Aguda intérprete de la política contemporánea, Sol Montero ofrece en Avatares en el poder. Claves del discurso político en redes sociales (Unsam Edita) algunas claves para comprender el discurso político en las redes y sus diversas expresiones, desde la ola verde feminista hasta el fenómeno libertario. Sin alarmismos, analiza cómo se habla de política hoy, qué rol juegan las emociones y cómo en cada interacción digital se configuran nuevas subjetividades. Aquí un adelanto del libro.
—Se trata de jugar con disfraces, como cuando éramos niños, pero más caro.
—¿Y de qué te disfrazás?
—De lo que me pidan mis fans o mis clientes. Ahora mismo, por ejemplo, estoy disfrazada de candidata a diputada.
La declaración de la actual diputada cosplayer puede parecer a primera vista irresponsable o cínica, pero no deja de revelar una verdad, porque enuncia una percepción que recorre el mundo de lo político: la sensación de que la política, y en particular el discurso político, es un terreno de falsedad, una ficción, puro artificio. Todos mienten y engañan o, como se suele decir con desdén, «todo es relato». Con el aumento de la desconfianza y la desafiliación ciudadanas, la falsedad de lo político parecería ser, paradójicamente, la única verdad.
Las redes sociales amplifican esta sensación de irrealidad del discurso político, en la medida en que hacen visible un rasgo inherente a cualquier discurso, el hecho de que toda toma de la palabra es una puesta en escena. En las redes, la puesta en escena se hace palpable: construimos identidades virtuales, avatares y personajes, lenguajes y códigos específicos, subjetividades sin cuerpo ni materia. Las redes son, en efecto, grandes escenarios teatrales donde hablan los cualesquiera, donde se expone el yo, donde lo privado se hace público y lo público se privatiza, donde reinan las emociones, el testimonio y la experiencia individual, donde el lenguaje (verbal y audiovisual) le da forma y sentido a las realidades singulares y colectivas, donde la imagen y las formas importan demasiado.
Cualquier persona interesada por el discurso político hoy se enfrenta a esa sensación de artificialidad, que genera hastío e incredulidad. Hastío por el bombardeo infinito de textos e imágenes –muchas veces contradictorias y violentas– que circulan en el mundo de la política, una marea desbordante de contenidos imposible de procesar por el público. Incredulidad porque, ante tanto flujo de palabras, signos y datos parecería que se pierde lo esencial, se desdibuja lo verdadero, se diluyen las certezas.
Los estudios sobre audiencias muestran hasta qué punto los ciudadanos vivimos inmersos en un «entorno digital» (Boczkowski y Mitchelstein, 2022) que envuelve e informa nuestras vidas cotidianas. Sería vano anhelar con nostalgia aquellos tiempos en los que la palabra política era esporádica pero contundente, argumentada, plena de contenido. Hoy los usuarios comparten por minuto alrededor de 1,7 millones de piezas de contenido en Facebook, 66.000 fotografías en Instagram y 347.200 tuits (Cuervo, 2023), pero, paradójicamente, tenemos la sensación de que la información es vacua, falsa o superficial, incluso cuando sus fuentes son confiables. Sin embargo, los discursos públicos que circulan en Internet, aunque por momentos parecen devaluados, todavía tienen impacto: a su modo, crean sentidos, configuran identidades, generan emociones, orientan la práctica política. Y esto no solo para los ciudadanos; también los medios tradicionales se vuelcan a las redes para saber de qué habla la política y cómo lo hace.
