Introducción
Hasta hace no mucho tiempo, el tema de la ultraderecha era contemplado desde América Latina como un fenómeno lejano, como algo que acontecía en Europa y obedecía a los conflictos políticos que allí suceden. En efecto, la cuestión migratoria es quizás uno de los motivos centrales detrás del éxito electoral de la ultraderecha en Europa, y como grandes influjos de migrantes no afectan de manera pronunciada a los países de Latinoamérica, podría pensarse que aquí estaríamos a salvo de la expansión electoral de fuerzas de ultraderecha. Sin embargo, esta interpretación es errónea por al menos tres razones. En primer lugar, la bibliografía académica ha establecido que no existe un vínculo directo entre la cantidad de inmigrantes que llegan a un país y el ascenso de la ultraderecha. Por ejemplo, la mayor parte de los países de Europa del Este no reciben un gran número de migrantes, pero sí han advertido un notable aumento del voto a favor de partidos de ultraderecha1. De hecho, estudios revelan que, más que el aumento real de inmigrantes, es el temor a su llegada lo que propicia el éxito electoral de partidos políticos con una agenda contra la migración2. Esto demuestra que una de las principales causantes del apoyo a la ultraderecha son las percepciones de los votantes, muchas de las cuales tienden a descansar en amenazas subjetivas antes que objetivas.
En segundo lugar, si bien es cierto que lo propio de la ultraderecha europea es defender posturas xenófobas (sobre todo, en contra de la población musulmana), resulta reduccionista pensar que este sea su rasgo definitorio. Más aún, si uno analiza las ideas que desarrolla la ultraderecha fuera de Europa, es evidente que la xenofobia deja de ser un criterio primordial y que más bien otras ideas cobran mayor relevancia3. En consecuencia, es preciso desarrollar un concepto de ultraderecha lo suficientemente amplio como para agrupar a diversos actores que comparten una determinada idiosincrasia, pero que presentan diferencias ideológicas a escala regional y nacional.
En tercer lugar, hoy no caben dudas de que la ultraderecha aterrizó en las Américas. El primer caso emblemático fue la irrupción de Donald Trump en Estados Unidos en 2016 y el siguiente ejemplo paradigmático fue el triunfo electoral de Jair Bolsonaro en Brasil en 2018. Si bien es cierto que ninguno de estos líderes logró ser reelecto, ambos obtuvieron una gran cantidad de votos pese a haber realizado un pésimo manejo de la pandemia de covid-19 y a haber terminado sus respectivos gobiernos con un balance económico bastante regular. Además, fuerzas de ultraderecha han comenzado a ganar terreno en distintos países del continente, siendo representativos los casos de Nayib Bukele (Nuevas Ideas), en El Salvador; José Antonio Kast (Partido Republicano), en Chile; Rafael López Aliaga (Renovación Popular), en Perú; Guido Manini Ríos (Cabildo Abierto), en Uruguay; y, con más fuerza aún, Javier Milei (La Libertad Avanza), en Argentina.
¿Cómo podemos entender este rápido ascenso de la ultraderecha en la región? ¿Qué impactos puede tener sobre la democracia? Este artículo aspira a responder estas preguntas y para ello se divide en tres apartados. Primero, se ofrece una revisión conceptual de las nociones de ultraderecha y de derecha convencional en el contexto europeo. A continuación, se brinda una somera discusión de cómo se pueden aplicar estos conceptos a la realidad latinoamericana, describiendo algunos de los casos más emblemáticos de la ultraderecha en América Latina hoy. Finalmente, se plantean algunas ideas para comprender por qué la ultraderecha parece estar ganando terreno y se reflexiona respecto a su potencial impacto sobre las democracias latinoamericanas.
