Althusser sobre Lacan y el Mercedes Benz

No, no es demasiado glamoroa la imagen de Lacan que surge de estas páginas a pesar del respeto y la seducción y tampoco J. A. Miller, su yerno, sale bien parado con su reivindicación acusatoria de que, «se le había robado un concepto: la causalidad metonímica». Asunto sórdido este del robo que Althusser despacha entre dolido e irritado sin querer abrumar a Miller con pecados de juventud ahora que, dice Althusser, no sé si con ironía, que ha comenzado un curso magistral sobre Lacan diciendo solemnemente: «No estudiaremos a Lacan sino que seremos estudiados por él».

«yo era un caso atípico… ¿no lo es todo caso… ?»
             Louis Althusser. El porvenir es largo.

Ningún historial clínico mejor que este. Podría ser el Caso Schreber de la Psicosis Maníaco Depresiva sino fuera bastante más que eso. He aquí un hombre al que todos, (¿todos?), leímos con admiración no hace mucho, cuando aún pensábamos que la vida era una enfermedad remediable con una sencilla receta ideológica. Era esta idea un pecado de juventud en un tiempo en que los pecados y la juventud existían.

Leer esta confesión autobiográfica es seguir de cerca los sobresaltos y vacilaciones de cuarenta años de política, pasiones, desventuras y psiquiatría: Escribo este pequeño libro – dice en las primeras páginas – para mis amigos y después si es posible, para mí. Muy pronto comprenderán mis razones.

Antes de las razones estaban los hechos y esos eran conocidos por todos desde las páginas de sucesos de los periódicos de medio mundo. Althusser, en un momento de locura, había asesinado a su mujer Helène y había sido por ello declarado “no responsable” e ingresado, una vez más, en un psiquiátrico. Él, que había escrito que la historia es un proceso sin sujeto, sin persona en sentido jurídico y en consecuencia sin agente responsable, no consentirá que se aplique esa determinación estructuralista a su propia biografía. Escribe un libro póstumo contra esa declaración de “no responsabilidad” que, (él mismo lo reconoce), posee evidentes ventajas: protege al acusado…pero esconde también temibles inconvenientes que son menos conocidos y casi siempre podríamos añadir nosotros, ocultados por psiquiatras que entienden el progresismo como negación del mal y su substitución automática por la enfermedad.

La “no responsabilidad” impide que la ideología de la deuda saldada que se aplica al delincuente no tenga aquí su oportunidad. Es una condena perpetua que impide además el proceso público. Lo que entonces llega a la gente es apenas nada: que se ha perpetrado un crimen… pero nada sabrá de los detalles, considerandos y resultados de los exámenes periciales…nada de las dificultades a veces terribles con las que los médicos deben enfrentarse y de los angustiosos callejones sin salida a los que llegan en ocasiones mientras mantienen las apariencias…

Es evidente. Nos conoce bien y también el interior, a veces sórdido a veces acogedor, de los hospitales que-cuanto sabe-reserva con exclusividad para “los casos urgentes llamados agudos” pues en otro caso el paciente y el médico que lo trata y lo acompaña, pasan a ser “crónicos”.

Un «no responsable» es un desaparecido, ni vivo ni muerto, y así se siente él dos años después de su liberación cuando escribe estos párrafos y tal vez, solo tal vez para no herir la sensibilidad de médicos materialistas, escoge para morir la enfermedad del olvido y la desaparición: la enfermedad de Alzheimer.

