Por Ricardo Aronskind*
(para La Tecl@ Eñe)
Son frecuentes en las diatribas de la derecha que actualmente gobierna la Argentina, las referencias a autores marxistas como Gramsci, dirigente del Partido Comunista Italiano al que le tocó sufrir los rigores de la represión fascista y realizó elaboraciones muy ricas sobre la relación entre política, desarrollo económico, diferencias regionales y dimensiones culturales de las luchas sociales. Usan malamente la expresión “batalla cultural”, para nombrar la persecución ideológica, el cierre del pluralismo informativo y de ideas elemental en una sociedad que se llame democrática, y la manipulación goebbeliana de la población mediante mentiras repetidas infinitamente.
Recientemente Milei, en el marco de la Conferencia de Acción Política Conservadora que se realizó en Buenos Aires, no solamente insistió en la necesidad, para la derecha en la que él participa, de sostener la famosa “batalla cultural”, sino que fue más lejos, citando a Lenin en aquello de que “sin teoría revolucionaria no puede haber movimiento revolucionario”. Lo decía en abierta confrontación con los liberales “blandos” que no atacan con todo a “los zurdos” y en cambio “les hacen el juego” al no contar con una ideología de confrontación radical como la que Milei encarnaría. Imposible de encontrar este tipo de citas marxistas en Mauricio Macri, que más bien era un repetidor de clichés neoliberales y baratijas democratoides de ocasión.
El mileísmo, en cambio, trata de introducir otro espíritu –correlato de otra acción política y otra profundización de las políticas neoliberales de demolición nacional- y otro vocabulario para una derecha que están intentando construir, mucho más extremista, y que asume una combatividad contra todo lo que sea “socialismo” en un sentido tan amplio y difuso que caen adentro los radicales convertidos en felpudos de las corporaciones y hasta el mismísimo Rodríguez Larreta.
Esta especie de nueva derecha, representante de una vuelta de tuerca del capitalismo más rapaz – el que sólo acumula desposeyendo a los otros actores sociales- requiere, por su dinámica política-económica, de un confrontacionismo extremo con todo cuerpo social que se les oponga, para lo cual apelan a las fuentes más inesperadas -como los autores marxistas-, para justificar su intolerancia y agresividad, pero completamente desconectados del sentido histórico que impregna los escritos de esos autores.
Las fuentes
De lo que no van a hablar seguro los libertarios al servicio del capital más concentrado, es del marxismo en serio. Pongamos algunas cosas en su lugar.
Según la visión histórica de Carlos Marx, el proletariado –aquellos que no tienen propiedad sobre los medios de producción- puede vivir perfectamente sin la burguesía –los propietarios de los medios de producción-, es decir, sin que un grupo ínfimo de la sociedad detente el control privado sobre los medios con los cuales se produce la riqueza.
Por eso, en alguna época en las filas proletarias circulaba la idea marxista de expropiar a la burguesía, arrebatarle la propiedad de las empresas, disolverla como clase social que “aprovecha sólo en su favor” el proceso productivo, y administrar por sí mismos los medios de producción.
Según Marx, la burguesía, en cambio, no puede vivir sin el proletariado, es decir, sin los que hacen todo el trabajo, incluidos los administradores, planificadores y gerentes. Sin trabajadores no hay empresas, ni producción, ni, por lo tanto, ganancias. No hay nada. Es decir, la burguesía no puede prescindir de los trabajadores. Pero necesita ejercer el máximo nivel posible de control sobre los mismos, para que ni remotamente florezca la idea de reorganizar radicalmente la sociedad prescindiendo de los capitalistas.
Hace ya décadas que el proletariado fue puesto a la defensiva a nivel global. Ya no sólo no plantea la “lucha de clases”, es decir, una dinámica histórica de enfrentamiento con el capital que llevaría finalmente a la victoria de los trabajadores, sino que ni siquiera los proletarios actuales conocen de qué se trata, ni a qué alude el concepto acuñado por Marx.
Para que la lucha de clases de los proletarios contra los burgueses fuera menguando a lo largo del siglo XX hasta casi desaparecer, ocurrieron varios factores. El totalitarismo anticomunista, con Hitler como figura criminal central pero no única, el vigor político-cultural de la sociedad capitalista de la posguerra, las distorsiones del modelo soviético –recordemos que la palabra “soviet” aludía a los comités de base de los trabajadores-, la reconstrucción de la prosperidad europea y japonesa, la brutal represión en todo el tercer mundo a los procesos de cambio, la colonización intelectual del mundo académico y de las sociedades periféricas, y otros etcéteras.
Pero lo que vivimos en esta época no es la finalización de la lucha de clases. En tanto haya intereses contradictorios entre grupos sociales vinculados a cómo se produce y cómo se distribuye la riqueza social, existe el potencial de que irrumpa la lucha de clases.
El dato social y económico fundamental de las últimas décadas, es que la lucha de clases la hacen hoy las burguesías contra los proletarios y no al revés.
