Artemio López
Mariano Fraschini
Introducción
El peronismo vuelve a estar en la oposición. Por cuarta vez desde la recuperación de la democracia en 1983, el justicialismo se encuentra fuera de la cúpula decisoria del Estado. A pesar de que existe un “consenso bobo” acerca de las “muchas” décadas en que el movimiento fundado por Perón fue gobierno, lo cierto es que de las 10 elecciones presidenciales efectuadas desde el inicio de la transición democrática en el 60% de las veces se impuso el peronismo y en el 40% expresiones no justicialistas. Es decir, el peronismo lejos de ser un espacio político hegemónico en el interior del sistema político argentino, compite “palo a palo” con expresiones opuestas a su ideario. Desde allí que este cuarto momento del peronismo en la oposición pueda ser analizado en perspectiva comparada con las otras experiencias históricas, que brindan un mosaico variopinto para comprender los avatares de la principal fuerza política argentina cuando se encuentra fuera del gobierno.
A pesar de que resulta una práctica bastante común en las últimas décadas, los avatares del peronismo en la oposición no son experimentadas como momentos agradables. Como si el “peronismo no pudiera perder” la experiencia de observar un partido derrotado pero entero en sus formas se vive con un dramatismo fuera de lo común. El pedido de regeneración interna, el desplazamiento de la cúpula derrotada en la elección, el cuestionamiento a la conducción y la búsqueda de responsables políticos se encuentran a la orden del día. Y pese a los anuncios rimbombantes que decretan la muerte del peronismo, el movimiento popular se empeña en negar en la realidad esos vaticinios deseosos y apresurados. Al igual que en las experiencias anteriores, el peronismo vuelve una vez más al llano y se prepara para su vuelta, como en 1989, 2003 y 2019.
En ese marco, resulta imprescindible realizar una aclaración necesaria antes de abordar este objeto (y sujeto) de estudio tan fascinante: el motivo principal del pensamiento cartesiano era buscar un nuevo comienzo para la filosofía que asegurase ciertas certezas, es decir, su objetivo era conseguir un grado de seguridad similar al que empezaban a conseguir las ciencias físicas aquellos años con sus descubrimientos científicos. Esta pretensión, fallida, que niega la aleatoriedad de los acontecimientos políticos, sigue dominando parte del pensamiento de analistas y dirigentes, siempre dispuestos para asignar racionalidad cartesiana al porvenir. No parece este ser un método sostenido en la evidencia. Y tampoco el de los autores de este texto.
Desde este lugar, el objetivo de este cuaderno, entonces, será el de recrear sucintamente los distintos momentos en el que el peronismo pasó a la oposición y cuáles fueron sus debates, sus conflictos internos y sus formas de resolverlos. Asimismo, ampliaremos la mirada hacia el surgimiento de los nuevos dirigentes en cada nueva etapa, como así también, los desplazamientos de líderes que electoralmente declinaron. Sumaremos a este análisis las distintas discusiones internas y cómo las mismas fueron procesadas al calor de un movimiento que se va reimpulsando y regenerando por la presión social de las necesidades populares. Lejos de hacer una autopsia partidaria, pretendemos comprender las distintas dinámicas que se van desplegando al interior de un peronismo que asume sus derrotas con más naturalidad de lo que indica el sentido común dominante.
En términos metodológicos, realizaremos un breve racconto histórico de los contextos políticos en los que el peronismo vuelve al llano (sólo en 1983 no volvió ya que estaba en el llano) y cómo pone en funcionamiento sus mecanismos internos para volver a ser gobierno. Más tarde daremos cuenta de la actual experiencia en la que el justicialismo vuelve a ser oposición en este caso de un experimento político novedoso en sus formas, pero no en sus contenidos, para cerrar el texto con una breve comparación histórica de cómo se mueve el peronismo en el llano y de qué forma resuelve sus internas con el propósito de prepararse para un nuevo retorno a las esferas de decisión gubernamental.
Postales de un peronismo en la oposición: ¿Cómo procesó la derrota y cómo volvió?
Para realizar un recorrido por las distintas etapas en las que el peronismo se encontró en la oposición, creemos oportuno analizar el proceso a partir de ciertas variables que puedan dar cuenta del momento histórico referido, como así también el clima de época en la que se debatía el devenir político- partidario. En ese marco, proponemos las siguientes variables: a) los nombres propios, b) las principales disputas, c) la posible vuelta al gobierno. Tomando este conjunto de variables, que oficiará de hilo conductor, nos proponemos analizar todos los momentos históricos en los que el peronismo se encontró en la oposición y cómo resolvió sus dilemas políticos-partidarios.
Primera estación: derrota del año 1983
Cuando en el año 1983, tras la crisis del plan económico social de la dictadura cívica militar iniciado por el neoliberal José Alfredo Martínez de Hoz, se recuperó la democracia, el “número puesto” para ganar la elección primigenia era, sin lugar a dudas, el candidato peronista Ítalo Argentino Luder. Sin embargo, los resultados fueron ampliamente favorables al candidato radical Raúl Alfonsín que obtuvo el 51,75% de los votos, muchos de los cuales eran tradicionalmente peronistas, contra el 40,16% del candidato virtualmente triunfador. Desde el inicio de la recuperación democrática los “candidatos naturales” dejan de serlo una vez que se abren las urnas, o se deciden las nominaciones partidarias.
