Blaise Magnin y Thibault Roques: Desde hace meses, e incluso años, Acrimed documenta el ataque implacable de los medios de comunicación contra La France Insoumise y, en particular, contra Jean-Luc Mélenchon. Su voluntad de romper con las tendencias neoliberales, securitarias y atlantistas de la izquierda gobernante le ha valido la hostilidad de todos los medios de comunicación, incluso los de izquierda, sobre todo desde que sustituyó al PS en 2017. Antes de repasar las desventuras mediáticas de Jeremy Corbyn, que se convirtió en líder de los laboristas entre 2015 y 2020 con un programa de ruptura con el pasado bastante similar al de LFI, ¿podríamos retroceder un poco en el tiempo, hasta los años 80, para ver cómo reaccionaron los medios de izquierda ante el thatcherismo?

Thierry Labica: En los años sesenta y setenta, el principal acontecimiento político anual era el congreso sindical al que acudían los dirigentes políticos, donde se negociaban las políticas industriales en un marco de cogestión y donde se hacían los grandes anuncios. Una categoría muy específica de periodistas cubría estos congresos: los corresponsales industriales. Y los corresponsales industriales eran la flor y nata del periodismo político. Pero en los años 80 ocurrió algo muy significativo en el ámbito audiovisual: esta categoría concreta de periodistas empezó a declinar y eso tuvo consecuencias muy importantes en el contexto de las luchas del mundo del trabajo contra la revolución desindustrial thatcheriana. El momento crucial y más conocido fue la huelga de los mineros de 1984-1985, que constituyó un verdadero episodio umbral desde todos los puntos de vista: simbólico, económico, político, etc. Los mineros eran un emblema de la historia industrial nacional, y 1984 fue el momento en que el thatcherismo puso en tela de juicio todas las grandes instituciones del compromiso social de posguerra. Al mismo tiempo, los medios de comunicación perdían a las personas más cualificadas para hablar de los conflictos en el mundo del trabajo y de las relaciones entre sindicatos y gobierno, con experiencia en política industrial, negociaciones, huelgas, etcétera. Como resultado, el discurso que predominó a partir de entonces presenta a la clase obrera desindustrializada como un medio completamente relegado, incluso criminal. Y esta descalificación, esta relegación simbólica, de los mineros en este caso, es también algo que concierne al conjunto del mundo obrero, al conjunto del mundo sindical.

Esta criminalización fue explícita durante la huelga de 1984. Por ejemplo, con el episodio de Orgreave. Orgreave es un lugar cerca de Sheffield donde hubo un piquete muy, muy grande en junio de 1984 que terminó en una batalla campal. Pero cuando la BBC mostró las imágenes de Orgreave, invirtió el orden del montaje. En otras palabras, mostró a los mineros lanzando piedras a la policía, que luego cargó. Después se presentaron disculpas tipo de “cometimos un error, ¡editamos la secuencia al revés! Fue la policía la que cargó primero”. Los medios de comunicación centraron claramente su cobertura en la responsabilidad de los mineros por la violencia, el caos, etc.

También sabemos que en la comunicación interna del gobierno de Thatcher, entre sus ministros y asesores, los mineros eran considerados regularmente como nazis. Uno de los principales asesores de Thatcher (David Hart) lo dijo [sin ambages]: “Fui a esta reunión en tal y tal lugar con Arthur Scargill, que era el portavoz del sindicato de mineros, el NUM [Sindicato Nacional de Mineros], y me sentí como si estuviera en Nuremberg”. Curiosamente, al mismo tiempo, The Sun –ese gran tabloide sensacionalista, muy, muy de derechas, propiedad del imperio mediático de Rupert Murdoch, con una tirada de millones de ejemplares– decidió publicar un artículo en portada durante la huelga en el que aparecía Arthur Scargill haciendo el saludo hitleriano, con el titular: “Mine führer” (un juego de palabras con “mine/mein führer”). En aquel momento, los periodistas de The Sun se negaron a publicar el titular, una postura política y profesional de la que no conozco ningún equivalente posterior. En 1984 ya se observaba una movilización de las cuestiones relacionadas con el antisemitismo y el nazismo, pero sin que todavía se desplegara plenamente en los medios de comunicación; en 1984-85, todavía estábamos en tiempos de guerra fría y la asociación con Moscú seguía siendo la acusación dominante. Así, el Sindicato Nacional de Mineros (NUM) fue sobre todo objeto de revelaciones –totalmente desmentidas tiempo después– sobre dinero de Moscú o del principal terrorista de la época, el líder libio Muamar Gadafi.