Ultraderecha versus derecha convencional
En las sociedades modernas, el conflicto político existente se suele subsumir en el clivaje entre derecha e izquierda. Como es de amplio conocimiento, el origen de esta distinción analítica se retrotrae a la Revolución Francesa, ya que una vez que se decapita al rey y se forma una Asamblea Nacional, quienes están a favor del Antiguo Régimen se sientan a la derecha y quienes defienden la instauración de un nuevo orden se sientan a la izquierda. Este posicionamiento espacial terminó dando vida entonces a dos posturas que desarrollan marcos ideológicos opuestos. En términos más abstractos y siguiendo a Norberto Bobbio, lo propio de la derecha es pensar que la mayoría de las desigualdades son naturales y, por tanto, el Estado debe hacer poco o nada por erradicarlas. Por el contrario, la izquierda plantea más bien que la mayoría de las desigualdades están construidas socialmente y, por tanto, el Estado debe asumir un rol activo para enfrentarlas4. La definición planteada es bastante común en el estudio de la política comparada, pero algo que a veces se pasa por alto es que cuando Bobbio y sus seguidores razonan acerca de si las desigualdades deben ser contempladas como naturales (o no), es necesario considerar tanto la dimensión socioeconómica como la sociocultural. Mientras la primera dimensión guarda relación con el clásico debate en torno de grupos económicos privilegiados y desposeídos, la segunda obedece a la discusión sobre la integración o exclusión de grupos sobre la base de criterios de corte cultural (género, nación, etc.). Es importante tener en mente ambas dimensiones, ante todo porque –tal como veremos más adelante–, el debate sobre las ultraderechas no se vincula tanto con las políticas económicas que se defienden, sino más bien y, fundamentalmente, con las políticas culturales que se promueven. Dado que en Europa las fuerzas de ultraderecha han ido consolidando su representación parlamentaria desde la década de 1980 en adelante, en esta región se puede observar un extendido debate conceptual sobre el fenómeno5.
El punto de partida de las definiciones reside en la necesidad de distinguir entre dos bloques dentro del campo político de la derecha, a saber, la derecha convencional (mainstream right) y la ultraderecha (far-right). Los criterios para hacer esta distinción son fundamentalmente dos: atributos espaciales (adopción de posiciones moderadas o radicales) y atributos vinculados a la relación que se mantiene con la democracia (aceptación o rechazo). Tomando en consideración estos dos criterios, resulta relativamente simple distinguir los dos campos de la derecha6. Por un lado, la derecha convencional se caracteriza por defender ideas de derecha de una manera relativamente moderada y, al mismo tiempo, por respetar las reglas del juego inherentes al sistema democrático liberal. Se trata de actores que adoptan posiciones conservadoras en términos morales (por ejemplo, contra el aborto o el matrimonio homosexual) o que favorecen el libre mercado (por ejemplo, reducción del peso del Estado de Bienestar), pero siempre lo hacen dentro del marco que es propio de la democracia liberal y, por tanto, están dispuestos a aceptar la existencia de instituciones en el nivel tanto nacional como supranacional que eventualmente ponen límites a su propio poder. Por su parte, la ultraderecha se destaca por adoptar posturas de derecha con bastante radicalidad y, a su vez, por mantener un vínculo problemático con la democracia, en particular, con su componente liberal (por ejemplo, la autonomía de los tribunales de justicia, la legalidad en el actuar de la administración pública y la proliferación de organismos supranacionales que restringen el poder de la soberanía popular). De hecho, no es casualidad que las fuerzas de ultraderecha comúnmente hagan uso de una retórica populista para argumentar que hay una «elite corrupta» compuesta por círculos progresistas que controlan una serie de organizaciones –aparato judicial, medios de comunicación, instituciones internacionales, etc.– y que, por lo mismo, planteen la necesidad de llevar a cabo reformas para disminuir el poder de esas organizaciones o reemplazar a quienes las controlan para poner a personas realmente virtuosas, es decir, quienes profesan ideas de ultraderecha.
Tal como adelantamos anteriormente, la expansión de la ultraderecha en Europa se remonta a la década de 1980, cuando un grupo de intelectuales vinculados a la así llamada Nueva Derecha (Nouvelle Droite), en Francia, se inspira en el trabajo de Antonio Gramsci y plantea que es necesario levantar una nueva hegemonía cultural centrada en la noción de etnopluralismo. Este término es utilizado para argumentar que cada etnia es particular y tiene su valor propio, de modo que las desigualdades entre distintas etnias son naturales y que el Estado no debe intervenir para erradicar tales desigualdades7. Lo singular de este debate es que siembra las semillas para que comience a cobrar mucha más relevancia la dimensión sociocultural por sobre la dimensión socioeconómica, que históricamente había constituido el eje articulador del clásico debate entre derecha versus izquierda.
