[ilustración: Ana Celentano]

Vamos a hablar de un personaje que yo siempre, como peronista, como parte de la izquierda peronista y como parte de la izquierda revolucionaria del peronismo he pensado como de primera importancia: John William Cooke. Cooke atraviesa de una manera muy particular, quizá no comparable con ningún otro compañero, las vicisitudes del peronismo, tanto en su acción política como en su compromiso en acto como en su capacidad política de discutir con Perón, de discutir con el peronismo en general, de discutir con el sindicalismo peronista de la primera resistencia, de la segunda resistencia. Y de discutir con las izquierdas a partir de su experiencia cubana. Se convierte en un teórico que, podríamos decir, sintetiza para mí de una manera muy singular la relación entre historia, marxismo y peronismo y concluye en sus últimos años conversando con los jóvenes que van a ser el embrión de la organización Montoneros, con Cristianismo y Revolución[1]. Es decir que en un periplo no muy largo, porque muere a los 48 años, es testigo, es protagonista y es un pensador de primera línea de problemáticas que hacen al peronismo y que lo siguen haciendo.

En este sentido, podríamos decir que él comprende de una manera muy lúcida que el peronismo va a atravesar todas las historias de la política argentina, las no peronistas sobre todo. Destina a las izquierdas, también, a tener que resolver o no resolver o preguntarse eternamente qué es el peronismo. ¿Por qué estar en el peronismo, por qué no estar? Y también la figura de Cooke aparece como partera de lo que sería la profunda crítica al propio peronismo que se le hace desde su interior. Desde esa perspectiva digo que es una figura de primer nivel. Como el propio Perón va a decir, cuando regresa al país en 1972 y le pregunta la prensa –con cierta mala leche– qué piensa de Cooke (que ya había muerto en el ´68): Perón responde que es un prohombre del peronismo, que es uno de los grandes hombres del peronismo.

La correspondencia de Perón-Cooke, que se las recomiendo, es la historia del drama de la política popular en Argentina. En lo mejor y lo peor que tiene esa política popular. Y digo “drama” porque en la correspondencia se sintetiza de una manera admirable la relación entre el caudillo y el cuadro político intelectual, que tiene toda una historia en la Argentina. Justo José de Urquiza con Sarmiento, por ejemplo. Perón con Cooke o con Jauretche. Allí la Argentina expone uno de sus dramas, que es la relación de la política con el pensamiento y, sobre todo, de la política popular con el pensamiento.

Si uno tuviese que hacer un recorrido de Cooke, diría que fue un gran peronista, hijo de un cuadro radical, un hombre de alta intervención en la Cámara de Diputados durante el primer gobierno peronista, entre el ’46 y el ’55, un orador. Uno de esos personajes que el peronismo utilizaba para las grandes discusiones en la Cámara con Ricardo Balbín, con Arturo Frondizi, con la derecha radical, con toda una Argentina que no se convencía. Una Argentina agro-ganadera que no se convencía de que hubiese resultado tan mal la historia y de pronto, desde el ’46 en adelante, hubiese tenido mayorías populares dirigidas por un “coronel fascista”, planteándose una serie de reivindicaciones sociales de una altura y una jerarquía como no lo iba a reconocer la historia de América Latina, incluida la Revolución Mexicana[2]. Desde esa perspectiva, entonces, Cooke es llamado muchas veces a ser un cuadro de discusión ahí en la banca, donde hay que tener buena labia, buena capacidad de respuesta, buena salida, buena capacidad de chicana, cierto humor y respuestas acertadas en ese momento. A partir de ahí, aparece como un personaje que comienza a interpretar al peronismo más allá de lo que el peronismo pareciera decirle a la historia. Lo reconoce como un movimiento popular, obrero, antiimperialista, así lo define y lo defiende. Y cuando cae el peronismo, frente a la embestida de la derecha junto con la izquierda, Cooke inmediatamente pasa a la más primitiva, desorganizada e improvisada resistencia.

Él había sido poco antes de la caída del peronismo nombrado normalizador del PJ en Capital Federal. Cae preso, es llevado a la prisión de Ushuaia, junto con otros personajes que luego van a ser bastante conocidos en la historia nacional como Héctor Cámpora o Guillermo Patricio Kelly. Logran escapar de esa prisión en un episodio bastante cómico, porque escapan vestidos de mujer. Logran situarse en Chile –anticipando un poco aquella otra fuga más cercana de los héroes de Trelew, que también estuvieron presos en el sur y también escaparon hacia Chile. Y en Chile Cooke se comunica con Perón, con un Perón exiliado en Centroamérica e inmediatamente Perón, como un tipo de una alta sensibilidad para descifrar como caudillo cuál es la persona que más le conviene en ese momento, lo nombra representante, delegado y casi la figura de él mismo en el “teatro de operaciones”, como solía decir en sus cartas. Ahí Cooke adquiere un relieve muy fuerte sin poder estar en Argentina y organiza los primeros niveles de la resistencia.

Es curiosa esa época porque es una época –estamos hablando del ’57, ’58– donde, por un lado, Cooke todavía no ha alcanzado un nivel de concientización definitiva de lo que puede significar el peronismo en la historia. Tiene una fidelidad absoluta a Perón, al líder. Tiene una conciencia absoluta de que Perón es una pieza fundamental en la historia del peronismo. Y a su vez, muchas veces Perón se encuentra a la izquierda de Cooke, porque es la época del Perón más resentido, más furioso, más violento, más capacitado y capaz de plantear una resistencia de todas las formas, de todas las maneras, en todos los lugares, con cualquier tipo de armas y, en lo fundamental, del ejercicio de cualquier tipo de violencia grupal, general, solitaria, terrorista, subversiva. Las cartas de Perón en ese momento son un dechado de virtudes, que muchas veces fueron utilizadas luego por las derechas militares o los servicios de seguridad para plantear un Perón, podríamos decir, casi guevarista. Es un Perón que está absolutamente lastimado, desilusionado de sus propias fuerzas y llamando a una resistencia feroz contra la dictadura militar en ese momento, ya encabezada por el General Aramburu, habiendo atravesado ya los fusilamientos de José León Suárez, habiendo atravesado miles de presos, destituciones y prohibiciones.

