Una dinámica loca y enloquecedora – se le soltó un patín –

Los reiterados errores de las encuestadoras encuentran una relativa justificación en esta auténtica «dinámica de lo impensado» que es la política argentina. Las elecciones primarias del 13 de agosto, en las que el candidato libertariano Javier Milei irrumpió como la gran sorpresa de la política nacional, fueron un auténtico terremoto que puso en crisis a las estructuras del bipartidismo más tradicional, al permitir que una fuerza como La Libertad Avanza (LLA) quede en condiciones de disputar las elecciones presidenciales. 

Venía rápido, muy rápido
y se le soltó un patín
a él, que era el rey de esta jungla
se le soltó un patín…

Su corazón no era un hotel
(aunque corría ese rumor)
y hoy tiene una entre otras cruces
en este bosque siempre cruel.

Indio

Un freno (provisorio) al horror

Las elecciones presidenciales en Argentina parecen haber devuelto la política a sus cauces más habituales, y el triunfante oficialismo irá a balotaje con el ultraderechista Javier Milei. Pero para derrotarlo no alcanza con el espanto: hacen falta medidas que den respuesta a la crítica situación que atraviesan los sectores populares.

Las elecciones generales de este domingo 22 de octubre, en las que se impuso con claridad el candidato oficialista y actual ministro de Economía, Sergio Massa, parecen corresponderse con algo más de coherencia a la historia política nacional. Pero, así y todo, no dejan de presentar aristas insólitas que suman incógnitas en el camino que se abre ahora, rumbo al balotaje del próximo 19 de noviembre. 

En la votación de lo que finalmente será la primera vuelta, el ganador de las Primarias Abiertas Simultáneas y Obligatorias (PASO) repitió su 30% de votos, mientras que Massa protagonizó una espectacular remontada de diez puntos para imponerse como primera fuerza con un 36,7% de los votos. Patricia Bullrich, la candidata de Juntos por el Cambio (JxC), que en las primarias había quedado segunda (sumando los votos del derrotado Jefe de Gobierno porteño Horacio Rodríguez Larreta), se desplomó más de cinco puntos (23,8%), quedando fuera de la carrera presidencial. En un importante repunte tras los debates televisivos, el candidato de Hacemos por Nuestro País, Juan Schiaretti, sumó 6,8% y la candidata del Frente de Izquierda y los Trabajadores – Unidad (FIT-U), Myriam Bregman, quedó en 2,7%. 

Un dato clave para analizar los resultados es el de un incremento de la participación (del 69% al 77%), lo que implica que más de 2,2 millones de personas se sumaron a los comicios desde las PASO, que habían marcado un récord negativo de absentismo. 

Después de acusar el tremendo impacto de las primarias, el peronismo demostró una vez más su resiliencia, su capacidad de no resignarse a la muerte que se le viene augurando hace décadas. Es cierto que la de este domingo fue la peor elección histórica de esta fuerza, que perdió provincias que solían ser su bastión e incluso quedó sin mayoría propia en el Senado. Pero también es cierto que cuando se decide a poner en juego algo de su inmenso aparato político a nivel nacional, alineándose tras un candidato «de unidad» que por fin parece decidido a dar la pelea por la Presidencia, es capaz de eventos que rompen todos los manuales. 

En la primera ronda electoral Sergio Massa logró sumar casi tres millones de votos respecto de las primarias e imponerse en ocho provincias en las que había sido derrotado (lo espectacular de esta recuperación, además, confirma indirectamente las múltiples acusaciones sobre la complicidad peronista con los armados de Milei en varios distritos para las elecciones primarias, justificada como estrategia para restarle votos a Bullrich). 

Sergio Massa: el candidato esponja - Revista Anfibia

La coalición del expresidente Mauricio Macri fue la gran derrotada de la jornada. Los votos de su candidata, Patricia Bullrich, alcanzan la mitad de lo que obtuvo Macri al despedirse del poder en 2019, una cosecha que bien podría leerse como el final de la carrera política de la exministra de Seguridad, que centró su campaña en la polarización con el kirchnerismo (prometiendo «exterminarlo» sin ningún tapujo). Un discurso algo demodé, que no advirtió que aquella tensión kirchnerismo/antikirchnerismo, la tan mentada «grieta» que organizó a la sociedad argentina en los últimos 20 años, hoy parece haber dejado de funcionar. 