Por lo mismo es que la ultraderecha se presenta a sí misma como un proyecto que ataca no solo a la izquierda, sino también a la derecha convencional, a la cual muchas veces busca dominar. Existe bastante consenso en el campo académico en que lo propio de la ultraderecha europea consiste en elaborar una propuesta programática que atenta contra la expansión de los valores progresistas que han venido ganando terreno a lo largo del tiempo y que, en cierto sentido, también han sido adoptados por la derecha convencional8. Particularmente notorio se torna esto en la forma en que la ultraderecha europea articula ideas opuestas al multiculturalismo y cercanas a la xenofobia, sobre todo, en contra de la población musulmana. A su vez, es importante notar que las posiciones económicas adoptadas por la ultraderecha europea han ido variando y en algunos casos se modulan en torno de la idea del «chovinismo de bienestar», un concepto utilizado para defender, al menos en el discurso, la existencia de un Estado de Bienestar robusto, pero solo para la población nativa, es decir, no para los inmigrantes porque estos atentan contra la supuesta homogeneidad de la nación9.
Si bien este no es lugar para ofrecer un análisis conceptual pormenorizado sobre ultraderecha y derecha convencional en Europa, resulta importante señalar que dentro de cada uno de estos campos existen diferentes familias de partidos políticos. Por un lado, en el campo de la derecha convencional, se pueden identificar los partidos demócrata-cristianos, conservadores y liberales, cruciales para la consolidación de la democracia liberal en Europa occidental, ya que se trata de partidos políticos que logran articular y canalizar ideas de derecha en el marco democrático10. Por otro lado, en el campo de la ultraderecha se suele diferenciar entre la derecha populista radical y la extrema derecha: la primera ha venido creciendo electoralmente gracias a la crítica al establishment y a una defensa, al menos nominal –aunque con tensiones–, del sistema democrático (por ejemplo, partidos como Vox en España o Reagrupamiento Nacional en Francia), mientras que la segunda cuenta con muy reducido peso electoral debido a su ataque frontal contra la democracia y su claro semblante autoritario (por ejemplo, Amanecer Dorado en Grecia o el Partido Nacionaldemócrata de Alemania).
En resumen, la realidad europea actual está marcada por una creciente fragmentación entre dos campos políticos de derecha: la derecha convencional y la ultraderecha. La distinción entre ambas reside en su radicalidad al momento de defender ideas de derecha (particularmente, en la dimensión sociocultural) y, sobre todo, en su relación con el sistema democrático. Aun cuando la ultraderecha por lo general es muy crítica de la derecha convencional y usualmente trata de dominarla, en algunos países de Europa occidental se pueden observar crecientes grados de cooperación –ya sea implícita o explícita– entre ambas. Por ejemplo, Austria, Dinamarca, Finlandia, Países Bajos, Italia, Noruega y Suecia han contado o cuentan hoy con gobiernos en los que la ultraderecha participa formalmente o tolera la formación de un gobierno de minoría, y España también en el ámbito local. Por lo mismo es que varios académicos hablan de una progresiva y preocupante normalización de las ideas de ultraderecha, lo cual tiene importantes consecuencias para el sistema democrático11.
Ultraderecha en América Latina
Hasta hace no mucho tiempo, el debate sobre la ultraderecha era observado desde América Latina como un fenómeno lejano y localizado en Europa. Sin embargo, los triunfos electorales de figuras como Recep Tayyip Erdoğan en Turquía, Narendra Modi en la India y Donald Trump en eeuu ponen en evidencia que la ultraderecha debe ser contemplada como una corriente global. Sobre todo tras el ascenso de Bolsonaro a la Presidencia de Brasil en 2018, el debate sobre la ultraderecha también ha comenzado a ganar preponderancia en América Latina12.
