Por E. Raúl Zaffaroni*
(para La Tecl@ Eñe)
Nos sorprenden muchas cosas que suceden en nuestro país, en apariencia dispares, desvinculadas, de diferente naturaleza, algunas desconcertantes porque no registran antecedentes. Así, nunca antes hubo un presidente de la República que insultase en todos los tonos a quienes no opinan como él, siempre crispado –en el barrio dirían “sacado”-, pero que, además, no ahorre calificativos para otros jefes de gobierno extranjeros. En este último caso, tampoco deja de sorprender que la ministra de relaciones le quiera bajar el tono a algunos insultos, afirmando que son cuestiones personales, como si se tratase de un entredicho con el almacenero de la vuelta de su casa.
Otro hecho poco común es el estallido de un envío con un poco de pólvora en la Sociedad Rural, y tampoco deja de llamar la atención que se lo atribuya a algunos “anarquistas”, pese a que el recordado Osvaldo Bayer nos dejó hace tiempo y Severino Di Giovanni y Paulino Scarfò fueron fusilados por la dictadura del payaso Uriburu en 1931. Otra de las posibles hipótesis es que sus autores serían los “veganos”. Posiblemente para esclarecer el hecho sea necesario invertir en “gastos reservados” los millones que el Congreso no aprobó.
Por su parte, los jubilados, que no se percatan de que ganan más en dólares, reclaman contra el veto a la ley que les reconoce un miserable aumento, se reúnen para protestar y, como se les infiltran cobardes “comunistas degenerados”, no queda otra alternativa que reprimirlos a garrotazos y gases a todos juntos. De paso, tampoco se deja pasar la ocasión de tratar de igual modo a los sindicalistas judiciales que, ya casi folklóricamente, se juntan para protestar pacíficamente delante del viejo “Palacio” vallado por todos lados, quizá para evitar que se escape alguna idea.
Hace tiempo también nos sorprendió la noticia de que se mandaban barras de oro al exterior, a destinos y con objetivos no muy precisos, pero en secreto, para garantizar la “seguridad” del transporte. Como las preguntas al respecto no fueron del agrado del ejecutivo, éste decidió que en el futuro responderá solo las solicitudes de información formuladas de “buena fe”. Al parecer, preguntar qué se hace con nuestras reservas en oro es una actitud de “mala fe”.
Aunque en el país no se registren brotes de violencia ni mucho menos, se pretende que las Fuerzas Armadas pasen a cumplir funciones policiales, distrayéndolas de nuestra Defensa Nacional, materia que, en el mundo en que vivimos, requiere su permanente actualización y conexión de todas sus pilas. Para eso no se mencionan las desastrosas experiencias de otros países hermanos, que se tradujeron en el debilitamiento de sus funciones específicas y vitales para sus respectivos países y en la pérdida del respeto por parte de la población.
Para la seguridad de todos nosotros, también se anuncia un programa de inteligencia artificial destinado a controlar todas nuestras comunicaciones electrónicas para prevenir delitos. Nada quedará ya en privado, la policía se enterará hasta de nuestros actos más íntimos, como las consultas médicas por mail de quien sufra estreñimiento. Se trata de vigilarnos al máximo a todos para que nadie pueda cometer un delito, para lo cual se proyecta convertir a la sociedad en una cárcel electrónica. La lógica es impecable: cuando estemos todos presos, se cree que nadie podrá cometer un delito, aunque en las prisiones también se cometen.
Así relatados los hechos, parecen que estos y otros muchos son episodios aislados que vamos “normalizando” como parte de lo cotidiano. Sin embargo, guardan una íntima coherencia con el propio discurso del ejecutivo, pues quien ha sido votado como “jefe supremo de la Nación, jefe del gobierno y responsable político de la administración general del país” (art. 99 de la Constitución), manifiesta que se propone destruir al Estado desde adentro. Este exabrupto no debe entenderse literalmente, sino que es indispensable interpretar su correcto sentido: no se trata de destruir todo el Estado, sino solo la parte en que éste se ocupa de dar cierto nivel mínimo de eficacia a los derechos, en especial a esas sandeces que son los derechos “sociales” y la promoción de la maldita “justicia social”.
