La "ignorancia voluntaria" no es una anomalía de la economía neoclásica. Está profundamente arraigada en la metodología y, mientras no se empuje a la economía dominante a salir de su visión de predominio financiera, reduccionista de la naturaleza humana y olvido de las clases, no tendrá casi nada significativo que decir sobre las desigualdades dentro de las sociedades, ni sobre la economía internacional cuando las grandes potencias utilizan herramientas económicas para debilitarse mutuamente.
En un excelente artículo reciente, “War and International politics”, John Mearsheimer presenta una versión sucinta de la teoría realista de las relaciones internacionales, aplicada al mundo multipolar actual. Se centra en la existencia inevitable de la guerra debido a la forma en que está estructurado el sistema internacional: se trata de una anarquía en la que ningún país disfruta de un monopolio de poder similar al que tiene el Estado en la política nacional y, por tanto, no hay nadie que haga cumplir las normas.
De paso, Mearsheimer hace una observación que es extremadamente importante para los economistas. Escribe:
Los economistas convencionales pueden centrarse en facilitar la competencia económica dentro de un sistema mundial fundamentalmente cooperativo porque apenas prestan atención a cómo piensan los Estados sobre la supervivencia en la anarquía internacional, en la que la guerra siempre es una posibilidad. Así, conceptos como la competencia por la seguridad y el equilibrio de poder, de importancia fundamental para el estudio de la política internacional, no tienen cabida en la economía convencional… Además, los economistas tienden a privilegiar las ganancias absolutas de un Estado, no sus ganancias relativas, lo que equivale a decir que ignoran en gran medida el equilibrio de poder.
La incapacidad de los economistas para discutir significativamente las actuales relaciones económicas internacionales se ha vuelto dolorosamente obvia en sus, a veces patéticos, intentos de enseñar a los líderes estadounidenses “101 lecciones de Economía” sin darse cuenta de que los líderes estadounidenses, tanto bajo Trump I y II como bajo Biden, no estaban involucrados en una política para mejorar la posición de los consumidores o trabajadores estadounidenses, sino para frenar el ascenso de China y mantener la posición hegemónica global estadounidense.Esta incapacidad para comprometerse con la realidad surge de una posición metodológica extremadamente reduccionista en la que el bienestar de uno es función únicamente de sus propios ingresos absolutos. Con este supuesto, resulta totalmente incomprensible que alguien (en este caso, un país: EEUU) se involucre en una guerra arancelaria y aplique otras políticas que reducen el bienestar de sus propios ciudadanos (al tiempo que reducen también el de China y del mundo).
Una política que no sólo implica un juego de suma negativa, sino que está diseñada para ser una política de perder-perder (lose-lose), es decir, para hacer que tanto el impulsor como el blanco de esa política salgan peor parados en términos económicos, no tiene ningún sentido para esos economistas.
Pero en el mundo real sí tiene sentido. Los economistas simplistas no pueden comprenderlo porque su caja de herramientas metodológica es defectuosa y obsoleta: no tiene en cuenta las relatividades, es decir, la importancia, el placer o la utilidad que como individuos, y más aún los países y sus élites dirigentes, obtenemos de ser más ricos o más poderosos que otros.
El poder no es sólo que mi bienestar sea grande; el poder es que mi bienestar sea mayor que el del otro. Mi renta absoluta puede ser menor que en un Estado alternativo del mundo, pero si la diferencia entre nuestras dos rentas es mayor (y en mi beneficio), puede que la prefiera a la alternativa.
Biden y Trump se dedican a una política que visto desde fuera, y mediante la evaluación en los términos en que la política se presenta al público (“mejorar la posición del trabajador estadounidense”, “traer de vuelta los puestos de trabajo a los EEUU”) es poco probable que traiga los resultados esperados.
Ambos defienden la política alegando que está impulsada por el interés económico de algunos segmentos de la población estadounidense, pero ni Biden ni Trump podrían decir francamente que la política es en realidad totalmente indiferente a los intereses de los trabajadores y consumidores estadounidenses -está incluso dispuesta a sacrificarlos- y está motivada principalmente por el deseo de perjudicar más a China que a EEUU.
Los comentaristas critican así algo que es irrelevante, que no es el verdadero objetivo de la política y esto les hace parecer tontos. Creen que impartiendo lecciones de economía elemental demuestran lo equivocadas que están las élites gobernantes, cuando en realidad simplemente revelan la inadecuación de su propio aparato metodológico.
Este enfoque extremadamente reduccionista de la economía neoclásica y posteriormente neoliberal no muestra su inadecuación sólo en este caso. La razón por la que la insuficiencia señalada por Mearsheimer atrajo mi atención es porque es paralela a la insuficiencia que muestran los economistas de la corriente dominante en materia de comprensión y estudio de la desigualdad.