Ahora bien, cabe reflexionar respecto a cómo hacer uso en el contexto latinoamericano de los conceptos de ultraderecha y derecha convencional antes explicados. La década de 2000 fue en cierto sentido la «época de oro» de la izquierda en América Latina y es por ello que gran cantidad de estudios emergieron para comprender no solo las causas y consecuencias de este giro a la izquierda, sino también para distinguir entre distintos tipos de izquierdas dentro de la región13. Justamente debido a esta hegemonía de la izquierda, el estudio de la derecha fue dejado de lado por gran parte de la academia. En cierto sentido, los elevados niveles de desigualdad socioeconómica imperantes en la región permitían imaginar que, en escenarios de competencia democrática, la izquierda cuenta con una ventaja comparativa sobre la derecha, ya que puede conectar con demandas transversales de la sociedad respecto a la necesidad de fortalecer el Estado para enfrentar tales desigualdades14. En otras palabras, resulta difícil pensar que la derecha pueda ganar elecciones si mantiene una oferta programática centrada en la idea de que la mano invisible del libre mercado puede por sí sola solucionar los problemas de pobreza e inequidad característicos de la región.
Esta argumentación sigue siendo válida al día de hoy, pero no hay que pasar por alto que cuando hablamos de la disputa derecha versus izquierda, las desigualdades que se pretende politizar pueden ser de índole tanto socioeconómica como sociocultural. Desde esta perspectiva, la derecha puede intentar diferenciarse de la izquierda mediante el desarrollo de temas socioculturales que la ayudan a activar demandas latentes de la ciudadanía en torno de cuestiones como el aborto, el matrimonio igualitario o los pueblos indígenas. En efecto, lo propio de las «nuevas derechas» que se han venido conformando en América Latina recientemente es que se distinguen tanto de la izquierda como de la derecha convencional por su deliberado ataque a la corrección política y a la crítica de ideas consideradas progresistas15. Afortunadamente, de manera gradual ha comenzado a aumentar el interés en el estudio de las derechas en América Latina, y en varios de los trabajos de los últimos años al respecto podemos encontrar el desarrollo de conceptualizaciones que convergen con los términos elaborados en Europa y a escala global. Dos trabajos recientes ilustran este punto. Por un lado, Simón Escoffier, Leigh A. Payne y Julia Zulver sostienen en su libro sobre «la derecha en contra de los derechos» que esta última debe ser comprendida como un nuevo proyecto político definido como «una movilización colectiva institucional y extrainstitucional que pretende controlar, desmantelar o revertir derechos específicos promovidos por comunidades y grupos previamente marginalizados y restaurar, promover o avanzar un statu quo ante de derechos políticos, sociales, económicos y culturales tradicionales»16. Por su parte, Lindsay Mayka y Amy Erica Smith, en su trabajo sobre la «derecha de base» en América Latina, plantean que esta última debe ser concebida como «un conjunto diverso de individuos y organizaciones que buscan mantener jerarquías sociales percibidas como tradicionales o naturales (…) Tales jerarquías incluyen áreas como el patriarcado, la dominación económica de grandes empresas o latifundios, o la subordinación de individuos lgbtq+ e indígenas latinoamericanos»17. Estos dos trabajos elaboran conceptos que de manera deliberada procuran diferenciar actores de la derecha convencional (por ejemplo, Sebastián Piñera en Chile o Mauricio Macri en Argentina) de nuevas fuerzas políticas de derecha (por ejemplo, Bolsonaro en Brasil o Rafael López Aliaga en Perú) que ponen especial acento en la invocación de temas como la oposición al aborto, los derechos lgbti+ y la educación sexual en las escuelas.
En otras palabras, lo propio de esta «nueva derecha» que parece estar emergiendo en América Latina es la politización de la dimensión sociocultural por sobre la dimensión socioeconómica, con lo cual se pretende movilizar no solo a segmentos acomodados de la sociedad, sino también a sectores populares que profesan ideas conservadoras frente a los temas morales. Particularmente evidente se torna esta cuestión cuando se considera la población evangélica y sus preferencias electorales18. Esta «nueva derecha» también promueve políticas de punitivismo penal contra la delincuencia, un tema transversalmente considerado por la ciudadanía latinoamericana como urgente de enfrentar. Al respecto, es importante indicar que la bibliografía académica distingue entre «cuestiones de valencia» (valence issues) y «cuestiones de posición» (position issues): mientras las primeras se caracterizan por generar sentimientos de consenso entre la ciudadanía, independientemente de las ideas e intereses individuales (por ejemplo, necesidad de combatir la corrupción o la criminalidad), las segundas generan bastante disenso porque se estructuran según la ideología del votante y sus propios intereses (por ejemplo, favorecer el libre mercado o el multiculturalismo)19. Esta distinción es relevante porque sirve para comprender que, en lugar de competir en todas las dimensiones del espacio político, los líderes y partidos normalmente prefieren otorgar más protagonismo a aquellos temas en los que tienen más credibilidad y que les sirven para diferenciarse de sus oponentes20.