Más allá de una campaña electoral absolutamente desangelada y de las denuncias de «traición» contra Macri (que no paró de coquetear con el armado libertariano), la despolarización parece haber dejado a la flota cambiemita como bola sin manija, abriendo una crisis interna que podría derivar en un eventual quiebre del espacio. 

No fue amor sino espanto 

Aunque hoy quede más disimulada por las celebraciones oficialistas, la crisis de las estructuras previas se manifiesta a ambos lados de la llamada «grieta». La campaña de Massa, en cierto sentido, se basó en la diferenciación total respecto del gobierno de Alberto Fernández (un absoluto ausente en la carrera electoral) y en una relación casi invisible con la vicepresidenta Cristina Fernández de Kirchner, que luego de ungirlo como candidato desapareció completamente de la disputa. 

Un eventual triunfo de Massa en el balotaje sin dudas implicaría también una redefinición radical de la alianza peronista. Incluso en la provincia de Buenos Aires (que se preveía como el «refugio» kirchnerista ante una derrota electoral que hace unos meses parecía inevitable), el contundente triunfo oficialista por cerca del 43% de los votos, decisivo para la elección nacional, y el tibio reconocimiento a Cristina en las celebraciones no logran esconder la necesidad de «componer una canción nueva», eufemismo con el que el recientemente reelecto gobernador Axel Kicillof adelantó la necesidad de una reorganización de la fuerza en clave «poskirchnerista». 

En cualquier caso, la crisis de las organizaciones que estructuraron la disputa política nacional desde hace más de una década (y tal vez incluso del orden político nacido tras el 2001) fue causa y efecto de la irrupción brutal de LLA, encarnación de una nueva derecha que, más allá de los resultados de este domingo, muestra que llegó para quedarse. 

La irrupción de Javier Milei en las elecciones de agosto combinó raíces sociales objetivas y también factores coyunturales. Una gestión como la de Alberto Fernández —que optó por continuar con la subordinación de su antecesor a las recetas de ajuste ortodoxo del FMI, convalidando la millonaria deuda ilegítima tomada por Macri y llevando adelante las clásicas recetas neoliberales para la reducción del déficit fiscal que se tradujeron en un severo estancamiento económico y en un importante deterioro del salario real medido en dólares— dejó al peronismo en una crisis histórica que los recientes resultados favorables no alcanzan a desmentir. 

Lo que se vio en las elecciones de primera vuelta tuvo más que ver con un voto defensivo ante la amenaza ultraderechista que con una manifestación de entusiasmo por las propuestas de un ministro de Economía que puede presumir de haber llevado adelante una brutal devaluación del 22% tras las primarias y de una inflación récord del 140% interanual. Claramente, el factor de unión contra la ultraderecha no fue el amor, sino el espanto. 

Después de cuatro años de desastrosa gestión, el gobierno peronista presenta un escenario en el que muchos indicadores sociales clave (pobreza, salarios, desigualdad) son peores que los que dejó Macri en 2019. Este deterioro de las condiciones de vida de las grandes mayorías sociales durante un gobierno que no cesó de promover una narrativa progresista y redistributiva no hizo más abonar el terreno para que el discurso antiestatita arraigue entre los sectores populares, incluso entre aquellos que dependen significativamente de la protección social del Estado para subsistir. 

Esta enloquecedora dinámica, propia de los «neoliberalismos progresistas» (en palabras de Nancy Fraser), logró desmoralizar y confundir a la clase trabajadora, haciendo que el lógico malestar ante el deterioro social se decantara por derecha. El fracaso económico del progresismo gubernamental se extiende al ideario que se le asocia, incluyendo valores como la redistribución progresiva del ingreso, el papel activo del Estado, los derechos humanos, las reivindicaciones de género y la importancia de la movilización social. 

Como suele ocurrir, los escombros del muro que se desmorona caen sobre todo el espectro de la izquierda y hieren incluso a sus variantes más radicales, a pesar de haber sido incansablemente críticas de la gestión oficialista. Más allá de las limitaciones propias de una alianza electoral como la del FIT-U, buena parte de su magra cosecha electoral se explica por ese fenómeno. 

