Lección aprendida y, como era de esperar, volvemos ahora a lo mismo, la nueva fiebre del oro son los criptoactivos o sus múltiples ramificaciones, los NFT en el mercado del arte, los espacios “inmobiliarios” o “comerciales” en el metaverso, los negocios de créditos usureros en las redes, las criptomonedas que valdrían el cielo y otros productos Este mundo empresarial impulsado por la adrenalina se convirtió en una gigantesca startup que vende ilusiones y, si alguna vez se usó el término “capital ficticio”, ni siquiera se podía imaginar a dónde llegaría esta especie de fantasía new age en la que vivimos. Hasta esta semana, cuando el fin de Silicon Valley Bank -con una corrida de depósitos y la segunda mayor quiebra de la historia de Estados Unidos, y de otros dos bancos-, fue la señal de que una burbuja siempre estalla. Y termina exactamente así, todavía habrá más.
El mercado resuelve
En la crisis anterior, la de 2008, algunos liberales se opusieron a que hubiera alguna intervención pública para rescatar a los bancos en dificultades. John Cochrane, entonces profesor en Chicago, destacó por asegurar que si se dejaba quebrar a las empresas en dificultades, el mercado se recuperaría en pocas semanas. Fue la solución aplicada por la administración Hoover en 1929 y la bolsa norteamericana solo se recuperó 25 años después. Pero la respuesta de Cochrane es ahora diferente, dice que se trata de una crisis de regulación. El ajuste de cuentas es evidente: tras la crisis financiera de 2008 se aprobó un nuevo sistema regulatorio que, al ser deficiente, obliga a las agencias financieras a normas más estrictas (y Cochrane y otros liberales se opusieron a él). Trump logró anular parte de estas reglas para los bancos regionales, creando allí un foco de incertidumbre supletorio (el valor de la capitalización de uno de los más grandes, First Republic, cayó un 80% esta semana), nada que impida a los republicanos aprovechar esta crisis para relanzar la ofensiva por el fin de estas reglas.
El formato de esta batalla es una curiosa revelación del perfil del liberalismo-conservador que hoy predomina en las derechas mundiales. Dice DeSantis, el rival de Trump, y dicen los comentaristas de Fox News, por los que se puede medir la temperatura del trumpismo, que la quiebra de esos bancos es el resultado de la “cultura woke”, el término utilizado para catalogar las políticas que promueven la diversidad en el empleo. Como esos bancos anunciaron líneas de crédito para políticas de sostenibilidad ambiental o apoyaron jornadas de orgullo gay, ahí tenemos el dedo acusador de los republicanos: la quiebra es culpa de las lesbianas, dicen los más atrevidos, y en la cultura de derecha de Estados Unidos esto sigue siendo una posición moderada. Se puede preguntar cuál es la relación entre esta cruzada cultural obscurantista y la respuesta al riesgo financiero, o de qué serviría una respuesta que creara cualquier regla cultural discriminatoria para señalar nuevas víctimas y, al mismo tiempo, dejar que el mercado se ocupara de las quiebras de los bancos. El simple hecho de discutir esta paranoia ya dice mucho de la irracionalidad de estos señores. Es así, en el país más poderoso del mundo los conservadores juegan a cuanto peor mejor, Murphy es su profeta.