A due anni dalla scomparsa di #Maradona, i Quartieri Spagnoli diventano lo scenario di un omaggio da brividi: la folla in pellegrinaggio viene sorpresa da cori da stadio in versione lirica con tenori e soprani, per ricordare il più grande di tutti i tempi. 💙 pic.twitter.com/noRO4MHD9o
— Grandenapoli.it (@GrandenapoliNA) November 25, 2022
Hurgar en esta muestra de cariño y adoración, preguntarnos cómo y por qué alguien atesora un recuerdo así de un ex futbolista en una ciudad tan exagerada del sur de Italia, puede funcionar como una puerta para adentrarnos en una relación simbiótica cada vez más cargada de mitología: Maradona y Nápoles, un historia que entrelaza un amor visceral y conflictivo ligada al icono divino y a la idea de milagro.
“Lo hice por amor. Fue en el año que ganamos el primer título. Es la reliquia de un Santo, o más que eso”, asegura Bruno Alcidi, dueño del Nilo. El comerciante cuenta que viajó a Milán un domingo de 1986 para ver al Napoli —perdió 3-0— y al regreso se cruzó en el avión con Maradona. Se tomaron una foto —también está en las paredes del bar— y, en un momento, Maradona dejó su asiento. Ahí, Alcidi notó que había un pelo: “Lo agarré para bromear con mis amigos”, recuerda.
Resulta que los callejones de Nápoles históricamente estuvieron repletos de altares con velas, que servían para iluminar las calles cuando no había electricidad. Entre charlas con amigos, el realismo mágico napolitano se encargó de convertir la broma en otra cosa. “Diego era un dios, así que pensé en hacerle este homenaje sacro y profano”, dice el comerciante al explicar por qué dedicó un altar al pelo de Maradona dentro su bar.
Alcidi, como tantos otros napolitanos, tiene muy presente aquel 25 de noviembre de 2020: “La gente caminaba por la calle llorando. ¡Nadie entendía nada! Perdimos un familiar”. Para enmarcar la trascendencia del ídolo, el comerciante recuerda que en los años 80 se hablaba de Nápoles por la mafia: “El turismo no existía. Este era un lugar muy peligroso”. Maradona, dice, decidió venir igual a esta ciudad olvidada y rescatarla: “Nos dio la posibilidad de ser vistos de otra manera. Fuimos reconocidos en el mundo, crecimos, y eso se lo debemos a Diego. Los napolitanos no habíamos tenido nunca un héroe”.
¿Qué lugar más tentador que Nápoles podría haber encontrado Maradona para coronarse? Una ciudad deseosa de un rey que le devolviera la grandeza perdida. Una tierra abandonada pero obsesionada con recuperarse para salir del ostracismo y volver a ser vista por el mundo; pero, sobre todo, desesperada por ser reivindicada frente a los ricos y poderosos del norte del país, que la miraban con desprecio y superioridad.
En su época dorada, en los siglos XVIII y XIX, Nápoles había sido capital del Reino de las Dos Sicilias —Italia no existía aún como país— y, gracias a la centralidad de su puerto en el Mediterráneo, una de las ciudades de mayor importancia de Europa, junto con París y Londres.
Nápoles había sido muy grande, pero cuando llegó Maradona estaba en uno de sus períodos más oscuros de su historia, dominada por la pobreza y la criminalidad, que se asentaron tras la Segunda Guerra Mundial, al compás de los desastres naturales, como el terremoto de 1980.
“Maradona encendió el Renacimiento napolitano. Ingresó en el altar de Nápoles porque le hizo entender a la ciudad que podía ganar no solo en el deporte sino en absoluto y que podía ser una capital moderna de Europa. Esto nos lo enseñó Diego, incluso a hacerlo con el orgullo de ser napolitanos”, dice el escritor Maurizio de Giovanni.
Maradona había tropezado en sus dos primeros grandes intentos por consagrarse ante el mundo. Tras sufrir una decepcionante eliminación en el Mundial de España 1982 —donde mostró su impotencia en la expulsión ante Brasil—, al astro no le fue mucho mejor en Barcelona, al que había llegado desde Boca como una estrella pero se fue dos años después sin brillar como se esperaba, tras una hepatitis y una fractura en el tobillo.