En ese momento Cooke y Perón se relacionan muy fuertemente y comienza lo que sería la actividad de John William Cooke como delegado de Perón para una misión muy difícil, que es recuperar las fuerzas del movimiento popular desde el llano. Atrás quedaba una historia que era exactamente la inversa: el movimiento peronista se había articulado de arriba hacia abajo, se había articulado a partir de una gran capacidad de maniobra de Perón desde la Secretaria de Previsión a partir del golpe militar del ’43[3], donde sectores militares nacionalistas, de extraños nacionalistas, lo dejaban actuar. Entonces, el peronismo se había constituido –más allá de la gesta de octubre, donde se privilegiaron las bases movilizadas–, se había organizado más bien verticalmente, de arriba hacia abajo, a partir de una experiencia de la relación Estado-sindicatos reformulados que le dio fuerzas centrales al movimiento peronista en la organización sindical. Esto lo digo porque Cooke va a ser, en los primeros años, hasta el ’61, ’62, un reivindicador muy fuerte del sindicalismo peronista. Va a ser un crítico del sindicalismo peronista, pero un reivindicador muy fuerte del sindicalismo peronista en el sentido de que va a reconocer, del ’56 en adelante, que es en el gremialismo y en el sindicalismo donde el peronismo tiene la capacidad de resistencia que no tiene en el partido político. Hay una historia del partido político, del Partido Justicialista a lo largo de la resistencia que, para la izquierda peronista, es una historia absolutamente despreciada. Escribí hace poco un artículo en Página/12 en razón de la reorganización de Kirchner del Partido Justicialista[4], donde recuerdo esa historia en la que el Partido Justicialista, por lo menos en la época de la resistencia, en la que estaba ilegalizado, y donde como decía Rearte, un cuadro de la resistencia peronista de la izquierda, siempre fue “una cueva de burgueses y entreguistas”. No así el sindicalismo, que tenía de las dos cosas. Tenía negociadores pero también compañeros y conducciones fuertemente resistentes y revolucionarias.

Voy a tomar un artículo mío de un libro que salió hace poco, donde recojo todos los artículos que escribí desde el ’73 en adelante, que se llama Peronismo, militancia y crítica. En una de las partes de este libro están mis escritos del exilio mexicano. En 1975 debí exiliarme, porque yo soy un exiliado de una facción peronista, que es la triple A. Allá nos reunimos unos diez o doce compañeros que éramos de la organización Montoneros, que ya habíamos estado separado de ella y durante dos o tres años estuvimos discutiendo arduamente, cuadros político-intelectuales muy altos. Estuvimos discutiendo muchísimo en un grupo que se reunía semanalmente, con una disciplina muy fuerte, en donde analizamos lo que en 1977 ya llamábamos “la derrota política del proceso de la revolución nacional peronista”. A partir de ahí, el grupo comienza a editar cosas y yo intervengo relacionándome con un grupo socialista y marxista que en ese momento hacía algo muy parecido, o sea, analizar y reflexionar sobre la derrota en el ’77, ’78. Un grupo donde estaba José Aricó, Juan Carlos Portantiero, Oscar Terán, Oscar Del Barco. Nosotros veníamos de otro grupo donde estaban Héctor Schmucler, Jorge Bernetti, Sergio Caletti, Adriana Puigrós. Nos fusionamos y sacamos una revista que se llamó Controversia. Una gran revista teórico-política de la que sacamos catorce números, que fue lo más importante que sacó el exilio en cuanto a interpretar qué había acontecido con la generación de los ’60 y los ’70. La revista sale entre 1978 y 1981. Creo que ahora va a ser editada completa por los que editan la revista Lucha Armada; los catorce números con un prólogo de quien fuera en ese entonces su editor, Jorge Tula, que trabajó mucho en el socialismo en la bancada de Alfredo Bravo. En esa revista yo hago una primera intervención con un largo artículo sobre Cooke en donde lo que analizo, básicamente, es la relación histórica del pensamiento de Cooke con el sindicalismo. Lo que me preocupaba básicamente era analizar, en realidad, otra cosa, que era en dónde la lectura de la izquierda revolucionaria en general  –pero a mí me preocupaba la del peronismo, porque evidentemente los errores de la izquierda marxista no eran nuevos, pero sí me preocupaba los errores de aquellos que habíamos actuado en nombre del movimiento nacional– se relacionó permanentemente con el sindicalismo. Qué le pidió, qué le exigió, de qué lo denunció. Por qué tuvo relaciones tan malas. Por qué llegó a tener como elementos decisivos de su historia la ejecución de gremialistas, como pueden ser las de Vandor,  Rucci o Correa. Cómo se había llegado a esa situación más allá del juicio que nos merecieran Vandor, Rucci o Correa, que a su vez son tres personajes totalmente distintos: Correa era una escoria, Rucci no tanto y Vandor era un personaje que había intentado algo que provenía de una idea dentro del peronismo, que era la variante de convertirse en un partido laborista, es decir, en un partido básicamente sindical a la vieja usanza del laborismo, cosa que Cipriano Reyes[5] ya planteaba en el ’44, ’45 y que Perón inmediatamente disuelve apenas se logra el triunfo, porque tenía otra lectura que no era la de constituir, a la manera del Partido Laborista británico por ejemplo, un partido centrado en los sindicatos. En Perón aparece –y en Cooke va a ser muy respetado eso– la idea de Movimiento.

Una idea de Movimiento que es muy latinoamericana, por un lado, es muy del siglo XIX: caudillo y masa. Eso es nuestra historia, la historia de cada una de las provincias es un caudillo a caballo y la gente que lo sigue, y ahí vamos. Es esto la Argentina. Es la única historia popular, por otra parte. La única historia popular que tiene América Latina es la sociedad populista. Perón quiere constituir un Movimiento pero no sólo por una latinoamericanización, sino porque Perón está bastante subyugado por la idea de los movimientos –sobre todo el italiano– social-fascistas, que lo han deslumbrado en más de un elemento de sus formas organizativas. Eso también forma parte de toda una infinita discusión en cuanto a la época, en cuanto a cómo ve Perón la situación, en cuanto a cómo ve la organización de lo popular. En Perón está permanentemente la idea, que también está en Cooke, de un pueblo en armas, de una nación en armas, de una unidad en donde, si bien lo central podía ser el sindicalismo, no era la forma organizativa que él apreciaba. A su manera, disuelve el Partido Laborista, no lo deja vivir, no lo deja situarse y cuando cae el peronismo se reabre toda la discusión de cómo puede ahora el peronismo, desde otra perspectiva, ya no armado desde una Secretaría de Trabajo y Previsión, sino armado desde el llano, desde abajo, desde los que quedaron, cómo puede reconstituirse. Ahí se abre una gran problemática. Ahí se abre, podríamos decir, la historia fuerte del peronismo en términos teóricos, analíticos. De ahí somos todos, porque ahí se abre la discusión sobre el peronismo.

