Crisis y “salud mental”

Sufrimos una epidemia de padecimientos mentales, lo hemos señalado desde estas columnas reiteradamente sin éxito en la escucha de los responsables de gestionar esta problemática a nivel público y privado con la notable excepción de Buenos Aires y las políticas de reforma a la ley de salud mental y desmanicomialización. Más allá del padecimiento subjetivo, abordar la problemática de salud mental implica analizar también las estructuras sociales que promueven y/o favorecen los padecimientos subjetivos y sobre todo cambiarlas.

¿Quién sabe qué es posible?

Artemio López

Más allá de sus aspectos clínicos y psicológicos, observamos que la estrategia narrativa dominante para abordar los problemas de “salud mental” como la ansiedad y la depresión, desplaza la conexión sistémica para reducirla a su aspecto subjetivo.

Mark Fisher, el filósofo y teórico cultural británico, abordó el tema de la depresión desde una perspectiva crítica y política, particularmente en su libro Capitalist Realism: Is There No Alternative? (2009).

Sostiene que en un contexto de falta de alternativas y crueldad neoliberal, la responsabilización se convierte en un problema central cuando se trata de salud mental.

Las personas que enfrentan dificultades psicológicas o emocionales, como la depresión, a menudo son (auto)percibidas responsables de su sufrimiento, sin considerar los factores sistémicos que contribuyen a su malestar.

Sin cuestionar las estructuras de poder y las condiciones sociales que producen estrés, ansiedad y alienación, se tiende a culpar al individuo por su incapacidad para “adaptarse” o “superar” dificultades.

Esto puede llevar a la estigmatización y al aislamiento, ya que se percibe la enfermedad mental como un fallo personal.

La responsabilización refuerza la sensación de que no hay alternativas al neoliberalismo. Si las personas están constantemente bajo presión para mejorar su bienestar personal, enfrentándose a la ansiedad por su desempeño en todos los aspectos de la vida, se crea un ambiente en el que la lucha por la “automejora” parece ser la única opción viable.

Esto supone la culpa individual: si no se tiene éxito, es porque no se está haciendo lo suficiente o porque se carece de la disciplina o motivación necesarias.

Este proceso de culpabilización individual puede crear un ciclo de desesperanza, donde las personas se sientan responsables desconociendo al sistema que les impide acceder a lo que realmente necesitan para llevar una vida satisfactoria.

Los libros y consejos de autoayuda promueven la idea de que, con suficiente determinación, disciplina y optimismo, cualquiera puede superar las dificultades de la vida reforzando el mensaje neoliberal de que el individuo es el único responsable de su éxito o fracaso.

La filosofía estoica, con videos de difusión atiborrados de personajes musculosos y mandíbulas rectangulares –que tanto subyugan al personaje que hoy engalana el sillón de Rivadavia–, junto a un supuesto mentor griego, Epicteto, recluta una avalancha de especialistas y best sellers, según los cuales, no importa lo que ocurre sino la idea que nos hacemos de lo que ocurre.

Por caso, no el desempleo, salario bajo, condiciones de trabajo miserables, sino la idea que nos hacemos de ello.

Este enfoque individualista ignora la realidad de las estructuras sociales que limitan las oportunidades y crean desigualdades, lo que puede llevar a una forma de desesperación sin salida, ya que las soluciones propuestas, por caso el “emprendedurismo” neoliberal, no abordan las causas subyacentes del malestar individual.

Imaginando el progresivo deterioro de la salud mental, ella resulta ya un tema inocultable y de primer orden a considerar en cualquier iniciativa de salud pública.

La consideración debe incorporar los aspectos clínicos y psicológicos, pero no debe desconocer el nexo político de los problemas de salud mental para mostrar los límites del abordaje individual de estos padecimientos y atenuarlos en este contexto de neoliberalismo extremo, conlleva una imposibilidad estructural. No se puede.

Volviendo a Fisher, comenzar a resolver los padecimientos psíquicos supone también “inventar nuevas formas de involucramiento político, revivir instituciones que se han vuelto decadentes, convertir la desafección privatizada en ira politizada”.

Se puede, y una vez que ocurra, ¿quién sabe qué es posible, estimados lectores de PERFIL?

*Director de Consultora Equis.

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