Los burgueses de todo el mundo hoy parecen unidos, mientras que los proletarios están divididos, fragmentados, aislados, indiferentes. Este fenómeno es especialmente llamativo en el período de la globalización neoliberal, de creación de un sistema integrado mundial de producción y de extracción de rentas de la población a favor de una cantidad relativamente reducida de grandes corporaciones y agentes financieros. Mientras los intereses corporativos y financieros forman hoy una abigarrada madeja en la cual es difícil identificar la propiedad y la pertenencia territorial de los dueños, las clases trabajadores nacionales muestran mínimos grados de relación y vinculación con sus congéneres de otros países.
Es una época de ofensiva capitalista que no empezó hoy, sino que probablemente se haya iniciado bajo la gestión y el liderazgo de Ronald Reagan en los ´80, junto con Margaret Thatcher, secundados por Helmut Kohl en Alemania, y con el invalorable pulmón de oxígeno al sistema que fue la apertura de China al capital occidental y la colonización capitalista del ex espacio soviético.
El capitalismo se reconvirtió tecnológicamente, se financierizó, desplazó el aparato productivo hacia Asia, y derrotó políticamente a la clase trabajadora occidental. Ni que hablar que esa victoria se reprodujo en la periferia, donde las burguesías subdesarrolladas hicieron lo que les demandaban sus colegas-jefes del norte, sacrificando sus potencialidades productivas y a su población en función de las necesidades de la “globalización”.
No sólo fue la caída de la URSS y sus aliados -caída “simbólica” del socialismo mundial-, un factor que debilitó el imaginario de la transformación socialista del mundo. También en el camino se debilitaron hasta la cuasi extinción los nacionalismos tercermundistas, y las socialdemocracias con algún espíritu reformista. Por eso es tan absurda la referencia de la ultraderecha mundial al peligro del socialismo. No hay base real para esta paranoia política. La pelea es impostada, para encubrir la voluntad de ejercer la violencia necesaria para obtener nuevas rentas para el capital.
Los proletarios de occidente y de sus periferias, que no dejaron de existir porque no dejó de existir la producción de riqueza, quedaron muy solos ideológica, política y culturalmente, librados a la toxicidad de las corrientes culturales sombrías del capitalismo rentístico y financiero. Vale la pena aclarar que el espíritu sombrío de época no es el mismo en la zona sometida a la influencia excluyente de Estados Unidos y sus aliados europeos, que en Oriente, donde se asiste esperanzadamente a un descomunal despliegue de la producción y la innovación tecnológica.
Hablando de lucha de clases, la dictadura cívico-militar fue una expresión extrema de la lucha de clases, en el sentido que lo pueden hacer los capitalistas contra sus enemigos, si se perciben en riesgo. Y el menemismo fue un muestrario de cómo se aplican, en un país periférico y dependiente, las necesidades de las fuerzas del capitalismo global para maximizar sus beneficios a costa del destino de un país: usando la cáscara de un movimiento popular contra los propios trabajadores y el resto del pueblo.
Decíamos antes que no se puede prescindir de los que trabajan, porque se termina la producción y por consiguiente la vida social. Pero lo que sí se puede hacer es –como hizo la dictadura- matar a los que organizan las alternativas y a los que plantean que otra sociedad es posible, basada en otros criterios productivos y distributivos.
Si para el marxismo la forma definitiva de resolver la lucha de clases es eliminando la propiedad privada de los medios de producción, es decir, una nueva organización de las instituciones sociales –que no implica necesariamente ninguna muerte física de nadie, sino la eliminación de determinadas prerrogativas y privilegios-, para la visión desde el capital, la forma de terminar con la lucha de clases no es liquidar a la clase que trabaja, sino que la forma de resolver el conflicto sería la supresión de toda idea, todo grupo organizado, toda forma cultural y educativa, y toda subjetividad personal que puede llevar a los miembros de la sociedad a cuestionar el orden social existente, tanto en lo teórico como en lo subjetivo. Eso, exactamente, es en lo que está la “nueva derecha” de Milei.
Todas las teorías políticas y sociales que no comparten los criterios de interpretación marxistas parten de otros supuestos sobre la vida y organización social, y sacan del centro del análisis el tema de la propiedad privada, las clases sociales y los intereses económicos antagónicos. Simplemente no son el tema central para el análisis político y social, y lo relevante es la política partidaria en un sentido restringido –desvinculada de la representación de intereses materiales-, las ideas que circulan –sin referencia alguna a la realidad de la producción-, las actitudes personales –sin vínculo alguno con las estructuras sociales-, y las instituciones – pensadas como creaciones atemporales, independientes de la evolución política y económica de las sociedades.
El mileísmo, teoría grotesca de la decadencia argentina
Lo interesante es que en un período en el cual la Argentina ha sido asolada por la lucha de clases del capital contra el trabajo –del ´76 hasta aquí-, todos los intentos de explicación de la evolución del país y la dinámica de empobrecimiento material y cultural de los argentinos desconocen la dimensión político-material, tema que es sin duda un factor explicativo relevante de lo ocurrido en la política y la economía argentina.
