En las primeras semanas de gobierno, Milei ha transparentado el descomunal atropello que pretende implementar. Ninguna denominación exagera esa ofensiva. Es «un plan de guerra contra la clase trabajadora», una «motosierra contra los desposeídos» y una «contrarreforma integral de la sociedad argentina». Aplica la doctrina neoliberal del shock con una virulencia nunca vista. Martínez de Hoz, el Rodrigazo, Menem o Macri son tibios antecedentes de la brutalidad en curso.
Milei espera consumar en un año la cirugía del gasto público que el Fondo Monetario Internacional (FMI) propuso efectivizar a lo largo de un quinquenio. Proclama la conveniencia del sufrimiento y pronostica un desplome aún mayor de los ingresos populares, antes de lograr la prometida recuperación económica. Omite que esos padecimientos no se extenderán al puñado de poderosos que enriquece su gestión. También oculta el carácter innecesario y premeditado del daño que está provocando a toda la población.
El libertario presenta su mazazo como la única contención posible a una inminente catástrofe de la economía. Pero fundamenta ese diagnóstico con cifras disparatadas. Inventa una hiperinflación del 15 mil por ciento, déficits gemelos del 17% del PBI y alerta contra un encarecimiento del litro de leche de 400 a 60 mil pesos. Exagera alocadamente los desequilibrios de la herencia recibida para disimular la atrocidad de sus medidas.
En pocos días ha desmentido todos los mensajes de la campaña electoral. Sus decretos penalizan al grueso de la población y no a un puñado de políticos. Ya sustituyó las menciones a la «casta» por todo el Estado como destinatario del recorte. Ahora confiesa que su tijera se extenderá al sector privado, pero omite que los grandes grupos capitalistas quedan eximidos de ese ajuste.
Los precios de los alimentos se han disparado nuevamente por encima del promedio, amenazando la supervivencia de los sectores más humildes. Milei motoriza esa degradación, anulando todos los obstáculos legales al salvajismo del mercado (ley de abastecimiento y de góndolas). También eliminó las restricciones a la exportación de carne, para situar el precio de ese alimento en su impagable cotización internacional.
Todo esto hace avizorar un dramático salto en los niveles de pobreza, que en el primer trimestre del 2024 afectaría al 55-60% de la población. Y la irrelevante compensación que dispuso al congelamiento de los planes sociales desembocará en situaciones de subalimentación.
Los jubilados son nuevamente el segmento más golpeado. Milei soslayó el otorgamiento de los bonos, que periódicamente aliviaron a los perceptores del haber mínimo. Prepara, además, otro cambio en la fórmula de movilidad para castigar al sector más vulnerable de la sociedad. Ese ensañamiento apunta a recrear el fallido régimen de las AFJP (jubilación privada), alegando insuficiencia de fondos en la seguridad social. Pero omite que bastaría con restaurar las cargas patronales (que eliminó el menemismo y no repusieron sus sucesores) para equilibrar ese sistema.
La prioridad de Milei es precarizar el trabajo, aprovechando la demolición del costo laboral que impone la inflación. Con ese objetivo motoriza una reforma laboral que pulveriza las indemnizaciones, elimina la ultra actividad de los convenios y extiende los períodos de prueba.
La clase media será atropellada con tarifazos que, en el Área Metropolitana de Buenos Aires, duplicarán el precio del transporte, argumentando, sin apartarse del principio de nivelar para abajo, que en el resto del país esas erogaciones son más elevadas. También apuntala la campaña de las empresas de medicina prepaga para apropiarse de la crema del mercado, ya que su decretazo les permitirá capturar a los afiliados de mayores ingresos de las obras sociales, para expulsar a los empobrecidos al infierno de hospitales públicos sin recursos. Esas compañías preparan su nuevo negocio con incrementos de cuotas del 40 o 50%.
La guadaña para los empleados públicos pasa por congelar los sueldos en pleno aluvión inflacionario, al tiempo que ya se encuentra en marcha el despido de los contratados y una purga posterior en numerosos organismos y también avanza la destrucción de la estructura científica, acorralando al CONICET a sobrevivir con seis meses de presupuesto.
