Por Rocco Carbone*
(para La Tecl@ Eñe)
Nunca deja de haber aquello que nos espera en el fondo de los tiempos, con un reclamo de actualización.
Horacio González
Modelo organizativo: 0/1
La computación, la informática, la electrónica se constituyen sobre un código binario. Sobre una lengua mínima constituida por dos dígitos: 0 y 1. En realidad se trata de dos símbolos que físicamente aluden a dos niveles de tensión eléctrica. En la lógica booleana (por George Boole, un matemático inglés) esos dígitos asumen los valores de falso y verdadero, o nada y universo. Antes de Boole, Leibnitz -filósofo y matemático alemán- se había ocupado de la aritmética binaria en Explication de l’arithmétique binaire. El sistema numérico binario es la metáfora de una estructura elemental de pensamiento y comunicación.
Sobre esa racionalidad mínima se constituyen también las “redes antisociales” (Horacio Verbitsky lo ha identificado de modo decisivo): no me gusta (0) y me gusta (1). Este binarismo es particularmente evidente en Youtubeque activa los íconos de pulgar abajo (0) y pulgar arriba (1), presentes también en la primera versión de Facebook. En las redes no es necesario elaborar un argumento para expresar una “idea”: basta apretar el ícono de un corazoncito o un like, palabra que ha colonizado nuestra lengua nacional y ha producido un nuevo sentido, el megusta, megustear; de forma análoga, el encierro pandémico alumbró el (des)mutear. El signo mínimo de las redes es una simpática pelotita: el emoticón, palabra de proximidad con emoción que, refraseada, puede nombrarse como impulso, inmediatez y delivery. Esto quiere decir que las redes han aumentado exponencialmente las componentes emotivas en la comunicación. Bien visto, escinden la racionalidad de la emotividad y construyen un sistema de pensamiento y de comunicación binario y excluyente. Las componentes emotivas que sostienen las redes tienden a colonizar las formas del pensamiento. Si la tentativa de la explicitación de la categoría del sentipensar nos sugiere una necesaria paridad entre la emotividad y la racionalidad, la lógica de las redes acentúa una dimensión por sobre la otra, énfasis cuya emergencia se manifiesta cada vez que aparece “yo siento que”, vaciamiento argumentativo que empasta la prosecución de cualquier diálogo posible. A partir de los medios y las redes sociales, ciertas informaciones tienen la capacidad de influenciar rápidamente la opinión pública de pueblos enteros y a menudo logran forzar la elección de sus aparatos políticos. Es lo que ha pasado en Brasil con la campaña de Bolsonaro en 2018, a través del uso de fake news a través del WhatsApp activado adrede en los circuitos de las redes familiares y de las amistades. Las redes, entonces, encarnan un modelo organizativo. Achatan los modos propios de las lenguas nacionales que nos permiten pensar el mundo, aprehenderlo y movernos en él. Aplastan nuestro pensamiento. Prueba: cuando un sentimiento escapa a la alternativa 0/1, a me gusta/no me gusta se precipita el discurso del odio: la acumulación cloacal de improperios, que representan pulsiones destructivas. Las encontramos escenificadas en Twitter o Instagram. La globalización de los medios de comunicación y de las redes ha aumentado la importancia de las componentes emotivas (no racionales) en la elección de las soluciones a tales o cuales problemáticas emergentes. Resultado: sentido común colonizado, emotivamente (emotividad escindida de la racionalidad y comprendida como su opuesto excluyente) constituido y razón suspendida.