La izquierda va a tener un determinado desarrollo con respecto al Peronismo. Va a celebrar con champagne su caída en 1955. Ya para 1959, 1960, se va a dar cuenta de que algo está pasando con el Peronismo, que no era una cuestión de un coronel fascista. En el ’61, ’62, se producen ciertos giros a la izquierda, se produce el apoyo a Andrés Framini[6]. Y luego vendrá toda la década del ’60, donde se produce lenta y progresivamente, muy acompañado por Cooke en su pensamiento y en su escritura, lo que se llamó luego “la nacionalización de los sectores medios”, que era el pasaje de los sectores medios a una línea de izquierda nacional o peronista. En ese planteo Cooke va a tener una incidencia fundamental, porque está habilitado desde el momento en que es el Estado el único poder que Perón reconoce en la Argentina con capacidad de actuación, de acuerdo a lo que él decidiese. Esos son los años ’57, ’58, ’59. Hasta la toma del frigorífico Lisandro de la Torre[7], que es un momento muy fuerte de la historia de la resistencia peronista –y no sólo peronista, ya que ahí también actúan muy fuerte las tendencias gremiales del comunismo. Es una toma heroica, es una toma épica, donde el peronismo demuestra sus dos almas. Por un lado, variables sindicalistas de lucha fuerte, que son acompañados por Cooke. Por otro lado, sectores que han pactado con Arturo Frondizi, que han pactado con Rogelio Frigerio, que sienten que esa toma del frigorífico es una cosa manejada por comunistas. A partir de ahí, Cooke será situado dentro del propio peronismo como un comunista que está dentro del peronismo, dando cuenta también del drama ideológico y político dentro de la interna del movimiento. Deja de ser el delegado de Perón, poco después de la toma del Lisandro de la Torre. No interrumpe su relación con él, lo sigue viendo, lo sigue visitando en el exilio. Pero se va lentamente separando de lo que sería la conducción del peronismo, tanto política como gremial.

Ya para 1960 John William Cooke va a tener una nueva relación que va a ser decisiva en su vida: la Revolución Cubana. Establece un contacto, y muy fuerte, con la conducción de la revolución, tanto con el Che como con Fidel. Vive en Cuba y ahí Cooke habita la experiencia de una revolución de otro modo. Habita una revolución de corte socialista, una revolución de corte anticapitalista, de corte expropiatorio. Una revolución mucho más profunda, decisiva, antiimperialista, mucho más clasista. A pesar de que Cooke vive de la Revolución Cubana algo que muy pocas veces se dice, que es el profundo populismo de la Revolución Cubana. La Revolución Cubana fue básicamente populista. El movimiento 26 de Julio de Fidel Castro es la idea del pueblo unido contra el imperialismo, un pueblo abierto, amplio, avanzando; así triunfa. Así va a conservar a sus cuadros más históricos, en donde no hay diferencia entre el castrismo de origen cristiano, religioso, humanista, marxista, comunista. La Revolución Cubana es un movimiento popular muy amplio que muchas veces es leído desde otro determinado momento de su historia como un régimen marxista, leninista, clasista, que terminó en algunos sentidos siéndolo, pero que no lo fue en la época en que Cooke entra en contacto con esa revolución, años ’60, ’61. Ese es su momento más heroico, es Playa Girón, es la invasión imperialista, es la defensa del pueblo en armas, son las expropiaciones, son las nacionalizaciones, son las expropiaciones de los medios de comunicación –una cosa envidiable, si se pudiesen hacer hoy. Desde esa perspectiva, él vive eso y esa experiencia lo va radicalizando.

Ya no es tan constante su relación con Perón, pero le sigue escribiendo ahora desde Cuba, desde La Habana. Hay dos cartas, dignas de ser analizadas, de 1961 y otra de 1962, donde ya no como delegado, ya no como responsable de nada, ya viviendo en La Habana y viniendo cada tanto a la Argentina en plena época del Gobierno de Frondizi, Cooke le pide a Perón que, como una suerte de peronista socialista, asuma un liderazgo de corte socialista, que se inspire en Cuba, que es el nuevo tiempo de la revolución. Le plantea Cooke algo muy interesante, sobre todo para la izquierda peronista que se va a alimentar de su pensamiento: le plantea que, sin quererlo mucho, el peronismo entre 1946 y 1955 tuvo muchísimo de ese obrerismo, de ese antiimperialismo, de esa lucha denodada contra los sectores de la reacción y la incomprensión de muchas izquierdas. Y que ahora, podríamos decir, la Revolución Cubana es como un modelo renovado, nuevo, más bien ligado a experiencias de otro tipo, que son experiencias de una violencia guerrillera muy fuerte, de una violencia armada. En La Habana se reúne, en todo esos años, cuanto movimiento de liberación armado e insurreccional habita el mundo, por lo cual Cooke tiene la posibilidad de encontrarse con todos los movimientos de liberación africanos, con todos los movimientos de liberación asiáticos, con todo el movimiento de liberación latinoamericano, sobre todo la guerrilla venezolana, la guerrilla guatemalteca, la guerrilla peruana y los embriones de lo serían luego las guerrillas uruguayas y argentinas. Desde esa perspectiva, entonces, le dedica esas dos cartas donde aparece ya el drama entre el caudillo y el cuadro revolucionario: Cooke trata de convencerlo de que asuma una nueva experiencia, una nueva edad del peronismo. Y Cooke se va radicalizando en sentido vanguardista revolucionario, podríamos decir, peronista marxista, anticipando en esa variable todo lo que van a ser las vanguardias de la izquierda peronista. Trabaja ese diálogo, ese momento, planteando que el movimiento tiene que avanzar en su conjunto como una presencia democrático-popular-antiimperialista, en donde queda reunido lo bueno, lo regular, lo malo y hasta lo muy malo. Sumar a todas las cosas. Desde esa perspectiva, entonces, aparece esta primera gran instancia de Cooke. Aparece como el primer intelectual que le discute al Peronismo y al propio líder cuál puede ser el sentido del peronismo en la historia argentina. Desde esa perspectiva, va a plantearse que, fracasada la primera edad de la revolución, interrumpida la primera edad de la revolución, recuperando todos los valores de lo que fue el período 1946-1955, se necesita un nuevo momento ideológico político que le de al peronismo el pasaje hacia una idea socialista más acabada y definida.

Por eso digo que es tan importante Cooke en la formación teórico política, en la creación de la Fuerzas Armadas Peronistas, de Montoneros, porque su pensamiento permanentemente está coagulando y reuniendo experiencia peronista, pueblo peronista, clase obrera peronista, sindicalismo peronista y pasaje hacia la revolución social. Es decir, los elementos esenciales, porque el peronismo no contó con muchos grandes e importantes teóricos. Tuvo un fuertísimo pensamiento intelectual: el del propio Perón, que efectivamente es un cuadro político e intelectual de envergadura. Y el otro gran cuadro político e intelectual de envergadura además de Perón, es Cooke. Después hay otras variables. Está Jauretche, está Scalabrini, pero son otras perspectivas que trabajan en otros terrenos también de grandes aportes en otras instancias, pero no el aporte político e intelectual de un cuadro que quiere construir una idea de vanguardia política para llevar adelante la revolución socialista en el marco del peronismo. En ese sentido, Cooke es decisivo en la historia de las ideas y marca una impronta tan fuerte que hoy mismo tiene una vigencia fundamental.

