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Original en euskera

La izquierda soberanista de Euskal Herria vive momentos eufóricos. No es para menos. Como miembro que soy de EH Bildu comparto estos momentos de alegría por los votos obtenidos en las elecciones autonómicas del 21 de abril y por la fuerza institucional que hemos conseguido, fruto todo ello del buen trabajo realizado con ese objetivo. Se ha sabido, en definitiva, mantener la compostura y la firmeza en los malos momentos (de los cuales hemos sufrido demasiados) y, en los buenos, disfrutar con los resultados. Sin embargo, no debemos dormirnos en los laureles. Vivimos un momento político dulce, pero conviene recordar que aún nos queda lejos la independencia, el socialismo, la sociedad feminista y el logro de un mundo habitable y sostenible. Y esos objetivos requieren, sin duda, paciencia estratégica y acumular fuerzas paso a paso y de la forma más amplia posible; pero requieren, también, saber propiciar situaciones disruptivas (saltos cualitativos y rupturas) sin las cuales no iremos muy lejos, si no retrocedemos.

Para empezar, aclaremos qué queremos decir cuando se afirma que “estamos en un nuevo ciclo”. Si se trata de destacar la importancia del cambio logrado en el ámbito institucional, estaría de acuerdo con tal aseveración. Sin embargo, incluso en ese ámbito, habrá que tener cuidado con su significado real, ya que todavía no hemos dado sorpaso al PNV y el nuevo gobierno de PNV-PSE va a seguir teniendo mayoría absoluta, con lo que eso supone. Pero, sobre todo, para hablar de un nuevo ciclo político de verdad, es imprescindibles que, además de los cambios en el panorama institucional, se den los necesarios cambios de percepción y actuación de la mayoría de los sectores sociales para que tal cambio se produzca. Es necesario que se reactive un ciclo movilizador más profundo y radical y que se materialice un profundo cambio cultural frente a los criterios que rigen las sociedades neoliberales y sus mecanismos políticos.

Euskal Herria es una de las sociedades más activas a nivel del Estado español (e, incluso, de Europa), una sociedad en la que el pasado 30 de noviembre se vivió una huelga feminista y general, en la que las huelgas de trabajadores son muy diversas y casi ininterrumpidas, así como diversas movilizaciones ecologistas y sociales, entre estas las semanales movilizaciones de pensionistas desde hace más de seis años. Todo eso es cierto, pero no creo que hayamos llegado aún al nivel de poder afirmar que se ha dado un auténtico cambio de ciclo. Es cierto, también, que en los ayuntamientos gestionados por EH Bildu se están produciendo experiencias interesantes en bastantes ámbitos (cuidados, soberanía alimentaria y energética, etc.), pero todavía estamos en los inicios, lejos del cambio de correlación de fuerzas que exige un nuevo ciclo. Por eso, además de la política comunicativa para activar la ilusión que exigen las campañas electorales, echamos de menos que esa idea de cambio de ciclo no esté todavía mancomunada con la del cambio real protagonizado por los movimientos populares, así como con la implementación del tipo de alianzas que ello exigiría.

Estoy, pues, de acuerdo, cuando el secretario general de ELA, Mikel Lakunza, pide a EH Bildu que “haga oposición para encontrar otro modelo y busque colaboración con otros agentes sociales y sindicales”. Es decir, que nos aliemos con movimientos transformadores necesarios para lograr un poder contrahegemónico. Por el contrario, enfrascados en defender un acuerdo de país de carácter general, correremos el riesgo de quedar atrapados, aunque sea una alianza sui generis, con el gobierno PNV-PSE y, con ello, la hegemonía seguirá en manos de los de siempre. Eso tendría poco de cambio de ciclo y demasiado de la vieja política, aunque no equivalga a rechazar que en algunas cuestiones sea necesario actuar “como pueblo”. Un ejemplo de esto podría ser (ahora que en el ámbito del Estado se ha empezado a hablar en clave plurinacional) que en nuestro Parlamento se articule un nuevo estatus soberanista y que sus representantes acudan juntos frente al gobierno de Madrid. En cambio, de acuerdo con lo que añade Mixel Lakunza[1]: “Si planteas una alternativa de verdad, no hay acuerdo posible. ¿Cómo mueves al poder económico, las derivaciones de Osakidetza [a la sanidad privada], la mercantilización de los cuidados…? Detrás de ellos está el poder económico, con el que no se puede avanzar sin confrontación”.