La primera derrota electoral del peronismo en su historia trajo consigo una novedad para la política argentina. El triunfo radical dejó al peronismo con un cúmulo de responsables y huérfano de dirigentes de peso con capacidad para encarrilar el proceso de redención electoral. El cuestionamiento a su cúpula dirigencial y al sindicalismo histórico dio lugar a un largo proceso de renovación partidaria que, a pesar de la derrota en las legislativas del año 1985, se pudo recuperar cuatro años después en un contexto más propicio a sus expectativas.
La figura excluyente de Antonio Cafiero en ese contexto esquivo resulta ser trascendental, ya que el dirigente bonaerense no sólo fue uno de los principales protagonistas de la renovación partidaria, sino que fue el artífice de la recuperación electoral del peronismo en las elecciones legislativas y distritales del año 1987. El 6 de septiembre de ese año el peronismo volvió al triunfo luego de varios sinsabores y la elección en la provincia de Buenos Aires catapultó a Cafiero a la cima política de aquel momento histórico. El peronista renovador se convertía, para los medios, la sociedad y la opinión pública, en el principal hombre a ocupar el sillón presidencial en el año 1989. Lejos se encontraba Carlos Saúl Menem, por ese entonces gobernador de la Rioja y más conocido por las imitaciones entonces populares del cómico Mario Sapag, de convertirse en una alternativa concreta y viable para el movimiento peronista.
Sin embargo, y a pesar de resultar Antonio Cafiero el “candidato natural” del peronismo para las elecciones presidenciales del año 1989, un audaz Carlos Menem lo desafió a una interna partidaria resultando triunfador de la contienda.
Las disputas que se despliegan en el interior del peronismo durante esta etapa están asociadas a cuestiones ideológicas y de formas políticas. Las que acontecen durante los años 1984 y 1985, que enfrentan al sector interno liderado por Cafiero y la jefatura del movimiento en manos de la ortodoxia, tiene como epicentro no sólo las cuestiones formales partidarias, sino también las ideológicas. La necesaria renovación del partido y su conducción derrotada en 1983, no pudo procesarse internamente y obligó a Cafiero a presentar su candidatura a diputado por fuera de las listas oficiales del peronismo. El triunfo del exministro de economía de Juan Domingo Perón, permitió finalmente que la renovación interna se produjera al calor de un peronismo que se modernizaba luego de la larga siesta ortodoxa.
La disputa interna acontecidas durante el año 1988 y que dio lugar a la interna de ese año tampoco tuvo que ver centralmente con cuestiones ideológicas. Si con el tipo de liderazgo más “adecuado” para disputar la elección presidencial con el radical Eduardo Angeloz. A priori la ventaja de Cafiero se fue diluyendo al calor de un nuevo liderazgo con características populistas (y populares), que concentró su campaña con una gira por todo el país apelando al contacto directo con la sociedad y a un discurso de raíz más ortodoxa y tradicional movimientista. “Salariazo” y “Revolución productiva”, con patilla, poncho y esfinge de Facundo Quiroga formaba parte del compuesto que Menem ofrecía al peronismo.
Para ir cerrando esta etapa, a partir del de la derrota electoral de septiembre de 1987 el radicalismo gobernante entró en un tobogán político que culminó en el arenero de la sucesión presidencial en un candidato peronista. Cuando en agosto de 1988 tras la crisis del Plan Austral y su heredero, el Plan Primavera, la hiperinflación desarticuló totalmente el orden social, y la certeza de la derrota oficialista depositó los ojos en la interna peronista. Quedaba claro que quien triunfase en esa elección sería el seguro presidente. Como observamos más arriba el hasta ese momento ignoto dirigente oriundo de La Rioja se impuso al “cantado” Cafiero. El 14 de mayo de 1989 Menem triunfaba con casi la mitad de los votos válidos ante un debilitado Angeloz que a pesar de un contexto socioeconómico caótico arañó el 40%.
Segunda estación: derrota del año 1999
Luego del contundente triunfo electoral de Fernando De la Rúa en la primera vuelta del 24 de octubre, el peronismo logró conservar tres de los cuatro más importantes distritos del país, Buenos Aires, Córdoba y Santa Fe, y la mayoría absoluta en la Cámara de Senadores. Desde allí que Carlos Ruckauf, Juan Manuel De la Sota y Carlos Reutemann emergieran como los principales nombres dentro del peronismo. Un Eduardo Duhalde aún golpeado luego de dos reveses electorales consecutivos (legislativa de 1997 y presidencial de 1999, en esta última, haciendo la peor elección histórica del peronismo hasta ese momento) y un Carlos Menem desgastado luego de diez años de ejercicio del poder, completaban el mapa de nombres propios en el interior del partido. La “triple entente” conducida por los gobernadores triunfantes se auto titulaban (una vez más) la renovación del peronismo, y a pesar de qué cada uno de ellos diagramaban estrategias dispares para el corto plazo, dicho trío convergía en la necesidad de oxigenar el justicialismo superando la etapa de menemismo.
