Cuesta abajo

David Hogg, uno de los fundadores del grupo de control de armas March for Our Lives [“Marcha por nuestras vidas”], tuiteó a principios de septiembre: «Espero equivocarme, pero si perdemos en noviembre creo que la razón principal será el número de hombres jóvenes de todas las razas que ya no son demócratas.» No sé si eso es cierto, pero la deriva de los hombres jóvenes hacia la derecha no es sólo peligrosa para los demócratas en estas elecciones. Las grandes poblaciones de jóvenes airados son una receta para la inestabilidad política y la violencia a largo plazo. Los ignoramos a expensas de los riesgos que ello conlleva.

EUU: ¿Qué deben decirles los demócratas a los varones jóvenes?

Paul Starr

Cada vez hay más indicios de que, por primera vez en las últimas décadas, los demócratas podrían perder en 2024 el apoyo mayoritario de los hombres jóvenes. Para los demócratas el riesgo es que no se trate de una casualidad aislada, sino de un indicio de problemas crecientes con los hombres en las próximas elecciones. Los demócratas pueden celebrar el apoyo que están recibiendo de las mujeres jóvenes, pero también tienen que tomarse en serio la desafección de los hombres jóvenes, comprometerse con ellos directamente y responder a las visiones de hombría y masculinidad que están ofreciendo Donald Trump y J.D. Vance.Aunque los hombres en general llevan el último medio siglo decantándose por los republicanos, el voto de los jóvenes les ha dado a los demócratas motivos para tener la esperanza de que las pérdidas entre los hombres hayan sido transitorias, reflejo de las dificultades de una generación mayor para adaptarse a unas relaciones de género más igualitarias y a una economía transformada. El apoyo de los hombres jóvenes a los demócratas alcanzó su punto álgido con las victorias de Barack Obama. Según las encuestas a pie de urna de 2008, Obama logró el voto del 62% de los hombres de 18 a 29 años y al 69% de las mujeres de esa edad. En 2020, se había ampliado la brecha de género entre los votantes jóvenes, pero Joe Biden seguía recibiendo los votos del 52% de los hombres jóvenes junto con el 67% de las mujeres jóvenes. En las elecciones de mitad de mandato de 2022, los demócratas obtuvieron el voto del 54% de los hombres jóvenes y del 72% de las mujeres jóvenes.Pero 2024 puede ser diferente. Según las encuestas de New York Times/Siena, el déficit de los demócratas entre los hombres jóvenes ya había aparecido cuando era Biden el presumible candidato demócrata. En cuatro encuestas nacionales de diciembre a junio, Trump disfrutaba de una ventaja de 11 puntos de media entre los hombres de 18 a 29 años, mientras que el margen de Biden entre las mujeres de esa edad era de 28 puntos de media. En agosto, con Kamala Harris como candidata, la brecha de género entre los votantes jóvenes se reveló mayor en una encuesta realizada en seis estados indecisos, pero casi toda la diferencia se debió a un aumento del apoyo a Harris entre las mujeres jóvenes hasta alcanzar una ventaja de 38 puntos. El margen de Trump entre los hombres jóvenes, del 13%, era sólo de dos puntos por encima de las primeras encuestas nacionales.En otras palabras, el problema de los demócratas con los hombres jóvenes no se originó con Harris y, en última instancia, no se trata de ella. Aunque el panorama es variado, diversas fuentes indican una tendencia a largo plazo favorable a los republicanos. Según datos de Gallup recopilados por Daniel A. Cox, del American Enterprise Institute, en 2023 el 48% de los hombres jóvenes se identificaban o se inclinaban por los republicanos, frente al 38% diez años antes. Es demasiado pronto para decir hasta qué punto es significativo y duradero el cambio entre los hombres jóvenes, pero no es demasiado pronto para pensar en cómo responder a la atracción de los hombres jóvenes por la política de derechas.

La actual brecha política de género, con los hombres a la derecha de las mujeres, es una pauta generalizada en los países de renta alta, que se ha ido gestando a lo largo de aproximadamente medio siglo. En los Estados Unidos, las diferencias de voto entre hombres y mujeres fueron mínimas hasta 1980, cuando hubo más hombres que mujeres que empezaran a votar a los republicanos. En Europa, los hombres votaban tradicionalmente más a los partidos de izquierda y las mujeres a los de derecha, hasta la aparición en los distintos países, a ritmos diferentes, de la «nueva» o «moderna» brecha de género. Las mujeres se han desplazado hacia la izquierda, mientras que el voto a los partidos de extrema derecha en Europa, al igual que el voto a Trump, proviene desproporcionadamente de los hombres.

