Por Artemio López
Cualquiera puede convencerse fácilmente de que representar la estructura de toda sociedad como un edificio compuesto por una base (infraestructura) sobre la que se levantan los dos «pisos» de la superestructura constituye una metáfora, más exactamente una metáfora espacial: la de una tópica. Como toda metáfora, ésta sugiere, hace ver alguna cosa. ¿Qué cosa? Que los pisos superiores no podrían «sostenerse» (en el aire) por sí solos si no se apoyaran precisamente sobre su base.
Louis Althusser
Para comprender el denominado “discurso de odio” que forma parte del repertorio retórico con que las clases acomodadas intentan preservar sus risibles privilegios es necesario revisitar la historia del peronismo desde sus orígenes, tomando como referencia (debe haber otros), un indicador que juzgamos relevante como es la distribución del ingreso. El peronismo bautismal de Juan Perón y Eva Perón fundó la Argentina moderna.
El período comprendido entre los años 1946 y 1955 dio forma sin duda a la arquitectura moderna de la sociedad, sostenido en y por un ciclo de ascenso social inédito a punto de que, al ser derrocado Perón en el año 1955, los trabajadores participaban con el 50% de la riqueza total generada.
Esto supuso un motivo suficiente para que los sectores entonces dominantes propiciaran el golpe de Estado, bombardeando previamente a su propia población civil e inaugurando la ya famosa “grieta” en su versión contemporánea y los «discurso de odio» asociados, cuya manifestación emblemática fue «Viva el cáncer», ante la enfermedad de Evita.
Desde entonces la gramática del poder nomina “grieta” a los efectos –políticos, sociales, económicos, jurídicos y culturales– que se producen tras la irrupción de un proyecto popular democrático contra hegemónico y el “discurso de odio” es su gran legitimador. Contrario sensu, bastará entonces que ese proyecto desaparezca para que regrese la “normalidad” hegemónica y se cierre “la grieta” y cese el “discurso de odio”.
De hecho, ya en democracia no hubo grieta ni odio mientras el sistema de representación política cambiaba de director, pero la orquesta tocaba la misma melodía.
Por caso en el año 1983, tras el breve interregno de Bernardo Grinspun, con la llegada de Juan Vital Sourrouille se produjo el desembarco neoliberal en el gobierno alfonsinista vía los fallidos planes Austral, lanzado en junio de 1985 y el plan Primavera, anunciado en agosto del año 1988, la caída salarial real fue de la mano con la inflación que dejó Raúl Alfonsín en julio de 1989 de 196,63% en el mes.
El peronismo a su tiempo, tras la muerte de Juan Perón y recuperada la democracia produjo dos “renovaciones”. Una temprana, que terminó con Menem, otra tardía vía Frepaso que ofició de Salieri de De la Rúa. Ambas “renovaciones” trajeron a Domingo Cavallo, el superministro neoliberal que hizo estallar el país en pedazos.
Mientras el sistema político representó intereses socioeconómicos similares, nunca se habló de “grieta” ni se desplegó el “discurso del odio”, incluso el peronismo durante su fase menemista se transformó en el partido del ajuste neoliberal en el país.
Hubo que esperar al año 2003, para que un proyecto popular contrahegemónico se desplegara nuevamente bajo el formato peronista tras la salida del extenso ciclo neoliberal de un cuarto de siglo, y con los efectos de la mega crisis del año 2001 aún como contexto.
En este preciso sentido Néstor Carlos Kirchner fue el único y verdadero “renovador” del peronismo tras la muerte de Juan Perón.
Bajo las presidencias de Néstor y Cristina Kirchner se reconcilió al peronismo con sus orígenes popular-democráticos y hubo 12 años de gobierno socialmente inclusivo con crecimiento notable, desendeudamiento externo inédito, duplicación de la clase media y, como era obvio, apareció nuevamente “la grieta” y el “discurso de odio” que la legitima y nos acompaña hasta nuestros días.