Al igual que la experiencia precedente, las disputas hacia el interior del justicialismo brotaban por doquier: Menem- Duhalde, Ruckauf- Menem, De la Sota- Duhalde, por mencionar algunas. El duhaldismo acusaba al menemismo de ser los verdaderos “culpables” de la derrota, los menemistas contestaban que “Si Menem hubiese competido, no sé perdía”, Ruckauf intentaba “jubilar” a Menem por considerar que “su tiempo ya pasó”, De la Sota resaltaba que Menem aún mantenía su apoyo en el interior del Partido, y Reutemann encapsulado en su Santa Fe natal observaba con su silencio eterno el panorama interno. Sin embargo, la disputa más importante se desplegaba entre el menemismo saliente y el duhaldismo derrotado. Sin llegar a la “guerra de todos contra todos” hobbesiana, las huestes justicialistas disparaban culpabilidad por doquier y se exhibía un mosaico interno muy difícil de galvanizar en una conducción indiscutida. Al carecer de un liderazgo incuestionable, el peronismo iba procesando sus internas al calor de un gobierno aliancista que se comenzaba a desintegrar casi desde sus inicios.
Para diciembre de 2001 el movimiento continuaba sin un jefe indiscutido y esto originó, luego de la renuncia de De la Rúa, una sucesión interminable de presidentes peronistas que acabó finalmente en el gobierno provisional de Duhalde casi dos semanas más tarde. Esto no inclinó la balanza interna hacia el exgobernador de la provincia de Buenos Aires, sólo sirvió para sortear la crisis institucional producida tras la renuncia del líder radical.
Tras la megacrisis del año 2001 los candidatos “evidentes” eran muchos, todos peronistas, claro; desde Eduardo Duhalde que dejó su deseo presidencial en la masacre del puente Avellaneda, hasta Carlos Reutemann, que vio una luz pero no subió. Se apuntaba también al lote de los “cantados” José Manuel De la Sota, quien no despegó nunca del 5% de intención de voto; e incluso el Adolfo Rodríguez Saá que prometía plantar un millón de árboles y resolver el tema del desempleo galopante.
Desde allí, y en vistas a la sucesión presidencial de 2003 el peronismo no pudo procesar sus diferencias internas y dejó en libertad de acción a los principales referentes del movimiento para presentarse a la elección general con sus propios sellos partidarios. Así el 27 de abril el peronismo compitió en la elección con tres candidatos: Néstor Kirchner con el Frente para la Victoria, Carlos Menem con el Frente por la Lealtad y Adolfo Rodríguez Sáa con el Frente Movimiento Popular.
Como ya se sabe, el que finalmente recondujo magistralmente la crisis de salida del ciclo neoliberal de casi 25 años fue Kirchner, hasta ese momento un desconocido gobernador patagónico, cuyo apellido resultaba poco amistoso para amplias franjas populares que a falta de un mejor “recurso narrativo”, lo llamaban Kissinger.
Las disputas en el interior del peronismo durante esta segunda etapa en la oposición se concentraron en cuestiones ideológicas y de liderazgos. El cuestionamiento a la figura de Menem, conducto “natural” en ese momento tras la derrota de Duhalde en las presidenciales, fue parte del paisaje cotidiano en el interior del partido. En ese marco, discutir el pasado en el año 2000 era discutir el menemismo. Para decirlo mejor, poner en discusión el gobierno menemista. Al menos desde 1997 las disidencias en torno al neoliberalismo menemista habían formado parte de las discusiones entre los compañeros. El PJ de la provincia de Buenos Aires había emergido en ese marco como un polo confrontativo en el interior de movimiento, y mantuvo esa posición en la campaña presidencial y con mayor vehemencia luego de ella. El sector más moderado del peronismo con De la Sota y Reutemann (en silencio) a la cabeza, valoraban los trazos centrales de la obra de gobierno, despegando su apoyo de los casos de corrupción. Al igual que en la primera oposición peronista, la discusión del pasado no resultó un camino uniforme.
A diferencia de la experiencia anterior, en esta segunda oposición hay menos desorientación. Hay dispersión, fragmentación, pero no desorientación. Preparados para la derrota que se avizoraba desde el fracaso electoral de 1997, en el peronismo no brilla el desconcierto. La experiencia de los ochenta brindó a los actores en el interior del partido de la experiencia necesaria para intentar evitar la diáspora y enhebrar estratégicamente las posibilidades concretas del retorno. En este sentido, el peronismo opositor en los ochenta fungió como “herencia” histórica para que el justicialismo del siglo XXI tuviera a mano un legado que le permitiera transitar los cuatro años en el llano con expectativa de retorno. Sin embargo, no fue lineal y tampoco estuvo exento de conflictos, como vimos más arriba
La originalidad de la etapa resultó ser que los debates, como siempre sobre quien conduce, se le sumó el ideológico. Si a finales de los noventa pudiésemos ubicar en un continuo ideológico a los fragmentos peronistas, en los polos estarían el menemismo y el duhaldismo. Recordemos que el proto kirchnerismo adhería al segundo núcleo político ideológico. Si el menemismo expresaba el neoliberalismo ahora “dolarizador” de principios de siglo, el duhaldismo se presentaba (y ubicaba) más cerca del peronismo tradicional hijo de “la intervención del Estado para congeniar los intereses del capital y del trabajo”. La comunidad organizada made in 2000.
