiempo, ¿verdad? Así que cuando ves la televisión «judía» popular, a menudo ves aparecer a la izquierda de una forma que no sucede en el caso de otros grupos étnicos: Woody Allen bromea sobre la revista Dissent en Annie Hall, las películas de los hermanos Coen hacen referencia a los trotskistas, Larry David [actor y escritor de comedia, cocreador de Seinfeld] aparece como el comunista del barrio en Radio Days.

También hace referencia al episodio del “Palestinian Chicken” de la serie de comedia Curb Your Enthusiasm, en el que Larry David insiste: «Esto son los Estados Unidos; puedes abrir un restaurante donde te dé la gana». Ya sea citando a David o a alguien como Seth Rogen [actor canadiense de comedia] que declara: «No me voy a ir a vivir a Israel», aludes a una indiferencia diaspórica hacia la idea de Israel como patria judía. ¿Tiene esto que ver con nuestra asimilación, bastante exitosa, en los Estados Unidos?

Sí. Larry David es liberal. Rogen es liberal. Philip Roth es liberal. Para ellos, Israel es básicamente como el extrarradio de Florida o algo así.

Describe usted a Roth como “una versión liberal del defensor más elocuente del diasporismo, que satiriza a los colonos de Cisjordania, a los kibutzim sabras [judíos ya nacidos en Israel] y a los políticos neofascistas israelíes como autómatas sin sentido del humor o como mesiánicos, si no violentos, necios.

Creo que la crítica de Roth al sionismo también está impregnada de su idea de ser un hombre blanco norteamericano y, una vez más, liberal: “¿Qué querría yo tener que ver con ese país de locos y chiflados? ¿Por qué querría volver al gueto judío, cuando disfruto de una vida realmente agradable en los Estados Unidos?”

Y Roth escribe además con simpatía sobre el Partido Comunista. Por ejemplo, I Married a Communist [Me casé con un comunista, Debolsillo, 2005] puede estar más interesado en las aventuras amorosas de los personajes que en su política, pero sigue siendo un retrato comprensivo de un comunista judío de clase trabajadora de la década de 1940.

En el libro se refiere usted a Bernard Lazare y a su afirmación de que la historia judía se tiende a contar «por la burguesía para la burguesía». ¿Cómo afecta eso a la forma en que los judíos recordamos y entendemos nuestra propia historia en los Estados Unidos?

Mientras escribía, no dejaba de pensar —y no quiero parecer ni demasiado humilde ni demasiado arrogante— que este libro ya tendría que haber estado escrito este libro. Tendría ya que existir una historia popular del antisionismo progresista judío norteamericano.

A mí me enseñaron a contar la historia cultural de abajo arriba. Si pensamos en la historia judía desde ese contexto, eso puede ayudarnos a entender lo que está pasando hoy en día. Por ejemplo, las instituciones judías burguesas oficiales son todas sionistas y, sin embargo, Mamdani se lleva el voto judío en la ciudad de Nueva York.

Entonces, ¿a quién representan estas instituciones? A los estudiantes de clase trabajadora, no, ni a los judíos que son trabajadores sociales o profesores. Representan los intereses de sus propios donantes ricos.

¿Entonces, estas fisuras no son nuevas?

Si lees la revista [ultraconservadora] Commentary en la década de 1950, verás diatribas contra los comunistas y en contra de la izquierda judía. Excluyeron a los Rosenberg [matrimonio ejecutado en la silla eléctrica en 1953 por espiar para la Unión Soviética] del mundo judío, excomulgándolos metafóricamente de la comunidad. Hasta podría decirse que los convirtieron metafóricamente en apátridas, de la misma manera que los nazis convertían a alguien en apátrida antes de matarlo. Fue algo muy deliberado, muy escalofriante.

Siempre ha habido una burguesía judía, y nunca ha sido agradable. Sencillamente, es que es mucho más reaccionaria que antes, tiene mucho más poder que antes y es mucho más abierta al respecto. Y si hay algo valioso en lo que nos puede aportar la historia, es que nos puede ayudar a no confundirnos en este momento. Esto es anticomunismo, puro y simple, y el Proyecto Esther es un nuevo «pánico rojo». Está dirigido contra el internacionalismo, contra la izquierda y, en última instancia, también contra los judíos.

No estoy en contra de la idea de pueblo judío, pero muchos de nosotros hemos comprado esta versión idealizada, en la que todos estamos de alguna manera ejercitándonos juntos en el tikkun olam [“reparar el mundo”, concepto central de la ética religiosa judía]. Y eso no es así.

¿Podemos siquiera decir que hay algo específicamente judío en esta encarnación actual de la izquierda judía?

El diasporismo consiste en estar aquí y no estar aquí, en pertenecer y no pertenecer. Es algo particularmente judío, pero también algo universalista. Se borra a sí mismo en su propio proceso de creación. Es una contradicción.

En el libro mencionas esta contradicción en el contexto de Jewish Voice for Peace. Condenaron los atentados del 7 de octubre, lo que les valió muchas críticas por parte de algunos grupos pro palestinos, pero, por otro lado, trabajan en coalición con grupos que no condenan esos atentados, lo que los deja expuestos a las críticas del otro bando.

Se podría considerar esto como una falta de coherencia —y algunos así lo consideran —, pero yo diría que este estado de contradicción sin resolver, de ser dos cosas a la vez, es quizás la no identidad de la política real, de la lucha real. Y puede que sea parte de lo que puede ofrecer la izquierda judía al mundo.

Lo que nos lleva de vuelta a su título, Citizens of the Whole World, de un libro de Robert Gessner. ¿Por qué lo eligió?

Lo que me fascina es que Gessner escribió este libro en 1948, por lo que también es una crítica inmanente al Estado israelí. La historia trata de una voluntaria que se va a la guerra luchar, como hicieron muchos jóvenes judíos norteamericanos idealistas, y que muy pronto se desilusiona con lo que ve allí. El racismo, la violencia de la construcción del Estado, todo. Otro voluntario le dice: “Eres una extranjera en Israel porque eres ciudadana del maldito mundo entero”.

¡Y van entonces y lo matan a tiros! Él muere y ella se marcha. Un internacionalista que huye y un nacionalista que, en esencia, se suicida. Si eso no es una metáfora del suicidio nacional del Estado étnico, ¿qué lo es?

Una cita parcial de una novela inédita de un escritor olvidado. Lo cual parece apropiado para un libro tan preocupado por la memoria y el olvido.

Es como en las películas. Intentas enterrar el cuerpo, pero siempre vuelve a aparecer. Intentaron enterrar el pensamiento antisionista judío, pero, ¿cómo reza el verso ese del poema de Eliot [The Waste Land]? Los cadáveres han comenzado a brotar.

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es profesor asociado de literatura norteamericana multiétnica en la Universidad de Indiana y director asociado del “American Quarterly”. Es autor de libros como “Anti-Imperialist Modernism: Race and Transnational Radical Culture from the Great Depression to the Cold War” y “Dedication”, y colaborador de medios como Jacobin, Shofar, Boston Review o Historical Materialism.

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