Por un retorno a la obra de Nicos Poulantzas

Repensar el estado nacional: aportes de Poulantzas a los debates actuales sobre el estado capitalista1

— Juan Camilo Arias Mejía 2

Universidad Nacional de ColombiaColombia–

Resumen: El presente artículo explora el fenómeno de los Estados nacionales desde una perspectiva histórica y materialista en la obra Estado, poder y socialismo de Nicos Poulantzas con el fin identificar herramientas que permitan comprender problemas contemporáneos del Estado, especialmente en el contexto que ofrece la globalización. Para ello se señala el carácter específico del tipo de Estado capitalista así como el papel que dicha forma de Estado desempeñó en la conformación del «cerco simbólico» que es la nación. Esto es, se insiste en el carácter histórico de ambos procesos al tiempo que se señalan las limitaciones inherentes a los enfoques weberianos que procuran dar cuenta del Estado capitalista desde una perspectiva «mistificada». A partir del diálogo con trabajos recientes de las ciencias sociales, se hace énfasis en la actualidad de la última fase del trabajo de Poulantzas para ir más allá de las tendencias que anuncian la disolución del Estado nacional en la era del capitalismo global y comprender, en cambio, tanto sus transformaciones contemporáneas como el papel — todavía esencial — que desempeña en la reproducción transnacional del capital.

Introducción

En los últimos años, ha sido posible observar un retorno a la obra de Nicos Poulantzas por parte de académicos en distintas partes del mundo, en especial en América Latina, Austria, el Reino Unido y los Estados Unidos. Las razones para ello se encuentran en parte cifradas en la amplitud misma de la obra de Poulantzas, la cual abarca desde trabajos estructuralistas en la línea de Althusser a propósito del poder político (Poulantzas, 1969a) hasta estudios sobre procesos históricos concretos, como las crisis que condujeron al colapso de las dictaduras en el sur de Europa (Poulantzas, 1976). Sin embargo, además del amplio espectro de su obra, dos razones parecen estar detrás del creciente interés que suscita en la actualidad su trabajo. En primer lugar, la poco modesta pero interesante aseveración que el mismo Poulantzas hiciera acerca de su último libro Estado, poder y socialismo (1979), donde afirmó haber completado uno de los vacíos más significativos en la obra de Marx: la teoría del tipo de Estado capitalista. Y, por otra parte, el desafío que la crisis financiera global de 2008 supuso para los enfoques institucionalistas y neoinstitucionalistas a la hora de entender lo político-estatal en las sociedades contemporáneas (Gallas et al., 2011).

Más allá de estar en completo acuerdo con Poulantzas y la presunta culminación de la teoría marxista del Estado que logró proponer, el enfoque de la economía política que observa al Estado como la condensación material de relaciones entre clases y fracciones de clases sociales ha resultado de utilidad para comprender procesos contemporáneos de transformación estatal, que no logran ser captados por las «esferas» autónomas ligadas a la tradición weberiana (Aronowitz y Bratsis, 2002). En particular, su análisis histórico-sociológico a propósito de la conformación de los Estados nacionales ha contribuido a interpretar el papel de estos en el proceso de reproducción del capital, así como el destacado lugar que ocupan las naciones en un contexto de globalización económica. No está de más señalar que el enfoque analítico de Poulantzas contribuyó a superar el instrumentalismo dominante en la tradición marxista para proponer, en cambio, una mirada renovada del Estado capitalista capaz de comprenderlo como un complejo campo estratégico y no como una prótesis operada al antojo de la clase dominante.

El presente artículo sostiene que los intentos realizados por parte de Poulantzas para comprender el surgimiento de los Estados nacionales —en especial durante la última fase de su trabajo— ofrecen todavía numerosos elementos teóricos y metodológicos que invitan a prescindir de todo intento de «mistificación» o «naturalización» de esa forma específica de organización social y política que es el Estado capitalista.3 La tendencia a homogeneizar el tiempo y el espacio, la apropiación de las distintas memorias de los pueblos por parte de un Estado nacional, así como la emergencia de los totalitarismos durante el siglo XX, lejos de ser manifestaciones naturales o fatídicas de las que no es posible dar cuenta en términos causales, son fenómenos que pueden ser comprendidos desde una perspectiva histórica, que permite ubicarlos en relación concreta con los procesos de conformación y expansión del capitalismo. Ahora bien, no se afirma acá que el trabajo de Poulantzas logra dar solución a las numerosas problemáticas derivadas de la conformación de los Estados nacionales, más bien se insiste en que los enfoques de la economía política por él propuestos contribuyen a comprender algunos fenómenos sociales y políticos del mundo contemporáneo, tales como las transformaciones de los Estados o el papel de las naciones en los nuevos momentos de crisis del capitalismo global, los cuales no han sido abordados con suficiente claridad por parte de los enfoques convencionales (Robinson, 2005).

La matriz espacio-temporal del Estado capitalista: un enfoque histórico

A pesar de haber sido publicada varias décadas atrás, la obra madura de Poulantzas Estado, poder y socialismo (1979) ha resultado ser un aporte vigoroso para el entendimiento de diversas categorías conceptuales propias del mundo contemporáneo. En especial, su contribución al entendimiento del tipo de Estado capitalista ha sido una de las razones por las cuales el sociólogo británico Bob Jessop (2011) ha sugerido que el último libro de Poulantzas es, en efecto, un clásico moderno. El presente artículo explora el alcance de dicha obra para comprender un fenómeno que no siempre se muestra asociado con la reflexión poulantziana, pero que hace parte integral de su analítica: la nación moderna como forma específica de integración política de los Estados capitalistas.4 De acuerdo con Poulantzas (1979), en la nación coinciden la matriz espacial y temporal de las sociedades capitalistas: un territorio estrictamente delimitado, con fronteras establecidas y un tiempo progresivo y acumulativo, el cual posibilita una forma de historicidad política que difiere en múltiples aspectos de las formas feudales de representación del tiempo y el espacio, por tomar un ejemplo.