En este texto que escribí en el exilio, lo que planteo básicamente es cómo ve Cooke lo gremial, cómo ve Cooke lo sindical en el marco de una idea revolucionaria. Y esto es importante porque Cooke hereda quizá uno de los temas más fundamentales, más míticos de la historia de la revolución: la discusión por el partido o el sindicato, que es el dilema entre la lucha obrera o la lucha política. Ese dilema atraviesa la revolución desde 1848[8] en adelante, va a atravesar todo el momento más esplendoroso del marxismo internacional que se da en la Segunda Internacional con Karl Kautsky[9], Rosa Luxemburgo[10] y Lenin, que es la permanente problemática que plantea la relación de lo político con lo sindical. Se trata de un tema liminar en la historia de la revolución, que debe tener mil quinientos libros, por lo menos. Allí permanentemente se debate eso que Lenin traduce tan claramente y tan leninistamente como el pasaje de lo tradeunionista[11], o sea, de una simple reivindicación sindical, salarial, económica, acotada, circunscripta a la propia debilidad y limitación de ese sujeto super explotado –esa “última mercancía”, como diría Marx, “la más miserable de todas” y que por eso va a hacer la revolución– al partido revolucionario. En ese sentido, Marx tiene una altísima capacidad dialéctica: es el momento más oscuro y más recóndito de lo social lo que tiene adentro la iluminación para hacer la revolución. Eso es Marx del ’48. Lenin a eso le agrega el hecho de que el pasaje de este sector sindicalizado, de este sector gremializado, de estos trabajadores organizados es decisivo para una política revolucionaria que, sin embargo, no gesta el trabajador, ni la clase obrera, sino que la realizan los grupos burgueses ilustrados en el campo de la conciencia definitiva de cómo se produce políticamente el cambio social, el cambio del sistema. Ahí aparece claramente esa mirada de Lenin que tanto va a ser discutida, que tanto va a ser repetida y tanto éxito va a tener en la Rusia de 1917 y que luego va a ser tantas veces discutida en el sentido de cuál es la relación más adecuada entre política, partido, movimiento obrero, sindicalismo y revolución.

Cooke se mete de lleno en esa problemática pero a partir de una inscripción muy particular, muy singular como es el peronismo y sus inmensas contradicciones. El peronismo y sus inmensas contradicciones significa que el peronismo asume todas las contradicciones de la historia real, el peronismo es como un Cristo, es decir: tiene todas las miserias y todas las posibilidades porque es la historia real. No es la historia del libro, no es la historia del anaquel de la biblioteca. Es la historia de la gente haciendo la política. Y la gente haciendo la política es eso, es la gente, somos nosotros haciendo la política. No es un decálogo del programa de Gotha[12], sino que son argentinos con un líder muy lejano, con una capacidad muy escasa de organización, frente a un poder de la derecha argentina que es uno de los poderes más despóticos, asesinos y miserables de América Latina, tanto en el ’55, como en el ’56, como en el ’76. Al lado de nuestra derecha, las otras derechas son ángeles. Frente a eso, el peronismo de muchísimas maneras trató de organizarse sabiendo que no podía ni siquiera silbar la Marcha. Desde esa perspectiva, Cooke piensa cuál es la relación más adecuada de un movimiento enclenque, de un movimiento que a nivel de partido político no tiene la menor fuerza, nunca la tuvo, el propio Perón no quiso que la tuviese. Que a nivel de movimiento sindical se manejó muy bien en la década de gobierno a partir de un gran apoyo y a partir de una constitución burocrática muy fuerte que no le sirvió para nada al momento de la defensa, de una resistencia que se va gestando sí básicamente en los sectores sindicales, pero también en los sectores que pasan a llamarse territoriales. O como diría Rearte[13], “la resistencia de las cocinas peronistas”, es decir, la resistencia de las cocinas de los barrios obreros y populares que escuchaban las cintas grabadas de Perón. Desde esa perspectiva, desde esa suerte de nada y con todos los altibajos humanos, la única política popular inició su camino hacia no se sabe muy bien dónde.

Dice Cooke en 1959: “la CGT tiene una estructura que, sin ser extraordinariamente revolucionaria, puede tomar forma de movimiento. El origen del fenómeno está en la debilidad del Partido Justicialista. Gracias a la Ley de Asociaciones Profesionales, los trabajadores serán los únicos que ahora tendrán un poder político real y electivo. La única fuerza real temida por el gobierno y capaz de presionarlo. ¿En qué medida acatarán y lucharán por los fines del movimiento y no exclusivamente por sus intereses de clase?”. Fíjense qué interesante el pensamiento de Cooke. Se logró la Ley de Asociaciones Profesionales: en una negociación con Frondizi, el “poder burgués”, como se decía en aquella época, entrega la Ley de Asociaciones Profesionales. Eso, visto desde una posición radicalizada como la tenía el propio peronismo, era leído como “ahora que tienen legalidad, van a entregarse”. Y algo de eso sucedió. Pero al mismo tiempo, la fortaleza está dada por esa Ley de Asociaciones Profesionales –por algo la CTA está peleando por variables de otra jerarquización. Desde esa perspectiva, se abre, entonces, un campo de contradicción donde yo digo en el artículo que mencionaba antes que la izquierda comienza a malinterpretar cuál es la tarea prioritaria. ¿Por qué? Porque el peronismo se le impone en la resistencia y asume una categoría: será revolucionario o no será nada. Es decir, o cambia el sistema o no tiene ningún tipo de sentido seguir charlando sobre el peronismo. Y ahí aparece Cooke, preguntándose en qué medida luchará y acatará la CGT ahora los fines del Movimiento y no exclusivamente sus intereses de clase. Es decir, lo que plantea Cooke es algo natural, por un lado, pero por otro lado bastante complicado. El Movimiento será dirigido por la clase obrera pero que no resigne la clase obrera la idea de Movimiento, o sea, la idea interclasista, policlasista, paraclasista, que no se transforme en una instancia sólo de clase. Cooke apunta a dos cosas, porque la historia del peronismo real, que es una historia de miserabilidades diría lo siguiente: si querés un movimiento no clasista, ahí tenés a los peronistas políticos, que son burgueses. Desde Gramuglia hasta Ítalo Luder, son eso. Tampoco se le puede exigir mucho, son reformistas, desarrollistas. Ahora que hemos cambiado, que no pedimos un paredón para la clase burguesa, oligárquica, decimos que, bueno, son “desarrollistas”, son “reformistas” –bueno, menos mal, ojalá sigan siendo eso. Pero en esa época estaba, por un lado, esa variable y por el otro lado esta el laborismo como una tendencia innata del peronismo. O sea, un sindicalismo reformista, negociador con los sectores del capital, con los sectores propietarios, con los sectores empresarios, con las diversas instancias de lo básicamente industrial. Y Cooke apunta a no ser ni una cosa ni la otra, sino un movimiento en manos obreras. Esto es importante de tener en cuenta porque muchos años después Roberto Quieto y Mario Firmenich van a pensar muy parecido, desde una lógica guerrillerista suicida, pero van a pensar muy parecido, en los mismos términos que pensaba Cooke. Es decir: el Movimiento, para pegar un salto hacia la revolución, tiene que estar en manos obreras pero sin dejar de ser un movimiento nacional. Lo último que podría suceder, o lo peor que podría suceder para Cooke, es que se queden como laborismo o que se transformen en partido marxista-leninista.

