San Juan y más allá: Desde lejos no se ve

Arriba, arriba, arriba que se te va la vida el día se arruga se escapa la tortuga renga sordomuda atada fluorescente la tortuga se va.

Marcelo Falak

La inflación es el mayor dolor de cabeza de la conducción económica y de la campaña electoral de la UP, y de ella se deriva otro mal que golpea específicamente a la base electoral del panperonismo: los salarios formales y los ingresos de quienes trabajan en la informalidad.

Del último informe del INDEC sobre la evolución de los salarios surge que, en general, los mismos se actualizaron en abril 5,7%, 103,8% interanual y 29,1% en el acumulado de 2023.

Pero el problema va más allá de esos promedios, de por sí negativos. La clase media trabajadora que Massa siempre se ha esforzado en mimar, ha sobrellevado la situación algo mejor, en cuasiparidad con el IPC en los últimos 12 meses y con una pérdida de 2,5% en el primer cuatrimestre del año. El drama es el universo de quienes trabajan en la informalidad, compatriotas derrotados por paliza por la inflación, que les ha ganado entre abril del año pasado e igual mes del actual por nada menos que 31,3 puntos porcentuales, casi 5 solamente desde enero.

Después de las PASO, pero poco antes de la cita clave de octubre, exactamente el 27 de septiembre, el instituto oficial de estadísticas difundirá  los datos de pobreza del primer semestre. Un índice del orden del 43%, como anuncian proyecciones privadas, sería un trago muy amargo para el peronismo a la hora de pedir un voto de confianza.

Es en esa realidad áspera donde Massa deberá poner voluntad para trabajar y, si no resolver, al menos llevar alguna analgesia.

Como se acaba de recordar, abril asustó con un Índice de Precios al Consumidor (IPC) de 8,4%, mayo alentó –un poquito nomás– con 7,8% y junio mostraría algo alrededor del 7%. Suficiente para la construcción de un conato de narrativa de que las cosas mejoran.

Pero todo se limita a eso, justamente, a una narrativa endeble; el monstruo inflacionario –el que lima los salarios– dista de estar dopado, y en algún momento –después de la asunción de un nuevo gobierno, sea el que sea– seremos carne de cañón de un plan de estabilización que dolerá.

El tenue cese del fuego de los precios de junio corre peligro con los aumentos de todo tipo que trae el nuevo mes.

Los pasajes de colectivo y tren suben otro 7,8% y las naftas lo harán en 4,5%, cifra que Massa les impone a las petroleras en medio de crecientes tensiones por un ajuste de al menos el 6%.

El porcentaje mágico del 4,5% también regirá los ajustes en Internet, telefonía y cable, mientras que la medicina prepaga se encarecerá 8,5% y la educación privada lo hará en 4% en la provincia de Buenos Aires y 15,6% la CABA.

La clave para que la sangre no llegue al río y el Gobierno pueda darse un “veranito” de crédito y alivios es que los acuerdos de precios puedan extenderse hasta después del 13-A y que los tipos de cambio paralelos se mantengan calmos. Esto nos devuelve a la cuestión del Fondo, que no se mide solo en dólares, sino también en el ancla que supone para las expectativas de los agentes económicos, la única que parece tener un efecto al menos relativo en este momento.

La tarea se hace más difícil porque la sequía empieza a mostrar –con el rezago estadístico esperable– su impacto recesivo.

El Estimador Mensual de Actividad Económica (EMAE), anticipo de los datos de PBI, trajo malas nuevas en abril.

La situación era esperable debido a que en ese mes comenzó a sentirse el impacto pleno de la sequía, toda vez que en ese momento cuando comienza la temporada alta de la cosecha gruesa. La dureza de la caída interanual del nivel general de actividad –4,2%– expresa el tamaño del derrumbe de la actividad sojera, de 36,8% interanual.

Ello hizo que la recaudación –vía retenciones– cayera 5,9%, lo que hace que no haya recorte del gasto que alcance para equilibrar las cuentas fiscales, algo que el Ministerio de Economía puso bien en primer plano en las discusiones técnicas con el Fondo. Sin el problema del agro, “la actividad habría continuado mostrando avances, con una suba cercana al 1%”, un número muy mediocre, pero al menos azul y no rojo, dijo la Secretaría de Política Económica.

Si en abril comenzó la temporada de las exportaciones de soja –en este caso, la de los 20.000 millones de dólares que no fueron–, la misma culmina en estos días. Una buena noticia, entonces, y una mala: lo peor del “efecto sequía” empieza a quedar atrás, pero las estadísticas que vienen, rezago mediante, solo mostrarán retroceso hasta las primarias.

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