El «fascismo posmoderno»

El autoritarismo de derecha aleja a las personas de la promesa de democracia, paz e igualdad y las lleva hacia la violencia destructiva ofreciéndoles un atractivo clave: el placer de hacer daño a otras personas. En esta dirección de análisis, en estos días se libera la serie "Cuando acecha la crueldad" ya estrenada a nivel nacional por Futu Rock, que podrán ver en youtube completa a partir del domingo. Adelantamos el primero de cuatro cápítulos.

Las nuevas derechas y el placer de la crueldad

Traducción: Pedro Perucca

Reseña de The New Fascist Body (El nuevo cuerpo fascista), de Dagmar Herzog (Wirklichkeit Books, 2025)

Si has visto la exitosa serie de Netflix The Hunting Wives, sabrás que el autoritarismo de la derecha estadounidense no es más que una carga libidinal. A lo largo de esta serie pulp y sangrienta, que tiene lugar en lo más profundo de Texas, una camarilla de mujeres blancas adineradas hace alarde de sus privilegios haciendo el amor con sus rifles de caza y participando en abundantes relaciones sexuales lésbicas. Cazan animales, se cazan entre ellas, asisten a mítines políticos conservadores, van a la iglesia. El resultado es el asesinato y el caos.

A primera vista, la serie podría parecer una crítica a la feminidad MAGA, ejemplificada por mujeres de gatillo fácil como Kristi Noem y Marjorie Taylor Greene, pero la contrapartida de la serie en la costa este, un personaje fuera de lugar llamado Sophie, no sale mucho mejor parada. Una mujer blanca, heterosexual y casada que parece considerarse progresista antes de mudarse de Boston a Texas, rápidamente se une a las esposas tradicionales que se comportan mal (por no mencionar que se acuesta con ellas) y termina comprando armas, bebiendo hasta perder el conocimiento, engañando a su santo marido y cometiendo un asesinato, todo ello debido a una histerectomía de urgencia que la dejó estéril.

Esta serie es sensacionalista, sin duda. También es una fantástica ilustración del fascismo posmoderno.

El «fascismo posmoderno», término definido por la historiadora Dagmar Herzog en su nuevo ensayo The New Fascist Body [El nuevo cuerpo fascista], describe la segunda llegada del fascismo como algo arraigado en los fascismos históricos, pero a la vez distinto de ellos. Es un fascismo que perpetúa el desdén de sus predecesores por «los ideales de igualdad y solidaridad humanas», la crueldad hacia «aquellos que identifica como vulnerables», la proliferación de «explicaciones racializadas para lo que en realidad son dinámicas económicas y sociales complicadas» y «anhelos narcisistas de grandeza».

Lo que lo hace posmoderno es su tendencia a la deconstrucción. Esta reinvención contemporánea del fascismo es «ingeniosamente autorreflexiva», nos dice Herzog, «y juega alegremente con la inevitable controversia y con la inestabilidad de la verdad».

Herzog, cuyo trabajo sobre el fascismo alemán ha sido muy influyente en los estudios de género, los estudios sobre discapacidad y la historia europea, destila los argumentos clave de su investigación en The New Fascist Body, aportando ideas sobre la historia del nazismo para influir en la dinámica de los movimientos transnacionales de extrema derecha contemporáneos. Centrándose en dos rasgos clave que se solapan en el fascismo posmoderno, el «racismo sexy» y la «hostilidad obsesiva hacia las personas con discapacidad», utiliza los mensajes del partido de extrema derecha alemán Alternative für Deutschland (Alternativa para Alemania, AfD) como punto de referencia analítico.

Si antes los judíos eran el principal objetivo del fascismo alemán, hoy en día la ideología de extrema derecha en Europa señala a los inmigrantes árabes y africanos como el otro racial por excelencia. En todo caso, ciertas voces de extrema derecha en Alemania han defendido recientemente opiniones filosemitas, convirtiendo efectivamente a los judíos alemanes en miembros valorados de la «raza blanca» y afirmando que su inteligencia superior los convierte en contrapesos ideales para los inmigrantes morenos, supuestamente inferiores.