Dice Cooke: “la organicidad que ahora se requiere se logrará verticalmente, de arriba hacia abajo. Los dirigentes sindicales tienen muchas fallas pero también los méritos principales: son representativos. No es admisible que los gremialistas que hicieron posible la coyuntura favorable desaparezcan de la conducción del movimiento”. Hay otra cosa interesante que dice Cooke y a la que la izquierda nunca la prestó mucha atención: los dirigentes sindicales son representativos, todos son muy representativos. Barrionuevo es un dirigente sindical representativo. Coria lo era, Rucci lo era. Con sus guardaespaldas, sus gansters, sus mafiosos, sus incapacidades de permitir que se organicen listas opositoras. Eso lo sabemos largamente. Pero no podemos quitarle esa condición, porque sino no entendemos realmente su capacidad de representación. Aún los sectores sindicales más cuestionables tienen una alta capacidad de representación. Esto es muy importante. Lo dice Cooke y lo dice desde una tarea muy concreta, de estar hablando con ellos, de estar en la resistencia. Aquí aparece progresivamente en la historia y en el propio Cooke, un drama, el gran drama del peronismo: el peronismo tiene bases revolucionarias y un líder revolucionario que, si no termina de decidirse por un lenguaje revolucionario definitivo, lo contiene potencialmente. Pero tiene en el medio –y acá empieza el gran equívoco– una suerte de dirigencia que traiciona al pueblo y al líder. Esto hablando casi de lo que podría ser la lectura de la FAP, del Peronismo de Base. El líder y las bases son los únicos que se salvan y en el medio hay una infinita cantidad de traidores. Esto tiene que ver con una lectura. Ya pasada la historia y ya pasados los grandes apasionamientos que uno tenía en cuanto a odiar y amar a alguien en términos políticos, estamos frente a una lectura. ¿Qué le exigimos al sindicalismo? ¿Qué le solicitamos a un movimiento nacional que se plantea una estrategia de articulación de clases? Y cómo la izquierda peronista se va alimentando de una época, se va alimentando del propio peronismo, de la propia lucha obrera, de la propia lucha cubana, de la propia lucha vietnamita y va planteándose una lectura donde el gremialismo aparece como el gran cáncer, como lo que no puede ser superado. Hasta llegar al paroxismo de pensar que toda lucha gremial, que toda lucha sindical está condenada absolutamente a ser una actividad de simple negociación entre capital y trabajo: yo me acuerdo que éstas eran las discusiones en la CGTA –la CGT de los Argentinos– desde 1968 en adelante, con Raimundo Ongaro a la cabeza. Una experiencia donde entró mucha gente peronista de izquierda y de izquierda no peronista y que formaban parte del debate donde se discutía qué significaba la idea de sindicalismo de la liberación. ¿Que el sindicalismo en manos de la CGTA iba a ser la revolución? ¿Que no se necesitaba partido al lado, que no se necesitaba partido laborista ni movimiento político? Esto fue todo un debate donde, según mi artículo de esa época –imagínense que hace 30 años que lo escribí–, la lectura que acontece es un equívoco de la izquierda, al exigirle al sindicalismo una capacidad, una lógica, una actuación y unos resultados revolucionarios que el sindicalismo no está capacitado para llevar adelante. Porque su propia lógica decisiva, clave, es la negociación, en el mejor sentido de la palabra. Ahora, el movimiento político en la Argentina se dividió en tres instancias. Augusto Vandor quiso encabezar una, que es el Partido Laborista. El peronismo, con Cooke a la cabeza, otra, que siguió, porque incluso después de la gran reyerta entre Perón y los Montoneros en el ’73, ’74 está latente esta discusión de quién se queda con el movimiento, si Montoneros o Perón, más cuando Perón muere. Esa línea era que la clase obrera sindicalizada, organizada, “columna vertebral” según John William Cooke, tenía en el peronismo el momento político por excelencia. La tercera lectura es que la clase obrera necesitaba un partido. Desde esas tres perspectivas podríamos decir se da todo el debate sobre lo sindical y lo gremial en la Argentina.

Dice Cooke, en 1959, le dice a Perón: “sería una utopía pretender (…) que la clase obrera haga una huelga general revolucionaria a su manera mientras el movimiento político no haya avanzado más y se haya puesto en una línea paralela al movimiento gremial”. Fíjense que acá Cooke está planteando que el movimiento gremial está anticipándose al movimiento político. Que la lucha obrera está por encima de la propia ideología del movimiento, que está por encima de las propias decisiones de Perón. Pero que sería imposible eso que fue el mito de todo un tiempo de la resistencia, que era la huelga general revolucionaria hacia la insurrección. Una huelga que se prolongase en el tiempo y que, de distintas maneras, fuese corroyendo de tal forma el poder burgués, el poder oligárquico, el poder del régimen, el poder gorila, el poder antiperonista que, finalmente, se transformara en una insurrección que tiene que estar organizada, preparada, con sus cuadros, con sus políticas, con sus formas de lucha armada. Básicamente era una concepción luxemburguista, podríamos decir. La lucha obrera insurreccional. Pero Cooke advierte que acá hay un momento fuerte que no va a ser único en la historia argentina, donde el movimiento gremial está por encima del movimiento político. Es decir, hay una instancia gremial de lucha que está por encima de las circunstancias políticas que se están viviendo.

Muchas veces sucedió en la Argentina esta circunstancia, recordemos lo que fue el Cordobazo, SITRAC-SITRAM[14]: ahí hay un momento gremial peronista y no peronista que está muy por encima de todo lo que políticamente podía ser, en principio, el Partido Justicialista o el movimiento y todo el resto de los partidos. Y acá ya Cooke plantea el drama de ese momento. Porque también en el Cordobazo se vivió esto que venía como un eco fantasmal del ’59, donde está hablando Cooke, que si el Cordobazo se extiende un poco más, si la huelga se extiende un poco más en un segundo Cordobazo, si aguantamos un poco más, si Tucumán se adhiere, si Mendoza se agrega, si el Conurbano… aparecía también la idea de una insurrección que, por ejemplo, llevó adelante en muchos sentidos el maoísmo. Hubo muchos sectores peronistas, de jóvenes peronistas, que no planteaban la lucha armada, sino la huelga general y la insurrección. Esto hasta 1973.

