Para salir de la conmoción y de la angustia del tsunami pardo sin caer en la ingenuidad, hay que tener en cuenta que estamos efectivamente ante una marejada que arrasa nuestros fundamentos democráticos y sociales, pero que ello no significa que sea una apisonadora irresistible.
En primer lugar, porque la extrema derecha no es homogénea, como hemos dicho, aunque haya articulaciones entre sus diferentes componentes, a veces reivindicadas abiertamente y mostradas a la luz pública, a veces clandestinas, y que, por lo tanto, es necesario desbrozar si queremos enfrentarla. En segundo lugar, porque una de las principales razones de su éxito –el hecho de que parte de estas derechas responden a un deseo de transgresión– no es tenida en cuenta lo suficiente por quienes buscan combatirla.
El libro pionero ¿La rebeldía se volvió de derecha?6, del ensayista y periodista argentino Pablo Stefanoni, permite comprender que el carácter heterogéneo de esta extrema derecha no excluye las convergencias que alimentan su ascenso al poder. En él, se constata la existencia de al menos «tres líneas de tensión entre las distintas sensibilidades de la nueva derecha radical». La primera es «la tensión entre estatismo y antiestatismo, que afecta por igual a libertarios y neorreaccionarios, pasando por diversas combinaciones intermedias». La segunda es la que enfrenta «occidentalismo y antioccidentalismo», en la medida en que «un ala de la Alt-Right busca proteger a Occidente de sus enemigos –es culturalmente cristiana, a menudo pro-Israel y combate el ‘peligro’ islámico–, mientras que otra es ‘antisemita’ y más o menos neopagana» y culpa «al propio Occidente, y a la sociedad industrial que ha creado, de los problemas del mundo actual». «En esta última sensibilidad se enraízan tendencias como el ecofascismo y diversas utopías primitivistas», escribe Stefanoni. La tercera tensión es geopolítica: Matteo Salvini, Marine Le Pen y Viktor Orbán se mantienen cercanos a Rusia, mientras que Vox en España, Chega en Portugal y Hermanos de Italia, la agrupación de Meloni, son claramente atlantistas. Sin embargo, prosigue el ensayista, «aunque estas grietas son a menudo pronunciadas, encontramos muchas veces que estos mundos conviven en los mismos espacios, donde se enfrentan, discuten, se insultan y también coinciden».
Circulación y genealogía de las ideas
En términos prácticos, este movimiento de pinzas significa que debemos evitar confundirlo todo si queremos discernir las razones que favorecen el triunfo –o eventualmente derrota– de estas derechas duras y, al mismo tiempo, tomar la medida de lo que las conecta. Esto requiere que identifiquemos los movimientos y genealogías que existen entre ellas, incluso si los contextos nacionales son, por supuesto, siempre específicos.
La elección de Milei en Argentina es un ejemplo elocuente. Su crecimiento como figura política es un producto puro del sistema político y de la crisis económica que vive el país sudamericano: ha logrado encarnar a la vez el rechazo visceral del peronismo que gobernó Argentina durante décadas y una supuesta respuesta a una inflación de más de 100% anual, y parece impensable que pueda ser «exportado» a otras latitudes7. Por otro lado, cabe destacar que hizo campaña importando a un país históricamente estatista el pensamiento libertario –en su versión marginal encarnada por Rothbard–. Cierta circulación de temáticas de extrema derecha ya está bien identificada, como la del «gran reemplazo», que afirma que existe una elite «globalista» que fomenta la desaparición de las poblaciones blancas de los países occidentales y su cultura, en favor de poblaciones inmigrantes racializadas (no blancas).
Este vocabulario, acuñado por el escritor francés Renaud Camus, que profesa su homosexualidad y ha sido publicado durante mucho tiempo por pol, una editorial de literatura innovadora, se ha extendido por todo el mundo, sin duda porque cristaliza la obsesión demográfica y racial presente en la mayoría de la derecha dura. Pero también en este caso adopta formas diferentes según los contextos nacionales.