No es que necesariamente tengan que considerar a la economía y las disputas sociales un motor último de todo lo que ocurre, pero todas las teorías sobre la “decadencia argentina” eluden llamativamente la acción política del gran capital para transformar a nuestro país.
La versión tradicional de la derecha argentina sostenía que la decadencia empezó con el peronismo, que al distribuir ingresos y poner reglas que desalentaban al capital, puso al país en retroceso. En el medio, esta versión se salteaba la cantidad de gobiernos de derecha o antiperonistas, que en los últimos 70 años no tuvieron relación alguna con el detestado “populismo”, pero contribuyeron al subdesarrollo, el endeudamiento y empobrecimiento colectivos.
No importaba la verdad histórica, porque se buscaba asociar pobreza y subdesarrollo con peronismo en la cabeza de la gente, y no enseñarle a pensar históricamente a la población.
Ahora Milei va mucho más lejos, 100 años para atrás, pero además desaparece en su discurso cualquier referencia política a las clases sociales y a los intereses económicos. En esa línea de ficción política, plantea la confrontación entre “los políticos que se enriquecen a costa de la población que sufre”. No hay más clases sociales.
Se reemplaza la lucha de clases por la lucha contra los políticos, los empleados estatales, los docentes, los científicos, que pasan a ser los opresores de la gente común.
No es simple delirio, sino que es un discurso funcional a otro objetivo: socavar la idea de que las instituciones políticas, que los partidos políticos, que la democracia representativa -donde los intereses económico-sociales aparecen mediados por un cuerpo profesional específico-, están de más.
El embate es contra la democracia, y contra el Estado nacional. Ese Estado que, en la actual etapa del capitalismo, constituye un escollo, especialmente en la periferia, a las necesidades de las grandes corporaciones globales. ¿Cómo hacer partícipes a las masas de las necesidades de los grandes capitales? Precisamente con este discurso disfrazado de “anarcocapitalismo”.
Y no sólo eso: los políticos y los servidores públicos son la explicación de todos los males, de la pobreza y de la decadencia argentina.
Con esa maniobra discursiva Milei trasciende la idea antiperonista, o antikirchnerista, y mete en la bolsa del “socialismo” a todos los que entienden que el Estado en el capitalismo tendría algunas funciones regulatorias, y que en la política pluralista la negociación y el acuerdo tienen una función útil para lograr cierta armonía social.
El Milei “leninista” toma del líder de la revolución bolchevique las expresiones más vinculadas a la confrontación contra el régimen tiránico de los zares, incluidas las alianzas internacionales que llevaban a Rusia a una guerra ruinosa y catastrófica, y a su impugnación radical a una democracia que había nacido completamente maniatada para realizar los cambios urgentes que necesitaban las sufridas masas del Imperio Zarista.
Pero a no confundirse: los que le escriben los discursos a Milei tienen una avidez ideológica limitada y condicionada, porque parten de un supuesto político no sometido a la discusión racional: ellos sirven a la derecha contra revolucionaria global, no a ninguna revolución a favor de ningún oprimido. Sus obsesiones políticas van en la dirección que el norteamericano Steve Bannon ha señalado: transformar las instituciones globales con determinación y audacia, abandonando los supuestos democrático-liberales, para profundizar el dominio del capital sobre todo el resto de los actores sociales.
Bannon representa y propone una adecuación político-metodológica del capitalismo corporativo. La globalización neoliberal ya ha tenido varios tropiezos, entre ellos la crisis de 2008, y no está cumpliendo, en absoluto, su promesa de “prosperidad para todos” dada en los ´90.
La hiper concentración del ingreso en Estados Unidos ha llevado a que el 60% de la población de la nación más poderosa de la tierra viva con lo justo, mes a mes. La financiarización hace que las economías de mercado estén sujetas a una incertidumbre constante, lo que reduce el crecimiento y el incentivo a producir riqueza material. No casualmente las actividades más productivas se orientaron hacia Asia, donde la intervención estatal sólida y permanente garantiza un marco más estable y confiable para la producción.
Milei, con su parafernalia leninista, sólo expresa la determinación del capital local e internacional de ejercer toda la violencia que haga falta sobre el resto de la sociedad, para maximizar las ganancias de grupos empresariales muy reducidos, reproduciendo localmente la tendencia que se verifica en el capitalismo norteamericano.
La separación de su discurso de la realidad representa una apuesta a una irracionalidad creciente de su audiencia, que por ahora no filtra lo que escucha.
Milei es el vocero de que se acabaron los buenos modos del “capitalismo democrático” en Argentina, porque es hora de forzar las cosas, y amedrentar a los gritos, insultos, amenazas y represiones a una población que oscila entre la credulidad y el estupor.
Claro, esto puede ocurrir en el vacío de fuerzas políticas importantes que sean capaces de actualizar sus discursos y sus prácticas en consonancia con esta nueva realidad política e institucional salvaje que plantea el capitalismo actual.
*Economista y magister en Relaciones Internacionales, investigador docente en la Universidad Nacional de General Sarmiento.