Las sociedades precapitalistas no experimentaron esa forma de historicidad política ligada a un territorio con fronteras claramente demarcadas y legitimadas por un sistema de Estados soberanos.5 Por el contrario, las formas de organización social características de la Edad Media o la Antigüedad construyeron formas de historicidad política ligadas al cuerpo mismo del príncipe-soberano, el cual no estaba circunscrito necesariamente a un territorio con fronteras específicamente delimitadas en el mismo sentido en que lo están los Estados nación modernos:

Historicidad política (precapitalista), que no puede tener nexos constitutivos con un territorio en el sentido moderno, en la medida en que este territorio-fronteras no existe aún y en que las matrices espaciales precapitalistas tienen el mismo fundamento que las matrices temporales precapitalistas (Poulantzas, 1979, p. 130).

En otras palabras, las formas en que las sociedades precapitalistas se relacionaron con el territorio distan significativamente de las desarrolladas por los Estados nación modernos.6 De hecho, desde la perspectiva de Poulantzas, no es correcto hablar en ellas de «historicidad política» en el sentido actual del tiempo político debido a que el tiempo del príncipe se «extiende» y «retracta» en una espacialidad «continua» y «homogénea»:

Está calcada [..] del cuerpo del soberano, que no es, a su vez, soberano de un territorio-fronteras. No hay historicidad ni territorio en el sentido moderno: los territorios precapitalistas no tienen historicidad propia porque el tiempo político es el cuerpo del príncipe, extensible, retractable y móvil en un espacio continuo y homogéneo (Poulantzas, 1979, p. 130).

En Estado, poder y socialismo, Poulantzas (1979) sostuvo que la forma en que las sociedades capitalistas se relacionan con el «espacio» y el «tiempo» se encuentra implícita en las relaciones de producción y la división social del trabajo que trajo consigo el desarrollo del capitalismo. A causa de lo anterior, el vínculo entre el Estado y la nación adquiere una connotación histórica que cuestiona todo intento de naturalización o «mistificación»:

Dicho de otra manera: los caracteres propios de la matriz espacial y de la matriz temporal de un modo de producción, implicados por sus relaciones de producción y su división social del trabajo, determinan las relaciones que estas matrices mantienen entre sí (Poulantzas, 1979).

En lugar de observar la emergencia de los Estados nación modernos como un fenómeno «intrínseco» o meramente político, consideró que su conformación encuentra bases concretas en los procesos culturales, políticos y económicos que trajo consigo el desarrollo del capitalismo, en especial sus formas específicas de producción del tiempo y el espacio.7

Las matrices espaciales y temporales desarrolladas por el capitalismo se diferencian de las formas de producción espacio-temporal predominantes en la historia occidental, por lo menos respecto de la Antigüedad y la Edad Media. En el Mundo Antiguo, por tomar un ejemplo, la forma de representar el espacio se caracterizó, según Poulantzas, por su carácter «abierto» y «homogéneo». Las formas de producción espacio-temporal estaban diseñadas de acuerdo con patrones similares que tendían a repetirse:

De acuerdo con Poulantzas, el espacio en la antigüedad se caracterizó por la apertura y la homogeneidad. Estaba dominado por un sistema de ciudades cuya arquitectura y estructuras espaciales se encontraban basadas en un patrón similar. Las ciudades se encontraban abiertas a su entorno, con este último reproduciendo a veces los patrones espaciales fundamentales de las primeras. El espacio que emergió entonces era homogéneo, continuo e indiferenciado. En él, la gente realmente no podía cambiar su ubicación ‘porque cada punto del espacio era una repetición exacta del punto anterior’ (Wissen, 2011, p. 189).

A lo que alude Poulantzas (1979), más claramente, es al hecho de que en el Mundo Antiguo las formas de representación espacial no comprendían fronteras territoriales en el sentido moderno, basadas en una idea del adentro y el afuera. Los lugares desconocidos, más que lugares por conocer, aludían a un no lugar, al fin categórico de todo espacio posible (Poulantzas, 1979). La Edad Media, por su parte, presentó una relación más delimitada con el territorio a partir del florecimiento de las ciudades amuralladas, no obstante, dichas fronteras no representaron la transición entre «dos espacios equivalentes», como sí lo hacen en el sistema moderno de Estados: «Unlike the modern state system, however, external borders did not mark the transition between two equivalent spaces. In fact, the situation was rather more similar to that which prevailed in ancient times» (Gallas, et al., 2011, p. 190).

¿Homogeneizar el tiempo y el espacio?

En contraste con lo anterior, la matriz de organización espacio-temporal desarrollada por las sociedades capitalistas se caracteriza por la paradójica coexistencia de dos aspectos en apariencia contrapuestos: discontinuidad y homogeneización. El histórico incremento de la división social del trabajo, la propiedad privada de los medios de producción, así como la subdivisión de las tierras comunales, trajeron como consecuencia un desarrollo desigual del espacio y el tiempo en el capitalismo, que, para Poulantzas (1979), constituye su principal diferencia con respecto a las épocas anteriores. Se trata, en este caso, de una forma de producir el espacio pletórica en «discontinuidades», «rupturas» y «segmentaciones», que contrasta con los vastos terrenos homogéneos de la Edad Media: «According to Poulantzas, it is these discontinuities and segmentations that shape the spatial matrix of capitalism and distiguish it from those of previous epochs» (Gallas et al., 2011, p. 189).

En este sentido, la aparente homegeneidad espacial y temporal que a su vez presenta el capitalismo adquiere connotaciones muy distintas de aquellas que estuvieron presentes en la Edad Media y el Mundo Antiguo. Mientras que en dichas épocas la homogeneidad del territorio estuvo ligada a las formas de autoridad política, la ausencia de fronteras en su acepción moderna y a un modo de producción centrado en la propiedad de la tierra, las relaciones de producción capitalistas tanto como la división social del trabajo generaron una segmentación del espacio que entró en contraste con los procesos de homogeneización desarrollados por el Estado nación. De acuerdo con Wissen, Lefebvre calificó esta forma contradictoria adquirida por la matriz espacial del capitalismo como «homogénea y fragmentada a la vez» (Gallas et al., 2011, p. 190). Se resalta en este caso la sutil pero crucial diferencia entre un territorio «homogéneo» (como sería el caso de la Edad Media) y otro «homogeneizado» (que alude propiamente a la matriz espacial del Estado capitalista).

