Gran Bretaña: “Estoy lista para matarme desde el primer día…”

Gran Bretaña, sin líder ni timón, a merced de conservadores desesperados

-Gary Younge–

Museveni welcomes new UK Prime Minister, Liz Truss
Liz Truss fue una líder desesperada e incompetente. Pero la tentación de volver a las desacreditadas certezas del dogma del libre mercado resultó imposible de resistir para su partido.“Vaya, a veces he creído hasta seis cosas imposibles antes del desayuno”, le dice la Reina a Alicia en Alicia en el País de las Maravillas. Da la sensación de que, en las últimas seis semanas, Gran Bretaña se ha despertado al menos con eso, y con algo más. En sólo 44 días, el país ha perdido una reina, una libra [estable], credibilidad económica, un canciller [ministro de Economía], una ministra del Interior, un primer ministro… y su cordura política. No sabemos qué ocurrirá a continuación, ahora que Liz Truss ha puesto fin al mandato más breve de la historia británica, pero ocurrirá con relativa rapidez y es poco probable que esté bien pensado.La salida de Truss de Downing Street es, al mismo tiempo, tan inverosímil e inevitable como su entrada. La idea de elegir a un primer ministro un mes para deshacerse de él al siguiente era, hasta esta semana, impensable. Hace que el partido que la situó ahí parezca voluble e incompetente, fomenta la inestabilidad en un momento de crisis económica y hace que la confianza de los ciudadanos en la política caiga en picado. Es el tipo de acción drástica que un partido sólo tomaría si estuviera desesperado.Pero los tories están desesperados. A medida que pasaban los días, quedaba claro que seguir con ella al frente resultaba todavía más impensable. Ser la primera ministra más breve no fue la única marca que batió. Según las encuestas, ha sido la primera ministra menos popular de la historia, dando a los laboristas la mayor ventaja que haya tenido jamás un partido. Sus índices de desaprobación se acercaban a los de Vladimir Putin. Se habían abandonado sus medidas políticas económicas emblemáticas, su partido estaba en abierta rebelión; los pocos aliados de los que disponían se estaban volviendo en su contra; y se vio obligada a nombrar a rivales suyos.Tres días antes de su dimisión, un diputado tory, Grant Shapps, dijo que, para sobrevivir, “Tiene que enhebrar el ojo de una aguja con las luces apagadas, así es de difícil”. Dos días más tarde, lo nombró ministro del Interior tras la dimisión de uno de sus anteriores partidarios, destrozando de paso su cargo de primer ministro. La única razón por la que Truss duró tanto es que la muerte de la Reina significó que durante diez de esos 44 días el país estuvo de luto oficial y la política quedó detenida.

Los tories se deshicieron de ella porque la total aniquilación bajo su liderazgo en las próximas elecciones, que deben tener lugar en enero de 2025, comenzaba a parecer una certeza. Si pudo causar todos esos perjuicios en unas pocas semanas, imaginémonos lo mal que podrían haberse puesto las cosas en unos pocos años.

Así que decidieron que preferían arriesgarse a dejar al descubierto su disfuncionalidad como partido y exigir una segunda oportunidad, con la esperanza de que podrían superar el malestar momentáneo y aprovechar la memoria corta, unos medios de comunicación serviles y un liderazgo laborista poco inspirado para recobrar su suerte. Y eso supone un gran riesgo por dos razones principales.

En primer lugar, no hay un claro sucesor. El Partido Conservador está dividido entre toda una serie de opciones mediocres. El ex canciller [ministro de Economía] Rishi Sunak, al que Truss derrotó en julio, cuenta con un importante apoyo en el partido, pero no es especialmente popular más allá de eso y su ejecutoria es casi tan mediocre como la de Truss. Hay muchos en el partido que tampoco le han perdonado que ayudara a derribar a Boris Johnson. Johnson, por su parte, ha acortado sus vacaciones, imaginándose aparentemente de vuelta al poder subido a una ola de arrepentimiento e indulgencia, para llevar a cabo un triaje en el partido que él mismo hirió. También está Penny Mourdant, que quedó tercera en la votación de los diputados tories de julio. Dado que el partido o los afiliados rechazaron a estos tres candidatos hace menos de cuatro meses, ninguno resulta especialmente atractivo.

El segundo riesgo es que la perspectiva de verse sometidos a otro psicodrama tory mientras el país atraviesa una crisis por el coste de la vida, una inflación de dos dígitos, una espiral de facturas de energía, la amenaza de apagones durante el invierno y la amenaza creciente de que enfermeras y profesores se unan a los trabajadores ferroviarios y postales en huelga, puede ser demasiado para demasiada gente. El país necesita gobierno y los conservadores no están en ello porque andan demasiado ocupados en la carrera por el liderazgo de su propio partido.

