«La percepción y la verdad emocional son lo único que importa, incluso más que los datos.»
Giuliano Da Empoli
Estados Unidos es una democracia de más de dos siglos que el 5 de noviembre definirá su nuevo presidente con un padrón de más de 180 millones de votantes, pero su antiguo sistema de colegio electoral y la actual polarización política convierte a una minoría alrededor del 0,1% de sus votantes de siete estados en los grandes decisores del país.
Esos dos elementos, uno institucional histórico y el otro político reciente, se combinan para neutralizar de algún modo la relevancia del voto en la mayoría de los 51 distritos electorales, ya considerados rojos (republicanos) o azules (demócratas) donde la batalla se considera ya resuelta desde ambos bandos.
La mayoría de los estados votan históricamente siempre a republicanos (como Texas o Missouri) o a demócratas (como California o Nueva York. Entre 2000 y 2016, un total de 38 estados votaron mayoritariamente por el mismo partido político. Siempre hubo estados disputados (“battlegrounds”) pero el fenómeno de los “swing states”, distritos que oscilan en su voto, tiene un par de décadas.
Ciertamente, los mismos asuntos de la agenda que concentró la campaña electoral de este año -desde la economía hasta el derecho al aborto, pasando por cuestiones blanco de disputas ideológicas- son los que influirán en la decisión de esta minoría clave de 150 mil votantes, menos del 0,1,% del padrón, según los analistas.
Por eso, con las encuestas que describen un escenario electoral repetido de “coin flip” o moneda en el aire, las campañas de Harris y Trump concentraron sus últimos esfuerzos -y dinero- básicamente en siete estados -Pensilvania, Michigan, Wisconsin, Georgia, Carolina del Norte, Arizona y Nevada- y a su vez, dentro de ellos, en determinados condados que pueden volcar el resultado el 5 de noviembre.
Según una de las últimas encuestas, publicada por el Wall Street Journal, Trump tenía un 46% de apoyo contra 45% de Harris entre los votantes de esos siete estados más disputados. Sin embargo, Trump sacaba más ventaja en temas de economía y seguridad fronteriza.
De los 244 millones de estadounidenses mayores de edad solo votan los que se registraron. En 2020 hubo algo más de 168 millones de votantes, según la Oficina del Censo, y este año la proyección supera los 180 millones.
Lo que hace posible este juego de influencias de unos estados sobre otros, y dentro de ellos incluso de algunos condados sobre otros, es la institución del Colegio Electoral, el mismo que copió Argentina en su Constitución de 1853-60 y que derogó recién en la reforma de 1994.
El sistema permite que un candidato gane el voto popular (como los demócratas Al Gore en 2000 a George W. Bush y Hillary Clinton en 2016 a Trump) pero obtenga menos delegados en el Colegio Electoral. La historia registra en total cinco presidentes sin mayoría de voto popular: John Quincy Adams (1824), Rutherford B. Hayes (1876), Benjamin Harrison (1888), Bush hijo (2000) y Trump (2016).
“Son esencialmente 50 elecciones estatales separadas más el Distrito de Columbia”, explica David Schultz, profesor de ciencias políticas y editor de “Presidential Swing States: Why Only Ten Matter”.
Los votantes eligen 538 delegados (la suma de 100 senadores más 435 congresistas y 3 delegados por Washington DC) que envían su decisión para presidente y para vicepresidente al Congreso.
Los estados de Maine y Nebraska asignan sus electores proporcionalmente, pero los otros 48 y el Distrito de Columbia tienen un sistema en el que el ganador se lo lleva todo: todos los electores del distrito van al candidato que obtiene la mayoría de los votos.
Eso hizo posible, en 2000, tras días de recuentos, que las elecciones presidenciales entre Bush y Gore se definieran por una diferencia de sólo 537 votos en Florida, que entonces era un “swing state” y ahora es claramente favorable a los republicanos. En 2020, el actual presidente Joe Biden sacó 7 millones de votos de diferencia a Trump, pero fueron 45.000 votos los que le aseguraron la victoria.
Muchos dirigentes y legisladores republicanos se niegan a reconocer el legítimo triunfo de Biden en 2020 con el argumento de que la elección fue “amañada” en Georgia, que -dicen- hubiera alterado el número final de electores y donde Trump es enjuiciado todavía penalmente por tratar de revertir ilegalmente el resultado.
Según Schultz, citado en el popular newsletter Chartbook, del historiador Adam Tooze, los Padres Fundadores de EEUU tenían otra idea: el Colegio Electoral evitaría que los estados pequeños perdieran influencia. “Pero (…) lo que sabemos es desde hace al menos 150 años, quizá incluso más, que hay algunos estados que son realmente decisivos en las elecciones”.