Para Poulantzas (1979), este comportamiento de apariencia paradójica identificado en la matriz espacial del capitalismo puede también ser observado en la representación de la matriz temporal. Un ejemplo de este doble movimiento de fragmentación-homogeneización puede encontrarse en la forma en que el Estado nacional logró «controlar» y «unificar» el tiempo a través de la «totalización de las historicidades» presentes en los distintos pueblos. Si bien, por un lado, las relaciones sociales capitalistas irrumpieron en las circularidades propias del tiempo medieval y antiguo, introduciendo un concepto del tiempo fragmentado, lineal, medible y acumulativo, por otro lado, el Estado capitalista ha tendido a homogeneizar las formas sociales de representación del tiempo y la historia en lo que ya, según Poulantzas, constituye uno de los aspectos embrionarios del totalitarismo:

Controlar y unificar el tiempo erigiéndolo en instrumento del poder, totalizar las historicidades aplastando las diferencias, serializar y segmentar los momentos para orientarlos y acumularlos, desacralizar la historia para acapararla, homogeneizar al pueblo nación forjando y borrando sus propios pasados: las premisas del totalitarismo moderno existen en la matriz temporal inscrita en el Estado moderno, ya implicada por las relaciones de producción y la división social capitalista del trabajo (Poulantzas, 1979, p. 136).

Desde esta perspectiva, la historicidad vinculada a un territorio específico es un atributo que no se encuentra presente de la misma manera en las sociedades antiguas o feudales. Más bien, se trata de uno de los procedimientos específicos mediante los cuales el Estado capitalista ha «delimitado», con una especie de cerco simbólico, el territorio en el cual se asume como poder soberano:

Esto se hace aún más evidente si se comprueba que este Estado es el que instaura el nexo particular entre la historia y el territorio, el que establece un nexo particular entre la matriz espacial y la matriz temporal, cuya intersección es posible gracias a la nación moderna, que es también su encrucijada (Poulantzas, 1979, p. 136).

Un nuevo sentido de la memoria y la tradición histórica

¿Cobra entonces una connotación diferente la tradición de los pueblos en el contexto creado por los Estados capitalistas? ¿Consiste acaso en la manifestación de una tradición compartida en tiempos anteriores a la aparición del Estado y que encuentra en él una nueva manera de concretarse? ¿Es, por el contrario, una forma inédita de vivir la tradición signada por la «apropiación» estatal de ella en una «historia nacional»? El enfoque poulantziano apunta a que la tradición en las sociedades capitalistas al tiempo que se ve enmarcada en el proceso de homogeneización agenciado por el Estado adquiere también connotaciones diferentes de aquellas que predominaron en momentos anteriores de la historia occidental.8 La tradición, en su acepción moderna, se encuentra enmarcada en los procesos de unificación del Estado nacional: no solo es el síntoma de una manera inédita de vivir el pasado, sino que también alude a un «nuevo sentido del porvenir», entendido este como una sucesión progresiva y no como el entramado de pasado, presente y futuro, tal y como se representó en la Antigüedad:

La «tradición» no tiene […] el mismo sentido que en el precapitalismo, porque el antes y el después se sitúan en matrices completamente diferentes […] el pasado no es copresencia en lo actual, sino secuencias acumuladas hacia lo que se convierte en un nuevo sentido del porvenir (Poulantzas, 1979, p. 136).

El Estado nación representativo, entonces, implica un modo inédito de vivir la memoria histórica que responde al carácter específico de su existencia. La crítica de Poulantzas apunta a que el no reconocimiento de dicha especificidad tiende a generar una idea «eternizada» del Estado, entidad depositaria de la memoria de los pueblos que se autorreproduce en el transcurso de la historia.9 Por el contrario, Poulantzas le atribuye un sentido activo a dicha memoria al sostener que se encuentra en constante trance de emerger o perecer, de reproducirse o dejar de existir en el momento ser incorporada o aniquilada por un Estado en particular. La tradición y la memoria de los pueblos una vez condensadas en el así llamado «pueblo nación» devienen una forma específica de vivir la territorialidad al tiempo que representan una de las fuentes de legitimación más importantes de los Estados capitalistas:

En esa historicidad orientada pero sin fin, el Estado representa una eternidad que él reproduce por autoengendramiento. Este Estado organiza a la nación en marcha y tiende así a monopolizar la tradición nacional, haciendo de ella el momento de un devenir designado por él y almacenando la memoria del pueblo-nación. En la era capitalista una nación sin Estado propio es una nación en trance de perder su tradición y su historia, porque Estado-nación moderno quiere decir también liquidación de las tradiciones, de las historias y de las memorias de las naciones dominadas incluidas en su proceso (Poulantzas, 1979, p. 135).

Esta forma de apropiación y homogeneización de la memoria que es posible observar en los Estados nación capitalistas representa entonces una de las manifestaciones propias del «poder» político en la modernidad. En este sentido, la expansión de los Estados capitalistas, en especial a partir del siglo XX, se encuentra atravesada por la constante pugna en torno a las distintas tradiciones y sus vínculos con el territorio, donde algunas de ellas son elevadas a la categoría de nación en tanto que otras son aniquiladas por completo en lo que constituye uno de los rasgos más drásticos de la violencia política contemporánea: el genocidio.10

Las raíces del totalitarismo

En el enfoque propuesto por Poulantzas, la forma mediante la cual los Estados capitalistas expanden sus fronteras se diferencia de las del Mundo Antiguo o medieval en el hecho de que en este caso no se trata de una expansión a través de un espacio «continuo» y «homogéneo». Por el contrario, las formas contemporáneas de expansión del Estado moderno se encuentran asociadas con procesos de asimilación o, en el peor de los casos, extinción total de los habitantes de un territorio y su historicidad. Las formas mediante las cuales se lleva a cabo la homogeneización del espacio generada por la expansión de los Estados capitalistas suele estar acompañada de tres aspectos relevantes que condicionan en buena medida la violencia política de la modernidad (Gallas et al., 2011, p. 192):

  • La valorización de los territorios no capitalistas generada por la expansión de los Estados nacionales.
  • Las masacres infligidas a las minorías que no encajan en las historias nacionales.
  • La recurrencia a formas «excepcionales del Estado capitalista», tales como las dictaduras o los campos de concentración. En el caso de esta última, se internalizan las fronteras en el espacio nacional para «encerrar» a aquellos que representan el «afuera de la nación».