La idea de que los laboristas exijan elecciones generales no resulta sorprendente; pero si el clamor por una votación popular crece significativamente más allá del partido, la exigencia puede llegar a ser imparable. No será algo fácil de conseguir. Para que se convoquen elecciones generales anticipadas, una moción en ese sentido necesitaría al menos dos tercios de los votos del Parlamento, o bien el Gobierno tendría que perder una moción de censura. Dada la enorme mayoría tory, es difícil ver por qué razón iban a apoyar su propia desaparición.

Pero últimamente han ocurrido cosas más extrañas. De hecho, siguen ocurriendo. Todo está en juego, en un estado fluido y de confusión.

El voto favorable a la salida de la Unión Europea desencadenó sin duda este periodo de inestabilidad. En los seis años transcurridos desde el referéndum del Brexit, hemos quemado a tres primeros ministros y estamos a punto de nombrar al cuarto; antes del referéndum se necesitaron 37 años para pasar por cuatro primeros ministros. Fue el Brexit lo que persuadió a David Cameron, que convocó el referéndum, a renunciar, lo que hizo insostenible la posición de Theresa May y posible que fuera primer ministro Johnson, y lo que impulsó la suerte de los tories en las elecciones de 2019. A cada giro se marchaban conservadores experimentados, competentes y moderados, y los sustituían nuevos candidatos más extremos e ineficaces. Se están jugando apuestas muy altas con una banca poco profunda.

Pero el Brexit no es toda la historia, y ni siquiera, a estas alturas, la principal. El coronavirus obligó a hacer un ajuste de cuentas sobre para qué sirve el gobierno. Sunak subió los impuestos; los trabajadores del sector público se convirtieron en la sal de la tierra; la mayor parte de la red de ferrocarriles volvió a ser de titularidad pública; se pagó del erario público a gente en excedencia para que no fuera a trabajar.

No hay respuesta privatizada a una crisis de salud pública que tenga sentido, y con ello se causaron estragos en las ortodoxias del libre mercado (también exigía que te preocuparas por personas que no conocías y que asumieras la responsabilidad personal de actuar en pro del bien público, que fue de lo que Johnson se desmarcó con sus fiestas durante el confinamiento).

Truss ofreció una vuelta a un paisaje ideológico más cómodo que no tenía en cuenta estas transformaciones, y se llevó al partido con ella. Como tal, es la última persona a la que se puede culpar de este desastre.

Cierto es que era una líder desesperada. Pero nunca lo ocultó. Truss se mostraba acartonada delante de un micrófono; hasta el discurso que había estado preparando durante todo el verano en que llegó al poder, tras su victoriasobre Sunak, largamente esperada, sonó no sólo rebuscado, sino también vacuo y sin compromiso. Cuando no parpadeaba furiosamente, lanzaba miradas de mil metros que hacían que uno se preguntara si sabía realmente dónde se encontraba.  Propensa a las pifias desde el principio, cuando sus colegas la seleccionaron como una de las dos últimas para ser presentada a los miembros tories, tuiteó: “Gracias por confiar en mí. Estoy lista para matarme desde el primer día”. El post fue rápidamente borrado para que alguien insertara las palabras “a trabajar”.

Es cierto, también, que sus políticas eran inviables. Pero tampoco las ocultó nunca. En el poco tiempo que estuvo en el poder, hizo exactamente lo que dijo que haría. Se presentó con un programa de reducción de impuestos para los más ricos en un momento en el que nueve de cada diez británicos están retrasando el encendido de la calefacción porque las facturas de energía son muy elevadas. Cumplió su palabra.

En ese momento, mucha gente, dentro incluso de su propio partido, dijo que no funcionaría. Pero los miembros del Partido Conservador votaron a favor y los medios de comunicación tories lo aceptaron. “Llega la hora, llega la mujer”, bramó el Daily Mail (que es como Fox News en los quioscos); el Daily Telegraph la declaró “competente y capaz”.

El hecho de que pudiera llegar tan lejos como llegó, de la forma en que llegó, dice mucho sobre el estado de la democracia británica. Lo que venga después aún nos dirá más.

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miembro del consejo editorial de “The Nation”, fue articulista y corresponsal del diario “The Guardian” en los EEUU, y es actualmente profesor de Sociología en la Universidad de Manchester.

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