El libertario promociona esta sangría denigrando el trabajo estatal y propiciando una confrontación con los asalariados del sector privado formal. Con ese objetivo, autorizará para este segmento la vigencia de las paritarias cortas con cláusulas gatillo, que proscribe en el universo público.
El ocupante de la Casa Rosada supone que, gracias a esa topadora, la economía encontrará un punto de inflexión cuando la depresión pulverice el consumo interno y prevé que la estabilidad monetaria inducirá en ese momento un ciclo de reactivación, manejado por los poderosos que sobrevivan al hundimiento del resto. Pero no computa la posibilidad de una estanflación perdurable por los desequilibrios que introduce su ajuste. Si, por ejemplo, junto al declive del nivel de actividad, la recaudación decreciera más que el recorte del gasto público, la economía quedaría entrampada en un círculo vicioso de sucesivas regresiones. También la inflación puede carcomer la devaluación y forzar en poco tiempo otro ajuste del tipo de cambio, con el consiguiente rebrote de los precios.
Estas eventualidades son conocidas, pero omitidas por el grueso de las clases dominantes. Todas sus fracciones sostienen la feroz arremetida del nuevo mandatario y celebran la fenomenal transferencia regresiva de los ingresos que ha impuesto la remarcación de los precios.
Milei no disimula su convocatoria a reforzar la primacía económica de un grupo de empresas. El eje de su mega decreto son los cambios en el Código Civil y Comercial, que otorgan a esas compañías la última palabra en cualquier controversia jurídica. Con el objetivo de estabilizar un modelo neoliberal parecido al que impera en Chile, Colombia o Perú, propicia el fulminante predominio del gran capital.
El libertario ya tiene preestablecidos a los ganadores de su partida. Diseña las privatizaciones a medida de esas firmas, mediante la conversión de las empresas públicas en sociedades anónimas. Cada capítulo de su mega decreto favorece a un grupo predeterminado.
La anulación de la ley de góndolas es para Coto, los cambios en los clubs de fútbol son para Macri, la remodelación del azúcar para Blaquier, la desregulación financiera para Galperín, el desmembramiento de YPF para Rocca y el descontrol de los alimentos para Arcor, Danone y Molinos.
También pone fin a las normas de los alquileres por pedido de la Cámara Inmobiliaria, Airbnb y Booking, avanza en la demolición de las obras sociales a favor de Osde, Swiss Medical, Galeno y Omint. La derogación de la Ley de Tierras es un presente para Joe Lewis y Luciano Benetton y las modificaciones del régimen farmacéutico se amoldan a Farmacity. La desregulación satelital ha sido explícitamente concebida a medida del Starlink de Elon Musk.
En los grandes negocios irresueltos del extractivismo minero, el libertario hará lobby para sus candidatos mediante la desfinanciación de las provincias. Existe, además, una larga lista de empresas sin compradores que serán recortadas o cerradas (ferrocarriles, Aerolíneas Argentinas, YCF, el sistema de medios públicos). Y ya se vislumbran también algunos conflictos entre los apropiadores para ver quién se queda con las compañías más apetecidas (el ejemplo más claro es el de los fondos buitres contra Techint por YPF).
Ese protagonismo financiero quedó explicitado, con la emisión de un nuevo bono para saldar la deuda del Estado con los importadores. Ese título, Bopreal, pretende resarcir a las empresas que adquirieron bienes del exterior sin contar con las divisas que Massa rehuyó entregarles ante la forzosa carencia de reservas. Para remediar ese impago, los adalides de la austeridad fiscal vuelven a endeudar el Estado con un bono por 30 mil millones de dólares, que cotiza en divisas y ofrece elevados rendimientos.
Pero el pasivo alegado para justificar esta nueva deuda pública no está documentado y su envergadura es un enigma. Los importadores proclaman distintas sumas para compensar operaciones muy dudosas. Es evidente que los montos están inflados e incluyen todo tipo de fraudes (autopréstamos con las casas matrices y sobrefacturaciones de precios de transferencia, para empezar). Por simple petición de los capitalistas, el Estado asume nuevamente un compromiso que pagará toda la población. Aunque la estatización de esas deudas privadas no es aún explícita, se están creando las condiciones para ese traspaso.