Mientras que figuras de la derecha tradicional francesas como Valérie Pécresse y Éric Ciotti han hecho suyo este vocabulario, algunos miembros de esta familia política siguen mostrándose reticentes a utilizarlo, aunque citen largo y tendido en entrevistas ciertos pasajes de los trabajos del encuestador Jérôme Fourquet para expresar su preocupación por el aumento del número de nombres de pila arabomulsulmanes dados a los bebés nacidos en Francia. El ministro italiano de Agricultura y cuñado de Meloni, Francesco Lollobrigida, declaró públicamente: «No podemos resignarnos a la idea de la sustitución étnica: los italianos tienen menos hijos, pues sustituyámoslos por otros. Ese no es el camino»8.La natalidad, que siempre se ve como un espejo de la inmigración, es uno de los temas más comunes de la extrema derecha mundial y se extiende hasta la derecha centrista.
Payton Gendron, el militante de extrema derecha que mató a diez personas en Buffalo (eeuu) en mayo de 2022, y Brenton Tarrant, que mató a 51 personas en 2019 en dos mezquitas en la ciudad de Christchurch (Nueva Zelanda), ofrecieron una versión terrorista del «gran reemplazo», uno de los principales argumentos de los «manifiestos» difundidos en el momento de sus matanzas.
En cuanto al senador republicano de Ohio J.D. Vance, autoproclamado trumpista de clase obrera y elegido como candidato a vicepresidente de Trump, acentuó la dimensión conspirativa ya presente en la versión original del «gran reemplazo», supuestamente organizado por las dirigencias liberales contra la gente «de bien», al acusar a Biden de querer matar a los votantes de Trump mediante una «epidemia» de consumo de fentanilo –una droga que, en efecto, está haciendo un daño considerable entre los hombres blancos de clase obrera, que constituyen una gran proporción del electorado trumpista9–.
«Desdemonización»
Ciertas genealogías se esconden cuidadosamente bajo la alfombra, sobre todo en el caso de los partidos que intentan llegar al poder mediante las urnas haciéndose más respetables o «desdemonizándose», aunque este último término puede ser engañoso. Según Caterina Froio, especialista en extrema derecha y profesora en Sciences Po, París, transmite la idea de una «forma de moderación de estos partidos populistas de derecha radical». En su opinión, sería más exacto hablar de la «normalización de las ideas de estos partidos, que han adquirido un papel cada vez más central y pueden incluso participar en gobiernos, o incluso dirigirlos». Pero la consecuencia de este proceso no es la moderación de estos partidos, sino la radicalización de los partidos de derechas [conservadoras] con los que gobiernan»10.
En Italia, este movimiento se remonta al siglo pasado. Se ha nutrido pacientemente de los renunciamientos de los partidos políticos tradicionales y de la inconsciencia de los medios mainstream. Por ejemplo, los grandes medios de comunicación han difundido ampliamente las opiniones del historiador Renzo De Felice, autor de una biografía de Benito Mussolini –aún inacabada al momento de su muerte, en 1996– según la cual el dictador fascista «se sacrificó» para salvar a Italia. Los presentadores de éxito también han ensalzado durante años la pasión del Duce por el jazz estadounidense.
Gracias sobre todo a los medios de comunicación del multimillonario Vincent Bolloré, pero no solo a eso, Éric Zemmour ha podido repetir su «tesis del escudo y la espada» –una tesis revisionista que presenta a Charles de Gaulle y Philippe Pétain, el jefe de Estado títere del nazismo en la Francia ocupada, como tácitamente concertados para defender a Francia– y Marine Le Pen no ha dejado de hablar de su amor por los gatos, lo que la vuelve más «simpática» a los ojos de parte del electorado.