La amplitud de este realineamiento político sugiere que las causas subyacentes se encuentran en los cambios en la estructura de las economías avanzadas que han reducido las ventajas de las que antes disfrutaban los hombres. Entre ellas se cuentan el declive de los empleos en la industria manufacturera y la menor capacidad de los hombres carentes de educación universitaria para mantener a una familia, mientras que las mujeres han ganado terreno en la educación y en el mercado laboral postindustrial. Este cambio ha coincidido con el auge del feminismo y el apoyo de los partidos de centroizquierda, incluidos los demócratas, a la igualdad de género y la inclusión del colectivo LGBTQ+. Hasta cierto punto, los partidos de izquierda han asumido la culpa de los hombres por una transformación económica y social que no tenía orígenes partidistas. Pero como ha señalado Thomas Edsall en The New York Times, la brecha de género en el voto se ha convertido recientemente en un «abismo de género» en los Estados Unidos y en algunos otros países. El cambio entre los hombres jóvenes forma parte de esa mayor polarización, y sus causas pueden ser tanto económicas como políticas.

Las causas económicas pueden encontrarse en las crecientes disparidades en las oportunidades vitales entre hombres y mujeres jóvenes, ya que los hombres van a la zaga de las mujeres de su edad en cuanto a educación y estudios universitarios completados (un título universitario se asocia hoy generalmente con opiniones más liberales). Otros indicadores -empleo, ingresos, salud mental, «muertes por desesperación»- nos hablan de una angustia en aumento entre los hombres jóvenes. La aceleración de estos problemas se ha producido en una época en la que la palabra «masculinidad» se ha visto continuamente emparejada con «tóxica» entre liberales y progresistas, y los hombres jóvenes podrían tener fácilmente la impresión de que los demócratas no ven en ellos más que problemas. Políticamente, el resultado podría ser el reverso de la optimista teoría de que sólo los hombres mayores, estancados en sus costumbres, se movían hacia la derecha en respuesta a una mayor igualdad de género. Si los hombres más jóvenes siguieran también ese rumbo, las implicaciones políticas serían enormes.

Los demócratas no pueden ni deben dar marcha atrás en sus compromisos feministas y LGBTQ+. Sin embargo, tampoco pueden ignorar la deriva política hacia la derecha entre los hombres jóvenes, descartarla como un subproducto inevitable del cambio social o decirles: «Sigue simplemente el programa». Los demócratas tienen que encontrar formas tanto de mantener sus compromisos con la igualdad de género como de atraer a los hombres jóvenes apartándolos de Trump y Vance.

El Partido Demócrata no le ha prestado mucha atención a este reto. «Los demócratas no se dirigen a los hombres», me dijo mi hijo, que ronda la treintena, cuando hablamos de estos temas con motivo de la Convención Nacional Demócrata de agosto. Si hizo la convención algún intento de dirigirse a los hombres jóvenes, yo me lo perdí. Los demócratas no han creído necesario dirigirse específicamente a los hombres como sí han hecho singularizando otros grupos.

¿Deberían los demócratas «dirigirse a los hombres»? Y si lo hacen, ¿qué deberían decir? La respuesta, creo yo, es que tienen que dirigirse directamente a Trump y a Vance sobre cómo pueden llevar hoy los hombres una vida buena y digna. Y los republicanos de hoy les han dado una magnífica oportunidad de hacerlo.

Trump y Vance han convertido el reclutamiento de hombres jóvenes en una parte clave de su campaña y han puesto deliberadamente la masculinidad en el centro de las elecciones con la esperanza de recoger una cosecha de nuevos votantes. Aunque representan corrientes algo diferentes de la política reaccionaria de género, tanto Trump como Vance defienden la masculinidad tradicional en formas exageradas y extremas. Esa masculinidad exagerada es fuente tanto de su atractivo como de su debilidad.

Trump ofrece a los jóvenes una fantasía de hombría como afirmación de dominio sin remordimientos. Es una visión que se regocija en la fama y el poder, la agresividad y el sexo sin obligaciones, la fantasía que se esconde tras la frase de Trump grabada camino de Access Hollywood [programa de entretenimiento televisivo de la NBC]: «Cuando eres una estrella, te dejan hacerlo. Puedes hacer cualquier cosa». Los esfuerzos de Trump por identificarse con los deportes de lucha, como las artes marciales mixtas Ultimate Fighting Championship de Dana White, forman parte de su imagen cuidadosamente cultivada de dominación y dureza. Su primera aparición pública tras su condena penal en Nueva York tuvo lugar en un acto de la UFC. White presentó a Trump previamente a su discurso de aceptación en la Convención Nacional Republicana, y el ex luchador Hulk Hogan agitó a la multitud en favor de Trump, llamándole «gladiador». Trump entró mientras sonaba de fondo «It’s a Man’s, Man’s, Man’s World». Puede que sea astuto, pero no es sutil.