Herzog cita a Mathias Döpfner, director general del grupo Axel Springer, como una de las voces que ha pedido que Alemania se vuelva «más judía» en los últimos años. Hizo esta afirmación en un ensayo publicado un año después de los atentados del 7 de octubre en Israel, en el que elogiaba el elevado número de premios Nobel otorgados a judíos en comparación con el escaso número otorgado a musulmanes e hindúes. Aquí hay una notable diferencia con respecto al fascismo histórico, aunque, por supuesto, el antisemitismo sigue vivo y presente en muchos círculos de extrema derecha.

Lo que hace única a la visión de Herzog sobre el agitado sentimiento antimigrante actual es su enfoque en el sexo y la discapacidad. Herzog, una destacada estudiosa del tema de la política sexual durante el Tercer Reich, ha dedicado gran parte de su reciente investigación a la historia a largo plazo de los programas de «eutanasia» y esterilización forzada del Tercer Reich durante la Segunda Guerra Mundial. Esta guerra contra las personas con discapacidad incluyó el uso de las infames cámaras de gas de monóxido de carbono T4 para asesinar a los residentes de hogares de ancianos para discapacitados, así como decenas de miles de procedimientos de esterilización forzada llevados a cabo a personas consideradas racialmente no aptas. Se necesitaron décadas para que las personas con discapacidad de Alemania fueran reconocidas como víctimas del genocidio nazi, y solo recientemente los activistas por la discapacidad han logrado que se aprueben leyes que reconocen la autodeterminación de las personas con discapacidad.

La AfD parece empeñada en desmantelar las protecciones que los defensores de las personas con discapacidad han conseguido con tanto esfuerzo en las últimas dos décadas, especialmente en lo que se refiere a la educación inclusiva. Su retórica violentamente nacionalista se centra en el odio a la debilidad y la adoración de la fuerza bruta, y están obsesionados con la «inteligencia» y el coeficiente intelectual. Aunque, como señala Herzog, hay mucho resentimiento hacia las personas con discapacidad en la retórica de la extrema derecha estadounidense, el fascismo alemán parece tener una fijación única por el coeficiente intelectual como determinante de la ciudadanía.

En Estados Unidos, por el contrario, el fervor antiintelectual del Partido Republicano de Donald Trump se ha manifestado a menudo como odio hacia la educación pública y una alegre reivindicación de la estupidez por parte de sus políticos (lo cual no es un fenómeno nuevo, basta recordar a George W. Bush). Lo que conecta las versiones alemana y estadounidense del fascismo es un desprecio compartido por los ciudadanos improductivos, ya sean discapacitados, enfermos mentales, homosexuales o personas sin hijos.

Uno de los acontecimientos más preocupantes de los últimos años ha sido la generalización de ciertas ideas fascistas que antes se consideraban extintas, o al menos profundamente marginales. Esto incluye la obsesión de la AfD con la «remigración», una palabra elegante para referirse a la deportación masiva de migrantes y solicitantes de asilo de Alemania. Como nos dice Herzog: «Un efecto principal de la introducción de este concepto es que otros partidos políticos alemanes están debatiendo ahora qué migrantes son lo suficientemente trabajadores y están lo suficientemente integrados culturalmente como para que se les permita quedarse».

Cada vez más, los partidos de extrema derecha marcan los términos del debate, haciendo que los políticos moderados cedan ante los planteamientos fascistas mientras siguen creyendo que están ofreciendo una reprimenda. La productividad como medida de la ciudadanía es uno de esos marcos que vemos desarrollarse en muchos contextos diferentes en todo el mundo.

Históricamente hablando, esto se remonta al creciente resentimiento hacia las personas con discapacidad que se apoderó de Alemania en las décadas previas al Tercer Reich, cuando los llamamientos a la «eutanasia» de los alemanes discapacitados llevaron incluso a los supuestos moderados a ceder en la cuestión de la esterilización. La extremidad de estas propuestas de eutanasia llevó a los comentaristas moderados a parecer ecuánimes cuando propusieron la esterilización como solución al supuesto problema hereditario de la discapacidad. En el proceso, «ya antes de 1933 se había vuelto socialmente aceptable (y, para muchos, simplemente intuitivo e incluso moralmente correcto) expresar desprecio o desear invisibilizar a las personas con discapacidades intelectuales o enfermedades psiquiátricas».

En lo que respecta al «racismo sexy», Herzog nos recuerda que el fascismo alemán contemporáneo, al igual que su antecedente histórico, se centra principalmente en el sexo, y no solo en reprimirlo. El fascismo se basa en la incitación al placer que proviene de la ruptura colectiva de los tabúes, lo que da a los partidarios del régimen fascista una falsa sensación de poder a través de la indiscreción.