Como Camus o Derrida, nace en Argelia en casa de sus abuelos maternos, dos guardabosques que vivirán cuarenta años aislados. Tendrán dos hijas. En una de sus infrecuentes visitas a la ciudad, conocen a un matrimonio de deportados alsacianos, los Althusser que tienen dos hijos de parecida edad. Se visitan y los padres deciden casarlos: Juliette con Charles, Lucienne, futura madre de Althusser, con Louis porque así se habían establecido las afinidades entre ellos. Louis y Lucienne son seres semejantes. Comparten un mismo entusiasmo por los estudios en los que todo sucede en la cabeza y no en el cuerpo. Todo va bien pero la guerra se lleva a los hermanos al frente y Louis no volverá. Charles se ofrece a substituirlo como marido y es aceptado. Su madre no »olvidará jamás su «horrible casamiento” del que conserva un triple recuerdo atroz: haber sido violada en su cuerpo, haber sido despojada de sus ahorros en una noche de francachela de su marido, haber sido privada de su trabajo de maestra. Ella seguirá amando toda su vida a Louis y ese es el nombre fatídico que recibe Althusser cuando nace. Jamás podrá liberarse del sentimiento de que su madre ama a otro en él, a «lui» y cada vez que su nombre es convocado, sabe que es el otro, lui-Louis el llamado.

Esta madre horrorizada por el sexo, llena de fobias y miedos mantenía una extraña familiaridad con la muerte. Cuando nace la hermana de Althusser, la madre la bautiza con el nombre de su amiga muerta: Georgette. Althusser escribe: «Otro nombre de muerte».

Su padre nunca intervino en su vida para ordenarla; nunca le inició en la suya. Era un hombre inteligente pero lejano. Es su madre la que obsesiona al Althusser joven. Se siente violado, castrado por ella, sufriendo en su cuerpo y en su libertad las fobias de su madre, realizando lo que mi madre deseaba para la eternidad…de la persona del otro Louis y lo hice para seducirla. Años después, años de psicoanálisis con Diatkhine, verá a su madre como una mártir y a sí mismo como una mujer de su casa que ayudaba a esa madre mártir en las tareas del hogar y se sentía por ello con algo que le fallaba por el lado de la virilidad. Su incapacidad para amar, su insensibilidad, se la atribuirá no sin dudas, a esa madre que lo había invadido y mermado en lo más intenso de su vida.

Imposible resumir los matices y los incidentes de esta biografía. Desde Argel recorre algunas geografías francesas siguiendo los destinos bancarios de su padre. Brilla relativamente en los estudios. Ejerce de monaguillo y es un creyente fervoroso. Se sorprende de poseer algunas capacidades que lo inquietan pues ignora su fuente: el don de lenguas, la movilidad de todos sus músculos, incluso aquellos que sus compañeros adolescentes no alcanzan a contraer y que interpretará más tarde como un deseo de que su cuerpo tuviera vida propia. Duda de su valía: seducía a mis maestros, dice, que me daban notas por encima de mis merecimientos. Desde entonces se ve como un impostor. Sospecha y teme que pueda ser homosexual. Durante sus primeros treinta años obedece el deseo de su madre: pureza absoluta, sexual y económica.

Hasta los 18 años no tuvo nunca dinero en el bolsillo; hasta los treinta no besa por vez primera a una mujer; su primera relación carnal es aún más tardía y lo llevará a la locura depresiva por vez primera. En 1939 aprueba el ingreso en la difícil y selectiva Ecole pero no podrá incorporarse. Es movilizado, hecho prisionero, trasladado a un campo de prisioneros en Alemania donde pasará cinco años y conocerá el comunismo a través de algunos personajes que marcarán su vida. Cuando vuelve, sus compañeros son mucho más jóvenes. Se sentirá una vez más, extraño, solitario, ajeno al mundo académico al que nunca podrá adaptase por completo. Mientras tanto ocurre un milagro. Su padre, movilizado, deja a su madre sola que se incorpora a un trabajo en la alcaldía. Con el marido ausente, esta mujer es, según Althusser, feliz por primera vez en su vida y con esa felicidad y libertad desaparecen todas sus enfermedades. Años después cuando Althusser la visita en la clínica donde está internada, se niega a que la llamen por el apellido de su marido. Usa su nombre de soltera y sigue sin las enfermedades que la acompañaron sin pausa durante su período matrimonial: «Se puede pues, curar de una increíble serie de fobias sin ningún análisis: basta por ejemplo, que muera el marido, para que Madame Althusser se convierta otra vez en Lucienne Berger y todo entra dentro del orden…»