El fascista es negacionista
La estructura elemental del fascismo es homóloga al código binario de las redes, porque es un movimiento contradictorio, de negación (0) y afirmación (1). Esto se entiende nítidamente si pensamos en el discurso terrorista de la dolarización prometida (1) por Milei, silenciada en el debate presidencial (0) del domingo 1º de octubre en Santiago del Estero. Ese binarismo se escenifica también en la proxémica del propio Milei, que en sus discursos suele alternar agresividad (0) con empatía (1), o reacción (0) con rebeldía (1). Milei impresiona, fascina y atrae expandiendo un poder dual: proyecta la imagen de un hombre de fuerza colosal, que tiene una dimensión moral y otra física (león y motosierra); y esa imagen se sobreimprime con otra, condescendiente (o de burla: ver caras propias de un niño de jardín de infantes que en los debates presidenciales le destinaba a Myriam Bregman), que le depara a su interlocución. Y la política como la moralidad, dependen estrechamente de la lucha de clases.
Bullrich entra solo por la mitad en esta articulación de sentido, porque escenifica sólo “fuerza” -que en realidad es expresión de un régimen de crueldad-, por ende, encarna un poder reducido a la mitad respecto del que expande Milei. La “fuerza” de Bullrich vibra en la “doctrina Chocobar”. Luis Chocobar es el policía que mató a Pablo Kukoc, un joven de 18 años que le había robado una cámara a un turista estadounidense: Frank Joseph Wolek. El domingo 8 de octubre, Chocobar la acompañó al debate presidencial y ella se tomó el trabajo de mencionarlo desde el estrado.
En otro orden de cosas, todo lo que no puede ser afirmado (1) debe ser negado (0). El fascista es negacionista. Negar el “cambio climático” -oración demasiado difusa que en realidad nombra la precarización de la existencia humana, natural y animal- es propia del discurso fascista. Ese negacionismo implica postergar al infinito la transformación de ese modelo económico (y societal) que llamamos capitalismo. Entre nosotrxs lo suscribe el elegido por Milei para dirigir el CONICET. Y el propio Milei: el mundo está en alerta por el calentamiento global pero para él se trata de un ciclo de temperatura más en el que los descalabros propios de la maquinaria capitalista no tienen ninguna incidencia. La nuestra es una época de mentiras. Y la mentira emerge de las contradicciones, las luchas y el choque de las clases. En las épocas históricas en que las contradicciones sociales son particularmente agudas, la mentira pasa a representar la agudeza extrema de esas contradicciones sociales.
Fascismo celular
Alguien que de fascismo sabe -Carlos Máslatón[1]-, sostiene que en Milei hay “un giro al fascismo. Milei traicionó a la militancia liberal para privilegiar sólo los negocios de la casta política. Es espantoso lo que le está pasando a él. Entre su evolución psicológica hacia el odio a todas las cosas y personas, y el ambiente cultural político que lo ha rodeado y entornado, está migrando su ideología del liberalismo teórico hacia el más inhumano fascismo” (Juan Luis González, El loco. La vida desconocida de Javier Milei y su irrupción en la política argentina, 2023, p. 220). Puesto que la estructura elemental del fascismo es homóloga al código binario de las redes, podemos decir que el fascismo de Milei es celular. Esto es: basado en ese aparatito que integra celularmente nuestra humanidad, enchufado a nuestros cuerpos, a nuestra existencia, de manera más profunda que cualquier prenda íntima. Cada unx de nosotrxs se ha vuelto una especie singular de nube de datos en la que el celular hace minería de datos (lo que hace es acopiar) a través de un sinnúmero de aplicaciones: teléfono, redes sociales, banco, mercado libre (monopólico), estatalidad, sexoafectividad, mapa, dieta y cantidad de pasos o latidos del corazón por día. Desciende de esto que el celular es un colosal aparato de control y propaganda que ha transformado el ser humano en su aplicación.
La lógica de una fuerza que se presenta como autoridad -el fascismo- se enlaza con la del celular, y a través de la aplicación fascistiza al sujeto, esto es: estimula, organiza y proyecta lo que preexiste desperdigado. La aplicación es una pedagogía cognitiva. Al comienzo es áspera, rara, difícil, hostil porque hay una distancia. En la medida que se interactúa con ella se vuelve más lógica, y se la incorpora. “Espontáneamente” se empieza a pensar en los términos de la aplicación. Cuando exportamos esos términos al mundo -a la vida humana y social-, la fascistización se ha llevado a cabo y el celular (aparato y hecho social) se ha vuelto celular (injertado en las células).