Caputo no solo busca socorrer a sus amigos, sino que también intenta iniciar la paulatina sustitución de la deuda pública en pesos por otra nominada en dólares. Gran parte del pasivo reclamado por los importadores está reciclado en el sistema bancario y quedó atado a la montaña de títulos públicos que acumulan las entidades (Leliqs). El ministro aspira a reconvertir esos papeles en bonos en dólares para priorizar las transacciones en divisas. Sustituiría los dólares frescos que no consiguió en el exterior por títulos estatales nominados en esa moneda.
Hasta ahora, el bono que emitió para los importadores no cuenta con garantías significativas y tampoco puede ser objeto de litigio en tribunales internacionales. Su emisión es otra aventura del timbero que hundió al país durante la gestión de Macri.
Con esa colocación pretende iniciar un lanzamiento general de títulos en divisas, para contraer la masa total de pesos en circulación y dejar abierto un curso de eventual dolarización. Ese desemboque es concebido como coronación del proyecto neoliberal o como un recurso de emergencia frente a corridas cambiarias o colapsos bancarios. Las señales de esa intención dolarizadora se verifican también en el desaliento a los depósitos en pesos (tasas de interés decrecientes) y en las nuevas normas de contratos en dólares (alquileres) o en sus equivalentes virtuales (bitcoins).
Pero Caputo juega con fuego al coquetear con una dolarización sin respaldo, porque hasta ahora no consiguió auxilio externo de los fondos de inversión o del FMI para atenuar el agujero de 10.000 millones en las reservas. Tan sólo espera, con sus cómplices de la City, inflar una burbuja que les permita llegar hasta abril, cuando ingresen las divisas de la cosecha.
Lo más insólito es el fundamento de su jugada en el saneamiento de las finanzas públicas. Un gobierno que destruye la economía en nombre de la reducción del déficit fiscal, está montando un gigantesco agujero en el erario público. Sus voceros omiten que la mitad de los 5,5 puntos del PBI que pretenden recortar corresponde a intereses de la deuda. Ese pasivo volverá a escalar en forma incontrolable con las nuevas andanzas de un endeudador serial, que promete cuidar el gasto público mientras despilfarra el dinero de todos los argentinos.
Con ese zarpazo comenzó el alineamiento estratégico de las cotizaciones internas de los alimentos y los combustibles con los promedios internacionales. Un territorio inmensamente rico en nutrientes y energía quedará habitado por pobladores subnutridos, que no pueden refrigerar o calefaccionar sus hogares.
Lo más chocante de este ajuste es su implementación en un año de cosecha récord, con novedoso excedente energético. Esos lucros serán embolsados por el puñado de privilegiados, que Milei defiende con elogios a la oligarquía que exterminó a los pueblos originarios. De esa devastación surgieron los latifundios que obstruyeron el desarrollo de Argentina.
Milei apuntala el agronegocio anulando la ley de fuego que limita el extractivismo y, como descree del cambio climático, fomenta la expansión de la frontera sojera a costa de los bosques. Auspicia esa primarización, promoviendo, además, el pernicioso acuerdo de libre comercio del Mercosur con la Unión Europea.
Ese favoritismo hacia el agro no está exento de conflictos, porque Milei es un servidor del capital financiero. Por eso sugirió un incremento de las retenciones, que la agroexportación eludió con maniobras de evasión (anotaron las ventas antes de la sanción de los nuevos impuestos). Paradójicamente, los entusiastas agrarios del ajuste ajeno están molestos con el corte de las obras públicas que apuntalan sus negocios.
Con el sector industrial Milei afronta mayores tensiones porque su mega devaluación encareció las importaciones de insumos, sin favorecer las exportaciones fabriles. Además introdujo un llamativo incremento de los impuestos a esas ventas.