El número de electores de cada estado es igual a la suma de sus representantes en la Cámara de Representantes y el Senado (dos cada uno). Esto beneficia a los estados más pequeños e incentiva a las campañasa centrar sus visitas y dedicar la mayor parte de su dinero a los estados indecisos, o los llamados estados disputados.
Conclusión: el resultado final se decide en un puñado de estados disputados (battlegrounds) y/u oscilantes (swing states). Dentro de cada estado, se repite la lógica de definidos, disputados e indecisos en ciudades y condados rurales.
Toda la elección se reduce, ya no a decenas de millones o al menos millones, de votantes, sino a unos pocos cientos de miles de votantes en distritos repartidos por todo el país: unos 150.000 ciudadanos, la décima parte del 1%.
En términos psicológicos, según Schultz, podría decirse que los «battlegrounds” son indecisos mientras que los “swing states” se caracterizan por cambios de humor.
En conjunto, los swing states son un grupo significativo de votantes y un poder económico considerable. Esos siete estados reúnen a 61 millones de personas y suman un PIB combinado de 4,4 billones (trillions) de dólares, que rivaliza con la producción de Alemania, según Tooze.
Los votantes de esos estados, anota, son ideológicamente eclécticos: tienen opiniones conservadoras sobre la inmigración y la delincuencia, pero están a favor del derecho al aborto y de la intervención del gobierno para controlar los excesos de las empresas, sobre todo en materia de precios. Recompensan las posiciones pragmáticas más que la estricta coherencia ideológica.
Desde el Siglo XIX, los battlegrounds han sido claves en la carrera presidencial, pero los swing states empezaron a terciar en coincidencia con el avance de la polarización política, una grieta que hoy se ha profundizado y calcificado hasta dividir al país en dos. Así, en 1976 los estados en disputa llegaron a ser 20, mientras en 2024 quedaron reducidos a 7.
Según Schultz, hay cuatro criterios diferentes que determinan un “swing state”: son estados convertidos en campos de batalla principales de la campaña electoral, son de por sí competitivos (ninguno gana por más de 5%), suelen predecir el triunfo final (el que gana allí, termina siendo presidente) y es muy volátil (Pensilvania, el mejor ejemplo: lo ganó Barack Obama en 2012, Trump en 2016 y Biden en 2020).
A su vez, dentro de los estados en disputa, el resultado ya no depende de todos sus condados o distritos, sino de algunos. Schultz estima que el 5% de los votantes en cinco condados de cinco estados podría determinar el resultado de la contienda de este año. “Esta campaña presidencial se reduce a 150.000 votantes decisivos”.
La lista de estados disputados varía con el tiempo. Arizona se ha convertido en un estado indeciso hace poco, mientras Florida y Ohio cayeron del lado republicano. Esa nómina fue alterada, también, por el cruce de base electoral: el trumpismo reconquistó a franjas trabajadoras y los demócratas a clases más altas.
En esa dinámica, cuestiones sociales reemplazan a las diferencias económicas y dominan el debate político en estados disputados, según el investigador David Damore, quien cita el proyecto de ley de baño transgénero de Carolina del Norte en 2016 y la ley de aborto de «latido fetal» de Georgia en 2019.
Indirectamente, la influencia en esos pocos estados puede frenar la participación electoral en otros, donde las mayorías partidistas son más fuertes y la gente siente que su voto puede no importar.
El National Popular Vote Interstate Compact es un intento por reducir la importancia del Colegio Electoral, una iniciativa para que los estados asignaran todos sus electores al ganador del voto popular nacional en lugar de al ganador de ese estado.
Sin eliminar el colegio, se privilegia el voto popular. Ya 17 estados y Columbia han aprobado el mecanismo:
Delaware, Hawaii, Maine, Rhode Island, Vermont, Colorado, Connecticut, Maryland, Massachusetts, Minnesota, Nuevo Jersey, Nuevo Mexico, Oregon, Washington, California, Illinois y Nueva York). Suman 270 de los 538 electores. Otros 7 estados (74 electores) le dieron media sanción.
Aquí, un panorama de los estados en disputa que definirán las elecciones del 5 de noviembre: suman 93 de los 538 votos del Colegio Electoral y 61,3 millones de los 342 millones de habitantes del país (18% de la población):
Con 13 millones de habitantes y 19 votos electorales, Pensilvania es el emblema de los estados en disputa en esta elección, como lo fue en 2020, y pese a que tiene como antecedente inmediato una contundente victoria del gobernador demócrata Josh Shapiro en las elecciones estaduales de 2022. También fue escenario en Butler del atentado a Trump que sacudió la campaña.
Los analistas consideran que la presidencia recaerá en el candidato que gane Pensilvania: es donde más se invierte en publicidad casi 140 millones de dolares en el último tramo, según AdImpact, y más tiempo de parte de Harris y Trump.lección por 82 mil votos. Harris o Trump pueden llegar a los 270 votos electorales sin Pensilvania, pero suena casi imposible lograrlo.