La hipermasculinidad de Vance está más estrechamente ligada al conservadurismo social, a la exaltación de la antigua familia masculina y a las marcadas distinciones biológicas entre hombres y mujeres. Hoy es famoso por burlarse de las «señoras con gatos y sin hijos», por su opinión de que las mujeres deberían conceder una menor importancia a las carreras profesionales y tener más bebés, y por su sugerencia de que las personas con hijos deberían tener más votos que las que no los tienen. En una entrevista para un podcast en 2021, declaró que, cuando las mujeres dan prioridad a sus carreras sobre los hijos, «se afanan en cosas que las harán desgraciadas e infelices». Presumiblemente, los hombres deberían porfiar en esas cosas porque eso es lo que están destinados a hacer de acuerdo con su naturaleza inherente, otorgada por Dios. Pero, en opinión de Vance, las élites actuales están tratando de «suprimir» la masculinidad, un insidioso complot para socavar la vitalidad masculina y convertir a los niños en niñas.

Ninguna de estas visiones de la masculinidad es nueva. La de Trump tiene su origen en el Playboy de Hugh Hefner de los años 50, que el Donald adolescente sin duda leía o al menos ojeaba. Su visión encaja con la de gran parte de la actual esfera masculina, que se ha convertido en una formidable influencia para los jóvenes a través de los podcasts de Joe Rogan y Barstool Sports de Dave Portnoy. La visión de la hombría en ese mundo se basa principalmente en la libertad de los hombres para decir y hacer lo que deseen, no en las obligaciones familiares.

Por el contrario, la celebración de Vance de la familia y los distintos papeles de género es un refrito de la campaña por los «valores familiares tradicionales» de los años 70 y 80, con sus raíces en la derecha cristiana. Encaja con la celebración evangélica de una «masculinidad militante» y una «dulce feminidad sumisa» que Kristin Kobes Du Mez describe en su libro de 2020 Jesus and John Wayne. Zack Beauchamp se refiere en Vox [revista política digital] a Vance como uno de los «neopatriarcales», junto con Elon Musk y el senador Josh Hawley, autor de un libro reciente, Manhood [Hombría], que señala a la Biblia como guía para el renacimiento de las virtudes masculinas. Substancialmente, no hay mucho de «neo» en ellos, pero Vance personifica la unión de los hermanos tecnológicos y la derecha cristiana en apoyo del tradicionalismo de género. Esa alianza confiere un barniz de novedad a viejas ideas que ahora tienen un defensor político en la candidatura republicana.

No cabe duda de que un número considerable de hombres jóvenes responden a estos llamamientos al tradicionalismo de género. De distintas maneras, plantean a los hombres jóvenes la posibilidad de ser el jefe en casa de la misma forma en que podrían haberlo sido sus abuelos. Pero ni el modelo de dominio masculino desenfrenado de Trump ni el llamamiento de Vance a revivir el viejo ideal del hombre como sostén de la familia guardan relación alguna con las realidades contemporáneas. Ninguno de los dos representa una forma exitosa de ser hombre hoy en día, y mucho menos una forma práctica de ayudar a los hombres jóvenes. En la América contemporánea, en la que las mujeres obtienen mejores resultados en la escuela y están sobrerrepresentadas en las ocupaciones de más rápido crecimiento, la receta de Vance para que las mujeres vuelvan al hogar es tan fantasiosa como la dominación masculina sin disculpas de Trump. Los hombres jóvenes se enfrentan a problemas de verdad, pero los republicanos no tienen nada que aportar a la solución.