La cuestión es la misma: si se supone que el único argumento de la función de utilidad de una persona es su nivel de ingresos, y que las relatividades (es decir, su posición frente a los demás) no importan, entonces la desigualdad, que por definición trata de relatividades, quedará excluida de cualquier estudio serio por parte de los economistas o quedará relegada, como ocurría en los famosos libros de texto, a las notas a pie de página y a los anexos. Si la economía, además, imagina que las clases sociales no existen, la desigualdad será doblemente ignorada.
Esta ignorancia voluntaria no era, como argumenté en el Capítulo VIII de “Miradas sobre la desigualdad”, una anomalía de la economía neoclásica. Está profundamente arraigada en la metodología y, mientras no se empuje a la economía dominante a salir de su visión reduccionista de la naturaleza humana y del olvido de las clases, no tendrá casi nada significativo que decir sobre las desigualdades dentro de las sociedades, ni sobre la economía internacional cuando las grandes potencias utilizan herramientas económicas para debilitarse mutuamente.
«Mis ingresos absolutos pueden ser menores que en un estado alternativo del mundo, pero si la brecha entre nuestros dos ingresos es mayor (y para mi beneficio), podría preferirlo a la alternativa.»
No sé si se dan cuenta de que esto se aplica a las clases sociales internas de cada país.
La desigualdad o la distancia entre dos polos, nada dice de la viabilidad , excedente real o progreso de la sociedad.
Las desigualdades pueden intensificarse a medida que la sociedad entera está en un proceso de decadencia económica y material y espiritual.
Por eso, centrarse demasiado en la cuestión de la distribución (que es muy necesaria ) puede perder de vista la cuestión de la viabilidad y de los excedentes reales de la sociedad en su conjunto.
Redistribuir el ingreso en una sociedad condenada y decadente porque no produce excedentes reales no es una solución duradera.
Si OTI pero no te preocupes pq por los visto en el gobierno del FDT mejorar la distribución ya no es una preocupación para elo peronismo
Creo q la CGT entro en fase streaming por ejemplo. Inauguran uno proximamente.
Es que el proceso mundial y local está excediendo las posibilidades de comprensión de los actores políticos, económicos y sociales.
Con la «nueva estatalidad» Cristina está tratando de dar respuesta a eso.
Los problemas reales de la Argentina, o sea de las flias. que componen el pueblo argentino, son mucho más difíciles que las consecuencias de las políticas del gobierno de Milei, van mucho más allá de eso.
El proceso global y local que dio origen al Kirchnerismo y al liderazgo de CFK ya nada tiene que ver con el actual, porque, en aquellos tiempos, no existían o estaban en germen o muy verdes las tendencias que se consolidaron después con las soberanías de Rusia y China y el movimiento internacional que impulsaron e impulsan, en casi perfecto acuerdo y cooperación.
El liderazgo de Cristina representó una respuesta e intento de solución a la crisis y el colapso que produjo la inserción a la globalización de los años ’90 y a la crisis financiera a partir del 2008. El pensamiento de Cristina, sobre todo, a partir de su segundo gobierno, apuntaba a eso, a tratar de resolver los problemas históricos y los que planteaban las nuevas coyunturas.
Ese camino fue truncado en 2016 con el triunfo del macrismo y, luego, no fue retomado con AF.
En este contexto de un mundo mal llamado «multipolar», en el cual China y Rusia marcan la perspectiva del futuro de la humanidad, al revalorizar la soberanía, la cooperación, la paz y la ciencia y tecnología al servicio del mejoramiento de las condiciones de vida de los pueblos, reducir el problema argentino a la mentada «escasez de dólares» es ya casi un latiguillo, no porque sea irreal, sino porque ese diagnóstico así formulado condiciona la posible respuesta al direccionarla exclusivamente a la acumulación de dólares, en lugar de explorar otro tipo de esquemas que vinculen la producción argentina, sea industrial o agropecuaria, a un área monetaria distinta al dólar.
Este proceso de «desconexión» debería ser impulsado por el Estado, en su debido momento, cuando sea gobernado por intereses nacionales y populares.
Dar por dada la «escasez de dólares» es como dar por dada «la escasez de oxígeno» cuando nos obligamos a tirarnos a una pileta de la cual, luego, sabemos que no podremos sacar la cabeza del agua para respirar.
Eso es el área del dólar.
El futuro gobierno del Estado no debe dar por dado que el área del dólar es natural o consubstancial al funcionamiento de la economía argentina porque los empresarios y actores económicos funcionan históricamente así. El Estado debe impulsar el surgimiento de actores económicos, cuyos emprendimientos productivos y financiamiento estén vinculados con las monedas de los Brics.
Si Argentina quiere mantener la vocación por su desarrollo industrial, a fin de mejorar, las condiciones de vida de la mayoría del pueblo, tarde o temprano tendrá que enfrentarse a esta decisión. De lo contrario, si se sigue con viejos diagnósticos y pensando en forma repetitiva y automática, hasta se correrá el riesgo de que desaparezca su industria alimentaria, que es más competitiva.
Y cualquier sueño u objetivo de redistribución del ingreso quedará sepultado definitivamente en la historia.