Para descalificar y criminalizar se utilizaron todo tipo de recursos. En 1989, el estadio de Hillsborough, en Sheffield, fue escenario de un partido de fútbol entre el Liverpool FC y el Nottingham Forest. Como resultado de la catastrófica gestión policial de la multitud a la entrada del estadio, 97 personas murieron en condiciones particularmente horribles. Al día siguiente, la prensa sensacionalista, con The Sun a la cabeza, publicó una historia salida de las profundidades del infierno: supuestamente los hinchas habían robado a las víctimas, orinado sobre los valientes policías y agredido a los agentes que intentaban reanimar a las víctimas desmayadas. Y esta cobertura mediática recibió la confirmación política de Thatcher diciendo que la policía hizo todo lo que pudo, etcétera. Fue tan incalificable que,  23 años después (en 2012), un Primer Ministro en una sesión parlamentaria, tuvo que pedir disculpas públicas por el encubrimiento y las mentiras de la policía, la difamación periodística y los incesantes ataques de la prensa y los medios de comunicación a las víctimas y sus familias. Dicho esto, treinta y dos años después, en 2021, todavía no se ha procesado a ningún responsable, a excepción del responsable de seguridad del estadio, que fue multado con 6.500 libras.

Por cierto, el término criminalización no es mío. Es el nombre de una política aplicada en Irlanda del Norte por los laboristas a partir de marzo de 1976 y utilizada después con fervor fanático por Thatcher en los años ochenta. A los presos del IRA y del INLA (otra organización paramilitar republicana) encarcelados en la prisión de Maze se les retiraron sus derechos específicos como presos políticos. Criminalización fue también el nombre que se le dio a esta estrategia (que ciertamente no carecía de precedentes). Se acabó la política: la cuestión republicana en Irlanda del Norte era ahora una cuestión criminal y, poco después, en respuesta a la huelga de hambre de Bobby Sands, encarcelado en la prisión de Maze, Thatcher declaró: “El crimen es el crimen. No es político”. Estábamos, pues, en un periodo de endurecimiento político marcado por la reducción criminal, en la arena política y en los medios de comunicación, de los dos principales adversarios del gobierno neoconservador de los años ochenta, es decir, el movimiento independentista irlandés en Irlanda del Norte y el movimiento sindical en su forma más combativa.

M.-Th. R.: Así pues, fue bajo el thatcherismo cuando nació la hostilidad sistemática de los medios de comunicación hacia la izquierda tradicional, comprometida con la defensa de la clase obrera.

Th. L.: Digamos que hubo un momento particular en los años ochenta. Un ejemplo (junto con la huelga de 1984) fue la campaña extremadamente virulenta contra la izquierda del Partido Laborista. A finales de los 70 y principios de los 80, surgió un líder muy izquierdista, Tony Benn, una figura destacada que se fue desplazando hacia la izquierda a medida que avanzaba su carrera. Ministro de Industria en 1975-1976, se presentó después a la dirección del partido. Existía pues el riesgo de que el laborismo fuera dirigido por una figura emblemática, no sólo laborista, sino de tradición explícitamente socialista, con vínculos con la izquierda radical anticapitalista, con referencias al marxismo, a los grandes experimentos de control obrero de los años 70 en Gran Bretaña, inspirados a veces por las experiencias de Yugoslavia, Portugal o la joven Argelia independiente. Tony Benn propuso un programa: la “Estrategia Económica Alternativa”. Y hay buenas razones para pensar que la famosa frase de Margaret Thatcher, No hay alternativa, no era sólo una fórmula general para imponer una norma neoliberal exclusiva, privatizaciones, etc., sino que también resonaba en el contexto específicamente británico, en respuesta a un cierto radicalismo que se había expresado durante los años 70 y que luego se prolongó en la “Estrategia Económica Alternativa”, el programa de ruptura asociado a Tony Benn.

