Por José Luis Lanao*
(para La Tecl@ Eñe)
De entre toda la paleta de sentimientos más presentes en nuestras vidas, el odio es seguramente el más difícil de evitar, de combatir, el más recalcitrante, pues se reproduce con suma facilidad. El odio daña a quien lo profesa y no al objeto al que se dirige. Pero hay algo que sí podemos hacer con el odio, y es no exacerbarlo. Dejarlo estar. Porque todos perdemos con el odio.
El odiador más influyente del mundo es, a su vez, el mayor trol de X, su propia compañía. En tan sólo una semana de agosto, Elon Musk publicaba un vídeo fake en el que la voz suplantada de Kamala Harris admite que es “una marioneta del Estado profundo”; ha afirmado que la Casa Blanca promueve la inmigración ilegal para importar votantes (cuando es obvio que no pueden votar); ha tuiteado un vídeo falso de unos supuestos mandos militares venezolanos sublevados contra Maduro (luego lo borró), entre muchos otros mensajes contra Caracas; ha compartido que “Estados Unidos se convertirá en Venezuela si no gana Trump”; ha jaleado a Donald Trump: “¡Salve a nuestros hijos!”, porque el candidato republicano promete prohibir enseñanzas sobre racismo, sexualidad o género en las escuelas.
Ningún usuario de X puede escapar de los tuits del jefe de la plataforma. A menudo son teorías conspirativas delirantes, y algunas de ellas desprenden un hedor de antisemitismo profundo. Compartió como “verdad” que los judíos están alentando lo que llaman el “gran reemplazo”, la sustitución de la mayoría blanca por minorías inmigrantes (tras esto último quiso hacerse perdonar visitando Auschwitz e Israel). También dio crédito a la versión, homófoba e infundada, de que el marido de Nancy Pelosi, Paul, estaba con un prostituto cuando fue agredido con un martillo en su casa. Llamó a procesar a Anthony Fauci, el científico que asesoró al Gobierno de EE. UU. durante la pandemia. Y ha publicado infinidad de mensajes contra la transición de género en adolescentes, una de las obsesiones de alguien que tiene una hija trans con la que no se habla. Todo ello lo recoge el documental “Twitter en la era de Elon Musk”, de la productora Frontline, afamada división de reportajes de investigación de la PBS.
En dicho filme, el jefe de Tesla, Space X y Starlink sostiene que Twitter era una dictadura de progres, que hasta osaron cancelar la cuenta de Trump. Así que convirtió la rebautizada como X en lo contrario: el paraíso de los trolls como él, los neonazis, los supremacistas, los de Qanon, y los siniestros “incel”. Su decisión más rotunda fue el desmantelamiento súbito de los equipos de moderación, ya insuficientes para contener la marea de basura, y una amnistía general para las cuentas suspendidas por difundir discursos de odio o llamamientos a la violencia. Fue la esperada señal para los misóginos, racistas y homófobos, y el momento en que se dispararon los contenidos con palabras prohibidas, como la “N”, de “nigger”, el término más insultante posible para las personas negras.
En la plataforma X todo es menos transparente que nunca. Musk impidió a los investigadores académicos acceder a los datos como antes, y no vaciló en bloquear las cuentas de periodistas serios. Para demostrar que había censura política cuando llegó, el magnate hizo una filtración masiva de documentación interna de la empresa, incluidos mensajes de correo electrónico de sus empleados. De aquel material, los “Twitter Files”, se pudo comprobar que las autoridades políticas, sobre todo el FBI, tenían contacto fluido con la compañía para alertar de ciertos contenidos. Nada que no se conociera y no fuera extensivo, como hoy, a todas las plataformas dominantes en la red.
En uno de sus movimientos más violentos, Musk puso en la diana a algunos exempleados con nombres y apellidos para un linchamiento masivo en la propia red social y la persecución de los medios sectarios. El más señalado fue Yoel Roth, quien era el jefe de Confianza y Seguridad de la compañía, al que consideraba responsable de un “complejo industrial de censura”, y que tuvo que abandonar su vivienda tras publicarse su dirección en la prensa. Cuando un tuitero acusó, sin base alguna, a Roth de ser un pedófilo (estrategia recurrente entre los ultras), Musk respondió: “Eso explica muchas cosas”.
El documental incluye un debate de fondo interesante que trasciende al protagonista: qué implica para la democracia que la moderación e identificación de contenidos tóxicos, sea para eliminarlos o para etiquetarlos, se realice de puertas adentro y sin transparencia en plataformas tan influyentes en la política y el periodismo.
El desdén hacia el dolor del otro no es un rasgo intrínseco al ser humano, sino que se cultiva socialmente, especialmente desde las redes sociales, reforzando un sistema que fomenta el narcisismo individual y normaliza la desasistencia social.
El magnate amigo de Milei vive una época empoderada desde una visión desoladora de la vida humana que desprecia el papel de la solidaridad, de la compasión. El odio, esa madre de todas las furias, es su refugio. El “business” su eternidad. Ha asimilado con vértigo desmedido esa “broma” repetida por Kissinger hasta la saciedad: “Las cosas ilegales las hacemos muy rápido; las inconstitucionales tardan más tiempo”.
*Periodista. Colaborador de Página 12, “Las Mañanas” de Víctor Hugo Morales. Ex Jugador de Vélez Sarsfield, clubs de España, y Campeón Mundial Juvenil Tokio 1979.
¿Pero cuando deliraban en el twiter antes de que Musk lo comprara?. ¿Por qué no decían nada?
Por qué no decían nada cuando le suspendieron la cuenta a un Presidente? O cuando lo acusaron a Trump de invadir el Capitolio? O cuando lo acusaron de ser agente de Putin porque lo filmaron con prostitutas en Moscú y Putin lo tenía agarrado por eso?
Twiter era una máquina de difamar a Trump haciendo un gran servicio al complejo militar industrial. Pero no sé decía nada antes de que lo comprara Musk.
¿Se dan cuenta de que no hay coherencia?
Solo saltan cuando los delirios no cuajan con los teoremas, axiomas y postulados progres. Pero cuando los delirios sí les son funcionales, entonces no saltan.
Musk es un oligarca de segunda línea. La exposición pública que tiene es en sí misma un indicio de sus contradicciones con los oligarcas de primera línea que no se exponen como él y son mucho más decisivos que él en el deterioro geopolítico y financiero que aqueja a Occidente.
Sin embargo, el sistema ideológico progre no atina a ver nada de esto.
Es bastante claro que Musk está en medio de un clivaje dentro de las élites. Y en lugar de prestar atención al proceso que lleva a ese clivaje, el sistema ideológico progre presta atención a factores secundarios.
Esto que hago no es una crítica a personas sino a sistemas y modalidades de análisis casi inerciales de los cuales las personas se hacen voceros.
Prácticamente la «crítica a dichos de Musk» se convirtió en un «género periodístico». Esto es revelador.
El protagonismo y exposición pública de un oligarca debe suscitar interrogantes, no revalidaciones certeras de los axiomas y postulados de sistemas ideológicos, cualesquiera sean.