Dice Cooke, le dice a Perón: “el Partido Justicialista puede ser el camino para que la corrupción penetre en el Movimiento. No nos olvidemos que las mismas acechanzas se ciernen sobre nuestro movimiento obrero”. Acá aparece esa mística, una mística cierta: que el peronismo se pudra por dentro, se corrompa por dentro e implosione incapacitándose para ser lo que tenía que ser, que era la revolución. Dice Cooke, a partir de la huelga del Lisandro de La Torre que también fue una huelga que generó expectativas insurreccionales: “subyace una desubicación de lo sindical al cual se le exige, por una parte, la segregación de una política resolutiva de la cuestión del poder que su realidad por sí sola no promueve, aunque contradictoriamente o por otra parte es el espacio privilegiado en la generación de climas insurrecionalistas antisistema”. Está también expresada realmente la contradicción que tuvo permanentemente el Movimiento como política pensada desde la Revolución, o sea, desde su izquierda con el sindicalismo. Era el momento más esperanzador, era el momento más organizado, era el momento obrero, era el momento proletario, era el momento trabajador, era el momento de la conciencia fuerte, era el momento de la mayor lealtad peronista al líder pero, al mismo tiempo, era el momento que planteaba claramente un límite: la revolución no era posible desde una lucha revolucionaria con la idea de huelga general insurreccional. Ahí, en la conciencia de esa imposibilidad que acabo de describir, nace lo que van a ser las vanguardias armadas peronistas. O sea que van a suplir lo que sindicalmente hubiese sido laborismo o tradeunionismo y a suplantar también lo que el partido no daba, porque era una “cueva de burgueses”. Apañado por el propio Perón, que apañaba a todos.

Dice Cooke: “el sindicalismo ya no es únicamente la cohesión en el alumbramiento y estructuración del movimiento político. Sería en 1959 para una renovada generación de cuadros políticos que protagonizó la resistencia en permanente punto de ruptura potencial con que se intenta proponer al movimiento en el proceso”. O sea, el permanente momento de ruptura potencial. A eso agreguémosle que, así como el sindicalismo peronista tuvo momentos burocráticos de una miseria política e ideológica muy fuerte, también hay que pensar que la resistencia peronista y las juventudes peronistas se alimentaron básicamente de los sectores sindicales y gremiales de centro izquierda, de lucha de izquierda que le proveyeron lugares, sindicatos, aparto, cuadros, dinero, impresoras, todo aquello que necesitaba la izquierda peronista para gestar sus instancias revolucionarias. O sea, esa también es la historia del gremialismo y del sindicalismo de la Argentina. Estructurar al peronismo, dice Cooke, significa integrar una conducción revolucionaria. Lo incuestionable, lo representativo es el modelo histórico con que las masas instauraron en la Argentina su momento político, el movimiento nacional. Eso es lo innegociable. El movimiento nacional es la marca con que la Argentina popular hizo su historia. El movimiento popular es casi un papel calcado de la historia popular de la patria. Eso no se puede mover, dice Cooke. Eso es historia argentina, creación auténtica. Desde esa perspectiva, se habla y se conversa. El movimiento es un bloque popular que se ratifica aún más gráficamente, dice Cooke, en la proscripción y en la resistencia. Ahí Cooke tiene una  idea, que es una idea también mística: Jesús necesitó llegar y ser crucificado para que el Cristianismo existiese. Acá hay una idea de que el mal es absolutamente necesario para la constitución de él mismo. Es decir, el peronismo necesitó la proscripción, los fusilamientos, la sangre derramada, el sufrimiento y la cárcel para poder ser aquello que no hubiese podido ser, o sea, revolucionario.

Es una idea interesante porque también implica todo ese fondo de martirio con que luego las vanguardias se autoconvocaron  y se autoextinguieron. El modelo no es el sindicalismo, dice Cooke; no es el partido político clásico, no es ya la forma combinada de estas dos instancias con la cual se pensó orgánicamente la alianza clase trabajadora/sectores de la burguesía nacional. Tampoco es el partido acotado de los intereses proletarios. Y acá está el sueño de Cooke, sueño que progresivamente va perdiendo hasta que en el ’68 termina hablando con las nuevas juventudes que no vienen del peronismo, con los sectores del catolicismo, de la facción social católica, Fernando Abal Medina, Ramus, los cordobeses: “sólo la presencia de una superconducción revolucionaria pensada en el espacio que ocupa el líder de masas puede decir una conducción revolucionaria no segregada falsamente por lo gremial ni impedida por los políticos ni, en términos globales, sepultada por lo burocrático. Los sindicatos, aunque juegan en  la práctica un papel revolucionario, no son órganos revolucionarios. En un momento en que el régimen se vea en peligro inminente disolverá los sindicatos. Porque hay dirigentes gremiales que negocian con los gobiernos para no perder el sindicato porque no hay una línea partidaria, entonces, hay que mantener el sindicato porque nadie tendría en cuenta esto y más bien los eliminarán de cualquier oposición política”.

Esto es interesante, porque en los ’70 en el PRT-ERP se dio esta discusión. Llegó un momento en que la conducción del ERP estaba básicamente en manos de lo que Santucho y la conducción del ERP llamaban “pequeño-burgueses”. Es decir, en manos de sectores medios, ilustrados, concientizados, marxistas, absolutamente comprometidos e integrados a una causa que conducía el Ejército Revolucionario del Pueblo. Santucho mandó a una revisión fundamental de esta cuestión y a una reformulación: tomaron a los obreros –que eran bastantes– que tenía el PRT y los llevaron a la conducción del ERP, pensando que en ese traspaso mágico de obreros a la conducción del ERP, el ERP se iba a transformar en el ejército de la clase obrera. Esto que puede sonar risueño o mágico, forma parte de un drama que es cómo constituir políticamente una revolución obrera, cómo constituir una revolución proletaria, que era lo que contaba. No estábamos en la época de Bonelli y Silvestre, estábamos en la época de hacer una revolución proletaria. Entonces, desde esa perspectiva el drama también atraviesa a instancias, podemos decir, no peronistas. Santucho interviene toda la regional Buenos Aires y la proletariza. Es decir, saca a las conducciones, podríamos decir, de origen pequeño-burgués y la lleva a una conducción obrera. Efectivamente, el asalto al cuartel de Monte Chingolo se da con una conducción cuyo ochenta por ciento es una conducción obrera. No son los locos de Filosofía y Letras –que también hicieron sus locuras en ese tiempo–, sino que son conducciones obreras las que deciden el asalto a Monte Chingolo. Lo que no habla mal de los obreros: lo que digo es que no se modifica la política por un traslado así, artificioso. Y esto lleva progresivamente al eterno preguntar por la conciencia revolucionaria de la clase obrera, de dónde proviene, quién se la da.