Reagrupamiento Nacional (rn) es el arquetipo de esta voluntad de limpiar el propio nombre por todos los medios, negando u ocultando ciertas conexiones e historias consideradas demasiado embarazosas. Por ejemplo, el joven presidente de rn, Jordan Bardella (28 años), afirma en todas las plataformas que el fundador de su agrupación, Jean-Marie Le Pen, que registró los estatutos del movimiento en 1972 junto con un antiguo Waffen-ss, «no era antisemita». El partido se esfuerza también por ocultar el papel que siguen desempeñando en su seno los identitarios y la neofascista «conexión Gud» encarnada por Frédéric Chatillon, de quien varias investigaciones periodísticas han demostrado que sigue siendo central en el aparato, aunque esté instalado en Roma desde hace varios años, donde mantiene estrechos vínculos con grupos ultras como CasaPound11. Périne Schir, investigadora de la Universidad George Washington, ha destacado recientemente la influencia de la Nueva Derecha en Bardella12. En los últimos 25 años, esta corriente de pensamiento, defendida en particular por el Groupement de Recherche et d’Études pour la Civilisation Européenne [Grupo de Investigación y Estudio sobre la Civilización Europea] (Grece) e ideólogos como Jean-Yves Le Gallou y Alain de Benoist, había tendido a extenderse en el seno de los partidos del Movimiento Nacional Republicano, de Bruno Mégret, y Reconquista, de Zemmour. Pero se ha reinventado a través de nuevas estructuras como el Observatoire du Journalisme [Observatorio de Periodismo], el Institut Iliade y la Nouvelle Librairie, para influir en la joven guardia de rn, sobre todo desde la entrada de Bardella en el Parlamento Europeo.
Del eje eeuu-Rusia al mito del Extremo Norte
Por último, existe otro tipo de circulaciones, a menudo más difíciles de identificar porque operan bajo el radar o conducen a puentes que resultan, a primera vista, sorprendentes. El reciente libro de los sociólogos Kristina Stoeckl y Dmitry Uzlaner, The Moralist International: Russia in the Global Culture Wars [La internacional moralista: Rusia en la guerra cultural global]13, explora la genealogía de un discurso común entre la derecha cristiana estadounidense y la Iglesia ortodoxa rusa. Rastrea los orígenes y las razones de la similitud entre la retórica del Kremlin y la de las extremas derechas estadounidense y europea sobre los valores tradicionales, la familia, el aborto y la «decadencia de Occidente». El libro explora cómo la extrema derecha cristiana estadounidense exportó sus ideas a Rusia en la década de 1990 mediante la fundación del Congreso Mundial de Familias (wcf, por sus siglas en inglés), una organización alojada en el think tankconservador Centro Howard para la Familia, la Religión y la Sociedad, que desde entonces se ha convertido en la Organización Internacional para la Familia.
En la misma línea, podríamos mencionar la forma en que el «mito borealista» es movilizado regularmente por la extrema derecha europea para justificar sus desvaríos racializantes. En un artículo de la Revue du Crieur, Lionel Cordier mostró que esta utopía del Extremo Norte, que sirve de catalizador para la promoción de la blancura, puede encontrarse en varios países europeos con tradiciones políticas e historias coloniales distintas14. En los Países Bajos, el nacionalista Thierry Baudet, líder del partido de derecha radical Foro para la Democracia (FVD, por sus siglas en neerlandés), dijo durante su discurso de victoria en las elecciones provinciales y senatoriales de marzo de 2019 que, «como todos los demás países de nuestro mundo boreal, estamos siendo destruidos por las personas que deberían protegernos»15.
En Francia, la referencia ha sido utilizada en varias ocasiones por Jean-Marie Le Pen, inspirado a su vez por el teórico de extrema derecha Dominique Venner, que elogió repetidamente la «Europa boreal». «Más allá del Norte al que pretende referirse, la expresión se ha convertido en un nombre en clave, un terreno fértil para las fantasías más desenfrenadas de la extrema derecha europea», escribe Cordier.
Hay, por tanto, temas comunes a la extrema derecha mundial, que incluso se formalizan en grandes cónclaves, como la conferencia nacional conservadora celebrada en Roma en febrero de 2020, que reunió a la futura primera ministra italiana Giorgia Meloni, al fundador y presidente del partido español Vox Santiago Abascal, a Marion Maréchal-Le Pen y al primer ministro húngaro Viktor Orbán. Otros temas estructuran la derecha radical de forma heterogénea según la geografía y la historia nacional, y circulan de forma menos monolítica. La defensa de la familia tradicional y la oposición a las políticas lgbti+ no están ausentes de ninguno de los movimientos de extrema derecha del mundo, pero no tienen la misma importancia en Italia, eeuu o Brasil, sobre todo por el peso de las iglesias católica y evangélica, que en Argentina o incluso Francia, donde rn mantiene cierta ambigüedad sobre estas cuestiones.