Por lo tanto, no podemos considerar contradictorio sostener, en momentos concretos, pactos amplios (siempre y cuando sean de interés popular), con mantener una línea de lucha y confrontación, tanto en Euskal Herria como a nivel estatal. Lo uno sin lo otro  nos llevaría a un terreno estéril y frustrante. No es posible un buen pacto si detrás no se da una adecuada correlación de fuerzas, y eso no se consigue sólo con votos. No podremos combatir a la derecha conservadora o fascista con simples pactos parlamentarios, también hay que combatirla en la calle. Eso forma parte de lo aprendido durante años de lucha, tanto por los miembros de la izquierda abertzale como de la izquierda revolucionaria que hoy formamos parte de EH Bildu. “Utilizar las urnas y ¡pelear en la calle!” diríamos parafraseando en nuestro terreno el viejo proverbio irlandés.

“Debatamos el objetivo de la independencia”, proclama Unai Apaolaza[2] (yo añadiría “y el del socialismo”) y así plantea él ese tema “En la entrevista que le hicieron a Arnaldo Otegi el pasado 12 de abril en NAIZ Irratia (…) este afirma que el camino hacia la república vasca debe tener tres fases: primero hay que hacerse con el poder institucional; después, a través de la buena gestión, surgirán más independentistas; y, para terminar, vendría la fase de decisión. Esta estrategia puramente institucional -añade- tiene, sin embargo, en mi opinión, evidentes debilidades”. Debilidades que Apaolaza analiza así:

Viendo los resultados electorales de EH Bildu, más de uno podría decir que el camino de Arnaldo funciona. No estoy de acuerdo. (…) Las diferentes encuestas realizadas en esta última década nos dicen que el deseo de independencia ha disminuido al mismo ritmo que EH Bildu ha subido en votos. ¿Por qué? Porque siguiendo a Gramsci, en lugar de abordar la hegemonía cultural hemos mirado a la hegemonía cuantitativa. Dicho de otra manera, el objetivo no ha sido extender el deseo de independencia o de liberación nacional, el objetivo ha sido que EH Bildu subiera en votos. El medio se nos ha convertido, pues, en fin. Creo que la estrategia de las tres fases propuestas por Arnaldo nos lleva a la desactivación del independentismo. Ese es el camino que llevará al sujeto electoral a sustituir al sujeto liberador dentro de cuatro u ocho años. La paciencia necesita de un acuerdo estratégico”.

Yo creo que la paciencia estratégica y la paciencia táctica exigen su combinación dialéctica a modo de paciencia impaciente[3], y que este debate tiene mucho que ver con los caminos hacia las transformaciones que tengan como objetivo la independencia o el socialismo y la independencia. Gramsci transformó esa dialéctica en estrategia, proponiendo el establecimiento de trincheras en las instituciones y en la sociedad, combinado esa estrategia de largo recorrido con ofensivas cualitativas, esto es intercalando fases entre ambas. Impulsando reformas y construyendo trincheras, creando de paso brechas en el sistema y diseñando fases de doble poder y choques globales en los que había que dar la vuelta a la hegemonía ideológica cultural sumándole la fuerza política y militar.

Para los reformistas la ruptura revolucionaria es un error terrible, es un desastre. Para muchos revolucionarios impulsar reformas es una tarea inútil, cuando no nefasta. Yo creo que la relación entre reforma y revolución no se puede plantear en términos de reforma versus revolución, todo en blanco o negro, limitándose a tratar sólo de mejorar lo presente o a cambiarlo radicalmente todo, a plantearlas como contrapuestas en lugar de relacionarlas dialécticamente, tal como expresaron Rosa Luxemburgo (el trabajo por las reformas es el medio, la revolución el objetivo) y Lenin (“hay que saber discernir en qué clase de situaciones y espacios hay que actuar como revolucionarios y cuándo y en qué tipo de situaciones, hay que saber pasar a la acción reformista”).

Si defendemos cada una de esas perspectivas como contrapuesta a la otra, la discusión es inútil En efecto, mientras no surjan nuevas instituciones encaminadas a la ruptura (y ese momento está ligado a una situación revolucionaria) se necesitan reformas, es decir, logros, aunque sean parciales, que se materialicen legalmente en las instituciones (ya sea la nacionalización de la banca o de las empresas, el derecho de autodeterminación, o los instrumentos de autogobierno…) que nos permitan avanzar en lo nacional y en lo social. El problema más grave del reformismo actual, es que se ha convertido en un simple reformismo gestor, sin reformas que lo justifiquen, y por parte de ciertos revolucionarios, su problema reside es que responden con unas estrategias totalmente marginales e ineficaces.

15/05/2024

José Iriarte (Bikila) es militante de Alternatiba, organización integrada en EH Bildu

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