El racismo sexy describe «mensajes cargados de libido para movilizar el miedo, la indignación y la aversión o, alternativamente, para transmitir la emoción del dominio frente a diversas formas de vulnerabilidad racializada». Por su parte, la AfD «se deleita provocativamente en una sensualidad deliberada», desde carteles de campaña que muestran a mujeres blancas desnudas como víctimas potenciales de violencia sexual a manos de los migrantes, hasta vídeos que promueven la llamada «remigración» mostrando a mujeres blancas vestidas de forma sensual que asisten alegremente a un vuelo de deportación ficticio.

Herzog observa un cambio en el énfasis de este racismo cargado de libido en los últimos años, y sostiene que, entre 2019 y 2024, el alarmismo sexualizado ha dado paso a «una forma de fanfarronería total, en la que reina la Shadenfreude y, como dijo Adam Serwer sobre el trumpismo, «la crueldad es lo importante»». Continúa argumentando: «El mensaje secreto del fascismo a sus seguidores no es la represión. Al contrario, es un mensaje de permiso, de licencia e impunidad».

Me parece que este es el argumento más llamativo y persuasivo de Herzog, uno que ha defendido con fuerza a lo largo de su carrera, especialmente en su libro Sex After Fascism. El fascismo funciona porque ofrece algo en lugar de la democracia, la paz y la igualdad, algo que es capaz de alejar a la gente de la promesa de la creación y acercarla a la violencia de la destrucción, y eso es el placer en el dolor ajeno. Esto ayuda a explicar la vieja pregunta, planteada por tantos teóricos después de la Segunda Guerra Mundial, de cómo los ciudadanos de una democracia como la República de Weimar pudieron estar tan equivocados como para votar «en contra de sus propios intereses» y elegir a los nacionalsocialistas.

El miedo y la rabia, nos recuerda Herzog, no son una base afectiva suficiente para el fervor fascista: se necesitan «placeres de agresión, mezquindad y violencia» por parte de sus adeptos. Y debemos reconocer la «eficacia multifuncional tanto de la erotización de la supuesta superioridad como de la insistencia repetitiva en rejerarquizar el valor humano».

Lo instructivo de Hunting Wives como artefacto del fascismo posmoderno no es su política, si es que tiene alguna, sino más bien su retrato de la transgresión sexual como puerta de entrada al fascismo. Sophie parece abandonar rápidamente su política progresista cuando se le da permiso para seguir sus impulsos más vergonzosos. Se bebe el proverbial Kool-Aid de sus amigos de derecha cuando empieza a encontrar «el placer en la crueldad», por citar a Herzog.

Aquí pienso en una fotografía de 1939 incluida en el libro de Herzog, que muestra a una pareja heterosexual en la playa abrazándose bajo una guirnalda de esvásticas. Ningún régimen anterior en la historia «se había propuesto de forma tan sistemática estimular y validar los deseos (hetero)sexuales, especialmente de los jóvenes, al tiempo que negaba precisamente que eso era lo que estaba haciendo». Este «estímulo desublimador para romper con la moderación y la tradición sirvió para vincular a los jóvenes emocionalmente, pero de forma aún más directa, al Estado».

Si solo pensamos en el autoritarismo de derecha en términos de represión —decirle a la gente lo que no puede hacer—, entonces perdemos la oportunidad de comprender, y con suerte desmantelar, los vínculos emocionales que guían el apoyo de muchas personas al fascismo contemporáneo. El «nuevo cuerpo fascista» es aquel que se deleita en romper las reglas, que se regodea en una prerrogativa antisocial para disfrutar a costa de los demás, que erotiza la superioridad y sexualiza la violencia, y no la izquierda acusada de libertinaje por estos autoritarios.

Si algo me dejó insatisfecha del libro de Herzog fue una imagen más clara de lo que podemos hacer con esta idea una vez que tenemos acceso a ella. ¿Cómo redirigimos las energías libidinales de los votantes con inclinaciones fascistas en Estados Unidos y en otros lugares? ¿Cómo fomentamos el placer en la comunidad y la creación frente al neoliberalismo destructivo? ¿Cómo desincentivamos la crueldad y promovemos el cuidado?

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