Por un nuevo comienzo

Rocco Carbone plantea en esta nota que ante la amenaza del fascismo, el empalme entre dos frases, una de Hebe de Bonafini y la otra de Horacio González, se expresa un proyecto político de pensamiento nacional que nunca deja de terminar y que siempre tiene un nuevo comienzo.

Por Rocco Carbone*

(para La Tecl@ Eñe)

La crueldad es una potencialidad del accionar humano, es humana la disposición a hacer el mal o a someterse a él. También lo es la capacidad de resistirlo y de resistirle.

Ana Berezin

El horror puede ser imaginado -recurriendo al suceso histórico- como un acontecimiento de gran magnitud, que tiene carácter de trauma complejo, de crimen, borrasca de la historia, que puede matar. Si el horror que nos es contemporáneo avanza, se expandirá -aún más- sobre la Argentina una catástrofe histórica y social. Aún más porque ya se concretó la expropiación de experiencias humanas populares. Esa expropiación podemos verificarla a través de las palabras que nos fueron sustraídas: libertad, libertarixs, revolución, ExMA (Villarruel pretende convertir ese memorial del horror en una especie de parque de diversiones en función de la cantidad de hectáreas que ocupa). Y expropiarnos las palabras significa despojarnos de los actos más íntimos, del cuerpo, de nuestra propia historicidad. Arrebatarnos la palabra nos obliga a una situación de indecibilidad: arrojarnos a una situación de silencio, sin lengua. Aún más porque ya se concretó el crimen cotidiano de la amenaza (contra instituciones, la Universidad Nacional de Cuyo, por ejemplo, periodistas, trabajadorxs, ciudadanxs del campo nacional y popular), la exclusión, la proscripción, la vuelta atrás a la memoria de la dictadura y el genocidio. Se concretaron también las penurias económicas por la inflación, los dolores corporales por el hambre y la indigencia, la pobreza exacerbada provocada por la concentración obscena de la riqueza. La oración “en la Argentina existe un 40% de pobreza y un 10% de indigencia” es propia de la lengua de la derecha, que a menudo se apropia de nuestro ser y nos habla. Es de incumbencia pedagógica del campo nacional y popular (una pedagogía de liberación) sostener que esos guarismos -que en realidad hablan de seres humanos sufrientes y de una condición cultural- están en estrecha relación con un 1% de abundancia obscena que concentra en sus manos una riqueza que solo la política y la estatalidad popular pueden redistribuir. La nuestra es una época de mentiras, en el sentido de que ya no interesa la verdad, dejó de ser relevante. La verdad y la mentira están íntimamente empalmadas con las luchas de clases y el choque de las clases. En las épocas en que las contradicciones sociales son particularmente agudas (la situación de pobreza sin que se pueda nombrar siquiera a media voz la riqueza que la provoca), la mentira viene a representar la agudeza extrema de esas contradicciones sociales. Si el horror avanza, el impacto de sus efectos será imponderable en la vida psíquica individual y colectiva, en la integridad física y en las condiciones de vida subsumibles en la palabra dignidad, afectada por los signos de la crueldad. Crueldad es otro de los nombres del fascismo y otro nombre del horror que se ha desparramado una vez más entre nosotrxs. Si avanza, las necesarias transformaciones de las condiciones de vida popular se pondrán en pausa y llevará largo tiempo repararlas -debido a las distintas situaciones productoras de daño que vivimos- para hacerlas avanzar de nuevo; para la realización de una vida no-amenazada, que quiere decir: popular.

En Scritti corsari (1975) Pasolini indicaba que “el viejo fascismo, aunque más no sea a través de la degeneración retórica, distinguía: mientras el nuevo fascismo no distingue más: no es humanísticamente retórico, es americanamente pragmático. Su fin es la reorganización y la homologación brutalmente totalitaria del mundo”. Es esta la escena que se despliega ante nuestras conciencias en la Argentina y que está empalmada con la escena global contemporánea. El fascismo puede ser pensado como un movimiento mesiánico sostenido por un sujeto que se percibe y se exhibe como profeta: que encarna un ideal del sí. Y cualquier profeta que se presenta como absoluto en su verdad, quiero decir, con ideales absolutos -“la libertad”, “soy un liberal-libertario”, “bajar de un hondazo la inflación”, etc.- obtura las esperanzas de protagonizar búsquedas deseantes y pensantes colectivas (que se realizan a través de las ligazones que anudamos con otrxs) y que son propias de una politicidad disidente: popular. El profeta omnipotente -combinación de león y motosierra- expresa un campo de fuerzas en el que lo otro no tiene condición de existente. Ese profeta es un sí sin límites, sin cortes, un yo sin fronteras (puro espectáculo, solo frente, sin fondo: “Somos superiores estéticamente”, la cosplayer que es maquilladora, guardiana de la estética del candidato, responsable de lograr la ilusión de la ausencia de papada, pero también diputada nacional). Y en la clave de la realización colectiva, ese profeta configura una fuerza -la Libertad Avanza- que encarna un sueño de realización sin límites, que concentra el poder de desaparecer a los otros. Lo dicen así: terminarexterminar. Sienten una autosuficiencia plena: no hay nada que pensar más allá del sí, de lo que son. Todo lo que decía Agustín Rossi en el “debate” de candidatxs a vicepresidentxs, el miércoles 8 de noviembre, Villarruel lo recibía como una mentira. Lo propio hizo Milei ante Sergio Massa cuando le tocó a él el domingo 12. Cuando la negativa del pensar más allá del sí inerva el poder, la humanidad queda expuesta al vuelo de la muerte o al campo de concentración. A una exclusión de la existencia. La condición inherente a su poder es arrojar del avión, compleja y dolorosa oración que de otro modo dice: anular, aplastar, someter, separar, expulsar, exiliar, hasta llegar al extremo mayor: la muerte, si le resulta necesario (en el sentido griego del anankaion aristotélico: inevitable). Presentar motosierra y hacha: los símbolos, lo sabemos, no son inocuos. El hacha, entre otros, es un símbolo de la mafia. Alguna vez ese aparato cortante el poder mafioso lo usó para despedazar seres humanos. En la serie Il cacciatore se escenifica sin reservas, tal como hace Garage Olimpo con la picana. La motosierra es su homólogo de la Argentina contemporánea. Ellos concentran y sintetizan el ideal de silenciar para siempre: arrojarnos la lengua, extirparnos la existencia. Es el ideal del ángel exterminador, que avanza con el fuego, símbolo de la “pureza”, del infierno; de los vuelos de la muerte, también.