El epílogo lo conocemos: la Alianza se fue antes de tiempo, el peronismo sin unidad se disputó la propia presidencia durante las dos últimas semanas de diciembre de 2001 y Duhalde logró imponerse en esa interna irresuelta. La sucesión de presidentes era la muestra más acabada de la ausencia de unidad del peronismo, la escasa capacidad de consensuar un candidato y la necesidad de buscar fuera de él (el alfonsinismo bonaerense) los aliados necesarios para completar el mandato radical-frepasista. La elección de 2003 fue histórica, en cuanto a porcentajes de participación, a pesar de que hacía meses se habían convocado un conjunto de políticos con “alta imagen” para proponer un insólito “que se vayan todos”. La disputa menemismo vs duhaldismo-kirchnerismo atrajo todos los focos, y el triunfo del segundo indicó que los tiempos del neoliberalismo se habían agotado y los de una nueva partitura que tenía como centro la recuperación de la autoridad política y del rol del Estado como activo generador de las condiciones para una nueva matriz económica, más soberana, con distribución del ingreso y clásicamente peronista, era el camino del futuro.
Avancemos ahora con la tercera oposición justicialista
Tercera estación: derrota del año 2015
El primer ciclo kirchnerista culmina en el año 2015, el hoy libertario pero entonces peronista Daniel “Pichichi” Scioli era el nuevo “número puesto” para llegar a la Rosada, ya que, se decía, “desde hace dos años lidera las encuestas” e incluso había lanzado su candidatura con mucha anterioridad a la cita electoral. A pesar del clima en la “patria consultora” favorable al en ese entonces gobernador de la provincia de Buenos Aires, el resultado fue inesperado y, aun perdiendo las PASO con amplitud, Mauricio Macri logró imponerse en segunda ronda.
Y una vez más el peronismo por tercera vez en la oposición tendrá sus nombres y sus disputas internas. Muchos nombres y disputas. Desde Cristina Fernández de Kirchner a Juan Manuel Urtubey, pasando por Sergio Massa y Florencio Randazzo, hasta Alberto Rodríguez Saa y Sergio Uñac. El legado precedente le proporciona al peronismo una comprensión mayor y sabe que su paso por la oposición suele ser corto y se ilusiona con el retorno. Cuando parece que todo está perdido, ahí está el peronismo para recordar y mostrarse como partido de poder.
Como suele ser una costumbre desde siempre luego de una derrota electoral en el peronismo, la (re) emergencia de un polo renovador en el interior de sus filas, parece ser su marca registrada. Así también las trifulcas. Aunque suele ser de menor intensidad que sus precedentes, los dos grandes polos kirchnerismo y antikirchnerismo vertebraron la disputa interna. Aquí radica la principal discrepancia de la etapa. El pasado kirchnerista. Discutir el pasado, es, al igual que la segunda oposición justicialista, discutir al gobierno anterior. En esta coyuntura discutir a CFK.
A diferencia de la experiencia precedente, en esta existe mayor uniformidad entre los “compañeros” a la hora de criticar el pasado. También hay, pero en menor proporción, al menos al inicio, quienes defienden la “década ganada”. Algunos con mayor efusividad, otros tímidamente, se ponen la letra K. Pero al igual que la segunda oposición peronista, esta alentó, sin prisa y sin pausa, la conformación de un polo renovador frente a la expresidenta. La renovación no está en las prácticas, en la ideología o en el posicionamiento político frente al gobierno de turno, sino en oponerse al peronismo que fue expresión en la etapa precedente. En ese marco, y en espejo con la segunda oposición, esta tercera tuvo un justicialismo con recursos institucionales (gobernadores y senadores) en su mayoría alineados con las posturas más moderadas frente al gobierno, mientras el kirchnerismo como la fracción más intransigente. De hecho antes de comenzar el gobierno de Macri, se produjo un desprendimiento de una veintena de diputados que armaron un bloque propio con la finalidad de negociar directamente con el gobierno la agenda legislativa. En el senado el armazón institucional más importante de oposición a Macri resultó ser un bloque variopinto que votó escasamente en forma monolítica. Como en las experiencias anteriores, la cámara alta, a pesar de las mayorías peronistas, se exhibió amigable con el gobierno de Cambiemos.