Bregman (sin dudas la mejor candidata de la historia del frente) pagó el precio de una fuertísima polarización que condujo a varios sectores afines a sus ideas al corte de boleta, ubicando a Massa en la categoría presidencial para frenar a Milei y votando solo a los candidatos a legisladores del FIT. Esto les permitió obtener un nuevo legislador nacional por provincia de Buenos Aires y conformar, por primera vez, una bancada de cinco diputados, factor que puede resultar decisivo en una Cámara Baja que, sin mayorías claras para ningún sector, se verá forzada a las negociaciones constantes. 

El desempeño de La Libertad Avanza, la fuerza de Javier Milei, aunque sigue resultando sorprendente, quedó pobre en relación a las expectativas de ganar en primera vuelta que el candidato había salido a anunciar en el tramo final de la campaña. Más allá del efecto que hayan tenido en la campaña las importantes medidas redistributivas del oficialismo (esperables en un candidato que quiere ganar las elecciones y cuenta con el manejo de los recursos del Estado), esta magra cosecha libertariana se explica en buena medida por la infinita cantidad de errores no forzados que cometieron sus referentes, engolosinados con los resultados de las primarias. 

En las semanas que siguieron al batacazo de las primarias, Javier Milei comenzó a ser observado más seriamente como posible presidente. La tremenda exposición mediática posterior, combinada con una confianza exagerada respecto de sus posibilidades en las generales, hizo que tanto Milei como muchos de sus acompañantes (Ramiro Marra, Martín Krause, Lilia Lemoine, Alberto Benegas Lynch y otros) produjeran una cantidad insólita de declaraciones polémicas, que lograron que un importante sector social se espantara ante propuestas que podían ser consideradas extravagantes en boca de outsiders alejados del ejercicio real del poder pero que constituyen auténticos delirios para futuros gestores del Estado. 

Si la emoción que dominó la elección primaria fue la bronca, la que se impuso este domingo fue el miedo. En buena medida, esto explica también la increíble performance de Massa, que pudo imponerse con claridad pese al lastre de su doble rol de ministro de Economía con balances indefendibles, un caso probablemente inédito en la historia electoral moderna.  

Milei nunca 

En cualquier caso, si el candidato oficialista finalmente se impone en la segunda vuelta, está claro que se encuentran planteadas importantes reconfiguraciones políticas y económicas, no todas progresistas (en su discurso de triunfo, ese mismo domingo, ya anticipó la necesidad de avanzar hacia esquemas de regulación laboral más modernos y flexibles, lo que todo el mundo sabe que es sinónimo de reforma laboral), muy en particular si se avanza con el anticipado «gobierno de unidad nacional».

La etapa que eventualmente puede abrirse después de evitar el abismo ultraderechista no habilita ningún optimismo ingenuo, ya que la profunda crisis económica, el contexto internacional y el ahogo de la deuda ejercerán brutales presiones hacia una profundización del ajuste en curso. Las fuerzas políticas y sociales que buscan que estos costos no se descarguen sobre los trabajadores y los sectores más vulnerables no tendrán tiempo para el alivio y deberán enfrentar estas políticas en las calles desde el día uno. 

Pero aún no está nada dicho, y lo cierto es que el balotaje del 19 de noviembre será durísimo. El triunfo del candidato oficialista por más de seis puntos lo deja con buenas posibilidades, pero la disputa por los votos de Bullrich, Schiaretti y hasta de Bregman será encarnizada. Pocas horas después de las elecciones ya hemos visto todo tipo de declaraciones en ese sentido (hasta con Milei ofreciendo ridículamente integrar a los «zurdos» a su futuro Ministerio de Capital Humano). 

Una sumatoria formal de las perspectivas de trasvase de votos desde JxC parece dejar a Milei a las puertas del poder. Esto, sin dudas, implicaría una derrota de carácter estratégico para los trabajadores, en tanto significaría la peor y más brutal resolución del empate de fuerzas sociales que durante las últimas décadas ha bloqueado el avance de la triple reforma regresiva que requiere el capitalismo local. Por suerte, ya hay algunas señales de que al menos un sector del radicalismo y de la Coalición Cívica no llamarían a votar por el libertariano. 

Una victoria de Milei plantearía evidentes amenazas a los derechos democráticos más elementales, por lo que la izquierda no debería vacilar en cuanto a su posicionamiento electoral. La tarea de la hora sigue pasando por evitar a toda costa el acceso de la ultraderecha al poder. Aunque está clarísimo que si queremos combatir a largo plazo a la extrema derecha no podemos subordinarnos al «extremo centro» o aceptar cualquier especie de neoliberalismo progresista, no es menos cierto que en el escenario de corto plazo la máxima prioridad es cerrarle el paso a esta derecha desbocada por medio de la única alternativa práctica viable en ese escenario: la candidatura presidencial del peronismo. No se trata de malmenorismo, sino de elegir con inteligencia al adversario. 