Como corolario, la mayor parte de la extrema derecha mundial está marcada por un masculinismo asumido, pero esto no es sistemático. Muchos movimientos –sobre todo los que han cedido el liderazgo a las mujeres– pretenden ser feministas o, como mínimo, garantizar los derechos de las mujeres cuando llegan al poder, ignorando al mismo tiempo los elementos estructurales, en particular el derecho al aborto. Sin embargo, incluso en este caso, la estrategia ofensiva de Meloni para reducir drásticamente el acceso al aborto tiene en Francia a una Marine Le Pen más ambigua al respecto16.
De manera similar, todas las extremas derechas muestran formas de reforzar la identidad que implican invocaciones a la cultura y la tradición, pero no todas se centran en los mismos objetos. El «gastronacionalismo» que Meloni ha situado en el centro de su política no tiene equivalente en ninguna otra parte del mundo. También existen otras diferencias fundamentales, sobre todo en materia de ecología, una temática que toda la extrema derecha intenta retomar, pero de forma dispersa, aunque la mayoría comparta el rechazo de la llamada ecología «punitivista». Si la defensa de una «tradición» alimentaria italiana ha bloqueado los avances europeos en materia de nutriscore y, de hecho, ha servido para defender un modelo de agricultura industrial, una parte de la derecha radical impulsa la noción de «límites» biológicos y ecológicos, ya sea en su oposición a la reproducción médicamente asistida, en su crítica al crecimiento o en su defensa de una agricultura «sana», en el doble sentido del término, a la vez arraigada en el territorio y más respetuosa de la naturaleza.
Otra racionalidad
Una de las prioridades del progresismo es identificar estos flujos, estos pasajes, estas metabolizaciones y estos temas de fondo. Pero hay un límite a lo que podemos hacer, más allá de la imposibilidad de cartografiar definitivamente las 50 tonalidades de pardo que nos rodean, ya que estas cambian y se recomponen constantemente. Este límite reside en el hecho de que estas extremas derechas, aunque en grados diversos, están sometidas a una racionalidad diferente de la que durante mucho tiempo ha organizado el campo político en torno de una dialéctica principal entre progreso y reacción, o revolución y reacción. Esta «alter-racionalidad» permite a los reaccionarios y a los nostálgicos de un viejo orden mítico presentarse como los últimos o los nuevos revolucionarios. La mayoría de los actores en este campo, sean cuales fueren las estrategias desplegadas para lograr respetabilidad, son «ingenieros del caos», por utilizar el título de un libro del ensayista Giuliano da Empoli17. En 2018, Da Empoli describía la labor de los spin doctors [propagandistas], ideólogos, científicos y expertos en big data que han permitido la llegada al poder de líderes «disruptivos», transformando sus aparentes carencias en cualidades para quienes apoyan sus campañas y discursos: la inexperiencia como prueba de que no forman parte de la elite; las noticias falsas como prueba de su libertad de pensamiento; las rupturas geopolíticas como prueba de independencia, etc.
Estos personajes e ideas responden, en parte, a un deseo de transgresión que parece haber sustituido a la esperanza de cambio, ya sea reformista o revolucionario, en una época marcada por un futuro bloqueado por las encrucijadas ecológicas y el acceso desigual a los recursos disponibles.
Por supuesto, muchos votantes apoyan sinceramente los programas e ideologías de los partidos de extrema derecha, en particular sus estereotipos y agendas racistas. Los hay en todos los sectores de la sociedad, y en particular en las clases privilegiadas, que votan a estos partidos tanto como las clases trabajadoras, mucho más estigmatizadas por hacerlo. Esto no excluye la hipótesis de que, para llegar al poder, la extrema derecha debe reunir –y parece estar en vías de conseguirlo– a un electorado socialmente amplio y diverso que suscriba sus ideas, y a un ejército de desclasados que consideran que no tienen nada que perder intentando un experimento «alternativo», por desastroso que sea, incluso para sus propios intereses. Este deseo de transgresión está desigualmente distribuido en las sociedades. Quienes aún viven en un mundo relativamente protegido y estable están sin duda más preocupados por las amenazas a las libertades públicas o al futuro de sus hijos que ciertas categorías de la población, que probablemente consideran que tienen poco que perder con un cambio político radical, en la medida en que su margen de maniobra personal ya está limitado por condiciones socioeconómicas muy deterioradas y un futuro incierto. Sin embargo, incluso cuando se oponen en las urnas –yendo a votar o absteniéndose–, estos grupos sociales tienen un enemigo común cuya apariencia camaleónica sigue ocultando demasiado la amenaza: la cooptación por un poder desigualitario y ultraliberal de figuras políticas transgresoras utilizadas para perpetuar o incluso acentuar un sistema económico, social y ecológico ampliamente reconocido como insostenible.