Y no fue magia. Cuando Cristina deja la Presidencia en 2015 el factor trabajo participaba en la distribución del ingreso en un 54,2 %; participación que descendió con el gobierno de Mauricio Macri y que con este gobierno peronista no pudo mejorar, e incluso empeoró en el año 2021, (de gran recuperación económica bajo la gestión del ex ministro Martín Guzmán y según el último dato oficial disponible hoy se ubica en el 46,9%).
En sentido contrario la participación del factor capital paso del 42,2% en diciembre del año 2015 al 47,8% en el primer trimestre del año 2022 como lo señala el gráfico que sigue.
Así es que sólo entre los años 2016 y 2021 los trabajadores perdieron en participación sobre el ingreso total generado el equivalente a 70 mil millones de dólares, que a contrario sensu, fueron apropiados por el factor capital, según la valorización de Flacso.
Nunca más se volvió a los niveles de distribución del ingreso en favor de los trabajadores como durante los gobiernos de Perón y Cristina Kirchner.
En este sentido preciso ambos liderazgos se imbrican y dan fundamento a su persistencia en el tiempo a pesar de las proscripciones y persecuciones a que fueron sometidos impulsadas por el “discurso de odio”.
A nuestro juicio, para reproducir y ampliar esta estructura distributiva, el neoliberalismo no puede más que desplegar el «discurso de odio«.
Para ampliar la perspectiva, veamos como penetra el “discurso de odio“ por edad, según una investigación del Laboratorio de Estudios sobre Democracia y Autoritarismo (LEDA, UNSAM).
Como se señala en la Revista Anfibia “Cuando se mira la aprobación, desaprobación o indiferencia hacia los Discursos de Odio (DDO) según el grupo generacional del que forman parte los encuestados, se advierte que entre la población millennial (personas entre 25 y 40 años) hay una mayor predisposición a abrazar este tipo de discursos (31,1%) y una menor propensión a criticarlos o desaprobarlos (51%).
Son los baby-boomers (56 a 74 años) quienes menos apoyan los DDO (19,6%), así como quienes más los desaprueban (64,3%). Entre los más jóvenes, en los centennials (15 a 24 años), si bien la aprobación de los DDO (26,5%) está un poco por encima de la que tienen en la población en general (26,2%), la desaprobación (61,5%) es muy alta, y son los menos propensos a mantenerse indiferentes (12,3%).
Lo que ocurre con los millennials muestra que las nuevas generaciones no tienden necesariamente a una mayor progresividad, como se podría suponer. Los DDO atraviesan de manera, ligeramente diferenciada, pero trasversal a todas las generaciones. Los millennials están más expuestos que generaciones anteriores a una cultura de internet en la que hoy priman los DDO. Twitter, por ejemplo, es una red social muy popular entre los millennials, y ha sido caldo cultivo, en los últimos cinco o seis años, para la emergencia de nuevas culturas políticas que dan lugar a este tipo de expresiones de odio, afirma Lucas Reydo, becario doctoral del CONICET en el IIGG e integrante de LEDA.
En cuanto al motivo por el cual los centennials parecen menos permeables a los DDO que la generación anterior, Reydo señala: Se podría conjeturar que los centennials responden a otro tipo de uso de redes, más relacionado con el entretenimiento que con el debate público.
El director del proyecto Dr. Ezequiel Ipar agrega: Me parece que ahí se puede construir una gran hipótesis, porque estamos hablando de hábitos que se generaron en la socialización de las diferentes generaciones a través de distintas tecnologías de comunicación”. (Estudio completo: http://unsam.edu.ar/leda/docs/Informe-LEDA-1-Discursos-de-odio-en-Argentina-b.pdf
Como vimos con la aparición del peronismo kirchnerista tras 25 años de dominio y hegemonía neoliberal surge la grieta y el “discurso de odio” como su legitimación.
Nada nuevo. Por esto no sorprende que el ya anciano “periodista” Joaquín Morales Solá , epígono de la última dictadura, da su versión especular y advierte con su cinismo habitual: «El discurso del odio fue instalado por el kirchnerismo en la política argentina, antes no había odio, antes no había odio. Antes había un oficialismo, había oposición y cada uno cumplía su función en la vida». https://youtu.be/qKEXtBmXpRQ