Las elecciones de este domingo mostraron que el país no parece estar masivamente dispuesto al suicidio político. El pueblo argentino, que ha sido protagonista de gestas históricas, aún cuenta con importantes reservas democráticas que buscarán impedir el ascenso definitivo de la extrema derecha. Pero sería un error relajarse confiando en ese resultado. La votación del 22 de octubre fue un primer paso muy importante, pero queda por delante una batalla clave, que requerirá de nuestro mayor compromiso durante las tres semanas que restan hasta la nueva votación. Milei nunca. 

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“Pareciera que no da más”

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¿ Y aquellos psicóticos ordinarios que no se desencadenan nunca? Desde una perspectiva estructural –lacaniana– solo quedaría pensar que han tenido la fortuna de que ninguna contingencia vital los habría confrontado a la particularidad que reviste para ese sujeto la forclusión del Nombre-del-Padre. Sostiene Manuel Fernández Blanco en una columna anterior. ¿Puede un sujeto dejar de ser afortunado y desencadenar una psicosis extraordinaria? Lo veremos.

 

Un comentario

  1. Es el turno de la derecha otra vez. Se vuelve a reciclar. Ante el desgobierno de Alberto y el ajuste de Massa, los deshilachados trapos de la derechita heredera de Macri vuelven a flamear con el viento perdedor de las elecciones. Lo curioso es que esta vez su bandera es hijastra, porque ahora el abanderado es el radicalizado Milei, quien cosechó la indignación antiestablishment.

    La derecha siempre vuelve. Como los billetes que se multiplican en la ruleta financiera. Como los slogans que se autopropagan por las redes digitales. Como los caciques con monigote que reinician su danza tribal en cada jornada electoral.

    Pero el señor Milei no es el padre ni el maestro. Es apenas la correa de transmisión más ruidosa de un fenómeno profundo de desintegración societal. Su propuesta expresa el hartazgo con todos los tribalismos rotos de una política degradada. Sin embargo, su único mensaje concreto pareciera ser la vuelta al oscurantismo de los noventa. Una involución que nadie quiere volver a probar.

    Por eso este domingo el pueblo votó en modo “antiestablishment” a Massa. Al ministro salvavidas de la devaluación. Al armador de la lista única que reabasteció al peronismo. Al encargado de posponer el caos con parches sociales y medidas espasmódicas.

    Pero así como en su momento fue Menem, ahora Massa es apenas un monigote interpuesto mientras la inflación sigue su curso. Detrás viene la pobreza galopante y el ahogo salarial que expulsó a la clase media. Factores que alientan la ira libertaria o al espasmódico Schiaretti, ambos prescindentes del peronismo roto.

    Massa gana por descarte y espanto. Su cosecha se explica por ser el mal menor ante el peligro Milei. Pero no tiene un proyecto que vaya más allá del “no se puede vivir con ellos ni sin ellos”. Habrá que ver hasta cuándo su milagro argentino alcanza para distraer las frustraciones crecientes de una sociedad vapuleada que, votando en contra cada vez más, empieza a buscar su Néstor en los extremos.

    Javier Milei volverá a los corrales de la derrota por ahora. Pero su discurso antisistema encadenará nuevos adeptos mientras la dirigencia de siempre administre la decadencia. Porque así como la democracia es el menos malo de los sistemas posibles, el peronismo hoy parece ser apenas el mal menor entre los rostros conocidos de siempre gobernando en nombre del pueblo, pero sin el pueblo.

    Este pantallazo muestra que las viejas tribus se reordenan en la arena para repetir sus duelos tribales. Como la ruleta financiera que siempre gira. Como las redes de indignación que se retroalimentan. Como los rituales partidarios que permutan sus nombres aunque el guion siga siendo el de siempre. Lo cierto es que el teatro político local se reduce a postergar el derrumbe con la repartija de cada día. Mientras la sociedad mira, esperando el episodio distractivo que le saque de encima a otros dirigentes y otros discursos que, aún sin propuestas, seducen a millones con su mensaje antipolítico.

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