En cuanto a las cuestiones ideológicas, el peronismo volvía a aparecer dividido en dos polos. El “populismo kirchnerista” expresando la “izquierda partidaria”, mientras que el frente articulado en el polo renovador dando cuenta de un “centro moderado”. Como sabemos, en el interior del peronismo nadie se presenta como parte ideológica de algo. Los compañeros se asumen como peronistas. Así, a secas. Ni siquiera en los momentos más álgidos (y trágicos) del PJ, se escuchará a un peronista decir “yo expreso la derecha/izquierda del partido”. En todo caso se discutirá quién es el “verdadero peronista”. En ese marco, el kirchnerismo emerge como el espacio más intransigente frente a Macri y el “peronismo renovador” como en el año 1985 y el año 2000 se intenta “mimetizar” con el gobierno que lo desplazó y suele tener posiciones política-ideológicas más cercanas al oficialismo. Las tuvo Cafiero con Alfonsín, Ruckauf, De la Sota y Reutemann con De la Rúa y la tuvieron Massa, Pichetto y la mayoría de los gobernadores con Macri.
En línea con la experiencia precedente, aquí tampoco hay desorientación. Si una estrategia contemplativa, similar a la segunda oposición. Desde allí que no se retroalimenten como sucedió con la primera oposición. Una vez que el gobierno de Mauricio Macri comenzó a dar cuenta de su deterioro, allá por mayo de 2018, el peronismo en su conjunto enarboló la bandera del “hay 2019”. El pasado, una vez más, encendía las posibilidades de ese presente macrista en declive, y el horizonte de futuro aparecía más prometedor que el post derrota electoral del año 2017.
Apenas el gobierno de Cambiemos comenzó a perder su brillo inicial, el peronismo que olfatea como nadie el humor popular, se comenzó a mover sigilosamente, uniéndose en la fragmentación genética, como siempre que se bate como oposición. Cuando se cree que buena parte del peronismo se resigna a ejercer plenamente su rol de oposición amigable con el gobierno, y en consecuencia se hable del fin del peronismo (en los ochenta, a principios de siglo, en 2016-2017 y hoy también), el movimiento octogenario vuelve a resurgir. Y esos silencios que forman parte del menú habitual de los primeros años de los gobiernos no peronistas, un silencio licencioso o táctico, devenido una forma estructural de ejercer la oposición, se mueve inmediatamente hacia posiciones antagónicas con la misma facilidad con que fueron hacia una más conservadora y amigable.
Pero debemos problematizar esta cuestión interrogándonos acerca de sí estas tácticas partidarias no forman parte de una estrategia unitaria que descansa justamente en “nunca mostrar las verdaderas cartas”. Las tres oposiciones peronistas antagonizaron con liderazgos muy fortalecidos electoralmente en distintos momentos en los cuales nunca se le realizó una oposición total, y en la mayor parte de sus administraciones se les otorgó votos parlamentarios, agendas programáticas casi sin obstáculos y acuerdos puntuales en la superestructura (la “calle” es otro cantar, ya que el peronismo en sus distintas fracciones nunca las abandonó en ninguno de los tres momentos). Sólo cuando esos liderazgos comenzaron a descender en la opinión pública, y a perder recursos de poder, el peronismo los enfrentó en forma plena y directa. Nunca antes.
Y para culminar este apartado, como sabemos, el conflicto en el interior del peronismo lo ordenó un twitt de CFK en el que postulaba a Alberto Fernández como candidato a presidente y a ella como vice. Esa jugada magistral de la expresidenta concretó en pocas semanas la unificación de los distintos actores peronistas en apoyo a la flamante fórmula. Una vez más CFK exhibió su talento en la conducción política, y habilitó la construcción de una “alternativa ganadora” ante un tercer gobierno neoliberal que entraba en el tobogán del fracaso. El estiletazo final lo dio la constitución del Frente de Todos, la herramienta electoral que derrotó a Macri en octubre del año 2019 convirtiéndolo en el primer presidente sudamericano que intentó extender su mandato y falló en el intento.
Y una vez más, como en el pasado, los “candidatos naturales” vuelven a naufragar, mientras los “tapados” son los que se llevan el premio mayor. En pleno macrismo y en medio de una megacrisis de deuda e ingresos familiares y habiendo duplicado el desempleo y la pobreza, el candidato surgido del tuit de Cristina Kirchner no estaba en los planes de ninguno, y tampoco era “evidente” para nadie, propios o extraños. Así parecer ser la dinámica política argentina. Hay que prestar atención a esos acontecimientos impredecibles, repletos de contenido y que orientan los pasos del futuro más cercano.
Cuarta estación: derrota del año 2023
La derrota del peronismo en las elecciones de noviembre de 2023 inaugura el primer gobierno liberal-libertario de la historia, y el cuarto neoliberalismo desde la recuperación de la democracia. El peronismo se encuentra, en términos institucionales, en el peor momento de su historia: la menor cantidad de gobernadores desde el retorno a la democracia en el año1983 y sin su clásica mayoría en el Senado. En Diputados, a pesar de ser la primera minoría, se encuentra muy lejos del quorum.