Entonces– escribe al final del capítulo- conocí a Helène. El amigo que los presenta adelanta algunas palabras clave: extraordinaria inteligencia política y un poco loca. El añade enseguida las que faltan: comunista, judía, pasión por la clase obrera, vida miserable, amigos importantes dentro del mundo cultural: Jean Renoir, Malraux, el propio Lacan. Reconoce en ella un ser idéntico a sí mismo; son dos seres en el colmo de la soledad. Ella toma la iniciativa y él escapa. Le presenta a otras mujeres a las que Helène despacha sin miramientos en batallas retóricas. Después de uno de esos triángulos de guerra escribe: Helène había entrado…en mi vida con violencia, pero no con violencia contra mí. Ella lo besa. Enseguida hacen el amor. Era la primera vez y tenía treinta años. Siente crecer una repulsión sorda y violenta: Cuando ella se fue se abrió un abismo de angustia en mí que no se cerró jamás. El abismo abierto por este primer conocimiento carnal lo arrastra a su primer ingreso psiquiátrico.

Es en 1947. Su última estancia hospitalaria será en 1982 después del asesinato. En total traspasa los muros asilares quince veces; recibe los cuidados de unos psiquiatras que cada vez tratan más, pero entienden menos y fuera de los muros, la atención de psicoanalistas que cada vez entienden más pero tratan menos: Electroshocks, neurolépticos, antidepresivos, psicoanálisis… Al final, Althusser es un entendido que vuelve contra sus cuidadores y contra sí mismo todo lo que ha sufrido y aprendido en el camino…y pocos salen ilesos.

El psiquiatra vasco nacionalizado francés Julián de Ajuriaguerra en primer lugar que clandestinamente lo visita en Saint Anne y modifica un diagnóstico fatal de Demencia Precoz por otro más esperanzador que lo libera. En aquellos sórdidos pabellones donde con Althusser treinta internados recibían en grupo diariamente la descarga eléctrica de manos de Stalin, (un enfermero), Ajuriaguerra sentencia: es una melancolía grave.

Después de ese primer ingreso, a cada depresión le sucede una hipomanía, a veces una manía franca que lo empuja a relaciones amorosas ahora placenteras o a proyectos disparatados y arriesgados, a veces reales, (robar en los comercios), o semi-fantásticos, (robar un submarino nuclear). En esta altura el diagnóstico es claro: Psicosis Maníaco Depresiva; los sucesivos reingresos son peculiares y ejemplares, si queremos reconocer que siempre hay algo más que biología o neurotransmisores desajustados en estos infortunios periódicos:

Mis depresiones sucesivas… fueron extrañas depresiones en las que la hospitalización era suficiente para tranquilizarme casi de inmediato… felices depresiones si me es lícito decirlo, que me ponían al abrigo de todo exterior y me lanzaban a la infinita seguridad de no tener que luchar más, ni siquiera contra mi deseo…eran muy breves, (de quince días a tres semanas)…cesaban como por milagro con la hospitalización…salía de ellas en un estado hipomaníaco.

Althusser descubre que bastaba que alguien tuviera «ideas sobre mí», y esas ideas querían decir planes de vida en común por ejemplo, o tal vez, decidir por uno, proponer un destino, tomar la iniciativa, marcar una ruta para el deseo como hacía su madre, para que la depresión surgiera de manera casi inmediata y obligada. Es quizás aquí, en estas retaguardias de lo inmediato, donde hay que buscar las claves explicativas de estos trastornos y no en los aparentes life’s events cuya enumeración puede ser interminable y es también ahí, donde la alternativa psicógeno-endógeno probablemente podría plantearse de otro modo más adecuado. Althusser es capaz de reconocer el guion que lo determina y lo empuja al abismo, pero no siempre es fácil hacerlo para quien no es un Althusser.

