Puesto que ésta es mi última columna tras más de 28 años como responsable de Economía de The Guardian, he pensado dedicarla a algunas lecciones que he aprendido durante mi etapa en el periódico.
La lección nº 1 es que el experimento del libre mercado ha fracasado, como desde el principio dijimos que ocurriría algunos de nosotros. La riqueza no se filtró hacia abajo, sino que aumentó la brecha entre los que tienen y los que no tienen. Los trabajadores despedidos cuando cerraron las fábricas en el norte de Inglaterra y el Medio Oeste de los Estados Unidos no encontraron nuevos empleos bien remunerados, sino que se vieron arrojados al desguace o encontraron trabajos precarios mal pagados en servicios telefónicos de atención al cliente y almacenes de distribución.
La especulación financiera se disparó una vez eliminados los controles de capital, pero las tasas de crecimiento en Occidente fueron más lentas que en el apogeo de la socialdemocracia de postguerra. Se ignoraron las advertencias de que se avecinaban problemas, hasta que el sistema bancario mundial estuvo a punto de derrumbarse en la crisis financiera mundial de 2008. En ese momento, los responsables políticos abandonaron bruscamente los valores del libre mercado y redescubrieron las virtudes de la propiedad estatal, las estrategias industriales intervencionistas y la gestión de la demanda.
Pero sólo temporalmente. La segunda lección es que las ideas tienen su importancia. La casi muerte de los bancos brindó la oportunidad de forjar un nuevo enfoque progresista de la economía en forma de un New Deal verde, pero no se aprovechó. En parte, se debió a que diversos componentes de la izquierda -keynesianos, verdes, marxistas- tenían puntos de vista distintos sobre lo que había que hacer. Y en parte, se debió a que los ricos y poderosos utilizaron su dinero y su influencia para impedir cualquier esperanza de cambio real. En parte, se debió a la timidez de los partidos de izquierda.
El resultado es que no ha habido un equivalente de la revolución Thatcher-Reagan de la década de 1980, a pesar de que la crisis del neoliberalismo en 2008 fue tan profunda como el colapso de la socialdemocracia en la década de 1970. A lo largo de una década y media ha ido tambaleándose una forma de capitalismo zombi, que se ha mantenido con vida gracias al dinero barato generosamente proporcionado por los bancos centrales. Los tipos de interés ultrabajos no han conseguido impulsar la inversión. El crecimiento de los salarios reales ha sido insignificante.
Los más afectados por el fracaso económico buscaron en los partidos de izquierda respuestas a sus preocupaciones: bajos salarios, inseguridad laboral, servicios públicos en mal estado, miedo a la delincuencia, consecuencias de la inmigración masiva. Lo que obtuvieron en su lugar fueron sermones sobre la necesidad de comer mejor, fumar y beber menos, y dejar de ser tan intolerantes.
La victoria de Trump la semana pasada muestra lo que ocurre cuando la izquierda abandona primero a sus partidarios naturales y les dice luego lo que tienen que pensar y cómo comportarse. Esta es la lección número 3: el populismo de derecha seguirá floreciendo hasta que la izquierda presente un plan económico creíble y viable.
El inminente regreso de Trump a la Casa Blanca pone de relieve una cuarta lección de los últimos 36 años: el centro de gravedad económico mundial -simbolizado por el surgimiento de China e India como fuerzas a tener en cuenta- se ha desplazado de oeste a este y de norte a sur. Sin duda, China tiene algunos problemas estructurales profundos, pero ha sacado a 800 millones de personas de la pobreza desde finales de los años 70, ha desarrollado su experiencia en la fabricación de alta tecnología y representa una amenaza mayor para la hegemonía norteamericana que la Unión Soviética.
La lección nº 5 es que la globalización ha dado marcha atrás. La nueva guerra fría entre China y los Estados Unidos, la vulnerabilidad de las cadenas de suministro mundiales puesta de manifiesto por la pandemia del virus Covid y las exigencias de los votantes de que sus líderes políticos reafirmen el control sobre la economía están conduciendo a un renacimiento del Estado nacional. Sale el libre comercio y entra el proteccionismo. Los gobiernos responden a las presiones para frenar la inmigración. Las estrategias industriales activistas vuelven a estar de moda.
A la Unión Europea le está resultando difícil adaptarse a estos nuevos retos. No es de extrañar, dado que la UE ha sido – tal como señala Wolfgang Streeck en su libro Taking Back Control? [¿Recuperar el control?] – la «realización perfecta» del globalismo económico neoliberal postcomunista: centralizada, despolitizada, burocrática y vinculada a la libre circulación de personas, bienes, servicios y capitales.
Como euroescéptico oficial del Guardian, debo decir que nunca he visto nada especialmente atractivo en el modelo económico de la UE. El proyecto de una unión cada vez más estrecha tampoco puede considerarse ni remotamente un éxito. La UE está esclerotizada y hierve de rabia entre sus votantes por la incapacidad de sus gobiernos de elevar el nivel de vida o controlar la inmigración.
Así que mi sexta lección es que los que dicen que el Brexit ha fracasado no solo se están precipitando, sino que les hace falta mirar al otro lado del Canal, porque ahí es donde está el verdadero fracaso. El Brexit fue para Gran Bretaña lo que la victoria de Trump para los Estados Unidos: una revuelta contra las élites y una demanda de cambio. Ofrece la oportunidad de que un partido de izquierdas haga las cosas de otra manera. Los laboristas pueden aprovechar esa oportunidad.
Soy consciente de que no es una conclusión con la que estén de acuerdo la mayoría de mis lectores, pero una de las alegrías de trabajar para The Guardian es que alienta -de hecho, acoge bien- que se ponga en tela de juicio la ortodoxia.
Así que mi última lección de los últimos 36 años es la siguiente: siempre merece la pena cuestionar el statu quo. El hecho de que algo sea vox populi no significa que sea correcto.
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Es casi seguro que, de vivir hoy, Walsh seguiría siendo quien fue: el encargado de mostrar aquello que está oculto o, como en el cuento La carta robada de Edgar Allan Poe, tan a la vista que no se ve. Lo obvio, lamentablemente, suele volverse invisible.