Los algoritmos están por todas partes, a un ritmo desenfrenado. Mientras vivimos en un vértigo que podríamos llamar aceleración algorítmica, una gigantesca literatura clama contra «la dictadura de los algoritmos» (Benasayag, 2019), los «algoritmos de opresión» (Noble, 2018) o las «armas de destrucción matemática» (O’Neil, 2020). Procedente de distintos orígenes, el pesimismo está muy extendido. Es habitual escuchar que estamos en un mundo «silicolonizado» (Sadin, 2016) donde el «auge de los datos [determina] la muerte de la política» (Morozov, 2018).