La idea de que el mundo es un gran teatro en el que los hombres adoptan roles que ellos no eligen es tan vieja como la filosofía. Para la sociología y la antropología este es un concepto medular: en la vida diaria, en los rituales institucionales, en los intercambios cotidianos, en las intervenciones públicas y en las privadas desplegamos una especie de dramaturgia. El terreno de la política no está exento de esta dimensión teatral. Desde los antiguos griegos hasta la actualidad lo político se ha asociado con una cierta escenificación, disposición u ordenamiento del espacio, el tiempo y los personajes, con distintos fines: dar lugar a la conversación y el debate, persuadir, construir identidades, generar comunidad, movilizar, conseguir votos, imponerse sobre el adversario. Autores como Balandier (1980), Edelman (1991) o Abélès (2016) —que estudian las liturgias políticas, la escenificación o la espectacularización de la política— afirman que lo teatral no es una anomalía ni un mero ornamento que recubre la verdad de la política sino, por el contrario, su condición de posibilidad. Por su propia naturaleza representativa (en el doble sentido de la palabra representación, a saber: actuación y delegación), «mostrar parece constituir una dimensión consustancial del orden político», afirma Abélès (ibíd.: 25). Mostrar, exhibir, hacer visible: los cuerpos, los lugares y las prácticas del poder se escenifican en rituales plagados de liturgia, ceremonial y protocolo, en los cuales se despliegan altas dosis de emoción en torno a «aquello que es dado a ver y a escuchar al público» (ibíd.: 40).
En definitiva, la política no es lo otro de la ficción; en verdad, construye una ficción en la que ciudadanos y representantes juegan un rol. La política siempre supone un «régimen de visibilidad» propio del espectáculo por su capacidad de construir colectivos (adversarios, seguidores e indecisos que muchas veces operan como espectadores), el discurso político siempre tiene en su horizonte una audiencia, un público, esto es, un tercero que funciona como operador de la enunciación.
Además, el discurso político siempre está mediatizado. En una pantalla, en una tapa de diario o en una emisión radiofónica los discursos políticos surgen de los procedimientos de edición y montaje, son susceptibles de organizarse en torno a un guion, una temporalidad y una espacialidad, resultan de la disposición de unos modos o un estilo. Aunque es cierto que los rituales políticos mediatizados, a diferencia de los tradicionales, son desterritorializados, ponen el acento en lo individual y priorizan la novedad ante la repetición, ellos también están cargados de ornamentos, signos y gestos que les otorgan estabilidad y poder simbólico. Ya hace más de dos décadas, Eliseo Verón afirmó que la puesta en escena de la asunción presidencial de François Mitterrand en 1981 (la primera en ser pensada para su televisación) «fue concebida y realizada como un escenario de película: lo audiovisual abolió allí la diferencia entre la «realidad’ y la ‘ficción»» (2001: 15).
Pero el discurso político es algo más que un espectáculo. En todo caso, es un espectáculo con rasgos distintivos: ¿qué diferencia al discurso político de un reality show, de una publicidad de cerveza o de un sermón religioso? La pregunta atañe a las tipologías y a los géneros discursivos, y apunta al corazón de lo político: ¿qué es lo propiamente político de los discursos, cuando estos se parecen cada vez más a los discursos publicitarios, religiosos o televisivos? Desde nuestra perspectiva, si hay algo propio de lo político, si hay un rasgo que le resulta inherente, ese rasgo tiene que ver con la construcción de subjetividades e identidades políticas. Todo discurso político apunta a construir un «nosotros» que, por definición, se distingue de un «ellos». Es por eso que la dimensión polémica es transversal a las distintas modalidades del discurso político, muy especialmente en las redes sociales.
¿Qué es hablar de política hoy? ¿Qué es decir lo político hoy? ¿Qué nos conmueve, qué nos moviliza, cómo es que lo político se pone en forma, en escena y en sentido en nuestros tiempos? La historia de la escenificación de la política tiene larga data, un estudio de este tipo iría en paralelo con la historia de la esfera pública. Tradicionalmente, la política se habló y se mostró en los salones, en los actos partidarios, en la prensa y en la plaza. La llegada de la televisión le imprimió a la palabra política un nuevo espacio-tiempo y una nueva modalidad de aparición: la política se mediatizó, para luego devenir espectacular y hasta farandulera. El surgimiento de los sondeos y de la opinión pública introdujo, además, la dimensión del público como espectador, usuario o consumidor de productos políticos. Con la llegada de las redes sociales, el esquema se trastocó una vez más: en la actualidad, políticos y seguidores interactúan en aparente paridad, los segundos producen tantos contenidos como los primeros, los relatos se acortan, los líderes se muestran cada vez más cercanos, las polémicas recrudecen y se viralizan, lo programático deja lugar a lo afectivo.