En ese contexto de necesidad mutua, Maradona y Nápoles se abrazaron en 1984 en un matrimonio con fecha de vencimiento que incluyó un romance platónico en el que ambos tocaron el cielo con las manos. El astro condujo al Napoli a ganar los únicos dos títulos de la Serie A de su historia, invadiendo así un reducto reservado para los ricos e impensado para los “pobres y sucios” napolitanos, que eran recibidos en los estadios con banderas que decían “lavatevi” (lávense).
“Napoli se convierte en ganador cuando se hace uno con Maradona en el campo de fútbol y adquiere una autoestima que no tenía”, dice De Giovanni, que recuerda que apenas había llegado, Maradona dijo: “Quiero ser el ídolo de los niños pobres de Nápoles porque ellos son como era yo en Villa Fiorito”.
Tras debutar en un amistoso contra River, Maradona fue campeón cinco veces con el Napoli: liga local en Serie A (1986/1987 y 1989/1990), Copa UEFA 1988/89, Copa Italia 1986/87 y Supercopa 1990. Además, convirtió 115 goles y dio 78 asistencias, siendo el máximo goleador de la historia del Napoli hasta que en los últimos años lo superaron Dries Mertens y Marek Hamsik.
A fuerza de talento y coraje, Maradona desparramó rivales y doblegó a los más poderosos. ¿Qué podría haber sido más grandioso para los napolitanos que ver a los adversarios del norte sucumbir ante su genio, un héroe popular que se había presentado como uno más de ellos? “Dicen que cuando un muchacho se hace famoso en Nápoles y se queda cerca de los más jóvenes, presentándose como un par de ellos, no hay nada que hacer: se convierte en un santo”, cuenta De Giovani.
Como Maradona, Nápoles (y su gente) es teatral, extremista, visceral, rebelde, seductora, campechana y está plagada de contradicciones. El golfo de la ciudad, uno de los más lindos del mundo, está bañado por el mar Tirreno, de un azul intenso hermoso pero contaminado. Hay que salir de la ciudad para encontrar una playa decente aunque, de todos modos, no hay espacio para todos.
El problema es antiguo: los napolitanos tienen muy pocas playas en relación a la cantidad de gente que hay en la ciudad, la tercera más poblada de Italia. Es una ciudad caótica que se la recorre a pie o en scooter, algo que Maradona nunca pudo hacer: apenas si podía pisar la calle sin ser asediado. En Nápoles, el astro se convirtió en un rey preso en su propio reino.
Maradona hizo de su peripecia napolitana un melodrama apasionante: logros impensados regados de épica pero ensombrecidos por su lado oscuro y por sus enredos, que incluyeron su adicción a la cocaína, prostitución, un hijo no reconocido y fiestas con los capos de la Camorra, la mafia napolitana.
Para el astro, que quería irse de Nápoles, todo empeoró luego del Mundial de Italia 1990, cuando Argentina eliminó al local en las semifinales en Nápoles. Se hizo cada vez más evidente que la protección sobre él se iba desvaneciendo. Lo que en mayor medida había sido un secreto a voces durante años, empezó a salir en la prensa: un Maradona que faltaba a los entrenamientos y participaba en fiestas con camorristas. La Justicia lo seguía de cerca, lo que tampoco le hacía gracia a la mafia, que pasó a tener un perfil tan alto como incómodo.
Maradona estaba en caída libre y el poder lo dejó que se hundiera. El golpe final fue en marzo de 1991, cuando dio positivo en un antidoping por cocaína y, cercado por los escándalos acumulados, huyó en un desenlace desolador: “Cuando llegué a Nápoles me recibieron 85.000 personas. Cuando me fui, me quedé solo”, dijo Maradona.
Sobre la traumática ruptura con el Napoli, el músico Edoardo Bennato compuso la hermosa canción “È asciuto pazzo ‘o padrone” (El jefe se volvió loco), donde canta: “Ustedes los hicieron enojar / Ese era un buen muchacho y sabía jugar / Pero en esta ciudad ni siquiera a los santos los dejan desarrollar / El jefe se volvió loco y no quiere saber más de nada”.
A la distancia, uno puede preguntarse si acaso podría haber terminado de otro modo un matrimonio plagado de engaños, secretos, entredichos, malentendidos y conveniencias mutuas. Porque una vez apagado ese enamoramiento que quema, ¿qué otro desenlace podría haber tenido esta aventura de Maradona en el Napoli?
