Los hechos al servicio de la ficción

La primera noticia sobre la fuga de dos militantes de un centro clandestino llegó en un cuento. A diferencia de los relatos de no ficción en los que un caso real es tratado con recursos literarios, Cacería sangrienta o La Daga de Pat Sullivan es pura ficción aumentada, casi en un registro grotesco. Todo es inventado, salvo el relato de la fuga hecho por los protagonistas que, en el cuento, también se figura como una aventura magnificada, por lo que se asimila a la ficción que la acompaña.

Fuga de Automotores Orletti: Graciela y José Ramón

Por Ernesto Salas *

La fuga de dos militantes del chupadero de la SIDE en noviembre de 1976

El primer personaje del cuento de Humberto Constantini es un escritor de novelitas baratas, por entrega, del género western, en busca de la inspiración morbosa que le permite una vida acomodada y que se le ha agotado. Están en México y un amigo le presenta a una parejita de argentinos como él, con los que se encuentra una tarde para escuchar la historia “increíble” —al decir del amigo- que le podría servir como fuente de inspiración.

Pero el joven militante, quien entre los dos es el que toma la palabra, en lugar de ir a los hechos se detiene en un discurso teórico-político introspectivo de análisis de situación, coyunturas subjetivas y objetivas, relaciones de fuerza, que al rato lo tienen presa de un fastidio pegajoso por la pérdida de tiempo que le insume el encuentro. Al borde del hartazgo, cuando está a punto de mandarlos a la mierda,  entre ambos despliegan finalmente la trama del secuestro y fuga de un campo de concentración en la Argentina, que el escritor transforma todo el tiempo en su mente en el posible guion de vaqueros, doncellas violadas y el toque del rescate heroico de Pat Sullivan.

El tono del relato transforma lo real en ficción. Al lector le es imposible distinguir la verdad del grotesco, pues no parece haber nada verdadero. Recién al final del relato, en una nota al pie, el autor informa que “ahora se puede saber”, que todo lo contado por la pareja de militantes es real, que el secuestro y la fuga existieron. Y entonces lo real maravilloso impacta en el lector con la fuerza de la denuncia.

Tradicionalmente, la ficción deforma, mejora, aumenta, interfiere en la percepción de aquello que en otros campos literarios se denomina acontecimiento de lo real, la historia por ejemplo.

Desde Operación Masacre de Rodolfo Walsh o A sangre fría de Truman Capote o Recuerdos de la muerte de Miguel Bonasso, hasta el más reciente La llamada  de Leila Guerriero, entre muchos otros, hoy resultan habituales los relatos de la no ficción. El género policial entremezcla sus claves con el documental y se utiliza la narración literaria para el trazado de los hechos.

La idea de narrar literariamente lo real ha provocado sendos debates. El código implícito entre un autor de ficción y sus lectores es que no es necesario considerar lo que se lee como real. Pero cuando se afirma que lo que se va a contar es un hecho acontecido, se incluye la consideración acerca de la verdad. La ficcionalización de una historia verdadera hace perder los límites entre lo real  y lo inventado.

La contrastación se hace entonces con la investigación histórica, su necesidad del concepto de prueba, el apego a métodos de investigación, fuentes, análisis estadístico, formulación de hipótesis, etc. Sin embargo, afirma Hayden White (2015), los historiadores obtienen en sus investigaciones un conjunto de datos que por sí mismos no constituyen un relato. Por lo que en su construcción el historiador modifica, adapta, suprime, caracteriza y añade distintos puntos de vista, haciendo uso de “técnicas que normalmente esperaríamos encontrar en el entramado de una novela o una obra […] El texto histórico no es, en modo alguno, una réplica de la realidad acontecida” (p. 113). En concreto, el historiador, pese a todo su bagaje, construye/ordena en una narración acontecimientos imposibles de ser recreados tal como fueron en el pasado.

El tratamiento de los hechos reales que introduce Constantini en la narración es diferente, dado que estos asumen la inverosimilitud de la ficción del contexto que los encuadra. El lector los entiende en el conjunto de la ficción que está leyendo. Es ficción, no hay necesidad de demostración. Y esto es lo novedoso, por eso impacta en el final cuando el autor da a conocer que una parte de lo que se ha relatado es la verdad de los hechos al servicio de la ficción.