Las redes sociales digitales son el lugar privilegiado del debate público hoy. Espacio público virtual o esfera pública digital son algunos de los conceptos para denominar a este nuevo territorio, a la vez público y privado, abierto y cerrado, visible e invisible, horizontal y jerárquico, en el que se despliega la conversación sobre lo común en nuestros tiempos. Santiago Gerchunoff llama «conversación pública de masas» a la multiplicación de conversaciones «más o menos públicas producidas por la implantación universal de los medios conversacionales digitales» (2019: 18), lo que suele señalarse a la vez como una amenaza y como un síntoma de la crisis de representación y de la debilidad democrática.
Es ya conocida la división entre posiciones apocalípticas e integradas en relación con las potencialidades y límites de las plataformas digitales como espacio de lo común. En la actualidad, las visiones apocalípticas a propósito de la conversación pública en redes sociales se imponen sobre las optimistas; se suele lamentar, con cierta nostalgia y decepción, el empobrecimiento de los estilos, las narraciones y los argumentos, el aumento de la violencia verbal, la ausencia de persuasión y la progresiva reclusión de los internautas en sus burbujas cognitivas, que solo apuntan a reforzar las creencias previas. Desde esta mirada pesimista, parecería que en Internet hay cada vez menos lugar para el despliegue de la palabra política en el sentido fuerte del término, es decir, como una palabra portadora de proyectos y transformadora de realidades.
Abordar el «vasto rumor» de lo que se dice en el campo político en un momento dado y en un espacio específico –las redes sociales– implica contemplar las tres dimensiones propias de toda puesta en discurso: la dimensión enunciativa-interactiva (¿quién habla?, ¿a quién le habla?, ¿cómo se configuran las identidades y subjetividades en el discurso?), la dimensión retórico-argumentativa (centrada, sobre todo, en el despliegue de la polémica y de la persuasión) y la dimensión narrativa (que remite a la capacidad del discurso político de imaginar y proyectar relatos pasados, presentes y futuros). Para Angenot (2010), argumentación y narración constituyen los dos grandes modos de puesta en discurso, dos modalidades que, lejos de extinguirse con la emergencia de los nuevos medios, se han fortalecido. Enunciación, argumentación y narración son, así, vectores que atraviesan, en simultáneo, la puesta en escena del discurso político en las redes.
En este libro nos proponemos explorar las modalidades que adopta el discurso político en su puesta en escena digital, particularmente en las redes sociales. Para recortar nuestro objeto, postulamos cinco claves analíticas que apuntan a delinear los rasgos dominantes de la palabra política en la actualidad: la predominancia de una enunciación pública conversacional, centrada en el yo y en las emociones; la exacerbación de la dimensión metadiscursiva del lenguaje, de la mano de las polémicas y controversias sobre el uso de las palabras; la explosión del carácter narrativo de la palabra política, a partir del despliegue de relatos, del storytelling y de una memoria discursiva; el carácter hipertextual e intensamente citativo del discurso político en Internet; y la tendencia creciente de los discursos políticos a ubicarse más allá de la verdad y del verosímil.
