Trump y el cambio climático: “Perforar, perforar y perforar” para explotar más petróleo

Los impactos del cambio climático demandan desembolsos millonarios y todos los países - antes de Trump - se han puesto de acuerdo en ello, pero ¿quiénes, cómo y por cuánto se harán cargo? La Cumbre de Bakú (COP 29) debía resolverlo pero la financiación del mayor desafío del planeta seguirá siendo, por ahora, discutida y muy insuficiente. 

 

El principal objetivo de la COP 29 de Bakú (Azerbaiyán), la cumbre convocada cada año bajo la Convención de Cambio Climático (1992), era acordar cuánto dinero deben aportar los países desarrollados más ricos y mayores emisores a los países en desarrollo más pobres para ayudarles a luchar contra el cambio climático.

La quema de combustibles fósiles y otras acciones humanas han contribuido a elevar la temperatura media a largo plazo del planeta en unos 1,3°C desde la época preindustrial, una condición que provoca desastrosas inundaciones, huracanes, sequías y olas de calor extremas.

Para hacerle frente, la COP28 de Dubái estableció un año de plazo hasta Bakú para resolver la financiación necesaria -estimada en 1,3 billones anuales en 2035- para cumplir la meta del Acuerdo de París de 2015 de limitar el aumento de la temperatura global por debajo de los 2°C e idealmente 1,5°C en este siglo.

La tarea era y es así de urgente: según los científicos del clima, el planeta puede superar el umbral más riesgoso, el que abriría las puertas a impactos climáticos todavía más catastróficos, ya a principios de la década de 2030, o antes.

Pero después de extenuantes deliberaciones, el acuerdo surgido de la COP29 entre más de 200 países apenas redondeó un compromiso de financiación de 300 mil millones de dólares de parte de los más ricos y mayores emisores de gases de efecto invernadero, el triple de los 100 mil millones establecidos desde 2010, pero lejos del billón de fondos públicos y privados que demandaban los más afectados.

Estados Unidos, el mayor emisor histórico de gases de efecto invernadero del mundo, jugó un papel muy relativo en Bakú, a sabiendas de que Donald J. Trump -quien en 2017 ya retiró al país del Acuerdo de París- lo gobernará desde enero, con su premisa de “perforar, perforar y perforar” para explotar más petróleo.

También puede revisar todas las políticas de transición energética adoptadas por su predecesor Joe Biden y dificultar inversiones verdes, difícilmente la Ley de Reducción de la Inflación (IRA) y Ley de Empleo e Inversión en Infraestructura (IIJA) puedan derogarse: los estados republicanos se beneficiaron con ellas.

Un lado positivo: tras casi una década de esfuerzos por establecer un reglamento para los créditos de carbono, la COP 29 sí llegó a un acuerdo que permite a los países empezar a establecer estos créditos para obtener financiación y compensar sus emisiones, o para comercializarlos en un mercado de intercambio.

Lo ideal y lo posible

 

El secretario ejecutivo de la ONU para el Cambio Climático, Simon Stiell, admitió que el acuerdo fue insuficiente. “Ningún país ha conseguido todo lo que quería, y nos vamos de Bakú con una montaña de trabajo aún por hacer”.

Los fondos comprometidos deberían servir para ayudar a los países más pobres a abandonar los combustibles fósiles e invertir en energías renovables como la eólica y la solar, pero también para hacer frente a los impactos inmediatos del cambio climático y todos sus variantes de desastres.

El Grupo Africano de Negociadores calificó directamente el acuerdo como “demasiado poco y demasiado tarde” e India definió los fondos comprometidos como “suma miserable”. 

El presidente de la Alianza de los Pequeños Estados Insulares, Cedric Schuster, resumió: “Nuestras islas se están hundiendo. ¿Cómo pueden esperar que volvamos a nuestros países con un mal acuerdo?”.

En términos de la COP, por países “desarrollados” se entienden los industrializados más ricos, como Reino Unido y Estados Unidos, y por “en desarrollo”,  las naciones más pobres o las economías emergentes. Pero se trata de clasificaciones que se remontan a la Convención sobre Cambio Climático de 1992.