¿Hasta qué punto esta «nueva derecha» que algunos autores identifican en América Latina puede ser contemplada como ultraderecha, siguiendo la conceptualización antes discutida? La similitud es bastante evidente, pues se trata de fuerzas políticas que no solo adoptan posturas de derecha bastante radicales (especialmente, en asuntos socioculturales), sino que también mantienen una relación conflictiva con el sistema democrático, en particular, con el andamiaje liberal de la democracia. A su vez, se trata de fuerzas políticas que –al igual que sus correligionarios europeos– son eminentemente reaccionarias; es decir, son actores que se oponen al ascenso de las minorías que han venido ganando reconocimiento material y simbólico gracias a políticas de acomodación de diversa índole21. Como bien indica el trabajo de Lenka Bustikova, la ultraderecha se moviliza producto del resentimiento hacia grupos minoritarios ascendentes22. En este sentido, la ultraderecha no está necesariamente interesada en la aniquilación o erradicación de las minorías, sino más bien en suprimir su deseo de ejercer un mayor poder político, influir en las políticas públicas, obtener recursos gubernamentales y adquirir posiciones de relevancia. El punto central acerca de qué minorías han ganado terreno y son consideradas como desafiantes varía de acuerdo con los contextos nacionales y regionales. En el caso de América Latina, todo indica que el cambio del statu quo de las relaciones entre minorías y mayoría se encuentra directamente ligado a temas como el género y la identidad sexual, mientras que en Europa es mucho más relevante la temática migratoria23.
Una serie de trabajos publicados por la Fundación Friedrich Ebert (fes) permiten ver cómo se ha venido articulando esta ultraderecha en el continente latinoamericano. Quizás uno de los hallazgos centrales de estos trabajos es que, a pesar de diferentes trayectorias políticas y orígenes ideológicos, todas las fuerzas de ultraderecha observadas en América Latina comulgan sobre todo con la adopción de posturas moralmente conservadoras frente a temas de género y políticas sexuales, así como también con la defensa de punitivismo penal para hacer frente a los problemas de delincuencia.
Al pensar la ultraderecha en América Latina, Argentina es uno de los casos más llamativos por el rápido e inesperado ascenso electoral de Javier Milei y por la radicalidad tanto de sus ideas como de su estilo de liderazgo. Gabriel Vommaro revela que lo propio de Milei es desarrollar una serie de innovaciones programáticas, muchas de las cuales son bastante oportunistas24. Así, por ejemplo, hasta hace poco tiempo Milei no asumía posturas conservadoras frente a temas morales, pero ahora sí hace gala de una posición contraria al aborto. Sin embargo, profesa ideas libertarias para defender cuestiones como el libre mercado y justificar su no oposición al matrimonio igualitario. Por su parte, la contribución de Vommaro también nos enseña que la incapacidad de estabilizar la economía (particularmente, la inflación), tanto en la administración de Macri como en el posterior gobierno peronista, generó un malestar contra la así llamada «casta» política, explotado muy hábilmente por el discurso libertario y populista de Milei.
Por su parte, el caso de Bolsonaro en Brasil es quizás el más conocido ejemplo de ultraderecha dentro de la región latinoamericana. Lucio Rennó repasa las políticas llevadas a cabo durante el gobierno de Bolsonaro y demuestra que, a medida que se fue acercando su campaña de reelección, fueron aumentando la radicalidad y el aspecto antidemocrático de su gobierno25. Por lo mismo, su artículo pone en evidencia que, si bien no hay duda respecto a la catalogación del fenómeno Bolsonaro como de ultraderecha, es bastante difícil saber si constituye un caso de derecha populista radical (es decir, que mantiene una relación antagónica con la democracia liberal) o si se trata, más bien, de un caso de extrema derecha (con un postura contra la democracia a secas). Por último, el análisis de la situación brasileña permite suponer que, aun cuando Bolsonaro tiene pocas chances de seguir liderando la ultraderecha, todo indica que el bolsonarismo como proyecto político seguirá existiendo en el país.