Gran parte de las regulaciones anuladas con el mega decreto presidencial, afectan a los regímenes de promoción industrial de las provincias. El anunciado encarecimiento de la energía erosionará la rentabilidad fabril y la abrupta apertura comercial podría generar una invasión de mercancías baratas. Mientras despotrica contra China, Milei crea las condiciones para esa mortífera llegada de importaciones asiáticas.
Pero las cúpulas de las Cámaras Industriales apoyan en forma abierta o silenciosa al gobierno por su fomento de la reforma laboral contra los trabajadores y por su aval a la remarcación de precios. Al igual que otras fracciones de la clase capitalista, los industriales privilegian el atropello contra los asalariados a la propia marcha de sus negocios.
En su debut, mezcla las leyes con los decretos como si fueran normas equivalentes, apostando a la docilidad de la justicia, al desconcierto de la oposición y al sostén de gobernadores, que facilitaron su captura de las comisiones del Senado. Espera concertar con la derecha peronista la gestación de un segundo menemato.
Milei retoma todos los enjuagues de la casta política para dilatar el tratamiento de su mega decreto. Por eso manipula el envío de ese proyecto al Parlamento y socava la formación de la comisión bicameral que tratará el tema, buscando empantanar el tema hasta marzo con el objetivo de imponer la vigencia del decretazo (recordemos que el Congreso nunca rechazó un DNU relevante). Si esa maniobra falla, ya anunció que subirá la apuesta con la convocatoria a un plebiscito.
El libertario pretende repetir la trayectoria que siguió Yeltsin para destruir la Unión Soviética. Busca imponer una remodelación total de la sociedad, aprovechando el estupor, la pasividad y el rechazo al sistema político. Pero en sus primeras semanas de gestión afronta múltiples adversidades. Los bloques de la oposición debaten estrategias para rechazar un decreto, que en los primeros sondeos es mayoritariamente objetado por la población.
Milei espera contrarrestar esa hostilidad con intimidaciones represivas. Es el segundo pilar de su andanada. Ya desplegó un gran operativo de amenazas para disuadir la realización de marchas opositoras, con un protocolo antipiquete concebido para prohibir las protestas, vulnerando todos los derechos constitucionales. Esa campaña de criminalización incluyó multas millonarias a los organizadores de las movilizaciones (y a otras agrupaciones que ni siquiera participaron de esos actos).
El nuevo mandatario se calzó también un patético disfraz de militar para anunciar en Bahía Blanca que el Estado no puede socorrer a las víctimas de la tormenta. Olvidó esas carencias, cuando dispuso regalar a Ucrania dos helicópteros que se utilizan para emergencias climáticas.
El desbocado presidente no oculta su prioridad represiva. Su decretazo incluye fuertes restricciones al derecho de huelga en múltiples actividades. Espera contar con la cobertura de los medios y el sostén de la justicia para esa agresión. Como opción complementaria, imagina la repetición del modelo fujimorista de autoritarismo presidencial, con presencia callejera de la Gendarmería. Pero los primeros tanteos de esa provocación han fallado, ya que el protocolo antipiquete quedó anulado de hecho en las protestas que ignoraron las directivas de la ministra de Seguridad Patricia Bullrich.
Como el dominio de las calles definirá quién gana la partida, Milei construye su tercer pilar en este último terreno. A diferencia de sus pares de otras latitudes, no cuenta con una fuerza derechista propia para confrontar con los sindicatos, los movimientos sociales, el kirchnerismo y la izquierda. Por eso intenta construir esas legiones con los recursos públicos desde el timón del Estado.
Su primer ensayo fue en la ceremonia de asunción. La acotada masa de concurrentes entonó cánticos a favor de la policía, con poco entusiasmo por el ajuste. Los votantes del libertario siguen imaginando que el sacrificio lo pagará otro. Un nuevo intento de gestar una marcha oficialista como en respuesta al debut de los cacerolazos de protesta fue directamente desactivado, ante los indicios de apatía. Muy poca gente quiere vitorear por ahora a un demoledor del nivel vida.