En el capítulo uno nos enfrentamos a nuestro objeto, elusivo tanto teórica como metodológicamente. Allí recorremos una serie de conceptos: discurso, discurso político, discurso político en las redes. ¿Cómo capturar la especificidad de este objeto con respecto a otros tipos de discurso (los discursos no estrictamente políticos, por un lado, y los discursos no digitales, por el otro)? En el capítulo siguiente, nos detenemos en la dimensión enunciativa de la palabra política en las redes: el carácter conversacional de los intercambios, la preminencia del yo y el lugar de las emociones. En el capítulo tres, dedicado a la dimensión metadiscursiva del discurso político, examinamos los modos en que la palabra política opera sobre sí misma, en las instancias de polémica, denominación, renominación y reflexividad sobre las propias palabras. En el cuarto capítulo nos concentramos en la dimensión narrativa y en la pregunta por los modos en que las redes hacen historia y cuentan historias, sea mediante la apelación a la memoria discursiva o mediante el empleo de recursos audiovisuales narrativos como el storytelling. En el capítulo cinco nos ocupamos de la dimensión hipertextual del discurso político en las redes y exploramos su carácter radicalmente reticular: la polifonía, la inter e hipertextualidad y los infinitos modos de incorporación de discursos-otros permiten pensar el discurso político digital como un mosaico de géneros, voces y estilos. En el último capítulo reflexionamos sobre el rol de la argumentación en el discurso político digital y nos preguntamos por las potencialidades y límites de un discurso que se sitúa más allá de la verdad y de la verosimilitud, develando el artificio de la puesta en escena de lo político.
El discurso político en la actualidad se produce en un espacio multimediático que desborda los intercambios en plataformas digitales y se anuda con expresiones tradicionales de la palabra política, ya sean las movilizaciones ciudadanas, los mitines, los medios de comunicación no digitales o los géneros clásicos del discurso político (debate, spot, discurso de atril). Dado que nos interesa hacer un estudio sobre las modalidades enunciativas, argumentativas o narrativas mediante las cuales se ponen en escena los discursos políticos en las redes, en este libro no nos concentramos en ninguna formación, universo o campo discursivo particular. Tampoco nos proponemos indagar sobre el funcionamiento específico de cada una de las plataformas digitales. En ese sentido, no es este un estudio sobre el discurso peronista o el discurso de las nuevas derechas, ni sobre el funcionamiento de los algoritmos o las herramientas de tal o cual red social, sino que nos interesa interrogarnos, en un sentido más amplio, sobre los modos de decir desplegados en la arena pública virtual en los últimos años y sobre el impacto de esos modos de decir en la constitución de sentidos e identidades políticas.
Es por eso que no estudiamos casos sino más bien materiales ilustrativos, ejemplos, fragmentos que funcionan como bancos de pruebas, extraídos de situaciones estereotípicas o conocidas, que no examinamos como casos de estudio. Se trata de interacciones, publicaciones o recortes de experiencias políticas recientes que pueden encuadrarse dentro del dominio del discurso político en plataformas como Facebook, Twitter (actualmente X), Instagram o TikTok.6 El criterio de selección de los materiales de análisis remite a su emergencia en el marco de acontecimientos, instantes o momentos políticos (Moirand, 2018) que han sido parte de períodos de crisis política, a sabiendas de que es en esos momentos de crisis cuando el discurso público se politiza (Mangone y Warley, 2015). Campañas electorales o contextos de profunda conflictividad y desequilibrio son, por esa razón, instancias ideales para observar el comportamiento de los discursos políticos en el espacio público.
El análisis del discurso es una práctica interpretativa. En ese sentido, tanto la selección de los materiales como el recorte del corpus y los procedimientos de análisis se inscriben en un método interpretativo que, al decir de Elvira Arnoux (2006), remite al paradigma de inferencias indiciales desarrollado por la historiografía, o a la lectura sintomática del psicoanálisis, consistente en rastrear las huellas, los síntomas, los datos marginales, las marcas involuntarias o los detalles periféricos, es decir, los indicios menores pero significativos en el corpus de análisis. El propósito del analista es detectar esas huellas e identificar regularidades a partir del relevamiento y la exploración cualitativa: palabras clave, formas de reformulación, deícticos, opciones léxicas, recurrencias, ecos y reverberaciones en el plano visual, verbal o auditivo. A nivel metodológico, trabajamos sobre la materialidad de los discursos, esto es, sobre las manifestaciones materiales (lenguajes, imagen, acciones, cuerpos) de los «paquetes de productos discursivos» continuos, infinitos, empíricos y fragmentables que son los discursos (Verón, 1993).