José Ramón Morales, “Santiago” y Graciela Vidaillac eran militantes de las Fuerzas Argentinas de Liberación 22 de agosto (FAL 22), una de las columnas en las que se había fraccionado la vieja organización. José había comenzado su militancia en los Comandos Populares de Liberación y era el responsable militar de la regional Córdoba de la columna. Se encontraban recientemente en Buenos Aires, adonde se habían trasladado por la excesiva exposición en la provincia. Según partes de inteligencia e informes de la DIPBA, que se conocieron posteriormente, ambos eran buscados por el aparato represivo como integrantes del ERP/PRT.

La mañana del 1º de noviembre de 1976, una patota de la Secretaría de Informaciones del Estado (SIDE) que rastreaba el paradero de la pareja, secuestra a Luis Alberto Morales y Nidia Beatriz Sans (hermano y cuñada de José Ramón) cerca de la intersección de las calles Mitre y San Lorenzo en Sarandí, provincia de Buenos Aires. Los llevan al chupadero y los torturan para que digan dónde están Graciela y José Ramón. Al día siguiente, los represores irrumpen en el local de Avenida General Belgrano 3972, en Avellaneda, y secuestran a José Ramón Morales (padre) en su trabajo. Al igual que los anteriores, lo aprietan para que cante el domicilio que él y su mujer comparten con su hijo José Ramón y su nuera Graciela Vidaillac. A partir de esto los servicios conocen la dirección de la casa del barrio Los Pinos de Haedo, y hacia allí se dirigen unas treinta personas, vestidas la mayoría de civil, algunos con uniforme del Ejército y fuertemente armadas, al mando de Aníbal Gordon y Eduardo Ruffo.

En el momento del asalto, en la vivienda se encontraba Elsa Martínez, la madre de José Ramón (h) a la que sorprenden irrumpiendo con violencia. La atan  a una silla y le vendan los ojos. Sin perder tiempo, se atarean llenando valijas y bolsos con todo lo que encuentran de valor. La mascota de las hijas de la pareja, un cachorro, les ladra insistentemente y por eso lo matan. Una parte del grupo se instala en la cocina, se apropian de cerveza y gaseosas; se disponen a esperar. Mientras tanto, Ruffo y otra persona le pegan cachetadas a Elsa  y con un revólver juegan con ella a la ruleta rusa.

Pasa un tiempo indefinido y llega Graciela con sus dos hijas pequeñas (de cuatro y dos años) y las reducen. En este momento, desatan a la abuela para que cuide de las chicas, mientras a Graciela le sujetan las manos con unas boleadoras que había de adorno en la casa. Ruffo, Gordon y un pelirrojo la llevan al dormitorio, la tiran en la cama y empiezan a golpearla. Le preguntan por José Ramón. Después de un rato de ablande la sacan del domicilio y se la llevan en un automóvil Torino. En el trayecto se cruzan con una camioneta; de ella sacan al suegro de Graciela y lo tiran encima de ella en la parte trasera del auto. Los llevan al centro clandestino que regentea la SIDE, que luego se conocerá como Automotores Orletti. Al llegar con los detenidos, como es costumbre, hacen sonar la bocina y desde adentro se levanta la cortina para que puedan ingresar.

En la casa, una parte del grupo de tareas queda de guardia a la espera de la llegada de José Ramón. Finalmente, este regresa a su casa antes de las ocho de la noche ignorante de la trampa que le tienen preparada. A la entrada lo reducen y lo llevan al dormitorio. En un descuido, José intenta una resistencia y forcejea con uno de sus captores mientras otro le dispara un tiro en la pierna. Desde la otra habitación, Elsa escucha los tiros y la voz que grita pidiendo “alambre y trapo” para parar la hemorragia del secuestrado.