Mientras tanto, Milei tampoco logra sumar alianzas. Sus socios de la derecha esperan resultados antes de adoptar compromisos. El libertario forjó un gabinete con personajes impresentables, que desconocen el funcionamiento del Estado e improvisan directivas desde insólitos organismos, como el nuevo ministerio de Capital Humano. El presidente acompaña ese cambalache con enunciados místicos y esotéricos mensajes de conversión al judaísmo medieval.
Esa expectativa de retribución es la invariable ilusión de los gobernantes derechistas. Todos olvidan que la primera potencia otorga y retacea auxilios en función de circunstancias internacionales de mayor peso. El Departamento de Estado siempre exige resultados previos a cualquier soporte de un vasallo.
Esa conducta imperial quedó corroborada en los fallidos créditos que exploró Caputo en Nueva York. Luego de consultar a Washington, los financistas exigieron constatar primero la viabilidad del ajuste contra el pueblo. Por el momento siguen con atención el desenlace del decretazo, sin aportar un solo dólar. La Reserva Federal está conforme, pero se limita a observar lo sucedido.
Para ganar el favor estadounidense, Milei sobreactúa la sumisión, exhibiendo un fanatismo por Israel que supera a los propios sionistas. Ya modificó el voto de Argentina en las Naciones Unidas para convalidar la masacre de Gaza y participa en las festividades judías para congraciarse con la DAIA.
Pero su afinidad con Netanyahu no es circunstancial sino que forma parte de un viraje internacional de una ultraderecha que ha pasado del discurso a los hechos. El año 2023 concluye con ese giro y los líderes reaccionarios no se limitan a hostigar a los desamparados con amenazas verbales sino que han comenzado a transformar sus regresivos enunciados en prácticas atroces.
Lo ocurrido en Gaza retrata ese cambio. El sionismo está consumado un genocidio para derrotar a los palestinos y forzar una nueva Nakba. Esta masacre convulsiona al Medio Oriente y pretende apuntalar la contraofensiva de Estados Unidos contra China. Washington busca disuadir a Arabia Saudita de su embrionaria participación en la Ruta de la Seda y presiona contra el coqueteo de esa monarquía respecto de una desdolarización de las transacciones internacionales.
Milei aporta un sostén latinoamericano a este nuevo curso de la ultraderecha, intentando imponer un cambio radical de las relaciones de fuerza en el país que alberga al principal movimiento obrero, democrático y social de la región. También propicia el alejamiento de China de la zona, para restaurar la alicaída primacía de Estados Unidos.
La masacre fascista de Netanyahu y la arremetida anarcocapitalista de Milei difieren de la gestión convencional, que caracterizó hasta ahora a los mandatarios de la extrema derecha como Bolsonaro, Trump. Meloni y Orban, quienes encabezaron presidencias en línea conservadurismo tradicional, con gestiones que preservaron los parámetros corrientes.
Por el contrario, Netanyahu y Milei inauguran otro modelo de efectiva acción reaccionaria. Se trata de un giro muy significativo, especialmente cuando se avizoran posibilidades de éxitos electorales de la ultraderecha en Francia y Estados Unidos. El cambio en curso sintoniza con estrategias de contraofensiva imperial más audaces contra China, al calor de la derrota que Washington constata en Ucrania.
Milei exhibe gran entusiasmo con su rol de simple peón del imperio. Pero hasta ahora el amo lo observa con desconfianza y desprecio. Biden está irritado por sus vínculos con el competidor Trump y envió un representante de quinto orden a su asunción presidencial (toda esa ceremonia fue patética por la total ausencia de delegaciones de algún peso diplomático). El protagonismo de presidente ucraniano Volodimir Zelensky confirmó esa orfandad, porque el ucraniano posó como una gran figura cuando es impugnado por sus mandantes occidentales en un escenario de derrota militar.
Desde la Casa Rosada intentan disimular estas adversidades con mensajes de restauración del idilio menemista con Estados Unidos. Pero omiten el drástico cambio del contexto mundial. Martín Menem y Rodolfo Barra pretenden recrear un clima de fascinación con Occidente, ignorando que Estados Unidos ya no es el gran ganador de la guerra fría sino una potencia afectada por el ascenso de China.