También en este caso, lo ocurrido en Argentina es interesante en la medida en que es muy probable que el programa libertario de Milei, obligado a gobernar con la derecha clásica, se traduzca sobre todo en una radicalización del ultraliberalismo y del neoliberalismo autoritario. Entre las primeras medidas del nuevo presidente están las privatizaciones, en el corazón del modelo ultraliberal, y restricciones al derecho de protesta, en el corazón de las tendencias antidemocráticas del mal llamado neoliberalismo. Pero las elecciones argentinas también mostraron hasta qué punto puede existir el deseo de «saltar al vacío», incluso entre un electorado muy consciente de que puede salir perdiendo. A quienes piensan que tienen poco que perder abrazando políticas que en realidad aumentarán su vulnerabilidad, hay que proponerles, por supuesto, otros tipos de ruptura política y social con el pasado, como supieron hacerlo las izquierdas transformadoras desde al menos el siglo xix.
Pero hay que decir que el deseo de ruptura, de cambio radical, de rebelión e incluso de revolución parece haber sido captado en gran medida por las derechas llamadas alternativas, y que contrarrestarlas significa sin duda arrancarles los afectos mismos capaces de mover las condiciones de posibilidad. La cuestión es cómo hacerlo sin utilizar los mismos métodos ni las mismas temáticas.
¿Cómo contrarrestar el masculinismo, el extractivismo, el productivismo, la xenofobia y el individualismo con el feminismo, el cuidado de las personas, los animales y el planeta, la hospitalidad y lo colectivo? Estos afectos pueden ganar terreno a escala local, pero les cuesta llegar a escalas mayores, lo que los condena a seguir siendo archipiélagos, semillas o experimentos deseables pero demasiado embrionarios para frenar la carrera hacia el abismo.
Entonces, ¿debemos confiar en figuras antisistema que juegan en el mismo registro que las figuras de extrema derecha que hoy están en auge? La experiencia de Beppe Grillo en Italia –donde Caterina Froio explica que «si observamos las transformaciones y la evolución de la extrema derecha desde la posguerra hasta nuestros días, podemos ver que este país ha sido una incubadora de tendencias que pueden encontrarse en otros lugares de Europa»– no puede considerarse una fórmula deseable, en la medida en que el Movimiento Cinco Estrellas ha sabido captar ciertamente una parte de la frustración política y electoral dirigida hasta ahora hacia la extrema derecha, pero también ha contribuido a normalizarla gobernando con ella y haciendo suyos algunos de sus temas, en particular la inmigración.
En cuanto a la estrategia de conflicto en todos los frentes del dirigente de izquierda francés Jean-Luc Mélenchon, aunque este tenga el mérito de haber hecho estallar el compromiso liberal del progresismo y de volver a situar la radicalidad en el corazón de la izquierda, muestra también sus límites. Si es difícil comprender, desde el punto de vista de la racionalidad política clásica, la fuerza de atracción del mesianismo judío o de los evangélicos cristianos para quienes el apocalipsis es un horizonte buscado y deseado, parece faltar una forma de respuesta, en el campo de la justicia y de la igualdad, a esta promesa de un big bang de extrema derecha que a menudo parece ocupar el lugar de la esperanza en un mañana más luminoso.
La batalla solo puede ser multidimensional, electoral y «antisistema», local e internacional, mediática e íntima, inédita y portadora de la memoria de luchas y victorias. Pero no puede prescindir de conocer de cerca las trayectorias, el corpus, los golpes de fuerza, la retórica, los métodos, los trucos y las políticas de alianza del adversario. No para imitarlos, sino para desmontar sus resortes, revertir sus éxitos y repatriar para el lado del progresismo el proyecto de cambio radical de la sociedad.
