El reciente y cruel veto presidencial a la recomposición parcial de jubilaciones y pensiones (que esperemos se supere), cuya caída real supera ya el 26% desde que Milei asumió el gobierno – y el apoyo celebratorio recibido por parte de Mauricio Macri al veto – actualizan una pregunta: ¿Acaso las peores condiciones socioeconómicas no fueron y son siempre y en todo lugar el motor de las protestas?
Al mismo tiempo una familia tipo en la zona metropolitana necesitó en junio $873.169 para no ser pobre y el mismo hogar de cuatro integrantes en el AMBA requirió $393.319 cubrir sus necesidades básicas de alimentación y superar la línea de indigencia.
Por otra parte, el salario requerido promedio por los hombres fue de $928.914 por mes, mientras que el solicitado por las mujeres es de $885.974 pesos.
Nadie aspira a más salario, apenas a superar la línea de pobreza tomando como indicador el salario pretendido formal.
Es un ejemplo paradigmático de la paradoja de Tocqueville en acto.
Al respecto señala el filósofo Diego Tatián:
Hace casi doscientos años, Alexis de Tocqueville señalaba en La democracia en América una paradoja cuya fuerza persiste aún: cuando la desigualdad social es abismalmente grande, se vive como como natural, la imaginación social ni siquiera es capaz de plantearse la posibilidad de su supresión y a nadie se le ocurre intentar transformar el orden establecido.
Las condiciones estrictas del ajuste operan a nivel objetivo, el indicador que tomamos el salario ofrecido formal promedio hoy está en línea con el valor del umbral de la pobreza para un hogar tipo (lo que resulta absolutamente congruente ya que el hogar promedio en el país es de 3,6 miembros).
Sin embargo y tal vez con mayor potencia el ajuste opera a nivel subjetivo.
El indicador seleccionado es el salario pretendido, que se emparenta con el ofrecido y está también en línea con el umbral de la pobreza.
Es habitual recordar que las grandes rebeliones populares no las despliegan, al menos inicialmente los sectores sociales más vulnerables.
Incluso en la crisis del año 2001, fueron los segmentos medios al ver atrapados sus ahorros en los bancos, los que comenzaron la rebelión que culminó en las jornadas del 19 y 20 de diciembre y la huida, en medio de asesinatos múltiples, del presidente Fernando De la Rúa, muchos de cuyos funcionarios hoy siguen activos tanto en el oficialismo cuanto en la oposición.
En esta perspectiva de análisis los gobiernos de Juntos por el cambio y el Frente de Todos contribuyeron de manera decisiva para que las condiciones estructurales agobien a la población de segmentos medios, medios bajos y sectores populares.
Un solo indicador es muy ejemplificador: Cuando Cristina Fernández deja el gobierno los trabajadores participaban con el 52% del ingreso total generado, cuando Mauricio Macri pierde las elecciones en el año 2019, la participación era ya del 46% y al concluir la gestión Alberto Fernández, la distribución seguía idéntica a la heredada de Mauricio Macri, con el agravante de que el del FDT era un gobierno que se suponía peronista.
Estos datos de pérdida en la participación de los trabajadores sobre el ingreso, supusieron como se ve en el gráfico y aún durante el gobierno del FDT, una caída vertical de salarios y aumento de la pobreza de más de 20 puntos entre los años 2015 y 2023, empeoramiento récord observado aún con niveles de desempleo abierto muy bajos e incluso menores a los que dejara Cristina Kirchner.
Esta es tal vez el mayor logro de gobierno de Juntos por el Cambio y en particular la peor herencia del gobierno del FDT: La defraudación que supuso el ajuste estructural que llevaron adelante y especialmente en el caso del gobierno autopercibido como peronista, la pérdida del deseo de igualdad.
En sentido contrario, cobran más valor de las políticas igualitarias desplegadas por el kirchnerismo inaugural de Néstor y Cristina Kirchner que, al igual que el peronismo bautismal de Juan Perón y Eva Perón promovieron políticas igualitarias que, finalmente, despertaron el deseo de igualdad en un conjunto amplio de la ciudadanía, deseo que hoy, muy disminuido, explica en parte la parálisis social frente al ajuste ciertamente cruel, que lleva adelante el gobierno nacional.