 

Según estos aspectos, el totalitarismo para Poulantzas no es propiamente una experiencia accidental en los procesos de construcción y expansión de los Estados nacionales, sino que sus rudimentos se encuentran inscritos en las prácticas de homogeneización y encierro generadas por los Estados capitalistas tanto en las matrices temporales como espaciales, esto es: la tendencia a homogeneizar, bien por aniquilamiento o asimilación, a las distintas tradiciones populares, así como a las distintas poblaciones que, en efecto, habitan en un territorio específico:

En consecuencia, la relación contradictoria entre el interior y el exterior, característica de la matriz espacial del capitalismo, genera una tendencia a la expansión que implica la destrucción selectiva de la diferencia, cobrando así un aspecto distinto a las ‘masacres indiferenciadas’ que acompañaron la expansión de los imperios antiguos y feudales (Wissen, 2011, p. 192).

Lo que hoy se denomina bajo el nombre de la «unidad nacional» en lugar de ser visto por Poulantzas como la manifestación «natural» de la nación es, en buena medida, una creación histórica de los Estados capitalistas a través de la operación de un «gran encierro». De esta manera, la historia de las naciones modernas se encuentra, como se señaló, ligada a la historia misma del Estado capitalista y a su capacidad para homogeneizar tanto el territorio como las distintas tradiciones que en él habitan. En otros términos, la unidad y la cohesión, lejos de ser atributos esenciales de las naciones, son más bien un resultado «artificial», cuyas raíces históricas son identificables y coinciden con uno de los efectos generados por el Estado capitalista al homogeneizar el espacio y el tiempo: «El estado y la nación, entendida esta última como un territorio a la vez homogeneizado y fragmentado, se implican mutuamente» (Wissen, 2011, p. 191). El Estado capitalista no solo crea las condiciones que permiten hablar de la unidad nacional en un espacio determinado, sino que a su vez dicho proceso define también los rasgos más característicos de este tipo de Estado. El resultado de este doble movimiento es una de las manifestaciones más claras del Estado territorial capitalista: la «historicidad de un territorio» y la «territorialización de una historia»:

La unidad nacional, la nación moderna, se hace así historicidad de un territorio y territorialización de una historia, tradicional nacional, en suma, de un territorio materializado en el Estado-nación: las balizas del territorio se convierten en jalones de la historia trazados en el Estado. Los cercados implicados en la constitución del pueblo-nación moderno no son tan terribles más que por ser, al mismo tiempo, fragmentos de una historia totalizada y capitalizada por el Estado (Poulantzas, 1979, p. 135).

Son precisamente estos «cercados» a los cuales señala Poulantzas como la impronta de lo «terrible» en la historia de los Estados capitalistas, en especial a partir del siglo XX. Tanto el genocidio de los armenios, liderado por Kamal Atatürk, como los campos de concentración de la Alemania nazi, tienen en común la misma tendencia a la homogeneización que se encuentra inscrita en todo proceso de configuración de un Estado nacional.

Este aspecto sugiere que la configuración de las naciones modernas ha implicado formas inéditas de ejercer el poder e, incluso, la violencia. Los procesos de homogeneización de territorios y pueblos fragmentados han implicado la eliminación de aquellos que son considerados como «cuerpos extranjeros» en la nación, en lo que puede denominarse como una de las formas específicas de la violencia del Estado capitalista. Para Poulantzas, el momento en el cual un grupo de personas es arrojado por parte de un Estado nacional más allá de las fronteras del tiempo y el espacio es lo que se puede llamar propiamente un genocidio: «Los genocidios son eliminaciones de los que pasan a ser ‘cuerpos extranjeros’ en el territorio y la historia nacionales, exclusiones fuera del espacio y fuera del tiempo» (Poulantzas, 1979).

Dicha expresión específica de la violencia del Estado, la cual puede encontrarse de manera predominante en los regímenes «excepcionales» adoptados por el Estado capitalista (dictadura, fascismo, etc.), encuentra las condiciones básicas para su emergencia en el «gran encierro» que supone la unificación nacional. Evidentemente, no se afirma en este punto que toda nación sea la manifestación de un genocidio, sino que, por el contrario, todo genocidio requiere las formas de unificación nacionales para perpetrarse. Con el «gran encierro», Poulantzas alude a la homogeneización, por parte del Estado, de un tiempo y un espacio que han sido fragmentados por la irrupción misma del capitalismo. En este sentido, la construcción de las historias nacionales desempeña un papel importante a la hora de erigir fronteras que, de manera eventual, se pueden cerrar ante los así considerados «no nacionales» o «antinacionales», esa forma particular de la otredad moderna que queda así despojada de todo atributo jurídico:

El gran encierro solo se produce porque también él es recorte y unificación de un tiempo serial y segmentado: los campos de concentración son una invención moderna en el sentido, asimismo, de que la frontera se cierra tras los «antinacionales» que están en suspensión de tiempo, en suspensión de historicidad nacional. Las reivindicaciones nacionales de un Estado propio en la era moderna, son reivindicaciones de un territorio propio que significan así reivindicaciones de una historia propia. Las premisas del totalitarismo no solo existen en la matriz espacial y la matriz temporal corporeizadas en el Estado moderno, sino también, tal vez sobre todo, en su relación concentrada por el Estado (Poulantzas, 1979).

Asimismo, la forma adoptada por los Estados capitalistas en su fase imperial se comporta en consonancia con la tendencia homogeneizante del Estado nación descrita. La «asimilación» de las distintas historias por parte de una «historia mayor» que engloba a las demás —o las aniquila, si es del caso— es, de acuerdo con el análisis de Poulantzas, una de las formas mediante las cuales un Estado nación en posición dominante logra someter a otro. En el contexto ofrecido por las sociedades capitalistas, ser autónomo en términos nacionales significa tener la posibilidad de narrar «la historia propia»: «Las reivindicaciones de autonomía nacional y de Estado propio de la era moderna significan, en la historicidad capitalista, reivindicaciones de una historia propia» (Poulantzas, 1979, p. 135).