Milei actúa como un neoliberal a destiempo, que desconoce cuán lejos ha quedado el ambiente de los años 90. La euforia con el globalismo librecambista ha sido reemplazada por el intervencionismo regulador en las principales economías de Occidente y los mensajes del libertario están desencajados de este escenario.
Ese despiste ya tiene severas consecuencias en la relación con China. La verborragia provocadora del libertario indujo a Beijing a congelar el swap de yuanes, que alimenta las reservas efectivas del Banco Central. Es una advertencia muy seria. Si Milei da marcha atrás en los convenios ya suscritos (represas, energía nuclear, Ruta de la Seda), el principal cliente de las exportaciones argentinas podría retraer drásticamente sus compras, creando una grave tensión del libertario con el agronegocio.
Milei no inventa la pólvora y es sabido que su política de sumisión a Estados Unidos agrava el subdesarrollo y la dependencia. Como ya ocurrió con el Pacto Roca-Runciman, Argentina vuelve a atar su destino a una potencia en declive y las consecuencias de ese rumbo serían dramáticas para el país.
La pulseada comenzó con la importante manifestación que organizaron varias agrupaciones piqueteras con la izquierda el 20 de diciembre. Ese acto fue un éxito político. Logró contrarrestar la campaña oficial de intimidación, reunió una respetable concurrencia y aglutinó un significativo número de militantes, despertando además el interés de los medios y frustrando la aplicación del protocolo de Bullrich.
El plan de provocaciones montado por la ministra fue desarticulado por la determinación de los manifestantes y por una crisis del comando represivo federal con sus pares de la Ciudad de Buenos Aires. La jefatura porteña en manos del macrismo rechazó asumir los costos del apaleamiento propiciado por Milei. Esa divergencia de la Gendarmería con la policía local ilustró la erosión que suscita por arriba la lucha de los de abajo y fue un primer retrato de la dinámica que puede socavar los planes de la ultraderecha.
El segundo indicio de la resistencia fueron las protestas espontáneas de los vecinos. Los cacerolazos se escucharon en muchas ciudades y su transformación en cortes callejeros reforzó el desconocimiento del protocolo antipiquete. El debut de esos rechazos en la emblemática noche del 20 de diciembre concitó analogías con lo ocurrido en el 2001, cuando los piquetes convergieron con las cacerolas en la batalla contra los mismos personajes que reaparecen en el gobierno actual (Bullrich, Sturzenegger y otros). La expropiación de ahorros que en ese momento sufrió la clase media se ha transformado ahora en una confiscación de ingresos.
En este clima la Confederación General del Tarbajo (CGT) convocó a una movilización, previamente alentada por marchas de sindicatos rosarinos, empleados del Banco Nación, trabajadores ferroviarios y estatales de la Ciudad de Buenos Aires. Ese tercer hito de la naciente lucha reunió una importante multitud, que enlazó a todos movimientos sociales con numerosas delegaciones sindicales. Esta confluencia ha sido infrecuente e introduce un dato alentador. La tradicional hostilidad de la jerarquía gremial hacia otros sectores populares y su alergia a la izquierda pierde gravitación, facilitando una convergencia decisiva para derrotar el ajuste.
Los «gordos» de la CGT desactivaron una concentración de mayor alcance porque negocian corporativamente con el Gobierno los contornos más revulsivos de la reforma laboral y la continuidad de su control sobre las obras sociales sindicales. Por eso se limitaron a impugnar los artículos del decretazo que los incumben, con un limitado acto frente a los Tribunales. También posponen la definición de un plan de lucha y evitan la convocatoria a un paro nacional. Pero la movilización amplió el espectro de lucha contra el decretazo y volvió a neutralizar el propósito represivo del gobierno. Bullrich debió tolerar nuevamente el desconocimiento de su protocolo.
La resistencia al ajuste ha comenzado y la pulseada con Milei exige motorizar la movilización, con los nuevos llamados de piqueteros, feministas y vecinos a ocupar la calle. Esas convocatorias contrarrestan las vacilaciones imperantes en el peronismo y la centroizquierda. La cautela de ambos sectores es justificada con argumentos que resaltan la inconveniencia de confrontar con un recién llegado a la Casa Rosada.