Desde 1947 su vida es vertical: arriba y abajo; la levedad y el peso, la omnipotencia y la fragilidad del desamparo. Desde entonces Althusser tendrá pocos períodos tranquilos y es en esas calmas cuando hace su carrera y conoce a los otros: Merleau Ponty, Foucault, Sartre, Derrida, los comunistas y Lacan.

El Lacan de Althusser poco tiene que ver con las mitologías religiosas-fundamentalistas de algunos de sus seguidores, pues existen y en buen número estos fundamentalistas lacanianos. Es un ser vanidoso y frágil, un gran anciano vestido como un payaso al que sin embargo confiesa respetar aun siendo consciente de que Lacan lo ha utilizado y ha prescindido de él cuando ya no le fue de utilidad. Una vez, la primera, lo escucha en su Seminario:

No comprendí nada de su disertación afectada, barroca, una falsa imitación de la bella lengua de Breton: evidentemente concebida para que imperara el terror. Y este imperaba provocando efectos contradictorios, de fascinación y odio. Sin embargo me sedujo y de esa seducción saldrá la alusión en una revista filosófica que hará que Lacan lo convoque en un restaurante de lujo para comunicarle «espantosos chismes sobre algunos de sus ex-alumnos, de sus mujeres…».

La seducción de Lacan…Tampoco Umberto Eco se librará de ella. Es capaz de refutar por escrito los argumentos lacanianos cuando escribe, pero se confiesa también seducido cuando lo conoce personalmente. Tal vez está ahí la clave de algunos comportamientos de sus seguidores. Lacan… ese heredero de Charcot.

“Una mañana bastante temprano, me llaman a la puerta de la Ecole. Era Lacan irreconocible en un estado atroz. Apenas me atrevo a contar lo que pasó. Venía para “anunciarme antes que me enterara por rumores que le implicaban personalmente a él, Lacan”, el suicidio de Lucien Sebag a quien él analizaba, pero cuyo análisis había tenido que abandonar porque él, Lacan, se había enamorado de Judith, la hija de Sebag. Me dice que acababa de hacer la “ronda de Paris” para explicar la situación a todos los que pudo encontrar a fin de terminar de cortar de raíz todas las “acusaciones de asesinato, mala praxis o negligencia de su parte”. 

Totalmente enloquecido me explica que no podía mantener a Sebag bajo análisis después que se enamorara de su hija, que “por razones técnicas era imposible”. Me cuenta que no obstante no había dejado de ver a Sebag durante todo este tiempo…y que le aseguró (a Sebag) que respondería a su llamada a no importaba que hora, “porque tenía un Mercedes súper rápido”. No obstante Sebag se disparó una bala en la cabeza a media noche y después consiguió rematarse con una segunda hacia las tres de la madrugada. 
 
Confieso que no supe que decirle. No obstante quería preguntar si no hubiera, él, Lacan, podido “intervenir” para poner a Sebag a salvo, haciéndole hospitalizar. En cualquier caso ni una palabra sobre la protección de una hospitalización. Me habría respondido quizá que no estaba en la “regla analítica”. Cuando se fue seguía temblando constantemente. Me dejó a primera hora de la mañana para seguir su ronda de explicaciones. A menudo me pregunté que hubiera hecho Lacan en mi propio “caso” si hubiera sido yo uno de sus pacientes y él, Lacan me hubiera dejado sin protección (yo quería matarme constantemente) para no infringir la menor “regla analítica”. 
Mi analista actual, en otros tiempos había sido el mejor discípulo de Lacan, pero lo había dejado cuando se dio cuenta de que, lo cito textualmente: “Lacan era absolutamente incapaz de escuchar a los demás”. Me preguntaba también que habría hecho de Hélene, siempre en función de las famosas “reglas” que no estuvieron jamás en el espíritu de Freud ni de sus sucesores, de los imperativos sin recurso, simples “reglas” técnicas generales, entendidas así por este mismo Lacan que en su momento había aceptado en análisis a muchas mujeres de mis antiguos alumnos, también pacientes suyos, como me lo dijo él mismo en nuestro primer encuentro. Aquél incidente vertió sobre mi extrañas visiones sobre las terribles condiciones del análisis y sus famosas “reglas”.