Cuando Maradona murió, Bennato escribió en Facebook que “Diego se consideraba afortunado, privilegiado y siempre en deuda con todos”. Y contó una anécdota: “Una vez en un restaurante de Roma lo vi irse. Luego lo encontré en la cocina repartiendo billetes de cincuenta mil liras a cocineros y lavaplatos”.
Anécdotas como estas se multiplican y construyen la narrativa mitológica alrededor de Maradona, ayudando a comprender por qué a la estrella estratosférica que salió de Villa Fiorito —cargando con una familia numerosa— y le alegró la vida a millones de personas se le perdonaba todo aquello que a cualquier otro le hubiera costado, como mínimo, la exclusión social y el estigma.
En personalidades efervescentes como estas —porque Nápoles es una ciudad con personalidad—, no es de extrañar que en los momentos difíciles emerjan lo peor de cada uno: mentiras, acusaciones, medias verdades y golpes bajos; lo que sea con tal de herir al que hasta un día antes era el amor de tu vida. Algo así ocurrió entre Nápoles y Maradona.
Pero cuando el tiempo pasa, el agua se aclara y la tierra sedimenta. La basura y los rencores siguen en el fondo, pero brillan las alegrías de un amor alocado que puede ser difícil de entender pero es más fácil de reconocer al caminar por las calles de Nápoles, donde está omnipresente 30 años después de haberse ido.
El día del funeral de Maradona en Argentina, en Nápoles hubo luto y los edificios municipales tuvieron las banderas a media asta en homenaje “a uno de los hijos que más honor y prestigio le dieron a la ciudad en el escenario internacional”.
Deberíamos hablar de sociología, psicología y teoría de las comunicaciones de masas para intentar descifrar la relación Nápoles-Maradona. Obsesionada con el ídolo, la ciudad no solo se llenó de murales con su muerte sino que hasta en la Universidad Federico II se lo estudia como fenómeno. Además de ser admirado, Maradona intenta ser explicado en una de las universidades laicas y estatales más antiguas del mundo (fue fundada en 1224), y una de las más importantes de Italia.
Nápoles y Maradona, el mito y el deporte, y las dimensiones religiosa y deportiva, fueron objeto de una charla en la que el antropólogo Marino Niola explicó por qué el astro es el campeón mitológico de la modernidad.
“Lo diferente al común de los mortales era el roce entre sus dos cuerpos: en la cancha no era un atleta sino un dios, y afuera era un hombre que cometía errores, como los demás. Este contraste lo convirtió en uno de los personajes más emblemáticos de la segunda mitad del 1900”, sostuvo Niola.
No es casualidad, señaló el antropólogo, que desde muy temprano circularan leyendas sobre el astro. El futbolista Franco Baresi, emblema del Milan, solía decir: “Maradona fue el más grande de todos porque hacía con una naranja lo que a los futbolistas nos parecía imposible hacer con la pelota”. Esto, sostuvo Niola, es una trama mitológica clásica.
“En otro equipo Maradona hubiera sido un jugador inmenso, pero no se hubiera convertido en ‘Maradona’. Es el encuentro con Nápoles lo que ha transformado para siempre tanto a la ciudad como a él”, señaló en una extensa presentación, en la que concluyó que el ídolo, a través de su talento, le dio orgullo identitario y redención social al pueblo napolitano, convirtiéndose “en un mito, una leyenda, uno de los santos patronos de nuestra ciudad”.
Idolatrado tanto o más que en Argentina, en Nápoles no se aprueba ni se celebra lo que hizo Maradona con su vida privada, aunque la misma colabora a la creación del mito. El sentimiento popular no es algo que haya nacido de la casualidad. El fútbol, más que un deporte, es considerado un escape de la pobreza, la marginalidad, las drogas, la delincuencia… En ese contexto, Maradona fue dios, diablo, mártir y, ahora cada vez más, es santificado.
Pero la veneración por el genio tuvo sus límites. “En Nápoles no se aceptó tanto la situación mía”, asegura Diego Maradona Junior, el primogénito del astro, nacido el 20 de septiembre de 1986, poco después de que Argentina ganara la Copa del Mundo en México 1986 —el cénit futbolístico de Maradona— y siete meses antes del nacimiento de Dalma, la primera hija que futbolista tuvo con Claudia Villafañe.
“A la gente acá no le gustaba que yo estuviera separado de mi viejo, que no nos habláramos. Los napolitanos estuvieron de mi lado, me defendieron”, dice Junior. “Sacando lo que pasó conmigo, a mi viejo siempre lo justificaron y no importaba lo que él hacía”, dice, consciente de la adulación extrema hacia su padre.