Eso no quiere decir que vaya a fracasar políticamente la apelación de Trump y Vance a los hombres. En 2016, aumentó la brecha de género, no porque votaran a Hillary Clinton más mujeres de las que habían votado a Barack Obama en 2012, sino porque votaron a Trump más hombres de los que habían votado a Mitt Romney. Como demostraron posteriormente las investigaciones, Trump tenía atractivo para los hombres con actitudes más sexistas que no tenían los republicanos de la corriente dominante. Llevó a las urnas a hombres que podrían no haber votado. En sus esfuerzos por movilizar la esfera masculina, sobre todo a través de sus apariciones en programas con audiencias de hombres jóvenes, Trump está intentando hacer eso mismo de nuevo. Tal como informa The Wall Street Journal, los aliados de Trump están financiando con 20 millones de dólares una campaña de inscripción de votantes centrada en los hombres jóvenes, anunciada por primera vez en un podcast por dos estrellas de la esfera masculina, los Nelk Boys, al comienzo de una entrevista con Vance. Los demócratas tienen que encontrar una respuesta.

Aunque los demócratas no abordaron directamente en su convención el asunto de los jóvenes ni las cuestiones de masculinidad, tienen un mensajero potencial en Tim Walz, el candidato a la vicepresidencia. Como entrenador de fútbol, profesor y oficial de la Guardia Nacional, tiene una larga experiencia en el trabajo con jóvenes. Podría asumir el reto de enfrentarse directamente a los republicanos respecto a lo que es una vida digna para los hombres de hoy. Acudiendo a podcasts y programas de YouTube con público masculino, podría llegar a los jóvenes que han oído hablar de Trump y Vance, pero no de los demócratas.

A finales de julio, dos semanas antes de que Harris le pidiera que se presentase como candidato, Walz cambió las conversaciones nacionales sobre Trump y Vance con cuatro palabras: «Estos tíos son raros». Lo que Walz dijo inmediatamente después vinculó esa extrañeza con la hipermasculinidad de Trump y Vance: «Se presentan como gente del club de los que odian a las mujeres [He-Man Women Haters Club, película y luego serie televisiva de chicos preadolescentes que se niegan a tener trato alguno con las chicas] o algo así, a eso van. Eso no es lo que le interesa a la gente». Juntas, esas líneas, que llaman la atención, contienen el núcleo de lo que los demócratas deberían estar diciéndoles a los hombres jóvenes: una parte de contraataque a Trump y Vance, y otra parte de declaración positiva sobre la alternativa demócrata y los auténticos intereses de los varones jóvenes.

Hay algo raro en la forma en la que Trump se relaciona con las mujeres y en las peroratas de Vance sobre las «señoras con gatos y sin hijos». No están ofreciendo modelos de una masculinidad normal que tenga sentido hoy en día. Las relaciones entre hombres y mujeres son más igualitarias porque, en materia de economía, hombres y mujeres se han vuelto más iguales. Tal como escribió Barbara Ehrenreich en su libro de 1983 The Hearts of Men [Los corazones de los hombres], antes las mujeres necesitaban a los hombres más de lo que los hombres necesitaban a las mujeres. Un hombre podía arreglárselas solo, mientras que una mujer «difícilmente podía ganarse la vida por sí sola». Tradicionalmente, lo que estaba en juego en el matrimonio para las mujeres era «el derecho al salario de algún hombre». En palabras de la escritora feminista Charlotte Perkins Gilman, nacida en 1860: «La hembra del genus homo depende económicamente del varón. Él es su fuente de alimento». Ese mundo es la fuente de las ideas de Trump y Vance. Todavía existe en algunos sectores tradicionales de nuestra sociedad, pero queda lejos de la vida que lleva la mayoría de hombres y mujeres. La «tradwife» [«esposa tradicional»] es un lujo que no podrá permitirse la mayoría de los hombres jóvenes.

Para exponer sus argumentos, los demócratas no tienen que ser muy originales, como tampoco lo han sido Trump y Vance. Pueden afirmar con razón que son ellos los que hablan con sentido común sobre cómo se relacionan hoy normalmente hombres y mujeres, no como jefe y subordinado, sino como miembros de un equipo, como diría el «entrenador Walz». La igualdad de género no excluye una masculinidad vital, como tampoco lo hace el trabajo en equipo sobre un terreno de juego. Las virtudes masculinas siguen siendo virtudes en un equipo, y no, la masculinidad no es una patología. Hombres y mujeres se complementan. Se necesitan mutuamente.

Una parte importante del mensaje que Walz podría llevar a los públicos digitales de hombres jóvenes se refiere al programa económico de los demócratas, incluidos sus compromisos de ampliar la construcción de viviendas y las ayudas a los compradores de su primera vivienda, la condonación de la deuda estudiantil, los créditos fiscales por hijos y las políticas destinadas a recuperar empleos manufactureros bien pagados y que no requieren de un título universitario. Los demócratas no deberían esperar ganar la competición por los hombres jóvenes con propuestas políticas, pero lo más probable es que los hombres jóvenes no hayan oído hablar de sus propuestas, que transmiten el mensaje de que los demócratas quieren marcar una diferencia práctica en sus vidas. Los demócratas no tienen que dar marcha atrás en el derecho al aborto para ganarse su apoyo; no hay pruebas de que los jóvenes se hayan desplazado a la derecha en lo que respecta al aborto, sencillamente no es algo por lo que vayan a votar.