Frente a esto, aparece lo otro que dice Cooke, que la única resistencia que tuvo el Peronismo en dieciocho años que le permitió sobrevivencia y que le permitió gestar sus formas de izquierda fue el sindicalismo. Fue la lucha que generó el sindicalismo más rescatable, el sindicalismo de liberación desprendiendo variables en donde uno podía reconocerse junto al pueblo trabajador. Dice Cooke: “la negociación gremial y la defensa explícita de lo gremial como institución no admite una lectura sobre el eje ‘leales y traidores’. Aunque soy conciente de la etapa del integracionismo sindical, del progresivo acuerdo Estado/empresarios/sindicatos mayores y de la consolidación del aparato gremial desde sus ópticas, la forma particularmente claudicatoria que conlleva esta institucionalización de los límites sindicales no es lo determinante de los análisis”. Con esto ya está hablando Cooke de un vandorismo absolutamente fuerte, organizado y que le va a disputar a Perón. ¿Se acuerdan de esa frase: “hay que salvar a Perón desobedeciéndolo”? Acá aparece una figura muy interesante, la de Roberto Carri, que se va a meter en la discusión con Cooke y va a decir: “el reformismo de los dirigentes sindicales es sólo un aspecto de la cuestión. Si no hubiesen actuado de esa manera, fácilmente podrían haber sido desplazados por Perón y el movimiento sindical no hubiese tenido la envergadura y el arraigo popular que realmente tuvo y que, pese a las sucesivas derrotas, todavía tiene. Mientras no exista un organismo que reemplace a los sindicatos, estos mantendrán su papel como vanguardia del movimiento popular”. Esto lo dice Carri en su momento vandorista. Carri aparece defendiendo esto en un libro que cito yo, cuando entra en el debate con Cooke. Éste es el corazón de lo que quería expresarles. Estamos en 1959, 1960, 1961. El artículo al que me refiero lo termino con la lectura que hace Montoneros del sindicalismo entre el ’74 y el ’75. Una lectura que se va agudizando, que va avanzando y va generando un drama de divorcio cada vez más peligroso. Ese es el motivo de mi texto: ¿dónde se equivocó la izquierda revolucionaria leyendo lo que es un sindicalismo de masas? Porque acá no estamos hablando de un sindicalismo que nace con una lucha, es un sindicalismo de masas, son cinco o seis millones de tipos organizados sindicalmente. Y termino con un cuadro donde planteo la oposición total de lo que sería una lógica revolucionaria: sobre una columna los sindicatos y sobre otra columna el proyecto guerrillero. Legalidad/ Ilegalidad. Espacio de fábrica/ Clandestinidad. Gremialismo/ Operativo comando. Clase obrera organizada/ Organización del pueblo en armas. Reivindicaciones laborales/ Lucha militar. No representatividad (que era lo que decía Montoneros del gremialismo)/ Representatividad popular. Dirigencia infiltrada/ Dirigencia popular. Traición/ Lealtad. No peronismo/ Peronismo. Reformismo/ Revolución.

Digo, el drama se llevó a un punto muy extremo. Esto no significa que no haya habido diálogo, que no haya habido encuentros. Estas son cosas que las entienden solamente los peronistas; a pesar de toda esta confrontación, indudablemente la capacidad reparadora es fuerte. Digo, de igual manera, para una lectura revolucionaria fracasada como fue la de las vanguardias político-militares peronistas, uno de los elementos fuertes fue no haber entendido el momento sindical. Pero, ¿esto que quiere decir? No haber entendido el momento sindical no es simplemente haber matado a Rucci. Es haber leído totalmente diferente la encrucijada de 1973. No era el momento de la lucha armada, no era el momento del montonerismo sino que era el momento del peronismo, era el momento de Perón y era el momento de un proceso democrático popular reformista. Y no el paso al estado de actualidad absoluto del socialismo revolucionario. Lo que digo es que esa mala lectura nace de una mala lectura del sujeto privilegiado y protagonista por excelencia, que es el trabajador, el obrero. Al leer mal eso, al pensar que el obrero estaba para asumir un arma, construir un ejército de liberación y luchar contra el ejército de ocupación al mando del General Videla –porque así se lo leyó–, se está leyendo muy mal un estado de las masas trabajadoras, que estaban muy felices con el regreso de Perón, con un gobierno reformista democrático, con un Perón presidente –habían estado 18 años poniendo “Perón Vuelve”– y que no estaban capacitadas ni dispuestas para una guerra tipo vietnamita. Ahí se produce la mala lectura de la cuestión obrera que Cooke no resuelve, porque muere en el ’68; muere, podríamos decir, antes de los dramas. Cooke lo único que plantea es que no hay que olvidarse del movimiento, no hacer un laborismo, no hacer un marxismo-leninismo y que la conducción del movimiento no sea una conducción obrerista, sino que tenga obreros pero que sea una conducción revolucionaria.

Desde esa perspectiva, es casi único el aporte de John William Cooke, porque como ustedes vieron no habla de cultura nacional, ni de las zonceras, cosas extraordinarias de las que habló Jauretche. John William Cooke está metido en el corazón de la militancia, metido como cuadro político en una organización de avanzada como fue la resistencia peronista que él comandó y discutiendo con los cubanos y con los cuadros de Montoneros y con los cuadros de la FAP. Él está discutiendo profundamente con Perón, porque le sigue escribiendo hasta el ’67, diciéndole que venga a La Habana, que vaya a vivir a Cuba, que desde Cuba va a tener una perspectiva complemente diferente de lo que es la lucha, contándole cómo es la revolución cubana a lo largo de los ’60. O sea, Cooke está absolutamente metido en un espacio que es de una admirable envidia: es un cuadro intelectual pensando la revolución y actuando en cada momento la posibilidad de la revolución. No es un tipo de gabinete. Aunque es un gran teórico intelectual, es un tipo de pensamiento y de acción, de militancia y de crítica que afortunadamente escribió sus Informes para las bases, que es un texto de 1966, cuando asume Juan Carlos Onganía, que es un excelente libro donde él ya va anunciando y también se resiste a una lucha armada y va diciendo que posiblemente haya necesidad de una violencia para desplazar a la dictadura. Y el otro libro, Historia y Peronismo de 1967, su último libro, en el que va trabajando ideas de primera línea en lo que sería el drama del peronismo hasta nuestros días. Porque hoy seguimos discutiendo qué pasa con el peronismo, qué es el peronismo, dónde ubicarlo, qué significa el peronismo kirchnerista, adónde está el peronismo, qué pasa con la derecha peronista, qué pasa con la centroizquierda peronista, qué pasa con el sindicalismo. Sobre todo, en una época tan racista y gorila donde el “negro” Moyano es básicamente un “negro de mierda”. En esa situación estamos viviendo quizás los últimos estallidos de una larga historia del movimiento peronista, de la que Cooke fue protagonista principal.