En la victoria del fascismo (no me refiero meramente a lo electoral) se sintetiza la derrota de lo humano. El campo nacional y popular será desplazado, sus culturas, enajenadas, el devenir de su identidad, fragmentado o reducido. Se expandirá de modo progresivo un dominio homogeneizante de la diversidad (pues la democracia es un poder diseminado, amplio, disidente, reconocible en su diversidad). El sujeto social será convertido en un ente sin fisuras, sin disidencia, esto es, reconcentrado sobre sí; y es por las fisuras por donde el mundo -natural, social, histórico- entra en el cuerpo propio, en la vida psíquica. Ese ente será el sujeto de la dominación o del exterminio. Hasta aquí, se trata menos de una inferencia que de un reconocimiento de signos que aparecen en la discursividad pública. Signos que revelan mecanismos transferenciales del devenir de la identidad propia al antagonista: “¿Cómo pensás resolver un país devastado si no es con una tiranía?” (Victoria Villarruel, La Nación+, 14/11/2023).Esto es lo que no queremos. Esta cita requiere un pasaje sobre la mediaticidad monopólica en la Argentina. Su poder es inductivo. Las grandes fuerzas emancipatorias de tradición peronista y de izquierdas deben prestar atención a esa inducción (inducir es influir en alguien para que realice una acción o piense del modo en que otro -de otra clase, etnia, género o ideología- desea) para interrumpirla. Y con una ley no alcanza. Con su aparato de propaganda -mediaticidad monopólica + redes sociales-, el fascismo nos ha sitiado, menos en el afuera, que en nuestra mismidad. Se instaló, menos en nuestro dominio interior, que en nuestro dominio íntimo. Ha colonizado nuestra vida psíquica, cognitiva y reflexiva con su aparato de dominación a través del celular.

Como explica Ana Berezin en Sobre la crueldad. La oscuridad en los ojos (2010), la hospitalidad es dar-se amparo (pese a las diferencias y a los conflictos inherentes del estar juntxs). La hospitalidad es una de las condiciones primigenias de la vida en común popular, negada por el fascismo (que es el gobierno desnudo del capital, nos recuerda Américo Cristófalo) y por la derecha, cuya constitución estructural es la violencia permanente y continua: el rechazo del otro como condición necesaria de la afirmación del sí. En la politicidad del fascismo y la derecha se concentra la crueldad, que tiende a negar y, de ser posible, destruir lo más cercano en el cual se cifra toda posible alteridad. En el caso de Argentina, toda la posible alteridad está ubicada en el campo nacional y popular, que es lo más cercano -con sus demandas, deseos, diferencias- dentro de la configuración tardocolonial y nacional oligárquica del país (y en la oligarquía se injertó el poder mafioso de ascendencia migratoria). En esa configuración tardocolonial-nacional-oligárquica que aún no ha caducado -y que tampoco debería- el campo nacional y popular sigue ocupando la dimensión de extranjería, aunque con derechos, porque hubo y hay peronismo. Esta dimensión es un nudo complejo cruzado por los hilos de lo que quedó de los exterminios indígenas, las comunidades migratorias europeas, de los países limítrofes, del “interior”, por las superposiciones de clases, etnias, géneros, ideologías. Tal como recordó en algún momento Hebe: estuvimos, estamos, seguiremos estando. Esta es una consigna indeclinable para el campo propio, que se empalma con otra, sin nosotros, no somos nada, de Horacio González. Estas oraciones de una ética de la belleza que no declina expresan un proyecto político y social -el nuestro- que nunca ceja y no termina, y que tiene siempre un nuevo comienzo. Este nuevo comienzo, ahora, puede especificarse el domingo próximo. El lunes siguiente se empalmará con el día de la soberanía nacional.

*Conicet.

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