Base social y bloque histórico
La base social del fascismo celular está constituida por la uberización o la rappización del trabajo. Se entiende por esto el individuo que trabaja en el celular, un sujeto alienado y frustrado. Y el individuo dentro del capitalismo, paradójicamente y no tanto, constituye una extraordinaria gran mayoría. Bien visto, ese mismo sujeto, alienado y frustrado, el sujeto productor, puede dar pleno desarrollo a sus potencialidades creativas activando la herramienta histórica para la consecución de la libertad, que es el fin de la explotación del ser sobre el ser, y la igualdad, identificada con la justicia social. Marx condensó las dimensiones identificadas por el Iluminismo -libertad y felicidad- y propuso su consecución simultánea a través de la liberación del sujeto productor. Se trata de un símbolo potente y aún latente: conocemos su nombre y sus impactos en varios planos: las relaciones políticas, el ordenamiento jurídico-constitucional, la esfera socioeconómica. Debe ser pronunciada con cuidado y un leve estremecimiento: revolución. Es una idea del campo propio que debe ser cuidada en procura de no ser abandonada.
Esa base social celular se hace sostén de un bloque social que el fascismo celular trata de enlazar a través de una alucinación: la dolarización. Eso es un cemento de ideas y valores. Ese bloque social aún no se ha solidificado, pero de prosperar significaría una formación histórica dotada de consistencia y futuro (por su juventud). En ese bloque en potencia, el pequeño ahorrista que cambia un puñado de pesos por centavos de dólar en procura de ganarle aunque más no sea un par de horas a la inflación -que no representa apenas una cuestión económica, pues también tiene una dimensión psico-política; su descontrol comporta un ataque permanente al principio de previsibilidad y a la autoridad del Estado –estaría enlazado con el gran evasor. De otro modo: la alucinación de la dolarización tiende a configurar un bloque social único, que integra clases antagónicas como si fueran la misma. Su finalidad es la paralización de la lucha de clases. Jorge Alemán también identificó esta cuestión y habla de “un macizo ideológico construido en los últimos años, una lumpen burguesía que se fusiona con el nuevo mundo lumpen del ‘precariado’” (https://lateclaenerevista.com/humillacion-por-jorge-aleman/, 5/10/2023). Necesario es intervenir sobre esa ligazón: es de incumbencia de la política, que se imagina a sí misma bajo el signo de una democraticidad radical; y necesario también es resistirnos a la maquinaria totalizadora del celular, que es la del fascismo.
La uberización/rappización del trabajo y el fascismo celular comparten una misma génesis o más bien un mismo instante de salto exponencial: la pandemia, que provocó una crisis desmesurada -perceptiva y humana- pues conmovió el cuadro de orden, la razonabilidad y la previsibilidad de la existencia. El capitalismo que propone el fascismo celular es sacrificial. Su modelo de trabajo es la mano de obra semiesclava y prescindible, y su modelo social implica lazos sociales intervenidos (afectados, fragilizados o derruidos) por el celular. Por eso mismo articula una crítica dirigida a la estatalidad, sostén de lo común y de la reciprocidad. El capitalismo que pergeña el fascismo celular quiebra la reciprocidad necesaria porque cuando un ser humano se enlaza con otro, cuando se configuran clases sociales con conciencia de ser, se puede dar la emergencia de un cuidado recíproco, del ocio, y eso afecta las ganancias. El capitalismo laissez-faire expandido por el fascismo celular no puede tolerar nada de eso.
El sistema numérico binario es la metáfora de una estructura elemental de pensamiento y comunicación; y está también en los cimientos de constitución y expansividad del poder mafioso, que alterna lo ilegal (0) con lo legal (1). El uso de los medios de comunicación y de las redes es un elemento consolidado en las nuevas estrategias comunicativas de las distintas mafias. Por eso mismo, una vez más, Milei es Macri.