Así pues, la hostilidad hacia Benn era una hostilidad hacia la izquierda, una izquierda que representaba realmente una amenaza. Los medios de comunicación le tomaron la medida, hablaron de una izquierda chiflada, y los periódicos mostraron a Tony Benn, Ken Livingstone y una serie de otros dirigentes fotografiados en el momento más desfavorable, cuando parecían realmente chiflados. Se trataba de conjurar ese peligro, y ese peligro se conjuró cuando Neil Kinnock asumió el liderazgo del partido en los años ochenta.

Hay que decir que todo ello no carecía de precedentes. Cabe mencionar el papel de la joven BBC en la Huelga General de 1926, de The Daily Mail y su falsa “Carta de Zinoviev” a los laboristas en vísperas de las elecciones de octubre de 1924 y de los rumores de espionaje para la URSS contra el primer ministro laborista Harold Wilson a finales de los años sesenta.

La década de 1980 marcó un umbral en esta historia, y en la década de 1990 podemos hablar de un cambio y de una desintegración de toda la herencia obrera del siglo XX y de esa especie de pilar sindical del Estado británico de posguerra: ¡había 13.200.000 afiliados sindicales en 1980! Tras la desindustrialización, el aumento del desempleo masivo y la legislación antisindical, esta gigantesca construcción social y política, central en la cultura política británica, fue en retroceso, y este retroceso se convirtió en un auténtico arrinconamiento simbólico en los medios de comunicación, que estaban más ocupados en celebrar la novedad del final de la Guerra Fría y la desaparición de los bastiones más familiares del mundo de la clase obrera.

B. M.-Th. R.: Con este telón de fondo, Tony Blair llegó al poder.

Th. L.: Blair fue elegido con una fuerte mayoría absoluta en 1997. Blair fue apoyado en los medios de comunicación por el principal soporte histórico de la derecha, Rupert Murdoch y el diario The Sun. Cuando fue elegido Blair, The Sun publicó un titular en primera página: “It’s the Sun wot won it”. Se trata una expresión coloquial ligeramente cockney que significa “Ha ganado gracias a nosotros”. Así que cuando decimos “Blair es la derecha”, no se trata de un juicio de intención. En el éxito mediático de este neolaborismo, hay una especie de fetichismo de lo nuevo, de la nueva economía, del nuevo orden post Guerra Fría tras la caída del Muro, etc.; todavía estábamos en este momento de triunfalismo y hubo un realineamiento mediático sobre esta izquierda moderna. ¿Por qué era moderna? Porque Blair hizo votar en un Congreso [del partido] la abolición de la Cláusula IV de los estatutos del Partido Laborista, que afirmaba vagamente que el Partido Laborista aspiraba a la propiedad común de los medios de producción. Esta fórmula, que se suponía representaba la ambición socialista del laborismo, era una señal que apuntaba en la dirección de las políticas de nacionalización y estatismo, sin que se pudiera hablar siquiera de socialismo de Estado. En cualquier caso, simbólicamente, la renuncia formal a la Cláusula IV era una señal de modernización, donde el mercado, la libre competencia y la empresa se situaron en el centro, ¡eso era lo importante!

M.-Th. R.: ¿Cómo reaccionaron los medios de comunicación de izquierdas?

Th. L.: ¿Qué son los medios de izquierda en Gran Bretaña? La gente suele pensar que en la prensa, los principales medios de izquierdas, de centro-izquierda, serían The Guardian y Observer. En los últimos años, es difícil creerlo. En The Guardian, que es una expresión del centro-izquierda laborista, se puede encontrar a veces un trabajo de investigación muy minucioso, la revelación de asuntos reales, algunas cosas magníficas desde el punto de vista periodístico. Luego está la rutina informativa, que no es en absoluto del mismo orden y que, en última instancia, es muy conformista.

El mejor ejemplo que puedo dar es la revista del Partido Comunista Británico. Históricamente, el Partido Comunista Británico siempre ha sido muy pequeño, aunque influyente, sobre todo en el mundo sindical. Y, sobre todo, su revista Marxism Today tuvo a finales de los ochenta y principios de los noventa una enorme influencia, hasta el punto de que ministros conservadores le concedían entrevistas. Contaba con artículos de personalidades de la izquierda intelectual como Eric Hobsbawm y Stuart Hall. Pues bien, incluso esta revista contribuyó a una especie de ilusión blairista. Hasta para Eric Hobsbawm, el gran historiador vinculado al Partido Comunista, como para mucha gente del medio intelectual y vinculado a la prensa de izquierdas británica, había una especie de aceptación de este nuevo gobierno laborista, que tomaba nota de la caída del Muro, o de la desindustrialización de la economía británica y, sobre todo, que permitía poner fin a un odiado gobierno conservador que llevaba 18 años en el poder. Así que, hubo una especie de consenso en torno al surgimiento del neolaborismo, que también se cuidó de controlar su imagen: el gobierno de Blair gastó en comunicación el doble que Thatcher, que ya estaba gastando mucho en este terreno.