Actualmente hay 23 países “desarrollados” que deben aportar los fondos necesarios, pero un debate se acentúa: ¿no debería ampliarse a estas alturas, más de tres décadas después en las que países como China, India y hasta los países del Golfo han dado un gran salto y hace una gran contribución al calentamiento global?

A esa última le sigue otra discusión clave: si los aportes deberían ser voluntarios, tal como funciona en el fondo que fue aprobado hace un año en Dubái, o si debieran ser obligatorios para los países desarrollados y mayores emisores, una cuestión tampoco saldada en Bakú.

Finalmente, ¿quién debe recibir los recursos para atender las pérdidas y daños provocados por el calentamiento global? ¿Los menos desarrollados e insulares vulnerables? En ese caso, América Latina se vería un tanto perjudicada.

Palabras y hechos

 

La COP 28 de Dubái había abrazado la idea de encarar finalmente por primera vez una “transición hacia el abandono de los combustibles fósiles” que pusiera fecha de vencimiento al uso del carbón, el petróleo y el gas. En ese sentido, la COP29 quedó en ese mismo lugar de promesas, sin definir compromisos.

El uso de combustibles fósiles sigue aumentando, y se prevé que las emisiones de CO2 alcancen un nuevo máximo en 2024, con 37.400 millones de toneladas, un 0,8% más que en 2023, según Global Carbon Project.

Pero la cumbre no logró establecer medidas para que los países se basen en el compromiso de la COP 28 de 2023 de abandonar los combustibles fósiles y triplicar la capacidad de las energías renovables en esta década.

“Ahora vemos los desastres como algo normal, cotidiano, cuando, hace una década, ni siquiera las veíamos como probables”, hace notar Adrián Martínez Blanco, fundador de la ONG Ruta del Clima, que ha seguido durante varios años las cumbres de cambio climático. 

Según la ONU, si el planeta procede a quemar todo el carbón, el petróleo y el gas de los proyectos existentes y en construcción, el calentamiento del planeta superaría con creces aquella meta de 1,5 ºC acordado a escala mundial.

Los últimos informes de científicos del clima advierten, de hecho, que el ritmo actual pone al mundo camino a un calentamiento global de unos 3 ºC para finales de siglo.

En lo que va de 2024 hubo incendios y una sequía en la Amazonia; el paso del huracán Milton en Florida (EEUU); e inundaciones en Nepal, Pakistán y Europa Central, y cada vez hace falta reconstruir viviendas, escuelas y vías, además de revisar las pérdidas de cosechas y alimentos, detalla la agencia IPS.

Un estudio publicado en Nature, según la agencia, estima que para 2025 el costo anual de las pérdidas y daños relacionados con eventos climáticos será cercano a los 400 mil millones de dólares.

3 comentarios

  1. «… cuánto dinero deben aportar los países desarrollados más ricos y mayores emisores a los países en desarrollo más pobres para ayudarles a luchar contra el cambio climático.» (sic).

    En rigor es «ayudar» para que no se desarrollen económica y socialmente.

  2. Aceptar ese dinero es como recibir un soborno.

    Que los gobiernos de los países pobres pidan más dinero es entrar en el juego de intereses que en nada favorecen a esos países, al contrario, los perjudica.

    Así que, esos gobiernos que entran en esta agenda, están, aunque no lo sepan, operando contra sus propios pueblos.

    En la Tierra no hay ninguna «emergencia» climática, hay cambio climático desde siempre.

  3. «La quema de combustibles fósiles y otras acciones humanas han contribuido a elevar la temperatura media a largo plazo del planeta en unos 1,3°C desde la época preindustrial, una condición que provoca desastrosas inundaciones, huracanes, sequías y olas de calor extremas.» (sic).

    Que la causa de la elevación de la temperatura media «a largo plazo» es la acción humana ni siquiera es una hipótesis, es una opinión «fundada» en experimentos de laboratorio y en modelos de computadora.

    Pero ni los experimentos de laboratorio ni los modelos de computadora pueden distinguir la variabilidad de la temperatura que corresponde a la acción humana y la que corresponde a la naturaleza.

    El que diga que sí puede distinguirlo miente a sabiendas de que es mentira.

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