Si leemos esto correctamente, lo que da coherencia a todos los hechos sueltos es entenderlos como el enunciado de un camino hacia un modelo de Estado totalitario, que siempre se basa en un mito que trasciende lo humano (“ultrahumano”), un ídolo o falso Dios al que todos estamos sometidos, sea la raza superior (nazismo), el proletariado (estalinismo), la latinidad del imperio romano (fascismo), una difusa idea de occidente (seguridad nacional), etc. Ese ente que está más allá de las personas y a cuyo servicio en el modelo de Estado totalitario debemos estar todos, nos llevará al paraíso: a la reconstrucción de la comunidad aria, al igualitarismo comunista, a la reposición del imperio romano, a un ideal occidental no muy definido y, en el caso actual, a la feliz sociedad en que todos seremos ricos por el “derrame” que hará que nos llueva riqueza. En este caso, el ente mítico “mercado”, mediante el empobrecimiento general, permitirá una acumulación de riqueza que un día se “derramará” hacia abajo para felicidad de todos en goce pleno del paraíso “anarcocapitalista”.
En tanto, para posibilitar el advenimiento del paraíso, como siempre en todo planteo de Estado totalitario, será menester desconocer todos los derechos a la gran mayoría de la población. En otros casos ejemplares fue necesario pasar por campos de concentración, “gulags”, sufrir enemas de aceite de ricino o desapariciones forzadas, pues en estos modelos estatales no solo se niegan los detestables “derechos sociales” sino también los individuales, pues todos los derechos están vinculados: si se niegan los sociales, los ingenuos ciudadanos que no creen en el mito usarán los derechos individuales para reclamarlos y, para evitar sus reclamos y protestas, no quedará otro recurso que privarlos también de los más tradicionales. Por ende, la “libertad” solo nos será devuelta cuando llegue el “derrame”, podamos gozar plenamente del paraíso prometido y nos demos cuenta de lo equivocados que estamos.
Como es obvio, todo Estado totalitario es incompatible con la democracia. Su “legislación” y sus “sentencias” emergen del ídolo y no del pueblo ni de sus mayorías. Pero como el ídolo es algo abstracto, siempre requiere un “intérprete último” que otorgue cierta certeza a sus mandatos, sea un “conductor”, “timonel”, “Führer”, “Soviet” o algo parecido, que bien puede ser un presidente que se “saca” para decirnos que su “ciencia económica” no puede ser desmentida por ninguna mayoría que, por ignorante, es fácil presa de la demagogia y quien sostenga lo contrario es una “miserable rata fracasada”.
Lo cierto es que nada nuevo se inventa para emprender este camino hacia el Estado totalitario de mercado que se nos insinúa con creciente claridad, sino que, por el contrario, responde a una ideología vetusta. La idolatría del mercado se remonta a una vieja jurisprudencia de la Suprema Corte norteamericana de finales del siglo XIX, superada hace casi cien años por Roosevelt y su Corte, aunque renovada en la última posguerra por los “evangelistas” de Mont Pelerin, es decir por von Hayek, von Mises y sus seguidores Rothbard, Friedman, etc., que se inventaron el premio Nobel de economía para repartírselo entre ellos y decirnos que nuestra pobreza se debe a que no “abrimos” totalmente nuestras economías, para quedar por completo a merced de la expoliación colonialista.
Se trata de una ensalada ideológica que todo lo pretende confundir y, para eso, estigmatiza cualquier injerencia política sobre el ídolo “mercado” como “comunista” o “socialista”. Pero, involuntariamente también se confunde todo cuando desde otro lado se afirma que lo que sufrimos los argentinos es resultado de un “giro mundial hacia la derecha”. Ninguna de ambas afirmaciones es verdad, pues una lleva al despropósito de considerar “comunista” a Keynes y a los conservadores de la década infame que en nuestro país aplicaron sus principios para superar la crisis de 1929, en tanto que la otra pasa por alto que desde esa perspectiva también serían “comunistas” Trump o Meloni, al promover el proteccionismo en sus países que, aunque no nos gusten, es innegable que no son tontos idólatras adoradores del mercado.
La historia nos demuestra que ninguno de los modelos de Estados totalitarios míticos llevó a sus sociedades al paraíso prometido, sino que, en cierto momento entraron en crisis, dejando tras de sí distintas intensidades de desastre. Esperemos que, en nuestro país, el modelo de Estado totalitario de mercado no se logre instalar del todo y que los daños de la mera tentativa en curso sean de baja intensidad, para poder restaurar el Estado republicano y democrático con celeridad y, sobre todo, sin incurrir en nuevos errores.
*Profesor Emérito de la UBA