Como continuidad de su participación durante el gobierno de Martínez de Perón en la Alianza Anticomunista Argentina (Triple A), varios miembros de esta siguieron operando en la represión ilegal desde la Secretaría de Informaciones del Estado (SIDE) al mando del general Otto Paladino, uno de los fundadores de aquella siniestra organización paramilitar. En la SIDE, el responsable de la División “Operaciones Tácticas I” era Néstor Guillamondegui. En el marco de la dictadura genocida, alquilaron una primera base operativa, que fue el antecedente del centro clandestino y que estaba ubicada en la calle Bacacay 4232. En el mes de mayo de 1976 se trasladaron a lo que luego sería conocido como Automotores Orletti, un viejo garaje de reparación de automóviles que —luego veremos– en realidad se llamaba Automotores Cortell. El chupadero funcionó hasta noviembre en su nueva dirección, Venancio Flores 3519/21, una calle paralela a las vías del ferrocarril Sarmiento. Era la base de Operaciones Tácticas 18 (O.T. 18); también se la conocía como “El Jardín” o “El Taller”. Al mando del centro clandestino estaba el general Eduardo Cabanillas, y entre los represores se contaban Aníbal Gordon; el agente de inteligencia del Batallón 601 Raúl Guglielminetti (“Mayor” o “Ronco”); Eduardo Alfredo Ruffo (“Zapato” o “Capitán”); Carlos Martínez Ruíz (“Pájaro” o “Pajarovich”) y Rodolfo Ries Centeno (“Tordo” o “Doc”), médico, ex miembro de la Concentración Nacional Universitaria (CNU); la banda de Gordon. El centro de detención fue conocido por su intervención en el secuestro y desaparición de militantes latinoamericanos en el marco del “Plan Cóndor”. En combinación con represores uruguayos la mayoría de los secuestrados eran de esa nacionalidad. En los pocos meses de funcionamiento secuestraron a 62 personas, entre ellas parte de la familia Santucho (Manuela y Carlos junto con Cristina Navajas) y Marcelo Gelman; todas fueron torturadas, muchas permanecen desaparecidas y otras fueron entregadas a la dictadura en Uruguay. Solo algunas fueron liberadas, entre ellas Marta Bianchi y Luis Brandoni (Poder Judicial de la Nación, 2011).

Los cinco secuestrados terminan reunidos en el centro clandestino de detención la tarde del 2 de noviembre. Los torturan sistemáticamente durante lo que queda del día y parte de la noche. A Graciela la cuelgan desnuda con las manos atadas atrás. La picanean en todo el cuerpo, le introducen la picana y un palo por la vagina y el ano. A José Ramón (h) no solo lo torturan en la herida sino que lo obligan a estar presente mientras martirizan a su padre. Dice la causa judicial:

“fueron sometidos a la imposición de tormentos y a condiciones inhumanas de detención, que consistieron en: golpes de manos, patadas y con cadenas, palos y un trozo de hierro –en el caso de Morales directamente sobre la herida producida por un balazo al momento de ser secuestrado-; ser colgados de un aparejo por las manos atadas en la espalda y recibir descargas eléctricas en el caso de Vidaillac y Morales –padre-; haber sido torturados sobre una cama de elástico mediante el uso de picana eléctrica, con ensañamiento en zonas genitales, también con respecto a ellos dos, más Luis Alberto y José Ramón Morales (h); ser levantada mediante la introducción de un palo en su vagina en el caso de Vidaillac; desnudez forzada y negación de toda intimidad; amenazas de muerte: en el caso de Vidaillac, simulacro de ejecución al gatillarse una pistola descargada en su sien y a José Morales (h) mediante un ahorcamiento; escuchar forzadamente los gritos de los restantes miembros y observar mientras eran torturados; permanecer tirados sobre el piso; pérdida sensorial del tiempo y de la luz al permanecer con los ojos vendados o encapuchados; pérdida de contacto con el mundo exterior; falta de atención médica; e inducción forzada a traicionar y a delatar otras personas y sus domicilios”. (Poder Judicial de la Nación, 2011).

Automotores Orletti. Interiores

Un par de horas antes de la madrugada, Gordon ordena que los dejen de torturar y se van a descansar. Graciela queda sujeta con cuerdas a la parrilla, desmayada. Debido a su estado, se descuidan y la dejan sin custodia. Tiempo después recupera la conciencia y logra desatarse la atadura de una mano y con ella se libera el resto.

José Ramón siente que lo zamarrean. Es Graciela que trae dos armas largas de una pieza que había visto cuando la llevaron al baño. José comprueba que una no tiene cartuchos, así que carga la otra, que se le atasca y al tirar del cerrojo hace un ruido que despierta a los custodios: “Nos abalanzamos hacia la pieza en donde están, son tres, nos tiran a quemarropa y nos erran. Tiro un tiro y se traba el arma, se cubren, alcanzo a ver a mi padre en una de las piezas” (CADHU, 2014, P. 214). Graciela va en busca de otras armas y en el trayecto recibe un disparo a la altura del pulmón izquierdo. Las consigue. Heridos, descalzos y semidesnudos logran a los tiros llegar a la escalera de la vivienda que comunica con la calle. Es de madrugada. Hay decisiones que duran un instante. En la encrucijada, deciden cruzar las vías del Sarmiento y del otro lado detienen un auto. En el trayecto alcanzan a ver el cartel del taller y lo retienen; según ellos, lo que vieron fue Orletti.