 

Bibliografía de consulta
Sobre la discusión en torno a la “esencia” del Peronismo y la crítica a las tendencias “reaccionarias” al interior del Movimiento.

Cooke, John William, Carta fechada el 24 de Julio de 1961 en Correspondencia Perón-Cooke Tomo II, Buenos Aires, Colihue, 2007.

Sobre la distancia irreductible entre el Movimiento y el sistema político partidario y su análisis de los actores que en diferentes coyunturas encarnan dichas posiciones.

Cooke, John William, Carta fechada el 15 de Junio de 1962 en Correspondencia Perón-Cooke Tomo II, Buenos Aires, Colihue, 2007.

Otros textos de consulta

 Bascheti Roberto, Documentos de la Resistencia Peronista 1955-1970, Buenos Aires,  Punto Sur, 1988.

Casullo Nicolás, Peronismo militancia y crítica (1973-2008), Buenos Aires, Colihue, 2008.

Cooke, John William, Apuntes para la militancia, Buenos Aires, Schapire Colección Mira, 1973.

Galasso, Norberto, Cooke de Perón al Che. Una biografía política, Buenos Aires, Nuevos Tiempos, 2005

Saítta, Sylvia y Romero, Luis Alberto, Grandes entrevistas de la Historia Argentina (1879-1988), Buenos Aires, Punto de Lectura, 2002

 

Notas

[1] Cristianismo y revolución, fundada y dirigida por el ex seminarista Juan García Elorrio, fue una de las principales publicaciones de la conocida como “nueva izquierda” y, sin duda, la de mayor influencia sobre lo que después sería el núcleo fundacional de Montoneros. Además del propio Cooke, pasaron por sus páginas Raimundo Ongaro, Rubén Dri, Eduardo Galeano y Emilio Jáuregui, entre otros.

[2] Se refiere al proceso revolucionario abierto en México a principios del siglo XX en contra de la dictadura de Porfirio Diaz. Se la reconoce como la primera revolución liberal democrática de América Latina, aunque también cobijó a líderes revolucionarios populares de avanzada para la época, como Emiliano Zapata y Pancho Villa. El proceso se cerró con la promulgación de la Constitución Mexicana, en 1917.

[3] Se refiere al golpe contra el General Ramón Castillo, del 4 de junio de 1943, en el que participó activamente el Grupo de Oficiales Unidos (GOU), del que formaba parte el por entonces Coronel Juan D. Perón.

[4] “El largo viaje hacia el PJ”, Página/12, 16 de marzo de 2008.

[5] Cipriano Reyes, el que “hizo el 17 de octubre”, como el mismo se encargaba de afirmar, fue un dirigente del Sindicato de la Carne de Berisso, de fundamental importancia en el desarrollo de las jornadas que terminaron con la liberación de Perón el 17 de octubre de 1945. En 1946 fundó el Partido Laborista, un intento por darle formalidad institucional al movimiento surgido al calor de las jornadas de octubre. Sin embargo, ese intento le valió el enfrentamiento con el propio Perón, que derivó en su encarcelamiento – acusado de conspirar contra el gobierno– entre 1948 y 1955. Murió en 2001, a los 94 años.

[6] Andrés Framini, un protagonista de la resistencia peronista, ganó las elecciones para Gobernador de la Provincia de Buenos Aires en 1962, en nombre de la Unión Popular y con el explícito apoyo de Perón desde el exilio. El gobierno del presidente Arturo Frondizi, presionado por los militares, desconoció el resultado electoral. Fue derrocado por esos mismos militares unos días después.

[7] La toma del frigorífico Lisandro de la Torre, en enero de 1959, es un episodio mítico de la resistencia peronista. Luego de que el ejército y la policía desalojaran el edificio tomado por sus trabajadores en contra de la privatización de la empresa, los propios trabajadores y los vecinos del barrio de Mataderos se enfrentaron con las fuerzas de seguridad para defender la toma. Eso derivó en una serie de acciones de los grupos de la resistencia en toda la ciudad de Buenos Aires, que resultó la “carta de presentación” del poder que ya insinuaba la resistencia en la clandestinidad.

[8] Se refiere a las revoluciones europeas de 1848, la “primavera de los pueblos”, muy probablemente el primer ciclo de revoluciones modernas en Occidente.

[9] Karl Kautsky fue un destacado intelectual y militante socialista y figura clave de la Segunda Internacional. Aunque checo de nacimiento, formó parte del Partido Socialdemócrata Alemán, con el rompió y se reconcilió varias veces. Pasó a la historia por las ácidas críticas que, por su presunto reformismo, le propinaron Trotski y Lenin, quien lo llamaba “el renegado Kautsky”.

[10] Rosa Luxemburgo fue una verdadera heroína de los movimientos revolucionarios de principios del siglo XX. Nacida en Polonia, se integró en su juventud al Partido Socialdemócrata Alemán, con el que rompió en 1914 por la posición de los socialdemócratas frente a la Primera Guerra Mundial. Fundó entonces –junto a Karl Liebknecht– la Liga Espartaco, con la protagonizó la fallida revuelta de Berlín en 1919, en la que fue tomada prisionera y asesinada. Más allá de su enérgico activismo político, Rosa Luxemburgo también tuvo una destacada participación intelectual. Su célebre polémica con Lenin acerca de los primeros pasos de la Revolución Rusa la revelan como teórica de alto nivel y honestidad intelectual.

[11] “Tradeunionismo” viene de Trade Union, nombre con el que se identificaba a los sindicatos ingleses, que son los que pensaba Lenin cuando reflexionaba sobre el sindicalismo.

[12] El Programa de Gotha fue el documento fundacional del Partido Socialista de los Trabajadores Alemanes, nacido en 1875 de la unión entre marxistas y socialistas reformistas. Su carácter social-demócrata fue duramente discutido por el propio Marx en su célebre Crítica al programa de Gotha, manuscrito publicado póstumamente por Engels en 1891.

[13] Gustavo Rearte, fundador de la Juventud Peronista en 1957, fue uno de los más destacados militantes de la resistencia peronista. Junto con Envar El Kadri, Felipe Vallese y otros protagonizó el ataque a la Guardia de la Aeronáutica de Ciudad Evita, bajo la firma del Ejército Peronista de Liberación Nacional, en lo que constituye la primera acción armada pública de los grupos de la resistencia.

[14] SITRAC-SITRAM (Sindicato de Trabajadores de Concord y Sindicato de Trabajadores de Materfer) fueron dos de las experiencias claves de los sindicatos denominados “clasistas” de la década del ’60. Ambos fueron vitales en el desarrollo del Cordobazo.