Junior no solo creció escuchando que era el hijo de dios sino que es algo que aún le dicen a diario. De hecho, en su presentación como entrenador del Napoli United, a mediados del año pasado, el presidente del club contó que le temblaban las piernas cuando conoció a Junior porque “estaba hablando con el hijo de dios”.
Sentado en una de las tribunas del estadio del Napoli United —equipo amateur de la sexta división italiana—, Junior dice que se acostumbró porque nació en Nápoles, donde vivió toda la vida., y se lo toma con naturalidad: “Nunca me costó ser su hijo”.
Además, cuenta que a los cuatro años jugaba al fútbol en los pasillos de su casa y ya alentaba por Argentina. Y que a los 12 años había aprendido a hablar español —parece un porteño más— y leía libros sobre el Che Guevara. Admite que en el pasado hubo momentos de dificultad, como cuando se conoció su historia y muchos no le creían a Cristiana Sinagra que Junior era hijo de Maradona.
El juicio de Sinagra para que Maradona reconociera su paternidad comenzó en diciembre de 1986, cuando Junior era un bebé de tres meses y Maradona no se había casado aún con Claudia. Seis años después, la Justicia de Nápoles estableció que Maradona —que nunca se sometió a la prueba de ADN— era el padre del hijo de Sinagra. “Siempre supe que era su hijo. No era fácil ser mi viejo, eh. No me costó perdonarlo, entendí que las cosas no dependían únicamente de él”, dice Junior.
Pese a que la historia con su padre estuvo repleta de enojos y causas judiciales, incluso luego de que la Justicia determinó que era hijo del astro, Junior afirma que no guarda rencor y que lamenta no haber podido pasar más tiempo juntos.
Recién empezaron a estar cerca luego de que Junior viajó a Argentina en 2016, cuando Maradona lo abrazó en público y dijo ante la prensa: “Estoy contento de haber encontrado a mi hijo. Lo quiero muchísimo. Es muy parecido a su padre”.
Para Junior, lo que cuenta ahora son los años compartidos: “Nos unió mucho ser dos apasionados del fútbol. Mi viejo no era un monstruo, al contrario. Tuvo tantos problemas en su vida por ser demasiado bueno con la gente y no saber decir que no”. El primogénito del astro no es ajeno al trato reverencial que Maradona recibió de su entorno: “¿Lo que más disfruté con él? Todo, cada rato que pasamos juntos. Los asados, los chistes. Mirábamos fútbol juntos. Vi fútbol con el más grande de la historia”.
A 20 minutos del centro de Nápoles está Miano, un barrio pobre que limita con Scampia y Secondigliano. Es una zona peligrosa, donde la Camorra domina el narcotráfico y el crimen organizado, conocida porque allí se desarrollan la película y la serie Gomorra, basadas en el libro homónimo de Roberto Saviano, el periodista napolitano que vive bajo custodia y con paradero desconocido por haber retratado a la mafia napolitana en su bestseller publicado en 2006.
En ese barrio hay un subsuelo de un edificio que se jacta de ser un museo maradoniano: camisetas, cintas de capitán, camperas de entrenamiento, botines, pelotas y una copia del contrato de Maradona cuando llegó al Napoli.
Todo esos tesoros tienen una explicación: Saverio Vignati fue durante 37 años el intendente del estadio San Paolo —actualmente Diego Armando Maradona— y su hijo Massimo se ocupó de reunir todos los regalos que la familia Vignati había ido recibiendo del propio Maradona. Porque, además, Lucia Rispoli, esposa de Saverio, fue la cocinera del futbolista en via Scipione Capece 3A, la casa en el selecto barrio de Posillipo en la que vivió el ídolo. “Diego era simpatiquísimo cuando estaba tranquilo. Si se ponía nervioso, ¡lo mejor era desaparecer!”, se sonríe Rispoli, que cuenta que Maradona la llamaba “la mamma napoletana”.
Massimo dice que entre los 10 y los 17 años, los lunes iba a jugar al fútbol cinco con Maradona. “Soy de un barrio donde se crece rápido: cuando tenés 10 años, ya son como 15 normales. Estaba siempre al lado suyo, vi cosas hermosas. Nunca voy a olvidar de Diego la humildad, con eso se nace”, dice Massimo, que tiene dos hijos: Saverio, como su padre, y Diego. “No puedo pedir nada más a la vida, me dio todo”.