M.-Th. R.: Y tras la larga noche blairista, llegamos a 2015 con el acceso de Jeremy Corbyn a la cabeza del Partido Laborista. ¿Encontró desde el principio la hostilidad de los medios de comunicación?

Th. L: Cuando Corbyn se presentó a liderar el partido en 2015, la gente pensó inicialmente que nunca sería elegido; los diputados laboristas lo promovieron para mostrar un cierto pluralismo. Pero muy rápidamente, y contra toda previsión, [su candidatura] generó una gran expectación. Y algunos empezaron a preocuparse. Comenzaron a sacar de nuevo el espantapájaros de la izquierda radical, así como el peligro que supondría [su elección] para la economía, la defensa del país y las conexiones con Irlanda: era “amigo de los terroristas irlandeses”. Pero ese galimatías ya no funcionaba; para toda una generación estaba pasado de moda, pertenecía a los años 70, no les importaba. O, cuando saben algo de los años setenta, piensan que fueron bastante buenos en toda una serie de cuestiones: vivienda, salarios, política social, etcétera. Y Gerry Adams y el Sinn Fein se habían convertido en legítimos y principales actores políticos electorales. Así que todo eso no funcionó, y además se le atacó por estar apoyado por una izquierda radical supuestamente violenta, que practicaba la intimidación y fabricaba sucesos falsos.

Los activistas de la Media Reform Coalition, una especie de equivalente británico de Acrimed, y varios estudios de académicos que han realizado trabajos cuantitativos sobre grandes corporaciones y largos periodos, han demostrado que el tratamiento mediático del laborismo bajo Corbyn, y del propio Corbyn, fue casi universalmente desfavorable. Desde 2015, The Guardian fue absolutamente cómplice de este sabotaje, y lo siguió siendo de principio a fin. En la prensa seria, está The Independent, que trató a Corbyn y a la izquierda corbynista con bastante objetividad durante bastante tiempo. Pero en un momento dado, eso se detuvo y tuvimos algo parecido a un giro de 180º y una alineación con la campaña anti-Corbyn.

En general, hasta 2017, se hizo hincapié en la incompetencia de Corbyn, “el tipo que no sabe hacer nada”. No sólo era incompetente, sino que como procedía de la circunscripción londinense de Islington, que era una zona muy obrera, pero que se habría convertido en lo que se llamaría una zona pequeñoburguesa de izquierdas, se le critica por haber sido elegido por gente jóven con un diplona o dos, que no están en contacto con la realidad profunda del país, una variante de los males de la clase obrera blanca. Así que, de repente, el resto del espectro político piensa que la gente de clase trabajadora es genial, y que la juventud con diploma universitario está en su propia burbuja, sin saber nada de la auténtica vida de la clase trabajadora. Y en los medios de comunicación existe la idea de que Corbyn se encamina al desastre porque cuenta con el apoyo de pequeños grupos marginales, de la clase acomodada y, en particular, dentro del Partido Laborista, de Momentum, que se fundó para apoyar su campaña y del que se dice que está formado por jóvenes bobos [de bourgeoise, bohéme] y extremistas fuera de onda.

Hubo una primera prueba electoral a finales de 2015, con una elección parcial en una circunscripción del norte del país, y se creía que sería el principio del fin para Corbyn, que previsiblemente sufrirá un revés. Un periodista de The Guardian fue a informar de la situación: “es el norte, llueve, la gente es pobre, es estúpida pero le queremos porque de todas formas odian a la izquierda…“ en fin, todos los tópicos estaban ahí y los medios auguraban una gran fracaso a la izquierda laborista. Sin embargo, el candidato apoyado por Corbyn fue elegido por una gran mayoría y en cada nueva elección, el fracaso esperado -y esperado por la gran mayoría del partido laborista parlamentario- no llegó.