La presencia de la ultraderecha en Chile es bastante nueva y guarda relación con la aparición de la figura de José Antonio Kast, quien ha dado vida al Partido Republicano. Lisa Zanotti indica que se trata de un proyecto de ultraderecha que debe ser comprendido como una escisión de la derecha convencional. En efecto, tanto Kast como varios líderes del Partido Republicano provienen de partidos de la derecha convencional que, a juicio de ellos mismos, se han vuelto excesivamente moderados tanto en la dimensión socioeconómica como en la sociocultural y, por igual razón, supuestamente han claudicado ante el progresismo. Esta contribución revela un rápido crecimiento electoral de la ultraderecha en un muy breve lapso temporal, lo cual eventualmente puede acarrear tensiones internas, ya que existen dentro de ella diversas facciones y no es del todo evidente que puedan mantener una relación armónica entre sí.
Colombia sobresale en América Latina por la fortaleza de los partidos de derecha y la debilidad de los partidos de izquierda. Sin embargo, Sandra Botero y José Miguel Jaimes Prada argumentan que hasta el día de hoy no se vislumbran casos indiscutibles de ultraderecha en el país y, a juicio de ellos, sería erróneo catalogar al ex-presidente Álvaro Uribe o al ex-candidato presidencial Rodolfo Hernández como ejemplos de ultraderecha26. El único liderazgo político que caracterizan como representante más nítido de la ultraderecha colombiana es el de la senadora María Fernanda Cabal, quien retoma los discursos propios de esta tendencia, aunque actualmente sigue formando parte de un partido político de la derecha convencional. En todo caso, los autores plantean que la elección de Gustavo Petro supone un punto de inflexión en la situación política colombiana y una situación de crisis para la derecha, de modo que actualmente se abren oportunidades para que líderes y grupos de derecha convencional terminen mutando e instalando un proyecto de ultraderecha. De hecho, los autores plantean que sectores afines al uribismo se ven hoy en día tentados en moverse en esa dirección.
Junto con Bolsonaro en Brasil, Nayib Bukele en El Salvador es el otro ejemplo de ultraderecha en América Latina que ha logrado acceder al Poder Ejecutivo. Manuel Meléndez-Sánchez ofrece un análisis de este caso de estudio, resaltando que se trata de un liderazgo político que en sus orígenes carecía de un claro perfil de ultraderecha, pero que con el pasar del tiempo ha ido desarrollando una agenda programática con un marcado tinte conservador en cuestiones morales27. A su vez, las políticas de confrontación de la delincuencia son sumamente reñidas con el Estado de derecho y el andamiaje liberal del sistema democrático. La reelección de Bukele a inicios de este año allana el camino no solo para la consolidación de su proyecto político, sino también para continuar con el proceso de erosión democrática que está viviendo El Salvador.
En comparación con los demás países de América Latina, México sobresale por la ausencia de líderes y partidos de ultraderecha electoralmente exitosos. ¿Cómo explicar esta situación? Para responder esta pregunta, Rodrigo Castro Cornejo brinda un análisis que se focaliza en las peculiaridades del gobierno de Andrés Manuel López Obrador (amlo)28. Dado que este último no ha enarbolado una agenda liberal en términos culturales, se trataría de un proyecto de «izquierdismo sin progresismo» que logra satisfacer a segmentos del electorado que podrían verse atraídos por ofertas programáticas de ultraderecha. Ahora bien, amlo termina pronto su mandato y no es del todo claro si quien lo reemplazará (Claudia Sheinbaum del Partido Morena) podrá seguir contando con el apoyo de potenciales votantes de ultraderecha, los cuales podrían ser congregados por figuras políticas nuevas de manera exitosa.
Aun cuando es cierto que en el Perú abundan los liderazgos personalistas y es prácticamente imposible encontrar organizaciones partidarias robustas, en la última década han coexistido en el país diferentes proyectos de derecha que han logrado movilizar a importantes segmentos del electorado. Carlos Meléndez ofrece un análisis de estos distintos proyectos políticos, más bien cercanos a la derecha convencional, pero plantea que recientemente se está configurando una iniciativa política de ultraderecha29. La figura clave es Rafael López Aliaga quien, en cierto sentido, ha colonizado el partido político Renovación Popular y, desde su posición de alcalde de Lima, está intentando articular un ejercicio gubernamental de ultraderecha, sobre todo, por la defensa de medidas sumamente conservadoras en el ámbito sociocultural, así como por su enfrentamiento populista con ciertos sectores de la elite empresarial.