«Que se me perdone si es posible por haber contado fielmente esta fábula….pero en esta ocasión la fábula devino en una tragedia, no solo para Sebag, sino en especial para Lacan, que solo tenía entonces como preocupación manifiesta su reputación personal y el escándalo que se cerniría sobre su persona”.(1)

No, no es demasiado glamoroa la imagen de Lacan que surge de estas páginas a pesar del respeto y la seducción y tampoco J. A. Miller, su yerno, sale bien parado con su reivindicación acusatoria de que, «se le había robado un concepto: la causalidad metonímica». Asunto sórdido este del robo que Althusser despacha entre dolido e irritado sin querer abrumar a Miller con pecados de juventud ahora que, dice Althusser, no sé si con ironía, que ha comenzado un curso magistral sobre Lacan diciendo solemnemente: «No estudiaremos a Lacan sino que seremos estudiados por él».

Althusser confiesa no saber casi nada. Conocía bien a Descartes, Malebranche, Pascal, Platón; un poco de Hegel, Spinoza y Marx; nada de Kant o Aristóteles. La misma ignorancia la reparte generosamente sobre los otros. Por ejemplo: Sartre no comprendía nada de Hegel, ni de Marx ni de Freud. Kojeve, al que siguió Lacan con fervor en sus cursos sobre Hegel, tampoco sabía nada de Hegel.

Su mujer, Helène había «matado» a sus dos padres. Víctimas terminales de un cáncer sin futuro fue ella quien se encargó de administrarles a los dos la inyección letal que abreviaría sus vidas y sus sufrimiento, ella que los odiaba. Podemos admirar su acción, incluso compartirla pero hay un punto de horror en esa determinación filial que nos espanta. Helène… basta ver su foto en el libro para comprender muchas cosas. Acusada en la postguerra de agente a la vez del Intelligence Service y de la Gestapo, esta militante comunista es procesada por sus propios compañeros que votan en su contra, incluyendo al mismo Althusser que escribe: «Para mi vergüenza..(vi)… que se levantaba mi propia mano…yo era un perfecto cobarde». Durante años el vacío se hizo alrededor de esta pareja. Tiempos estalinistas de cegueras y complicidades, de ajustes de cuentas, (Camus, Sartre, Merleau, Aron, entre otros se «acuchillarán» entre sí), es difícil hoy comprender algunos comportamientos de entonces, aunque los hayamos vivido personalmente en otros ámbitos cuando se apagaban los sectarismos y los rencores no eran ya tan brutales.