Pero esa prudencia choca con la acelerada motosierra que puso en marcha el nuevo mandatario. Milei motoriza el ajuste con vertiginosa celeridad para desconcertar a los opositores y si se lo deja actuar, reforzará esa tónica en el futuro. Si, por el contrario, afronta un freno de entrada, sus iniciativas perderán cohesión.
El éxito de esta batalla también transita por forjar un amplio espacio de fuerzas, que exhiba potencia callejera y atraiga a los votantes desilusionados con el libertario. Resulta indispensable dejar atrás la autoproclamación y las disputas por el protagonismo, para apuntalar la unidad y repetir la masiva acción que socavó a Macri en diciembre del 2017.
Existe la posibilidad de una victoria popular ante un presidente embarcado en consumar un atropello monumental. Milei intenta perpetrar su agresión sin contar con el sustento requerido para esa escalada y comanda un gabinete improvisado para aplicar un proyecto muy ambicioso. También carece de los gobernadores, legisladores e intendentes que se necesitan para efectivizar un plan que irrita al grueso de la población.
Mientras tanto, Milei sigue sin definir las formas para instrumentar el paquetazo, que afronta la amenaza de un veto parlamentario. Si ese rechazo se concreta, los 366 artículos del DNU propiciado por el libertario ingresarán en la congeladora de la Justicia, afectando la paciencia de los capitalistas. Esa eventual desactivación del atropello patronal depende de una sostenida protesta en las calles.
La comparación con Jair Bolsonaro es clarificadora y va más allá de los disparates compartidos por ambos personajes. Al igual que su par argentino, el ex capitán llegó inesperadamente a la presidencia, reemplazando al candidato preferido por los grupos dominantes. Bolsonaro sustituyó a Geraldo Alckmin en la misma secuencia que Milei reemplazó a Horacio Rodríguez Larreta o a Bullrich. En el primer caso fue determinante el descontrolado devenir del golpe contra Dilma Rousseff y en el segundo la crisis de la derecha convencional.Pero Bolsonaro asumió en un escenario derechista estabilizado, con el grueso del ajuste consumado por su antecesor Michel Temer (reforma laboral, congelamiento del gasto social por 20 años, regresión educativa y privatizaciones en marcha) y sólo añadió a ese paquete las modificaciones de la seguridad social. Por el contrario, Milei debe lidiar con una crisis económica descomunal retomando el discontinuado recetario neoliberal.
Bolsonaro aprovechó el clima de movilizaciones derechistas que auspiciaban la venganza contra el PT y el rechazo de la corrupción (Lava Jato). Milei no cuenta con ese sostén y el relato de Macri agotó los episodios de coimas del funcionariado público. El libertario tampoco cuenta con la poderosa red de evangelistas, militares y agro-capitalistas que sostuvieron al ex capitán. En lugar de usufructuar el reflujo del movimiento sindical —que en Brasil siguió a la huelga del 2018— debe confrontar con una estructura gremial que preserva un gran poder de fuego.
El interrogante es si Milei exhibirá la plasticidad de su ídolo carioca para adaptar su gobierno a las adversidades. Por el momento se limita a subir la apuesta con medidas más audaces, para generar un liderazgo cohesionador de las clases dominantes. El resultado de su aventura depende de la resistencia popular.
Ese desenlace permanece abierto, porque Milei no expresa el giro derechista estabilizado que diagnostican algunos analistas sino que por el momento solo logró un éxito electoral sin el correspondiente correlato social. Por ese carácter irresuelto de su gestión, son prematuras las evaluaciones que lo identifican con la asentada convertibilidad de Menem. Y tampoco exhibe hasta ahora el poder de un «macrismo recargado», capaz de efectivizar el fallido programa del 2015-2019. Esos peligros sobrevuelan, junto a la posibilidad opuesta de personificar una corta pesadilla del devenir argentino. A pocas semanas de su asunción, la única certeza es la centralidad de la lucha popular para lograr su derrota.