Más allá de los recuerdos materiales, Massimo repasa anécdotas: “Raffaela, mi hermana, era la babysitter de Dalma y Gianinna. Son nuestra familia. Cuando Diego jugaba afuera, Claudia venía a comer con las niñas, íbamos al mercado. No era una relación de trabajo. Cada vez que Diego volvió a Nápoles me recibió con los brazos abiertos”.
“Al final se hizo más difícil acercarse pero igual pude hacerlo. Iba donde estaba sin pedir permiso y cuando él me veía, paraba todo y me hacía entrar: ‘Hagan pasar a mi hermano napolitano, por favor’, decía Diego”.
En los últimos años, Nápoles se llenó de murales de Maradona. “Lo más lindo es que los niños que no lo vieron jugar, aman su figura por ver los videos o escuchar las historias que le cuentan los padres o los abuelos”, dice Massimo.
Sobre la etapa oscura de Maradona, Massimo trata de entenderlo: “Ahí entra la debilidad de Maradona. Imaginate ser el dios del fútbol, un millón de personas que te buscan, que quieren estar cerca tuyo. A veces en la vida se cometen errores”.
“En un punto hacía falta decirle que dejara de pensar en Maradona y pensara en Diego. Pero esto no fue hecho. También creo que después de la muerte de la madre, Diego se dejó ir. Estaba muy enamorado de sus padres”, dice.
En el barrio Quartieri Spagnoli está uno de los murales más famosos de Maradona, con la camiseta celeste del Napoli y la melena enrulada. Es un santuario a cielo abierto desde la muerte de Maradona. “Lo hicimos en 1990, en agradecimiento, tras ganar el scudetto. Nunca en mi vida sentí una emoción tan grande”, dice Antonio Esposito sobre el mural pintado por Mario Filardi.
Esposito es el dueño de “La Bodega D10S”, un pequeño bar frente al mural, pero se hizo conocido como Bostik cuando formaba parte de “Teste Matte”, un grupo de ultras, como se llama a los hinchas radicales organizados.
“Diego nos llevó arriba. Podría haber elegido la Juventus o el Real Madrid y, en cambio, vino a Nápoles, un equipo de segunda que nunca había ganado nada”, se emociona Esposito, que cuenta que Maradona pasaba en auto por la zona en la noche y frenaba para ver el mural.
“A Diego se lo recordará siempre. Acá vienen de todo el mundo. Gente de Japón, Estados Unidos, China, Brasil… Vienen romanos, turineses… todos lo homenajean”, dice sobre el santuario.
Gennaro Montuori, conocido como “Palummella”, fue el líder de la Curva B, facción de los ultras del Napoli. Testigo de las luces y sombras de Maradona, prefiere hablar sobre las virtudes del ídolo, al que estima como a un padre. En su oficina, en el barrio Capodimonte, hay más de 300 imágenes de Napoli. En unas cuantas fotos se puede ver a Montuori y a Maradona, con sus respectivas familias, en fiestas de cumpleaños y bautismos.
Entre todas, Palummella señala una foto en la que Maradona lo besa en la boca y cuenta la historia: “Fue en 2006, cuando cumplí 50 años. Le pregunté si me quería. Entonces, Diego me miró a los ojos, me agarró la cabeza y me besó. ‘Vos sos mi hermano’, me dijo”.
Montuori, que conoció a Maradona a través de Jorge Cyterszpiler —representante del astro—, dice que Maradona fue más que el mejor futbolista de la historia: “Por lo que ha sufrido, fue el hombre más grande de todos los tiempos”.
“Palummella” evita hablar de la relación entre Maradona y la mala vida: “Si los ha cometido, los errores fueron forzados por la manera en que le impusieron vivir”. Recuerda lo insoportable que era ser Maradona: “Le estaban encima todo el tiempo, ni pis podía hacer. Se veía con mil personas por día. Una vida imposible”.
Como cualquier otro napolitano, Montuori recuerda qué es lo que estaba haciendo el 25 de noviembre de 2020. “Estaba en el auto con mi mujer cuando recibí el llamado de mi hijo mayor. Me deshice en lágrimas. Me puse muy mal. Justo me llamó la RAI y no pude hablar, pero no me di cuenta de que estaba al aire. Maradona era un familiar: fue como perder un padre”.