Cuando llegaron las elecciones parlamentarias anticipadas de junio de 2017, en las encuestas pintaban bastos, todo el mundo estaba muy contento, pensando que [Corbyn] iba a darse un batacazo y que finalmente se verá obligado a retirarse. Pero a medida que se acercaban las elecciones, los laboristas remontaron, Theresa May cometió algunas meteduras de pata terribles y el día de los comicios el partido laborista logró su mayor avance electoral desde 1945, ganando circunscripciones que nunca había logrado tomar. Y lo hizo a pesar de una campaña mediática implacable: “Corbyn el incompetente”, el “no para primer ministro”, una “calamidad”, el “invierno nuclear”, el “fin del debate democrático en Gran Bretaña”, etc. Dicho esto, la campaña electoral obligó a dar la palabra a la izquierda para que se dirigiera más directamente al país, y el programa antiausteridad y el compromiso de respetar el resultado del referéndum sobre el Brexit comenzaron a tener mucha audiencia.

M.-Th. R.: ¿Esta serie de buenos resultados electorales no le da un cierto respiro en los medios de comunicación?

Th. L.: No, jamás. Corbyn no sólo es de izquierdas, sino que además procede de una clase media trabajadora, que no fue a las escuelas clásicas de la élite política. Esto es Gran Bretaña y Corbyn no es un producto de este residuo aristocrático y noble. Mientras esta gente esté en los escaños del patio del Parlamento, está bien, pero la idea de que puedan llegar a Downing Street… Hay una descalificación social y simbólica muy fuerte.  Boris Johnson, en cambio, tiene la peculiaridad de ser un hombre tan de la élite, que sus payasadas y excesos son aceptables, sus bromas formidablemente simpáticas. Nunca está serio, siempre bromeando, que llega despeinado con su taza de té, una especie de caricatura de un noble excéntrico de una comedia como Cuatro bodas y un funeral. Así que el no supone un problema, pero Corbyn, ¡sí!

Ahora bien, es cierto que, tras su casi victoria en 2017, la progresión electoral de los laboristas es tal que a nadie se le ocurre pedirle que dimita como líder del laborismo. Normalmente lo que se plantea es que “si pierdes, te vas”, pero no en este caso. Además, en los próximos meses, la estructura burocrática al servicio de la dirección del partido, totalmente comprometida con el blairismo, se renovará con la llegada de una nueva secretaria general, Jenny Formby, procedente del mundo sindical, próxima a Corbyn y con muchos fieles seguidores. Por tanto, la dirección del partido parecía estar en mejores condiciones para lograr la victoria en un futuro próximo.

De ahí que, tras un breve periodo de calma postelectoral, se reanudaran los ataques. Por ejemplo, en torno a febrero-marzo de 2018, se extendió el rumor de que Corbyn había sido agente de los servicios de inteligencia checoslovacos en 1986. Fue un diputado tory quien salió con esto. Hubo un juicio, le pusieron una multa de 30.000 libras, se zanjó el tema, ¡pero duró 15 días! Y el asunto fue de tal envergadura que ni siquiera los medios más hostiles se detuvieron demasiado en él. Pero por la misma época (hacia marzo de 2018), Newsnight -un programa de comentarios políticos de la BBC– utilizó una imagen de Corbyn con una gorra al estilo bolchevique sobre un fondo resplandeciente del Kremlin durante todo el programa…. aunque eso no era nada comparado con la extrema virulencia del programa documental insignia de la BBC 1, “Panorama”, emitido en verano de 2019, sobre el antisemitismo en el laborismo a pocos meses de las elecciones de diciembre de 2019. Hay que ver el imprescindible documental –“The Labour File”– que Al Jazeera dedicó a este episodio, entre otros.

M.-Th. R.: ¿Se interesan los medios de comunicación franceses por lo que ocurre en el laborismo y, en caso afirmativo, son tan hostiles a Corbyn como sus homólogos británicos? Porque en Francia, al mismo tiempo, Mélenchon, que obtuvo casi un 20% en las elecciones presidenciales, está constantemente en el punto de mira de los medios de comunicación.