Todo lo vivido en esas horas eternas y detalles de la zona para ubicar la dirección es lo que les queda en la memoria.

Al borde del desmayo, logran llegar a la casa de un compañero, un refugio seguro. A Graciela le extraen la bala y tiempo después logran salir del país hacia México. Sus testimonios frente a la Comisión Argentina por los Derechos Humanos (CADHU) son casi inmediatos porque el informe presentado en marzo de 1977 los contiene.

Humberto Constantini les dedicó el cuento a Graciela y Luis. En la nota en la que descubre ante el lector los hechos reales del relato, informa: “El Luis de la dedicatoria —hoy se lo puede decir- es el argentino José Ramón Morales, muerto gloriosamente mientras luchaba contra la dictadura de Anastasio Somoza en el frente Sur de Nicaragua, y quien poco antes de salir de la Argentina para radicarse en México, vivió, junto con su compañera, los hechos que aquí se describen” Constantini, 1985, p. 23, nota).

Graciela regresó al país en 1985 y dio su testimonio ante la Comisión Nacional de Desaparición de Personas (CONADEP). También fue convocada a declarar en el Juicio a las Juntas en octubre de ese año y en el juicio “Automotores Orletti” en 2011. Durante el desarrollo del juicio por el Plan Cóndor, en 2013, se la eximió de la presencia en el tribunal pero su declaración en la etapa de la instrucción fue incorporada al expediente. En una nota de Silvana Giecco (2021) la autora relata: “Familiares y amigos cuentan que tuvieron que pasar muchos años para que Graciela, en medio de una profunda depresión, comenzará a manifestar con cuentagotas lo que había vivido. Pero el temblequeo y el temor constante no cesaron nunca y la acompañaron hasta el final de sus días”. Falleció a causa del coronavirus el 20 de mayo de 2021.

A causa de la fuga, el centro clandestino de la SIDE, la base OT.18, Automotores Orletti, fue abandonado.

Al final del cuento, los pibes combatientes le dicen al novelista que por suerte existen intelectuales como él que se encargan de difundir historias como la de ellos. Este los deja y vuelve al auto:

Yo miro la larga fila de luces perdiéndose en la noche, y no sé por qué, me acuerdo de un poema que escribí a los diecisiete años, y de aquella manifestación adonde fuimos con mi hermana (…) y meto el acelerador a fondo, y dejo atrás a un Dodge y después a un Mercedes, y entro a toda velocidad por la lomita del viaducto, y sigo diciendo “Claro, claro” (…) pero no digo por qué esa noche me voy a agarrar una curda padre, ni por qué el cigarrillo tiene un gusto asqueroso, ni por qué en ese momento tengo tantas ganas de pégame un tiro. (Constantini, 1985, p. 23)

Referencias

Comisión Argentina por los Derechos Humanos (CADHU). Argentina. Proceso al Genocidio. Colihue.

Constantini, H. (1985). En la noche. Bruguera.

Giecco, S. (17 de septiembre de 2021). Graciela Vidaillac. Revista Liberación. https://revistaliberacion.com.ar/graciela-vidaillac/

Hendler, A. (2010). La guerrilla invisible. Historia de las Fuerzas Argentinas de Liberación. Vergara.

Poder Judicial de la Nación. Causa 1627, 31 de mayo de 2011. https://www.mpf.gob.ar/wp-content/uploads/2016/03/46-20131007-Sala-IV-Cabanillas-AUTOMOTORES-ORLETTI.pdfWhite, H. (2003). El texto histórico como artefacto literario. Paidós.

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* Licenciado en Historia (UBA). Docente y Coordinador de la Editorial UNAJ. Es autor de los libros: La Resistencia Peronista: La toma del frigorífico Lisandro de la Torre (1990), Uturuncos. El origen de la guerrilla peronista (2003); Norberto Habegger. Cristiano, descamisado, montonero (2011, junto a Flora Castro), De resistencia y lucha armada (2014); Arturo Jauretche. Sobre su vida y obra (Comp.) (2015); ¡Viva Yrigoyen! ¡Viva la revolución! (2017, junto a Charo López Marsano) y Alvaro García Linera. De la guerrilla a la vicepresidencia (2022).

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