Por último, Uruguay también es un caso de estudio interesante de considerar. Luego de una larga hegemonía del proyecto político de izquierda del Frente Amplio, la derecha ha vuelto a conquistar el Poder Ejecutivo en las elecciones del año 2019. El gobierno del actual presidente del país, Luis Lacalle Pou, pertenece a la derecha convencional, pero para poder lograr una mayoría en el Congreso ha dependido en parte de los votos de un partido de ultraderecha: Cabildo Abierto. Talita Tanscheit explica las singularidades de este caso de estudio, que adopta posturas moralmente conservadoras y defiende políticas de «mano dura» contra la delincuencia en el contexto uruguayo30. Cabe señalar que Guido Manini Ríos, el principal líder de Cabildo Abierto, fue anteriormente comandante en jefe del Ejército Nacional y, por lo mismo, no es casualidad que este proyecto político tenga un ascendiente importante en el mundo militar y tienda a elaborar una lectura revisionista del régimen autoritario.
Algunas explicaciones
Los trabajos citados refuerzan la idea de que la ultraderecha es un proyecto político en ascenso a lo largo y ancho de la región. La gran incógnita es cómo explicar este fenómeno. No se trata de una simple casualidad que fuerzas de ultraderecha con diferentes orígenes ideológicos y organizacionales estén cobrando peso electoral en un breve lapso en diferentes países del continente. Sin embargo, no contamos hoy en día con suficiente teorización para dar cuenta de este fenómeno. Por lo mismo, resulta más plausible plantear por ahora algunos argumentos tentativos, que cobran mayor peso en algunos países que en otros, pero que en su conjunto nos ayudan a ofrecer un diagnóstico preliminar sobre el ascenso de la ultraderecha en América Latina.
En primer lugar, parte del crecimiento electoral de actores de ultraderecha obedece al castigo de los votantes a los gobernantes en funciones (incumbents), quienes en su mayoría hasta no mucho tiempo eran de izquierda31. La hegemonía de las fuerzas de izquierda durante la década de 2000 llegó a su fin producto de una combinación de factores, entre los que destacan el final del auge del precio de las materias primas y la politización de escándalos de corrupción que afectaron seriamente la credibilidad de la izquierda. Desde este ángulo, el agotamiento de muchos de los gobiernos de izquierda ha pavimentado el camino para que sean rechazados en las urnas, lo que ha generado un espacio para el crecimiento de actores tanto de derecha convencional (como Macri, en Argentina) como de ultraderecha (como Bolsonaro, en Brasil).
En segundo lugar, dado que la delincuencia y la seguridad pública son problemas que afectan seriamente a la población latinoamericana, la ultraderecha puede politizar esta cuestión para criticar a los gobiernos de distinto color político y presentarse a sí misma como la única opción política dispuesta a tomar medidas extremas para enfrentar la problemática. No es casual que hoy en día Bukele sea visto como un modelo a imitar por gran parte de los líderes de la ultraderecha latinoamericana. Al hacer esto, ensalzan el éxito de Bukele en reducir la delincuencia, pero hacen caso omiso de la evidencia de organismos internacionales como Amnistía Internacional y Human Rights Watch respecto no solo de la violación sistemática de las garantías más básicas de debido proceso, sino también de la continua erosión de la independencia judicial, así como de las garantías para la libertad de prensa y de actuar de la sociedad civil.
En tercer lugar, un motivo que ayuda a comprender el ascenso electoral de las ultraderechas en América Latina es el agotamiento y crisis de los proyectos de derecha convencional. Cuando estos últimos son incapaces de elaborar ofertas programáticas que cautivan a amplios segmentos del electorado, se genera un vacío de representación que puede ser hábilmente utilizado por (nuevas) fuerzas de ultraderecha que no solo critican a la izquierda, sino que también buscan diferenciarse y trascender a la derecha convencional. Al respecto, es paradigmática la situación en Chile. Allí, la derecha convencional se fue gradualmente moderando para adaptarse a una sociedad con posiciones crecientemente progresistas en términos tanto socioeconómicos como socioculturales, lo cual ciertamente facilitó su crecimiento electoral y aumentó su capacidad de conquistar el Poder Ejecutivo32. Sin embargo, el último gobierno de Sebastián Piñera (2018-2022) terminó sumamente deslegitimado no solo por la pandemia de covid-19, sino además, y sobre todo, por el estallido social que experimentó el país a fines de 2019. Producto de este mal desenlace, se abrió una ventana de oportunidad que la ultraderecha liderada por Kast supo explotar astutamente.