Th. L.: El Partido Laborista, que tenía unos 200.000 militantes en 2015, se encuentra con casi 600.000 militantes dos años después, en un momento en el que la mayoría de los demás partidos socialdemócratas europeos están de capa caída. Así que algo enorme estaba ocurriendo. En los medios de comunicación franceses, este fenómeno no despertó ninguna curiosidad. Dada la situación del PASOK griego y del PS en Francia, en un momento en que estos partidos socialdemócratas eran hegemónicos en Europa, la singularidad británica debería haber despertado cierto interés. Pero no, nada. Recuerdo, por ejemplo, los artículos de Claude Askolovitch, que eran espantosamente desagradables.

En cuanto a la comparación con Mélenchon y la LFI, una de las grandes diferencias es que Corbyn era el líder de un enorme partido socialdemócrata histórico, que existe desde hace casi 120 años y que está obligado a llegar al poder en un sistema bipartidista. Así que, en términos de estructura política e institucional, la diferencia con Francia es considerable. Pero, en general, las situaciones son muy similares. Como en el caso de Corbyn, Mélenchon se construye como un punto de cristalización de todo el malestar de la sociedad francesa. El otro día, en el programa matinal de France Culture, escuché al tipo que escribe cada mañana una pequeña columna política, siempre muy simpático y agradable, pero que repite la cantinela de que Jean-Luc Mélenchon “ha embrutecido el debate político”. Personas que han perdido una mano o un ojo en manifestaciones de los gilets jaunes (los chalecos amarillos), líderes políticos que han utilizado el 49.3 más de veinte veces, la extrema derecha con su propio canal de noticias… ¡Nada de esto es un embrutecimiento del campo político! Pero el tono polémico de Mélenchon es insoportable, eso es violencia. Su crónica semanal en su blog es una contribución al debate político en términos de contenido, en términos de información de bastante alto nivel, se esté o no de acuerdo con ella. Sin embargo, el marco mediático abrumadoramente dominante es que Mélenchon es el elemento tóxico de la situación. Y luego hay una cierta elección de palabras que delata una especie de trasfondo antisemita. Hace años que existe, pero desde el 7 de octubre ha resurgido con mucha fuerza y contribuye, entre otras cosas, a la analogía con Corbyn, en particular, entre 2017 y 2019.

M.-Th. R.: ¿Puede explicar cómo y por qué surgieron entonces estas acusaciones de antisemitismo contra Corbyn?

Th. L.: A partir de 2017, hubo tres factores: un aumento de la afiliación, un aparato más coherente y un progreso electoral significativo. Los corbynistas parecían haber logrado poner de nuevo al partido en condiciones de volver al poder. Y aquí es donde el enfoque se desplazó hacia un objetivo concentrado y sistemático de la cuestión del antisemitismo, dado que todo lo demás había fracasado hasta ese momento.

En marzo de 2018 comenzaron las marchas de retorno a Gaza. Y ahí están esas terribles imágenes de los militares israelíes masacrando como animales a personas que marchaban con banderas hacia la frontera. Hubo alrededor de 250 muertos y decenas de miles de heridos en poco más de un año. Corbyn se identifica como un histórico pro-palestino. No es partidario total del movimiento BDS (Boicot, Desinversiones, Sanciones), pero se le considera bastante en sintonía con él. Hay que tener en cuenta que la Campaña de Solidaridad con Palestina, que es uno de los mayores movimientos anticoloniales del mundo y que está detrás de las grandes manifestaciones que hemos visto en los últimos meses, se identifica por tener vínculos muy estrechos con Corbyn. Y como tradicional e históricamente en Gran Bretaña la clase política y los medios de comunicación son muy pro-israelíes, era necesario bloquear a Corbyn y neutralizar las imágenes procedentes de Gaza. Así que, en lugar de hablar de Gaza, vamos a decir “Corbyn es un antisemita, y todos los izquierdistas que le rodean, representantes electos y camaradas judíos incluidos, son antisemitas”, a todos los niveles. Los ejemplos son interminables, pero puedo dar uno o dos.

Uno de los primeros escándalos en torno al supuesto antisemitismo de Corbyn es algo que conviene recordar siempre. En abril de 2018, Corbyn fue invitado a la comida de Pésaj por una organización judía muy de izquierdas y religiosa: Jewdas. Jewdas está realmente en la tradición de la izquierda radical judía, tan central en la historia de la izquierda radical europea, y claramente antisionista. Y así se informa: va a celebrar una fiesta judía con antisemitas, y con personas (judíos practicantes) que podrían fomentar el antisemitismo. Corbyn supuestamente cometió un terrible error de juicio al aceptar su invitación “en ese momento” (¡como si antes o después hubiera cambiado algo!). Todo comenzó ahí. Fue uno de los episodios clave del escándalo. Y hay muchos ejemplos ridículos como éste.