Entre encierro y encierro, depresión y manía, Althusser vive años de pasión y trabajo. Pasará, tal vez un encierro más, treinta y dos años de su vida, alojado en el departamento de la Ecole. Allí se producirá el drama. Althusser es operado de una hernia de esófago. La anestesia es en esta ocasión complicada y nuevamente se insinúa una depresión que esta vez el propio Althusser reconoce como distinta, una melancolía más grave, más profunda, dice su analista, que también psicoanalizaba a su mujer Helène. Se interna en un lugar nuevo, más cercano a Paris pero más sórdido, sin el parque ajardinado al que estaba acostumbrado. Los antidepresivos que las veces anteriores lo habían sacado rápidamente de la depresión le producen esta vez un delirio confusional, persecutorio, con pesadillas para las que no ve otra solución que el suicidio, incluso pretende, aunque lo olvida, destruir todas sus cosas y a Helène con ellas. El cambio de medicación resuelve su estado pero la recuperación no es completa. Se va con Helène al mar a reponerse pero algo ha ocurrido durante su internamiento. Helène, cansada de soportar cientos de llamadas telefónicas preguntando por su estado, por él no por ella, ya no es capaz de vivir con sus períodos de hipomanía y las largas y angustiosas esperas de las recaídas. Le confiesa su deseo de abandonarlo, de matarse, incluso, Althusser lo recuerda entre niebla, llega a pedirle a él que la mate. La pareja se encierra en el departamento de L`Ecole, esta vez juntos.
Durante semanas no abren la puerta a ninguna visita; no contestan llamadas; Althusser se «despierta» con Helène muerta y corre escaleras abajo enloquecido en busca de ayuda y de castigo. Lo ingresan en la Unidad Judicial del Hopsital Saint Anne, un lugar cuyas condiciones materiales de existencia eran inimaginables…tenías que lavar los cubiertos después de las comidas en una cubeta de agua infecta… Los políticos desean que su recorrido sea el mismo de cualquier caso judicial. Los periódicos llenan sus páginas con comentarios más o menos polémicos, más o menos vejatorios. Su traslado a un hospital cercano a Paris, debe esperar meses. Allí le administran la medicación anterior y de nuevo surge el delirio confuso, persecutorio y las ideas suicidas. Le privan del cinturón, de la bata, de los cordones de los zapatos. Sus relaciones con los enfermeros son malas. Descubre «que el médico no tenía todo el poder sobre sus enfermeros, que debía negociar con ellos, es decir, cerrar los ojos…el médico se veía sometido a la dictadura del cuerpo de enfermeros». Poco a poco ya sin la medicación tóxica, vuelve la calma y con ella las visitas de los amigos. El aliento de su médico que, reconoce tener con él un comportamiento especial ya que es alguien especial y su mejoría, permiten su salida a un apartamento donde a la manera de un testamento escribe este texto hasta que la memoria lo abandona.

En estos últimos años se han publicado relatos biográficos de muchos intelectuales franceses: Sartre, Camus, Aron, Foucault, Althusser.. Los hilos misteriosos que unen o separan la vida y la obra de un autor tienen aquí materia de reflexión. Es difícil para las bellas almas seguir viendo a Levi-Strauss de la misma manera cuando sabemos que él, que vivía sólo, ponía un candado en su frigorífico cuando marchaba de casa mientras su criada española le hacía la limpieza e intentaba tal vez tomarse todo el vino.

No es fácil aceptar para espíritus castrenses que alguien como Barthes contratase taxi boys a la salida de sus clases. O a los cuasi canonizados viiendo la obra de Foucault como una justificación creativa de una homosexualidad dolorosa. El estructuralismo, tal vez la gran coartada, permite suprimir estos episodios molestos en los que el sujeto asoma sin estar sujetado, o está sujetado a sí mismo como autor, (esa noción que Foucault intentará negar de manera radical), pero con ellos tal vez suprima algo fundamental, la esencia a veces heroica otras veces sórdida pero siempre contradictoria de la vida.

[1] Louis Althusser. Bir Mourad Raïs, 16 de octubre de 1918; París, 22 de octubre de 1990) fue un filósofo marxista francés. Es además habitualmente considerado estructuralista, aunque su relación con las otras variantes del estructuralismo francés es bastante compleja. La vida de Althusser estuvo marcada por períodos de enfermedad mental intensa. En 1980, mató a su esposa, la socióloga Hélène Rytmann, estrangulándola. Fue declarado no apto para ser juzgado debido a una locura y estuvo internado en un hospital psiquiátrico durante tres años. Hizo un poco más de trabajo académico, muriendo en 1990.(Nota biográfica de Internet)​

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Althusser Louis, El porvenir es largo, Destino, BSAS,1992, pag 253 y ss.

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