En cuarto y último lugar, la ultraderecha latinoamericana ciertamente se beneficia de un ambiente de crecimiento de las ultraderechas a escala global. En un mundo crecientemente interconectado, los actores políticos no se mueven en el vacío; operan más bien en entornos vinculados a los sucesos de otras latitudes. La difusión de proyectos de ultraderecha es una realidad muy poco estudiada33, pero en todo caso es bastante evidente que existen redes de apoyo transnacional de ultraderecha activas en América Latina que actúan de una manera muy similar a como funcionan las redes de apoyo transnacional a favor de causas progresistas, célebremente estudiadas por Margaret Keck y Kathryn Sikkink34. De hecho, el Foro Madrid creado recientemente por Vox en España puede ser visto como un intento deliberado de difusión de ideas de ultraderecha entre el Norte y el Sur.
Más allá de los argumentos que sirven para comprender el ascenso de la ultraderecha en América Latina, es importante indicar el escepticismo académico frente a una potencial interpretación simplista: la idea de que los votantes de la región se están volviendo más conservadores y que, por tanto, hay una presión desde la sociedad por una reacción contra posturas progresistas en términos culturales. Al respecto, la evidencia empírica disponible revela que no hay un giro conservador en el electorado del continente35. De hecho, Lucas de Abreu Maia, Albert Chiu y Scott Desposato muestran con datos de opinión pública que no se ha producido un aumento en el rechazo al matrimonio igualitario o a que personas lgbti+ compitan en elecciones36. Más bien se puede detectar una paradoja: la gran mayoría de los países latinoamericanos han ido avanzando en impulsar la igualdad de género y garantizar derechos lgbti+, al mismo tiempo que se puede observar el ascenso de actores de ultraderecha que se posicionan en contra de estas políticas37.
¿Cómo explicar esta paradoja? La respuesta se debe centrar en el estudio de la oferta política, es decir, en el rol que los actores políticos ostentan al momento de levantar determinados temas, activando demandas dentro de la ciudadanía que pueden estar en un estado de latencia. Tal como en Europa las políticas de acomodación a favor de la población migrante han despertado ansiedades y sensaciones de pérdida de estatus en determinados segmentos de la población, es posible especular que en América Latina las políticas de acomodación en los derechos de las mujeres y la estructura de la familia han abierto la estructura de oportunidades políticas para que líderes y partidos activen sentimientos de temor frente a estos cambios culturales. Es por ello que resulta relevante estudiar a la ultraderecha en América Latina, ya que se trata de actores políticos que de manera deliberada pretenden movilizar al electorado para retornar al antiguo orden de jerarquías en temas sexuales.
A modo de cierre, cabe destacar que el auge de la ultraderecha en América Latina es un fenómeno muy reciente y que merece ser estudiado en detalle. La evidencia empírica disponible para otras regiones del mundo revela que estas fuerzas políticas tienen un impacto negativo sobre el sistema democrático38. Ahora bien, la capacidad de la ultraderecha de erosionar la democracia liberal descansa no solo en la posibilidad de acceder al Poder Ejecutivo, sino también en la influencia que despliega sobre el conjunto del sistema político, en particular, en la presión que ejerce para que la derecha convencional se radicalice y, por tanto, deje de sustentar las reglas del juego formales e informales propias de la democracia liberal. En consecuencia, es preciso analizar tanto el ascenso de la ultraderecha en América Latina como la potencial transformación de la derecha convencional. En gran medida, de esta última depende que las ideas de la ultraderecha se normalicen y permeen por tanto el sistema político.
Nota: una versión previa de este artículo se publicó como documento de trabajo de la Fundación Friedrich Ebert (FES), 11/2023, con el título «La ultraderecha en América Latina: definiciones y explicaciones», disponible en library.fes.de