La economía aquí será clave, como en todo el país, y porque el precio de los alimentos aumentó en más que ningún otro estado, según Datasembly.
Históricamente, Michigan (15 delegados y 10 millones de habitantes) es un estado del Rust Belt (cinturón industrial) que tiende a votar a los republicanos. Pero Bill Clinton lo ganó para los demócratas en 1992 y así siguió hasta 2016, cuando lo recuperó Trump hablándoles a los “perdedores” de la globalización contra la economía financiera, digital y de servicios. Pero Biden lo devolvió al campo demócrata por 150 mil votos de diferencia.
Es el estado con la mayor comunidad árabe-musulmana del país y alberga una de las mayores comunidades negras (la mayoría de los habitantes de Detroit son afroamericanos). Son dos electorados que supieron ganarse los demócratas y que ahora Harris lucha por mantener leal sirviéndose de su propio origen étnico, aunque la economía es el tema que más les preocupa y Trump juega esa carta.
Trump hace a los demócratas responsables de la inflación -aunque haya bajado desde la pandemia- mientras Harris recuerda los recortes de impuestos a los más ricos que hizo el expresidente, temas sensibles en la que fue capital mundial de la industria automotriz y Biden trató de reanimar con sus políticas industrialistas.
Un dato: dos grandes sindicatos, camioneros y bomberos, ambos tradicionalmente pro demócratas, han decidido este año no apoyar oficialmente a ningún candidato. La influyente revista New Yorker preguntó sobre Harris, a quien expresó su apoyo: “¿Podrá evitar que los obreros voten a Donald Trump?”.
Los apenas 10 votos electorales de Wisconsin (5,9 millones de habitantes) cotizan en oro para Harris y Trump, al que la demócrata dedicó tres visitas desde que se convirtió en candidata, y que a la vez puede compensar al republicano una derrota en Pensilvania.
En 2020, Wisconsin fue considerado el estado bisagra que puso a Biden al frente del Colegio Electoral, cuando le ganó allí a Trump por menos de 21.000 votos. Así de cerrada, la elección promete reeditar el voto a voto, según las encuestas.
Trump lo considera un estado “realmente importante… si ganamos Wisconsin, lo ganamos todo”. La Convención Republicana lo formalizó como candidato allí, en Milwaukee. A su vez, Harris encabezaba un acto en esa ciudad cuando la Convención Demócrata confirmó su postulación.
La pequeña y tradicional Carolina del Norte (16 votos electorales y 10,8 millones de habitantes) es el “swing state” que más favorable ha sido para Harris en las últimas encuestas, contra todo lo esperable y pese a que el último triunfo demócrata es el de Obama en 2008. Biden ganó el estado por una diferencia de 74 mil votos.
El escándalo que envolvió en el tramo final de campaña a Mark Robinson, el candidato republicano a gobernador respaldado por Trump que se reivindicó “negro nazi” en un sitio digital porno, podría dar el impulso final a Harris.
Con 16 electores y 11 millones de habitantes, Georgia fue centro de atención nacional en las elecciones de 2020, cuando ganó ajustadamente Biden en un controvertido recuento de votos que llevó varios días, y vuelve a serlo esta vez con Trump como ligero favorito.
En el condado de Fulton, la supuesta interferencia electoral ha llevado a Trump a uno de sus cuatro procesos penales (fue condenado en un caso, mientras que los restantes están en curso). Con otras 18 personas, el expresidente está acusado de conspirar para anular su ajustada derrota frente a Biden en este estado.
Un tercio de la población de Georgia es afroamericana, una de las mayores proporciones del país, y este grupo demográfico fue decisivo para que Biden diera la vuelta al estado en 2020, aunque según las encuestas Harris debe recuperar ahora a muchos votantes descontentos con Biden.
Este estado con sólo 6 votos electorales y 3,2 millones de habitantes, donde Biden ganó por 34 mil votos en 2020, se ha inclinado por los demócratas en las últimas elecciones pero las encuestas confirman que los republicanos lo disputan cada vez más y, hasta que Biden era candidato, el gran favorito era Trump.
Con la candidatura de Harris, los demócratas parecen haber recuperado terreno,sobre todo entre la extensa población masiva de latinos, aunque la recuperación económica post pandemia ha sido especialmente lenta en este estado del sudoeste de EEUU (tiene la tasa de desempleo más alta del país, con 5,1%).
Los cruces ilegales de migrantes por Arizona se redujeron notablemente en los meses previos a las elecciones, desde máximos históricos, por medidas restrictivas adoptadas por la Administración Biden que pueden favorecer a Harris frente a las promesas de deportaciones masivas que hizo Trump.
Pero en Arizona también terciará otro gran tema de campaña, el derecho al aborto, después de que los republicanos del estado intentaran sin éxito reinstaurar una prohibición casi total de interrumpir el embarazo que data de hace 160 años.