El Estado y la nación: una relación de mutua dependencia

Luego de tomar en consideración los aportes de Gramsci con respecto a las condiciones favorables que ofrecen los Estados nación modernos a la emergencia de los totalitarismos y los regímenes excepcionales, Poulantzas se concentró en los efectos de la individualización lograda por el Estado en cuanto forma específica de ejercicio del poder, cuyos extremos insospechados representan uno de los rasgos más complejos del Estado capitalista contemporáneo: «Él deriva lo anterior en parte de Gramsci, quien observó cómo el Estado democrático moderno, con sus fundamentos en la ciudadanía individual y un estado nacional soberano, incentivó a la política normal a tomar la forma de una lucha por la hegemonía nacional – popular» (Jessop, 2011, p. 45). Este aspecto, el cual fue ampliamente discutido a partir de la crítica a Foucault y sus ideas a propósito de las técnicas modernas del poder (Focault, 1976), condujo a Poulantzas a dimensionar el papel de la fuerza y la ley en la configuración del campo estratégico del Estado nacional y su relación con las luchas instauradas entre las distintas clases sociales. De acuerdo con Jessop (2011), el análisis poulantziano de la nación moderna se centró en la imbricación que esta instaura con el Estado, la determinación estratégica que la lucha de clases ejerce sobre ella y la importancia que adquieren las matrices temporales y espaciales a la hora de «circunscribir» el territorio nacional en función de los «ritmos» económicos y políticos:

La discusión a propósito de la selectividad estratégica concluye con un innovador análisis de la nación moderna, su papel en la formación del Estado, su sobre-determinación por la lucha de clases y la relevancia de las matrices espacio -temporales que circunscriben y delimitan el territorio nacional económica y políticamente para dar forma a sus ritmos económicos y políticos (Jessop, 2011, p. 46).

Respecto del primero de los aspectos mencionados, la imbricación entre el Estado capitalista y la nación, Poulantzas aportó elementos que permiten comprender hasta cierto grado el modo en que opera dicha relación, incluso en la actualidad (Jessop, 1991). En este sentido, su crítica parte por «desnaturalizar» a las naciones modernas y reconocer el carácter histórico de su conformación. En dicho proceso, el papel desempeñado por el Estado no es menor. Para Poulantzas (1979), el Estado capitalista ha sido el responsable de construir los «contornos» necesarios con el fin de llevar a cabo la homogeneización característica de las naciones modernas. Incluso las lenguas nacionales, pese a su apariencia autónoma y neutral con respecto a las esferas políticas, han sido «reorganizadas» profundamente por la interacción que propician los Estados y las naciones: «La lengua nacional es una lengua profundamente reorganizada por el Estado en su estructura misma [..] con relación a las matrices espacial y temporal capitalistas, vaciada en el molde institucional del Estado» (Poulantzas, 1979).

Para Wissen (2011), el aporte de Poulantzas a propósito del papel desempeñado por el Estado capitalista en la configuración de las naciones modernas se sintetiza en los siguientes aspectos:

  • Inserta en un territorio dado a individuos que han sido abstraídos de un entorno tradicional hacia un «nuevo» ambiente de «afinidades» y normaliza así las jerarquías establecidas por las sociedades capitalistas.
  • Configura las fronteras territoriales y construye un marco legal interno que brinda condiciones para la existencia de un mercado «nacional».
  • Contribuye a la cohesión de la población al construir subjetividades que no se asumen como miembros de clases y tradiciones culturales «antagónicas», sino como ciudadanos y sujetos del mercado.

 

Es necesario señalar que el Estado capitalista no logra suprimir la plétora de discontinuidades y rupturas que caracterizan a las matrices espaciales y temporales de las sociedades capitalistas, simplemente las contiene en un nivel que las hace controlables y, sobre todo, «negociables»: «The state does not suspend the discontinuities and segmentations of the spatial matrix of capitalism, but renders them controlable, manageable and ‘negotiable'» (Gallas et al., 2011, p. 191).

El movimiento, en apariencia contradictorio, a través del cual el Estado forja la unidad de la nación a partir de la individualización de los sujetos ha sido descrito por Poulantzas como uno de los rasgos específicos de su proceder.11 Desde esta perspectiva, la existencia de la nación requiere tendencialmente una forma particular de Estado que haga posible en el territorio lo que la nación misma proyecta en el tiempo, es decir, en su «historicidad». El Estado capitalista y la nación, en especial cuando esta última se comprende en su doble carácter fragmentado y homogeneizado, se presuponen el uno al otro hasta el punto de que el Estado no solo contribuye a la así llamada «unidad nacional», sino que se configura a sí mismo en el proceso de construcción de dicha unidad, fundamental para el desarrollo y reproducción del capitalismo, incluso en un escenario globalizado.

Llegado este punto del análisis de Poulantzas, en el cual se observa un movimiento contradictorio en la descripción del Estado nación, es importante erigir un interrogante: ¿qué factores contribuyen a generar tanto la fragmentación como la homogeneización que le atribuye al Estado nacional en las sociedades capitalistas? Su argumentación sostiene que el doble movimiento de «homogeneización», por un lado, y de «ruptura» y «discontinuidad», por otro, son dos manifestaciones de un mismo fenómeno: el proceso de reproducción y acumulación del capital. Por una parte, para que exista un mercado interno en un territorio específico es menester que se opere el «gran encierro» descrito, que se establezcan criterios homogéneos con respecto a las fronteras, la población, la ley y la fuerza capaces de «naturalizar» el nuevo haz de relaciones y jerarquías producido por el desarrollo del capitalismo. Este proceso implica que los individuos son conducidos por el Estado a habitar en ritmos y prácticas temporales que son compatibles con las relaciones capitalistas de producción. La soberanía del Estado adquiere así un carácter territorial que hasta entonces no había existido, al convertirse en la emanación por excelencia de la ley en sus fronteras.12 Por otra parte, la circulación y acumulación del capital generan un movimiento que impulsa a las naciones a transgredir las fronteras establecidas y generar así una tendencia a la «fragmentación» espacial, a la disolución de algunas fronteras y a la expansión de otras, lo cual se puede apreciar en fenómenos como el imperialismo de las naciones capitalistas y las guerras que han tenido lugar dentro de su expansión:

La homogeneización del espacio en un territorio nacional con fronteras exteriores estables (la ‘expresión política de un encierro’…) es una condición necesaria para el funcionamiento de un mercado nacional. Por otra parte, la circulación del capital tiende a transgredir constantemente las fronteras. El capital sólo puede reproducirse a sí mismo de manera transnacional — es decir, transgrediendo las fronteras —. Pero se mueve dentro de una matriz espacial que es en sí misma internacional, esto es, se basa en la existencia de territorios separados y delimitados por fronteras. El establecimiento de las fronteras implica a su vez que éstas pueden ser movidas (Wissen, 2011, p. 192).

De acuerdo con el enfoque poulantziano, las fronteras no solo fueron trazadas para ser, de manera eventual, diluidas y sobrepasadas por los mismos Estados capitalistas. Además de ello, es de notar que al mismo tiempo que la acumulación del capital carece de límites presupuestados, «el interior» mismo de un Estado capitalista, en teoría, puede llegar a expandirse ad infinitum (Poulantzas, 1979).

El Estado nación: ¿un campo de selectividad estratégica?

Si bien, por una parte, el Estado ha desempeñado un papel predominante en la conformación de las naciones modernas, Jessop sostiene que, a su vez, dichas naciones han permitido el desarrollo de los Estados capitalistas, en especial respecto del carácter territorial de dichos Estados: «Nationhood is a crucial element in the institutional matrix of the capitalist state. Historically the latter tends to encompass a single, constant nation; and modern nations have a corresponding tendency to establish their own states» (1999, p.64). Asimismo, desde el enfoque desarrollado por Jessop a partir de la obra de Poulantzas, esto es, el enfoque estratégico relacional de las sociedades capitalistas, las formas nacionales de conformación del espacio comprenden a su vez un campo estratégico, en el cual las distintas clases sociales proyectan un horizonte de acción y legitimación. Como se mencionó, esta afirmación no conduce a observar a la nación como un simple instrumento del Estado, sino más bien a demostrar que esta forma particular de producción del espacio y el tiempo es estratégicamente selectiva, en especial respecto del establecimiento de principios identitarios compatibles con las jerarquías desplegadas por las burguesías que prevalecen en un territorio específico:

The capitalist type of state establishes a distinctive national language and forms of writing; it also reproduces the mental-manual division of labour through education and other institutions. Overall these features tend to exclude the popular masses from participation in political power. Thus it is important to explore the national modality of the bourgeois state, including its implications for the relationship between knowledge and power (Jessop, 1999, p.64).

Lo anterior condujo a Jessop a sostener que las concepciones del tiempo, del espacio y, por ende, la nación se encuentran «determinadas» por la correlación de fuerzas entre las clases sociales, pues, en la medida en que existen variantes burguesas y populares de la nación, el hecho de que una de ellas prevalezca es en sí la expresión de un ejercicio del poder enmarcado en un campo estratégico de relaciones selectivas: «Hay variantes burguesas y proletarias de la matriz espacio – temporal capitalista así como versiones contrapuestas en términos de clase de la nación» (Jessop, 1999, p. 66). Esto, sin embargo, no limita a las naciones modernas a ser la mera creación de la «clase dominante» —aunque sí reconoce que el papel de las burguesías ha sido predominante en su conformación—, más bien se centra en comprender a la nación como un campo estratégico, en el cual se condensan, de manera refractada, las relaciones de fuerza que existen en determinada sociedad e integrar así los análisis de Poulantzas con problemas contemporáneos vinculados con la nación: «Por lo tanto, la nación moderna no es creación exclusiva de la burguesía sino que en realidad refleja una relación de fuerzas entre las clases sociales ‘modernas’. No obstante, se encuentra afectada de manera preeminente por el desarrollo de la burguesía» (Jessop, 1999, p. 65).

Dicho en otros términos, la relación instaurada entre la nación, las diferentes clases sociales y el Estado adquiere desde un enfoque estratégico relacional un mayor nivel de complejidad gracias al trabajo de Poulantzas, pues permite tomar distancia tanto de una lectura instrumentalista del fenómeno como de las famosas «esferas» weberianas (Inda, 2009a) para representarlo, en cambio, como la condensación histórica de las relaciones de clases y fracciones de clases sociales propias del capitalismo, las cuales desempeñan un importante papel no solo a la hora de construir y delimitar a las naciones, sino también en la forma en que dichas naciones se relacionan entre sí.13 Desde esta perspectiva, se puede afirmar que el Estado, la nación y las clases sociales desempeñan un papel de tal importancia en la reproducción de las relaciones capitalistas que, incluso en un escenario caracterizado por la transnacionalización del capital, las formas nacionales de Estado seguirán siendo la base para la expansión de las distintas burguesías transnacionalizadas. Lejos de reducir su capacidad en un contexto de proliferación de capitales transnacionales y alianzas público-privadas, los Estados nacionales en la actualidad están transformando de manera importante su estructura (Picciotto, 2011). Incluso en un escenario global tan abigarrado como el contemporáneo, la reproducción de las relaciones capitalistas todavía tiene como eje central la materialidad institucional de los Estados nacionales: «Aun cuando el capitalismo está experimentando la transnacionalización, la reproducción burguesa sigue estando centrada en el Estado-nación. Así, la nación moderna, el estado nacional y la burguesía están íntimamente conectados y se encuentran constituidos en el mismo terreno de las relaciones capitalistas» (Jessop, 1999, p. 66). Lo anterior, como el mismo Jessop reconoce, hace eco del planteamiento de Poulantzas, quien sostuvo en distintos momentos de su obra que la nación y el Estado capitalista responden a las matrices espaciales y temporales desarrolladas por el capitalismo y, por tanto, su existencia seguirá siendo estratégica, incluso en momentos de creciente internacionalización del capital (Poulantzas, 1975). En este sentido, los Estados nacionales siguen desempeñando un papel importante en los procesos globales de reproducción del capital, pero al tiempo están presentando modificaciones importantes que se han acelerado a partir de la década de 1980, las cuales tienden hacia la adopción de medidas de ajuste estructural orientadas por organismos multilaterales, la reducción del gasto social —que en términos globales se conoció como la crisis del estado de bienestar— y el fortalecimiento de las instancias militares y represivas (Bonanno, 2000).