Esta última etapa sobresale por los conflictos en el interior del espacio más importante en el peronismo que es el kirchnerismo. El apresuramiento del gobernador Axel Kicillof en convertirse en “candidato natural” tres años antes de las elecciones parece desafiar una lógica de hierro que marca que ningún presidente argentino lo fue con tantos años de anterioridad. Es más, los candidatos que emergieron como los “naturales” a llevarse el premio mayor, como observamos más arriba, sucumbieron en forma estrepitosa, o no llegaron literalmente a ser opción de cambio: Cafiero en 1989, Fernández Meijide en 1999, Reutemann en el año 2003, De Narváez en el año 2011, Massa en el año 2015, Macri en el año 2019 y Rodríguez Larreta en el año 2023[i].
Pues bien, asignarle racionalidad cartesiana al porvenir no parece ser la estrategia más adecuada, al menos para la Argentina de los “dos años anteriores”. En el caso del gobernador de la provincia de Buenos Aires, quien en su discurso de lanzamiento de cara al año 2027 (!), señaló que “Tratamos de hacer un poquitito más alegres cada día a los bonaerenses. ¿Por qué no podríamos hacer lo mismo, cuando estemos listos y organizados, para casi 50 millones de argentinos? Sabemos cómo hacerlo”, estaríamos hablando de tres años ha. Sin embargo, el método en que se fundamenta ese “optimismo cartesiano”, no tiene evidencia que lo valide y parece saberlo[ii].
Si nos recostamos sobre la mirada filosófica de esta razón cartesiana, perdón esta corta, pero necesaria, digresión filosófica, Althusser propuso la expresión “materialismo aleatorio” o “materialismo del encuentro” para designar a la filosofía del marxismo, con el fin de poner de manifiesto la primacía del azar sobre la necesidad como tesis fundamental de todo materialismo filosófico. Althusser afirmaba que se observaba en la historia de la filosofía una tradición de filósofos que denomina del “materialismo del encuentro”, tradición “reprimida” por la ideología dominante. Su primera formulación fue el atomismo de Epicuro, y Demócrito, continúa con Maquiavelo, Spinoza, Rousseau, Hobbes, Marx, Engels, Freud y Derrida entre otros. Todos ellos, como el mismo Althusser en su momento, se caracterizaron por negar la existencia de un Origen o Causa Última y de una Finalidad preestablecida de la realidad. Puede decirse que el mundo es el hecho consumado en el cual, una vez consumado el hecho, se instaura el reino de la Razón, del Sentido, de la Necesidad y del Fin. Pero la propia consumación del hecho no es más que puro efecto de la contingencia, ya que depende del encuentro aleatorio de los átomos debido a la desviación del clinamen. Antes de la consumación del hecho, antes del mundo, no hay más que la no-consumación del hecho, el no-mundo que no es más que la existencia irreal de los átomos.[iii]. Volveremos sobre esto en la conclusión.
Regresando a la interna y a sus nombres y discusiones, la actual coyuntura política tiene nuevamente a CFK como una de las principales protagonistas. Ungida con el consenso de la mayor parte del peronismo, la expresidenta asumió la titularidad partidaria con el fin de ordenar al justicialismo de cara a esta nueva etapa. Ante la ambición anticipada de Kicillof, que anunció su candidatura presidencial en el primer año de gobierno libertario, y la de un “devaluado” Ricardo Quintela, que forzó hasta el final sus chances de conducir el partido, el peronismo se zambulle nuevamente en la disputa interna, como lo hizo en todas las etapas en que fue oposición. En el marco de la cuarta administración neoliberal, que a pesar del ajuste feroz, conserva aún cierto consentimiento popular, sumado a un liderazgo, como el de Milei, que aún cuesta ser codificado en todas sus aristas, el peronismo vuelve a discutir nombres (conducción) más que razones ideológicas.
Sin embargo esta disputa se hace sobre bases racionales cartesianas: evidencia, análisis, deducción y comprobación, los populares pasos del método de René Descartes a los que se aferran muchos dirigentes políticos (y no sólo políticos)[iv]. En ese marco, y para lo que queremos coloquialmente señalar acá, fue Dante Panzeri el que mejor definió el reino de la incertidumbre que domina también las perspectivas políticas y electorales, caracterizando entonces al fútbol como “dinámica de lo impensado”[v]. “El fútbol, para ser serio, tiene que ser juego”, de esta manera explicaba Panzeri, en el año 1967, el ocaso de lo lúdico y el establecimiento de la industria futbolística. Se trataba de una crítica a la modernidad desde dentro del campo. Por más orden que busquemos, por más “ciencia” que pretendamos invocar, el partido se decidirá por el arte de lo imprevisto, la dinámica de los impensado. Pues bien, la asociación de fútbol y política no es nueva, pero en esta dimensión que transitamos acá, estimamos que sí lo es.
En general, pero particularmente tras las crisis recurrentes que vivimos en nuestro país –hoy nos encaminamos a otra superior–, habrá nuevos candidatos que serán “números puestos”, encuestas que los sostengan, asesores que dibujen una, dos, mil muecas de ocasión, pautas publicitarias y el tradicional coro de ortivas que exalten las virtudes del elegido. Nunca, sin embargo, habrá certeza alguna, la política en general, y en la crisis y su reconducción en particular, también se rige por la dinámica de lo impensado de la que hablaba Panzeri en el año 1967.