Nota: la versión original de este artículo, en francés, se publicó en Revue du Crieur No 24, 1/2024. Traducción: Pablo Stefanoni. Última actualización: 5/8/2024.
¿Qué dirían estos autores de una figura como CFK que no es feminista, no es de izquierda ni de derecha y nunca habla del «cambio climático antropogénico»?
Los marxistas deberían empezar por reconocer la parte que les toca en esta historia.
¿Cómo contrarrestar el masculinismo, el extractivismo, el productivismo, la xenofobia y el individualismo? Con el ejemplo de un país que no sea masculinista, extractivista, productivista, xenófobo e individualista. ¿Dónde está ese país? En ningún lado.
Por eso el argumento sobre Marine Le Pen y su «amor por los gatos» resulta doblemente ridículo. Porque se evita mencionar nada menos que Kronstadt, que es la palabra clave, el epítome que resume el fracaso del marxismo en Rusia y en cualquier lado, junto a los esfuerzos emancipatorios de la humanidad. Y eso a pesar de que el propio Pablo Stefanoni, citado en el texto, dice, en “Todo lo que necesitás saber sobre la Revolución Rusa”:
“La rebelión de Kronstadt, aunque de manera exaltada, puso en evidencia las tensiones entre las fuerzas emancipatorias de la revolución y la deriva autoritaria del partido único que se iba procesando en la Rusia soviética. Luego de vencido el alzamiento, los bolcheviques rechazarían cualquier tipo de apertura que todavía pudiera representar una alternativa al unipartidismo y se aferrarían con fuerza a su dominio.”
Es asombroso: liquidaron 30000 trabajadores, incluidos mujeres y niños, 30000 compañeros, sin necesidad. Solo sitiándolos se hubieran entregado. Y el mayor historiador marxista, Eric Hobsbawm, ni siquiera lo menciona en su supuesta “Historia del siglo XX”.
Pero para los que no olvidamos Kronstadt el resurgimiento de la derecha no nos sorprende.
No solo hay un “alter-racionalismo”. Hay un antirracionalismo que no por ser “anti” es irracional. Pero esto, a los que no han pasado de Lukacs —y Sebreli— les debe parecer un descenso a los infiernos, pues lucen por cabeza solo una cajonera.
El problema es que en el reino de las apariencias axiomáticas «autoevidentes» se tergiversa todo.
Kamala Harris y antes Joe Biden están apoyando un genocidio en Palestina, no de palabra (en ese plano manejan muy bien la sofistería) sino de hecho. Es decir que la candidata del partido demócrata es antisemita (son pueblos árabes semitas).
Si es antisemita, ergo, es de ultraderecha.
«Uhh cómo va a ser antisemita K. Harris». Pues lo es xq no detiene ni va a detener el envío de armas a Israel que mató a 35.000 civiles semitas en los territorios ocupados por ese país.
Así puedo dar muchos argumentos más, pero es inútil.
Muchísima gente que se autopercibe progresista no puede asimilar estas cosas.
Muchísima gente politizada de todas las ideologías creen que la adopción de un sistema de creencias, cualquiera sea, autoriza automáticamente, a blanquear o denigrar personas sin relación alguna a la moralidad y valores de esa persona.
Lo de Alberto Fernández debiera curarnos de espanto de eso.
Las cosas terribles que son muchas personas individuales quedan disfrazadas bajo la pátina de la creencia política o ideologica de que se trate, como si una causa noble pudiera brindar un paraguas protector de lo terrible de una personalidad individual.
Hay personas de ultraderecha que son horribles y de ultra izquierda también. Hay conservadores que son horribles y progres también. Así como los hay buenos en ambos lados.
Hay hombres misóginos que son horribles y mujeres que son horribles también. Dentro del movimiento feminista sucede esto.
Esas personas horribles, muchas veces perversas y manipuladoras se valen de la credulidad ajena en causas nobles y explota eso en su propio beneficio.
Los que hacen el bien o el mal no son axiomas ideológicos, son las personas concretas e individuales que los usan.
Por lo tanto, algo horroroso es tal por su propia naturaleza, no importa en qué coordenada ideológica se encuentra.
https://www.pbs.org/newshour/world/u-s-approves-20-billion-in-weapons-sales-to-israel-to-increase-long-term-military-capability