Una de las primeras líneas de ataque, en el verano siguiente, giró en torno a la IHRA (International Holocaust Remembrance Alliance) y la definición de antisemitismo que utiliza, acompañada de once ejemplos. A esas alturas, la definición había sido adoptada por nueve Estados de todo el mundo, incluido Israel. Se trata de una definición que fue rechazada por su propio creador, Kenneth Stern, en Estados Unidos, tras constatar el uso que se hacía de ella en los campus universitarios estadounidenses para impedir que se debatiera la cuestión palestina, sobre todo a causa de los once ejemplos utilizados, siete de los cuales confundían la crítica a Israel con el antisemitismo. Sin embargo, hay una campaña para decir que el Partido Laborista debe adoptar esta definición para demostrar que no es antisemita. Los laboristas dicen “lo estudiaremos”, la presión es súper fuerte, es el culebrón del verano 2018. Dicen “podemos adoptar la definición pero no vamos a mantener todos los ejemplos porque plantean problemas, sobre todo en términos de libertad de expresión”. Y el mismo hecho de que digan que va a plantear problemas genera críticas: “el Partido Laborista, la izquierda laborista, Corbyn, no quieren oír hablar de una definición de antisemitismo, así que son antisemitas”. Para que os hagáis una idea del contenido y nivel de los debates, recuerdo haber escuchado un famoso programa de la BBC (“Women’s Hours”, Radio 4) en el que Margareth Hodge, que fue una antigua diputada laborista bastante izquierdista en los años 70, pero que se ha vuelto muy de derechas y pro-Israel, dice que es increíble que el partido no quiera adoptar esta definición porque explica que hay “toneladas de países que ya lo han hecho”… cuando en realidad había menos de diez en ese momento. Era una mentira descarada, pura desinformación, pero sin ningún tipo de corrección por parte de la entrevistadora.

Lo interesante es que el Partido Liberal Demócrata británico tiene representantes parlamentarios que son claramente pro-palestinos y que debatieron sobre esta definición. Y no se mencionó ni un minuto en los medios de comunicación británicos. La mayor parte de las críticas se dirigieron a los laboristas, alimentadas desde dentro del partido por elementos contrarios a Corbyn y sostenidas por la inercia de los medios de comunicación.

Este episodio cristalizó todos estos temas. Luego contribuyó a crear un rumor persistente, en el que ninguna de las acusaciones se sostenía seriamente, pero cada una contribuyó a mantener un ruido permanente. Permítanme darles algunos ejemplos más. Está Jo Bird, miembro del Partido Laborista de la izquierda socialista, una mujer muy de izquierdas que afirma ser judía. En una reunión, hizo una broma. Dijo que las acusaciones de antisemitismo contra los laboristas eran injustas y que la gente debería tener derecho a un juicio justo, un due process, es decir, un proceso que respetase las normas internas del mandato laborista. Hizo un juego de palabras: en inglés due process suena como jew process. Hizo un juego de palabras, que podría considerarse totalmente inofensivo, e incluso podría decirse que apelaba a una ética judía de la justicia. ¡Este juego de palabras se convirtió en noticia nacional! ¡La izquierda corbynista demostró una vez más su antisemitismo! No duró mucho, pero fue noticia nacional hasta la próxima.

Otro ejemplo: Corbyn estaba debatiendo con Boris Johnson al final de la campaña y en un momento dado habló del caso Epstein, el pederasta amigo de los poderosos en Estados Unidos y en otros lugares. En inglés se pronuncia Epstine, y Corbyn lo pronuncia Epstaine. Y luego en Twitter un cómico bastante conocido dijo “Corbyn no puede dejar de condenar al ostracismo a los judíos” (othering Jews). Otros dicen “pues no, mi nombre viene de Alemania, de Europa central, así es como se debe pronunciar”, y así tienes un debate al respecto.