El “acontecimiento”, lo “imprevisible”, lo “impensado”, vuelve a emergen en este contexto nacional, pero también geopolítico, complejo e impredecible. Este último tránsito del peronismo en la oposición tiene como nervio central lo novedoso. La experiencia libertaria, la disputa intra-kirchnerista, el ocaso de la derecha tradicional, son apenas algunas de las originalidades de este tiempo, de esta coyuntura única y pesada en lo político y lo social. ¿Podrá el peronismo una vez más retornar al gobierno en las elecciones de 2027? ¿Será la principal fuerza política electoral en las legislativas del año 2025? ¿Hasta donde avanzará la confrontación interna? Preguntas que sólo el tiempo podrá disipar.
Conclusiones
Entonces, qué podemos extraer de este veloz recorrido histórico por las distintas experiencias opositoras peronistas desde el retorno a la democracia en el año 1983. Algunos elementos en forma de punteo son los siguientes:
1) Luego de las derrotas electorales (1983, 1999, 2015 y 2023) el peronismo se fragmenta en polos que escasamente tienen que ver con cuestiones ideológicas. Las divisiones internas se asientan sobre todo en “choques” de liderazgos o en el posicionamiento táctico frente al gobierno de turno. Decimos táctico, para dar cuenta que se trata de acuerdos coyunturales, que más tarde, cuando la ocasión lo amerite, sean suspendidos definitivamente.
2) La gran mayoría del justicialismo, una vez en la oposición, suele ser crítico de las experiencias del gobierno anterior. Lo han sido de la del 70, la menemista y las kirchneristas. Y en todos los casos la palabra “Renovación” apareció siempre en el vocablo preferido de los compañeros. Siempre hay que “Renovarse” del pasado. Para el peronismo, el concepto renovación suele ser igual a la demanda de salida de la primera plana de los dirigentes que protagonizaron la etapa anterior. En esto el peronismo no es novedoso: ante las derrotas electorales suele pedirse “la cabeza” partidaria, acá y en Japón.
3) En las cuatro experiencias reseñadas brevemente (una está en curso), el peronismo contó con importantes recursos institucionales: mayoría de provincias y el Senado. Los gobernadores siempre intentaron tener buena relación con la Rosada (Menem y Cafiero con Alfonsín, Ruckauf y Reutemann con De la Rúa, Urtubey y Schiaretti con Macri, Jalil y Jaldo con Milei, para mencionar algunos) mientras el presidente de turno “midiera” bien. Una vez que estos ingresan en la pirámide descendente se convierten en “mancha venenosa”. En cambio, el Senado suele acompañar al presidente casi hasta “el final”. En ese sentido, la Cámara Alta oficia como dador de gobernabilidad, en su rol que lo ubica la mayoría de las veces como participante de un co-gobierno. Si uno piensa en voz alta qué leyes les trabó el Senado opositor peronista a los gobiernos no justicialistas aparecen después de pensar un buen rato “la Ley Mucci”, “la Reforma Electoral” macrista y no muchas más. Sin embargo, y a diferencia de las tres anteriores, en esta el peronismo es donde cuenta con menores recursos de poder legislativos y federales y el Senado se muestra mucho más confrontativo con el gobierno que en las experiencias precedentes.
4) El peronismo en la oposición no discute cuestiones ideológicas o programáticas. Tampoco reflexiona públicamente mucho sobre el pasado. Al son de la “única verdad es la realidad”, el justicialismo suele asumirse oposición e intenta mediante diversas tácticas y estrategias continuar manteniendo cuotas de poder con el nuevo gobierno, y en el peor de los casos, convertirse en poder de veto cuando se trata de defender cuestiones importantes para el espacio partidario. Es bien pragmático, y a pesar de las desavenencias internas, suele en silencio cuidar la unidad (al menos la mayor parte de ella), como veremos en el siguiente punto.
5) La unidad del peronismo suele llegar siempre una vez que emerge un liderazgo indiscutido. Puede ser antes de la elección general (Menem 1988) o luego de ella (Kirchner 2005). Nunca antes. Y hasta ese momento, los peronistas suelen jugar con sus figuras hasta el final. Sin embargo, la evidencia histórica revela que ese candidato unificador no llega pronto. Repasemos. La primera oposición peronista resolvió sus disidencias en la interna de 1988 a favor del ganador de ella, que hasta ese momento contaba con la menor cantidad de adhesiones en el mundo justicialista. La segunda oposición lo hizo recién luego de sortear una primera grieta en la caída de De la Rúa (los cinco presidentes fueron la evidencia de que el peronismo continuaba desunido), la elección de 2003 con tres candidatos peleando por la Rosada, y la última entre el kirchnerismo gobernante contra su ex aliado Duhalde. La única que a la fecha sale de esta lógica es CFK que a la salida del gobierno logró mantener su liderazgo en el peronismo (nunca exento de críticas y disputas) y lo mantiene a la fecha a pesar de las últimas dos derrotas electorales.