Poder de gobernanza
El Muro de Berlín en su materialidad expresaba dos ideas: un freno al capitalismo y que existía otra forma de vida en común posible, antagónica con los modos de imaginación y realización capitalistas. Con la caída del Muro la expansión del capitalismo pasó a ser ilimitada. Así lo expresa la palabra globalización. Y con el fin de la Guerra Fría y la relativa estabilidad del mundo bipolar, se empezó a llevar a cabo una aceleración del escenario internacional. Esta se debe a la globalización de la economía y de los mercados financieros, al impacto global de los medios y las redes sociales -que en la percepción de cierta opinión pública han reducido las distancias-, y a la erosión de los Estados-nación.
La erosión del Estado se debe a actores concurrentes. Por abajo, se organizan fuerzas locales anti emancipatorias, reaccionarias, de derecha, fascistas celulares y, sobre todo en Europa y los Estados Unidos, los etno-nacionalismos. Por arriba, instituciones globales como la ONU, el FMI, la OTAN o regionales como la Unión Europea. A estas instituciones los Estados transfieren una parte de su soberanía, pues se subordinan a sus decisiones para obtener su aval, cobertura, sostén o créditos. Es el caso de la Argentina ante el FueMacrI. Existen, sin embargo, otras fuerzas que erosionan los Estados. Son fuerzas poderosas y transnacionales: las multinacionales, las finanzas internacionales, el terrorismo y la criminalidad organizada de tipo mafioso. En la Argentina, dos actores concurrentes se han impuesto quebrar el Estado-nación o de reducirlo al tamaño de un maní: el FMI, convocado por la Alianza Cambiemos -cuya teoría del Estado está informada por un doble poder mafioso (legal-ilegal)-, y el fascismo celular de la Libertad Avanza, que volvió a ser estimulado desde el corazón de la pandemia. Este descansa en parte en las redes, que crean una escena en la que se concentra mucho poder en manos de pocas personas. Elon Musk, por caso, tiene un poder de gobernanza extraordinario y encubierto (en el sentido de que se tiende a no percibirlo) sobre poblaciones globales, sobre esa gran porción del mundo que tiene acceso a Twitter. Cuando la República Popular China se opone a la pervasividad de Whatsapp elabora menos un gesto de censura que una disputa de poder. Afirma su propia autonomía en la clave del poder y las comunicaciones. En este sentido, la estilística de las redes que tenemos en el celular expresa la propia acumulación capitalista (el inmenso poder del capital) que contradice la estatalidad, esto es: lo común. Las redes además son fascistas porque su código es homólogo al del fascismo. Actualmente carecemos de formas de defensas colectivas y, por ende, efectivas frente a ese poder y eso quiere decir abrir de nuevo las compuertas de la historia que nos conectan con la esclavitud. Hasta tanto la uberización del trabajo no encuentre modos decisivos de defensa sindical ante el capital de la aplicación, esas compuertas nos arrojarán al sistema colonial-esclavista con la ventisca rápida de un clic.
La Argentina puede hacer el esfuerzo de sacarse las telarañas de los ojos para ver, examinarse a sí misma para reconstruirse y generar una vida en común con sentido, una profundización de la democracia en defensa de la estatalidad, que es tal vez el modo más constructivo de encarar el conflicto que atraviesa a nuestro pueblo.
*CONICET
Referencias:
[1] “Ruso traidor, a sujetos como vos los nazis los terminaron liquidando de todas maneras en los campos de concentración. No vas a zafar de que te agarre un fundamentalista islámico y te boletee, por boludo y colaboracionista”: esto le dirigió Maslatón a Ernesto Resnik -científico, biólogo molecular, inmunólogo y biotecnólogo argentino residente en Minnesota- el 6 de mayo de 2019 por Twitter (@ernestorr, 8/10/2023).