Una última anécdota: en su circunscripción, donde hay sinagogas y organizaciones judías que siempre le han apoyado, hay un tipo que durante mucho tiempo organizó conmemoraciones de la masacre que tuvo lugar en el pueblo palestino de Deir Yassin en 1948, Paul Eisen. Este tipo acabó convirtiéndose en un negacionista. Pero mucho antes de eso, Corbyn, como muchos otros, había contribuido financieramente a las conmemoraciones con todo tipo de personas, incluidos algunos rabinos, laicistas, clérigos, etcétera. Pues bien, ¡se le acusó de estar cerca de los negacionistas del Holocausto! Uno pensaría que no sería demasiado difícil ver que esta acusación no se tenía de pie, porque se puede encontrar en Internet la carta de la oficina de Tony Blair al mismo tipo, Paul Eisen, disculpándose por no poder asistir y dándole las gracias por organizar el evento.

Y, por supuesto, ni una sola palabra, en ninguna parte, sobre las repetidas expresiones de apoyo a Corbyn por parte de individuos y organizaciones judías, empezando por las de su circunscripción, en Gran Bretaña y en otras partes del mundo.

Podría seguir y seguir. La analogía con lo que está sucediendo con La France Insoumise y, en particular, con Jean-Luc Mélenchon, es obvia, el parecido es absolutamente sorprendente. Y no hay que olvidar que Sanders en Estados Unidos también tenía tuvo su parte de ración…

M.-Th. R.: Y, por último, es con este tema con el que van a lograr cargárselo tras la derrota electoral de 2019, hasta el punto de expulsarlo del Partido Laborista.

Th. L.: Sí, hoy es diputado independiente, fue suspendido y luego restituido por el Comité Ejecutivo Nacional, pero Starmer decidió excluirlo de todos modos, contraviniendo todas las recomendaciones que se habían hecho en el informe que Corbyn ni siquiera impugnó. Corbyn dijo, por supuesto, que el antisemitismo existe -no es cuestión de discutirlo- pero que su alcance en el Partido Laborista había sido enormemente exagerado. Lo cual es absoluta e innegablemente cierto. Aparte de Corbyn, hay muchos otros que han sido llamados al orden o excluidos. El otro caso famoso es el de Ken Loach. Cuando la Universidad Libre de Bruselas (ULB) quiso darle un doctorado honoris causa, hubo incluso una campaña para decir que era un negacionista del Holocausto. Así que, por supuesto, hay reacciones en contra por parte de toda una serie de organizaciones de izquierdas, por ejemplo, la Jewish Voice for Labour (Voz Judía por el Trabajo), gente que tiene su propio sitio web, que está constantemente contraargumentando y defendiendo posiciones antisionistas de izquierdas, pero el problema es que no pasa el umbral de la información, no llega a los principales medios de comunicación.

M.-Th. R.: Para terminar, ¿puede decirnos algo sobre la situación actual? Keir Starmer fue apoyado por The Sun, el Partido Laborista se ha reorientado por completo -hasta el punto de que un famoso columnista de The Guardian ha anunciado que renuncia a su carné del partido-, ¿nos esperan otros veinte años de blairismo?

Th. L.: La reelección de Corbyn en su circunscripción, con una amplísima mayoría, y frente a una campaña laborista decidida a eliminarlo definitivamente de la escena política, es un poco reconfortante. La elección de otros cuatro independientes pro-palestinos frente a la postura incondicionalmente pro-israelí de los laboristas es también una fuente de aliento. A lo que hay que añadir que el responsable Labour 2024, abiertamente reposicionado a la derecha en una serie de temas, y que por ello ha sido objeto de un tratamiento mediático muy simpático, obtuvo 500.000 votos menos que en 2019, año de la dramatizada derrota de Corbyn, presentada como la peor de la historia laborista, para justificar mejor el realineamiento a la derecha del partido y preparar la exclusión de sus componentes más izquierdistas. En resumen, hay algunas lecciones alentadoras que sacar de este asunto, y a pesar de las apariencias, debidas al sistema de votación, que induce una distorsión sin precedentes entre el voto y la mayoría parlamentaria, hay que constatar que, claramente, el laborismo de Starmer, incluso después de 14 años de agresividad social y de extremismo tory, no es un partido para soñar, por no decir más, y que estamos muy, muy lejos de la euforia que acompañó la primera elección de Blair en 1997.