Al hablar de los problemas que afectan a los hombres jóvenes, los demócratas deberían escuchar a Richard Reeves, autor de Of Boys and Men (De chicos y hombres), que viene defendiendo «una visión positiva de la masculinidad que sea compatible con la igualdad de género». Obama incluyó su libro entre sus lecturas recomendadas para el verano de 2024 a pesar de que Of Boys and Men salió a la venta dos años antes, una señal del creciente interés por lo que Reeves ha venido diciendo. Algunos legisladores demócratas, como Chris Murphy, senador por Connecticut y especialmente preocupado por la soledad y los problemas de salud mental, han llamado la atención sobre la investigación de Reeves. Reeves rechaza la idea de que el feminismo haya «ido demasiado lejos» en el empoderamiento de la mujer e insiste en que «prestar más atención a los niños y los hombres no significa retroceder en la causa de la mujer…Un mundo de hombres que pierden pie no va a ser un mundo de mujeres que prosperan, ni viceversa».

Las diferencias de clase y raza suponen una parte clave de la historia que cuenta Reeves. Destaca que los problemas que aquejan a los hombres jóvenes en la escuela, en el trabajo y en su salud mental han sido especialmente graves en las comunidades de color con bajos ingresos. Cada vez hay más jóvenes que crecen sin contacto regular con sus padres y en escuelas con pocos profesores varones. El porcentaje de profesores varones en la enseñanza primaria y secundaria ha descendido del 33% en 1980 al 24% en la actualidad. Al igual que el movimiento feminista ha insistido con razón en que las niñas necesitan modelos positivos a los que admirar, muchos jóvenes necesitan hoy modelos de hombría de éxito. Tiene razón al afirmar que necesitamos más hombres en la enseñanza primaria y secundaria, así como más inversión en la formación profesional y en los institutos técnicos para proporcionar a los jóvenes que no vayan a la universidad la oportunidad de ganarse la vida dignamente. «El futuro no puede ser femenino», afirma Reeves. «Tampoco, por supuesto, puede ser masculino el futuro. El futuro tiene que serlo para todos y cada uno de nosotros».

Hablando recientemente con Reeves, que dirige un grupo de reflexión no partidista, afirmó que los demócratas tienen una «oportunidad política de honrar y reconocer a los hombres jóvenes sin deshonrar a las mujeres». Pero tienen que salir de la «trampa de la suma cero», la suposición de que cualquier reconocimiento de los problemas de los hombres disminuye la preocupación por las mujeres. Ayudaría a los demócratas que Harris y Walz les mandaran a los hombres jóvenes «un sencillo mensaje de bienvenida…Chicos, os vemos. También estamos de vuestro lado». Y como los republicanos se ponen «performativamente» del lado de los hombres jóvenes, pero no lo acompañan de medidas políticas, los demócratas pueden tomar ventaja respaldando su retórica con ideas substantivas que funcionen en el caso de los varones jóvenes. No les vendría mal señalar a los jóvenes que la ley de infraestructuras aprobada por Biden está creando muchos puestos de trabajo bien remunerados para ellos.

Los jóvenes no se equivocan al preocuparse por la virilidad y responder a los líderes políticos que la abordan. Es una preocupación legítima para los jóvenes que andan encontrando su lugar en el mundo, y es legítimo que los demócratas les respondan. Si los republicanos son el único partido que les habla de la virilidad de forma positiva, los demócratas van a tener problemas. Un tema del movimiento por los derechos civiles, representado en el lema «Soy un hombre», fue la defensa de la hombría negra. Los demócratas deberían abordar estas cuestiones hoy porque es algo justo y necesario; el fracaso de los hombres jóvenes es un obstáculo para la prosperidad de todos nosotros.

 

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es codirector y cofundador (en 1990, con Robert Kuttner y Robert Reich) de la revista The American Prospect. Premio Pulitzer en 1984 por su libro “The Social Transformation of American Medicine”, fue profesor de Sociología en Harvard y es actualmente profesor de Sociología y Asuntos Públicos en la Universidad de Princeton.

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