Conclusiones

Lo que podríamos considerar como uno de los aportes relevantes de Poulantzas respecto del análisis del Estado nación capitalista es que logró poner en cuestión tanto la teoría weberiana de la autonomía estatal (Inda, 2009b) como el instrumentalismo marxista dominante en su contexto al identificar el carácter específico que presenta dicho Estado a la hora organizar el tiempo y el espacio de manera estratégica. Lo anterior fue posible, en parte, gracias al método de «comparación histórica» empleado en su obra Estado, poder y socialismo (1979), el cual le permitió afirmar que los Estados nacionales no se limitan a ser la expresión de una identidad nacional «esencial» preexistente a la conformación misma del Estado ni mucho menos la prótesis a través de la cual la burguesía logra conformar un mercado interno al tiempo que somete a las demás clases sociales. Ciertamente, los Estados nacionales dan cuenta de una forma histórica de ejercicio del poder, no obstante, el modo en que operan es mucho más complejo que una prótesis o un simple instrumento de coerción legitimada.

Para Poulantzas, el desarrollo de las naciones modernas tiene bases concretas en la historia, las cuales se encuentran íntimamente relacionadas con la emergencia de los Estados capitalistas y sus formas específicas de producción del tiempo y el espacio. En este sentido, la emergencia de dichos Estados modificó e integró los elementos aparentemente «naturales» que conforman a las naciones modernas: la unidad de la economía, el territorio, la lengua, la tradición, entre otros, con el fin de adaptarlos al nuevo escenario de relaciones sociales que trajo consigo el surgimiento del capitalismo.

A partir de la comparación histórica de distintas formas de representación social, concluyó que no es posible hablar de una forma «prepolítica» de organización nacional o, en todo caso, de un modelo ideal que hubiese sido desarrollado de manera independiente a los Estados capitalistas:

De hecho, Poulantzas es cuidadoso a la hora de contrastar la organización espacial y temporal de las sociedades capitalistas con la de sistemas antiguos y feudales así como al identificar sus implicaciones en las divisiones establecidas entre naciones, entre pueblos civilizados y bárbaros, entre creyentes e infieles respectivamente. En ese sentido, hace énfasis en que la nación moderna es siempre un producto de la intervención estatal y no debería considerarse como pre-política o primordial (Jessop, 1999, p. 64).

En otras palabras, el enfoque implementado por Poulantzas con el fin de analizar el desarrollo de las naciones modernas parte de la siguiente premisa: las naciones no son manifestaciones naturales o esenciales de la identidad de un territorio, más bien son el resultado histórico de la emergencia del capitalismo y el tipo de Estado asociado. El espacio, el tiempo y la tradición son, por lo tanto, producciones históricas que se encuentran sujetas a la transformación. Para llevar a cabo este análisis, Poulantzas desarrolló el concepto matriz espacio-temporal, con el cual pretendió recurrir a las bases concretas —materiales— que constituyen la fuerza causal de esa forma específica de representación del tiempo y el espacio que es la nación. Con ello, ayudó a llenar un vacío importante no solo en la obra del mismo Marx (Barrow, 2000), sino en toda la tradición marxista que pudo, por fin, encontrar una forma de llevar el análisis materialista más allá de una mirada instrumental del Estado y explicar —al menos en parte— algunos de los fenómenos políticos que atañen a las sociedades contemporáneas, en especial el papel estratégico que desempeñan las transformaciones del Estado nación en la era del capitalismo global.