6) Los presidentes justicialistas que suceden a los gobiernos no peronistas hasta hoy provinieron de las provincias “periféricas” (Menem y Kirchner) o fueron elegidos a “dedo” (o por un twitt, Alberto Fernández). Los candidatos “naturales” o “cantados” (o los triunfantes en las legislativas de medio término) nunca fueron. No fue Cafiero, no fue Ruckauf, no fue Reutemann, no fue De la Sota, no fue Massa, no fue Rodríguez Saa. Es como si el peronismo seleccionara a sus candidatos a último momento (nadie esperaba que fuera Menem un año antes, ni Kirchner, cinco meses atrás, ni Alberto dos semanas antes) llevándose puesto siempre a los más instalados o a los “candidatos evidentes”.
En ese marco, la resolución de estas disputas vuelve a ser dominada por la aleatoriedad, eso muestra la evidencia desde el año 1983. Repasemos: tanto en 1988, como en el año 2001, Menem y Kirchner fueron pura aleatoriedad y brillante construcción de coyuntura, pero su liderazgo aún no existía. A pesar de las diferencias ideológicas existentes el modo de construcción fue similar, también lo fue el éxito en la estabilidad de sus gobiernos. Es cierto, uno para aplicar un neoliberalismo feroz con extranjerización del aparato productivo y exclusión social, y el otro para iniciar un proceso de transformación económico- social en línea con la tradición histórica del mejor peronismo.
En la actual coyuntura, el único activo potencialmente decisivo que dispone la oposición peronista para enfrentar el actual escenario de crisis social –y la que viene que será mayor-, es poseer un liderazgo histórico capaz de asignar racionalidad a su reconducción. Aquí la figura de CFK se revela como central, al igual que en el año 2019 en donde de manera exitosa se construyó una alternativa electoral al macrismo.
Lo que sí observamos es que si no puede reconducir la crisis CFK en una perspectiva popular democrática, no podrá hacerlo esta vez ningún dirigente que se ofrezca como alternativa. La postcrisis sin conducción es la materialización del clinamen[vi], domina la aleatoriedad. Por este motivo, desafiar la conducción de CFK es una mala idea. Dada la irreductible incertidumbre de múltiples aspectos de la vida humana, debemos admitir los límites de la razón que la razón misma nos marca, evitar el confortable autoengaño de creer que en todo momento es posible saber con certeza qué hacer, y estar abiertos a la posibilidad de usar conscientemente el azar en la toma de decisiones[vii]. En este sentido sostener el liderazgo y la conducción de CFK es el intento de, en la medida de lo posible, someter la aleatoriedad del Universo.
Notas
[i] Para más precisiones políticos- electorales sobre el tema consultar “Los dos años” del blog Artepolitica https://artepolitica.com/articulos/los-2-anos
[ii] Otro caso de anticipación cartesiana es Mauricio Macri (!) que ya se ofrece para reconducir el modelo neoliberal extractivista, pero con la racionalidad que hoy no abunda en el ejecutivo. Dijo recientemente sobre Milei: “La gente lo votó sabiendo que tenía una PSICOLOGÍA ESPECIAL”, pero “la autenticidad lo vale”, traducido, los intereses que encarna son los míos.
[iii] Althusser, Louis: La Corriente Subterránea Del Materialismo Del Encuentro. – 1982. Y continúa: “¿En qué se convierte en estas circunstancias la filosofía? Ya no es el enunciado de la Razón y del Origen de las cosas, sino teoría de su contingencia y reconocimiento del hecho, del hecho de la contingencia, del hecho de la sumisión de la necesidad a la contingencia y del hecho de las formas que «da forma» a los efectos del encuentro”
[iv] En esta misma dirección de análisis, de la imposibilidad de pensar el acontecimiento político como una deriva lógica de la coyuntura anterior a la irrupción, Raúl Cerdeiras, tributario del pensamiento de Louis Althusser y Alain Badiou, plantea fundamentalmente, dos cosas:
1) Se puede hablar de la política como acontecimiento, con lo cual se conceptualiza la política como una práctica disruptiva que se produce al margen del condicionamiento social y puede provocar una ruptura e introducir una novedad radical que no es posible ser pensada como una consecuencia lógica de las reglas dadas al interior de una situación; y
2) Esta concepción de la política como acontecimiento conlleva una perspectiva ontológica que enfatiza en la contingencia como condición ontológica en la que se instituye lo social. (4)
El objetivo es establecer en términos teóricos una intrínseca relación entre el acontecimiento político y el estatus ontológico de la contingencia en lo social, la contingencia como una irrupción aleatoria.
[v] Panzeri. Dante: Fútbol Dinámica De Lo Impensado – 1967
[vi] Bulo Vargas, Valentina: La libertad de las cosas: repensar el clinamen hoy – 2018
[vii] Marcos Elizalde: Prologo a Domar la suerte. La aleatoriedad en la toma de decisiones individuales y sociales. Paidos (pensamiento contemporáneo), 1991
Música que escuchamos para escribir esta nota