Referencias

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Notas

1 El presente artículo ha sido crucial para el desarrollo del marco teórico de l a tesis Repensar el Estado capi talista: enfoques y conceptos en la obra de Nicos Poulantzas, elaborada entre 2014 y 2015 para optar al título de Magíster en Estudios Políticos en la Universidad Nacional de Colombia, Medellín.
3 Si bien se resalta en este trabajo la actualidad de la última fase de la obra de Poulantzas, no está demás señalar que incluso el debate sostenido con Miliband está siendo revisado a la luz de nuevas preguntas teóricas y metodológicas a propósito de la naturaleza del Estado capitalista (Duhalde, 2009).
4 Cuando se hace referencia al Estado capitalista en el presente trabajo no se alude a ninguna manifestación coyuntural del poder en el Estado, sino a la categoría analítica que comprende la conformación histórica de todos los Estados contemporáneos y que emergió a partir del debate Miliband-Poulantzas a finales de la década de 1960. De acuerdo con Panitch, esta importante categoría no existía en los estudios políticos antes del debate mencionado: «When I say that the capitalist state did not exist, what I really mean to say is that it did not exist as a term within mainstream political discourse, even as this discourse was reflected in the concepts and theories which the discipline of political science uses to refer to the countries we live in. It was only with the emergence of the Marxist theory of the state in the late 1960s and early 1970s that we finally felt ourselves moving from a repetitive and increasingly tedious […] exercise of tearing down pluralism to actually participating in building up a new, far more sophisticated way of studying politics» (Panitch, 1999, p. 19).
5 La presencia de fronteras nacionales estrictamente delimitadas, así como la exclusividad de un poder soberano en ellas es un rasgo distintivo de los Estados modernos. Sassen, por lo mismo, alude a esta forma adoptada por lo político estatal como el Estado territorial soberano, el cual suplantó de manera paulatina la República cristiana a partir del siglo XVII: «En efecto, los orígenes del Estado territorial soberano en Europa se remontan a esos reyes débiles que se autoadjudicaron la dignidad de dioses. Se trata de una dinastía de monarcas que logró instaurar un Estado territorial que desafió y luego suplantó a la República Cristiana» (Sassen, 2010, p. 75). Asimismo, dirige la atención hacia uno de los efectos más llamativos en términos políticos de esta singular forma de construir el territorio: la emergencia de una forma de Estado con soberanía exclusiva en fronteras a su vez legitimadas por otros Estados: «Mientras que en el pasado la mayoría de los territorios se encontraban sujetos a múltiples sistemas de gobierno, con el Estado nacional soberano surge la autoridad exclusiva sobre un territorio determinado, territorio que, a su vez, se concibe como colindante con esa autoridad, lo que en principio asegura una dinámica semejante en otros Estados nación. De este modo, el Estado soberano adquiere la capacidad de funcionar como el otorgante exclusivo de los derechos» (p. 25).
6 También Hobsbawm (1990) coincide en identificar el desarrollo de las naciones modernas como un fenómeno estrechamente ligado a la historia del capitalismo, las revoluciones burguesas y la crisis de las monarquías en Occidente.
7 El trabajo de Poulantzas ha resultado de singular importancia en el desarrollo de los estudios espaciales en la teoría crítica, hasta el punto de ser una referencia necesaria en lo que ha venido a considerarse como el «giro espacial», el cual encuentra sus principales representantes en Henri Lefebvre y David Harvey. Inspirado en parte por Poulantzas, Lefebvre trazó una analogía entre el carácter fetichista de la mercancía identificado por Marx (1977) y las relaciones sociales que, al tiempo que producen el espacio, son estructuradas por este (Gallas et al., 2011).
8 Este hecho fue tempranamente identificado en la conocida conferencia pronunciada por Ernest Renan en 1882: «Qu’estce qu’une nation?» Reconociendo el carácter histórico de la emergencia de las naciones, Renán indicó que estas no eran tanto el producto de los límites geográficos, la pureza de razas o lenguas, sino más bien de la construcción de un presente específico y un pasado histórico común: Una nación es un alma, un principio espiritual. Dos cosas que, propiamente hablando, son realmente una y la misma constituye esta alma, este principio espiritual. Una de ellas es el pasado, la otra es el presente. La una hace referencia a la posesión común de un legado rico en memorias; la otra se manifiesta en el consentimiento, en el deseo de vivir juntos y seguir acrecentando la herencia común que hemos recibido (Renan, 1992, p. 10).
9 Vale señalar que Poulantzas (1979) no solo cuestionó posturas como las de Weber al acusarlas de crear una idea esencialista y eternizada del Estado sujeto, sino que también dirigió su crítica al instrumentalismo presentado por la tradición marxista, que redujo el problema del Estado a la agencia de la clase en el poder. Un ejemplo de esta última vertiente lo provee Bukharin (1982, p. 2) al sostener que el Estado es, en lo fundamental, «una organización de las clases dominantes».
10 Los trabajos de Joachim Hirsch a propósito del papel de los Estados nacionales en un escenario «globalizado» señalan que el lugar de estos en la reproducción internacional del capital lejos de disminuir dependerá cada vez más del «monopolio de la violencia» como método para garantizar la cohesión y la homogeneidad de la nación: «Este monopolio especifico de la violencia estatal, el cual comprende dimensiones represivas así como legitimadoras, es un método a través del cual el Estado puede garantizar, en cierta medida, la cohesión de la sociedad (Gorg; Hirsch, 1998, p. 588)» «Más específicamente, la forma política del Estado – nación es una condición necesaria en la forma que cobra actualmente la globalización económica (p. 588).»
11 Es de notar que el diálogo establecido con la obra de Foucault fue para Poulantzas mucho más productivo de lo que usualmente se piensa. En este caso, es posible observar la relación con uno de los aspectos que posteriormente abordó la analítica foucaultiana, en especial respecto de la descripción del poder pastoral como técnica de gobierno que sirve de base al Estado moderno: «La mayor parte del tiempo el Estado es percibido como un tipo de poder político que ignora a los individuos, que mira sólo los intereses de la totalidad, yo diría, de una clase o de un grupo de ciudadanos. Eso es bastante cierto, pero me gustaría subrayar el hecho de que el poder estatal (y esta es una de las razones de su fortaleza) es una forma de poder, al mismo tiempo individualizante y totalizante. Creo que en la historia de las sociedades humanas —incluso en la antigua sociedad china— nunca ha habido una combinación tan tramposa en la misma estructura política de las técnicas de individualización y de los procedimientos de totalización. Esto es debido al hecho de que el Estado occidental moderno ha integrado en una nueva forma política, una vieja técnica de poder, que tiene su origen en las instituciones cristianas. Podemos llamar a esta técnica de poder, poder pastoral» (Foucault, 1988, p. 13).
12 A propósito del carácter histórico, divisible y, en todo caso, deconstruible de la conformación de la soberanía territorial, se pronunció de manera contundente Derrida (2010). Si bien el enfoque de Derrida difiere en múltiples aspectos de la línea de análisis establecida por Poulantzas, su trabajo conduce a apreciar la conformación del poder soberano en Occidente desde una perspectiva histórica que cuestiona de manera ácida todo intento de mistificación de las categorías políticas, en particular de la soberanía.
13 Para una mirada crítica al papel de los Estados nacionales y la globalización, ver Callinicos (2007). Allí se expone el papel decisivo del sistema internacional de Estados en los conflictos asociados con la reproducción del capital en el escenario contemporáneo, en detrimento de las perspectivas que sostienen la disolución de los Estados nacionales en virtud de un supra-Estado global. Asimismo, el trabajo de Demirovic (2011) sostiene que, lejos de estar al borde de su extinción en favor de un mercado desregularizado, los Estados nacionales han experimentado durante las últimas décadas un proceso de reorganización de sus fuerzas, que se caracteriza por la construcción de redes transnacionales y nuevas técnicas de control-dominación, como la gobernanza.

Notas de autor

2 Historiador. Magister en Estudios Políticos. Estudiante de Doctoradoen Ciencias Humanas y Sociales, Universidad Nacional de Colombia,Sede Medellín. jcariasm1@gmail.com

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