"Historias rotas" constituye un valioso aporte a la construcción de la memoria histórica de nuestro pueblo en relación con la última dictadura militar mediante la cual se impuso el modelo neoliberal que hoy despliega el gobierno que encarna Javier Milei. El objetivo del modelo de "miseria planificada" como lo caracterizara más específicamente Rodolfo Walsh, dentro y fuera de los campos de exterminio, era entonces, y lo es hoy, aniquilar el deseo de vivir.
Como parte del movimiento instituyente en el campo de los derechos humanos que se expresa en las calles y plazas del país, la cultura, el arte en sus distintas expresiones, la literatura, la ciencia contribuyen a la elaboración social y personal de los traumatismos producidos en ese período de nuestra historia.
Este texto duro, difícil de transitar por lo doloroso, pero absolutamente necesario, se inscribe en esa producción.
Nos acerca a una problemática que pone eje en un aspecto de la represión dictatorial cuya dimensión quedó relativamente opacificada por la figura de la desaparición, dado que esta superaba toda posibilidad de predicción o de imaginación y ha quedado como la marca fundamental del terrorismo de Estado.
Se trata de lo acontecido con aquellos que fueron rehenes de la dictadura, presos “reconocidos”, decenas de miles de militantes que también sufrieron el horror en sus condiciones de detención.
Rescatar plenamente la figura de los presos es una deuda que este texto ayuda a saldar, dado que la valoración social es un merecido reconocimiento a aquellos que vivieron esa tremenda experiencia.
En su desarrollo, el libro articula el análisis crítico con los testimonios. En esa combinatoria, nos muestra cómo la maquinaria de la crueldad, a través de diferentes modalidades de tortura física y psicológica aplicadas a lo largo del tiempo, se proponía no sólo obtener información, sino destruir la identidad de los militantes, aniquilar su autoestima, arrasando con el necesario narcisismo trófico que sostiene el deseo de vivir. El objetivo, más allá́ de la etapa de interrogatorios, era quebrar la resistencia de los detenidos, para que se transformaran en colaboradores y abandonasen su actitud de militantes. Además, se intentaba sembrar zonas de sospecha sobre las personas que recuperaban su libertad.
El recorrido del libro nos conecta, sin concesiones, con un plan perfectamente orquestado para afectar la autopreservación y la autoestima a tales límites que llevará a arrasar, incluso, el impulso de autoconservación. La agresión física y psicológica se proponía colocar a los presos en situación de estar a merced, producir una profunda humillación y efectos de despersonalización. La psicosis o el suicidio eran muy probables consecuencias.
Como ocurriera con los centros clandestinos de detención, en el sistema penitenciario contaban con el aporte de la “interdisciplina”: profesionales del campo de la salud que, desde las antípodas ideológicas del verdadero sentido que nos anima a la inmensa mayoría de los trabajadores de esa área, utilizaban su formación a los efectos de potenciar la eficacia del sistema disciplinar.
Un aspecto siniestro era la dedicación sostenida en el tiempo, dirigida a la aniquilación personal de algunos detenidos en particular. Los testimonios hacen una descripción pormenorizada de esta actividad intencional de destrucción y de sus efectos traumáticos inelaborables en algunos de ellos. A su vez, rescatan la humanidad de quienes no pudieron sobrellevar el trauma y sucumbieron en la locura o la muerte. Y rescatan, también, la preocupación, el cuidado por parte de sus compañeros presos, a pesar de los obstáculos que el propio sistema les imponía.
El poner nombres al anonimato, el encontrarnos con la persona detrás de cada historia, identificarnos con sus sueños y esperanzas, es un verdadero y necesario acto reparatorio.
El texto me conmueve, además, por el lugar desde el cual las autoras se ubican y reflexionan. Ponen el centro en la maquinaria destructora del aparato de represión y no pretenden inventar héroes, ni reivindican el sobrevivir a costa de cualquier concesión.
Nos muestran, directamente en algunos relatos y por implicación, como telón de fondo en otros, la importancia de mantener las ideas y el espíritu de grupo, las solidaridades, la preocupación y el cuidado por sus compañeros, como factores fundamentales de apuntalamiento, de sostén identitario, en medio de un tremendo padecimiento. La posibilidad de sostener la pertenencia y la comprensión del sentido de la militancia, jugaba también un papel importante en la posibilidad de preservarse ante el accionar destituyente de la personalidad y de la vida misma de los detenidos.
Merece una reflexión el efecto desestructurante que puede producir la deprivación del amor. Nuestra constitución como sujetos, desde sus inicios, tiene como condición la existencia de un vínculo amoroso que habilita y sostiene el deseo de vida. El aislamiento y el violento desamor son fuente inevitable de sufrimiento y desidentificación.
La lectura de Historias rotas produce efectos complejos en nuestra subjetividad. Nos reactiva dolorosamente el contacto racional y emotivo con vivencias traumáticas y, al mismo tiempo, nos estimula en la voluntad de compromiso en la lucha en defensa de los derechos humanos y por conquistar un mundo diferente.
La memoria es un terreno de disputa permanente de sectores sociales que defienden intereses diferentes, y no la elaboración homogénea de un momento que queda definida para siempre. Tener en cuenta esta disputa es fundamental, ya que no se refiere solamente a la interpretación de hechos del pasado, sino que está inscripta en el marco de referencia del presente y en los proyectos de futuro que cada uno de esos grupos se propone.
Para imponer su proyecto económico, aplastar toda resistencia y destruir el clima social de una época de grandes movilizaciones que expresaban ansias transformadoras, la dictadura implementó la más feroz represión de nuestra historia.
La desaparición en los centros clandestinos de detención, la prisión en cárceles del servicio penitenciario, la tortura, la apropiación de bebes, el exilio e insilio forzados, fueron distintas expresiones de una experiencia traumática orquestada de modo sistemático, que ha dejado secuelas profundas, no sólo en aquellos que la sufrieron de manera directa y sus familiares, sino en el cuerpo social en su conjunto. La afectación fue generalizada y se expresó́ en los más diversos planos: político, social, cultural, ideológico, psicosocial.
A partir de ese periodo se produjo una fuerte transmisión transgeneracional, en su doble vertiente: desde el punto de vista de la persistencia de las huellas de lo traumático y desde las acciones de resistencia.
En el proceso de construcción de la memoria colectiva e histórica de nuestro pueblo, sin duda, jugaron un papel fundamental las prácticas sociales, inauguradas por las Madres desde el comienzo mismo de la dictadura, y desplegadas hasta el presente por varias generaciones.
Prácticas sociales de lucha contra la impunidad, que tuvieron, después de décadas, logros que se expresan en los juicios a los genocidas.
En este proceso, las Madres ofrecieron modelos identificatorios y marcaron huellas de potencia sobre los movimientos que se desplegaron en la escena social. Su rebeldía dejó un legado y marcas de construcción subjetivantes en las generaciones posteriores.
Las convocatorias multitudinarias de cada 24 de marzo en todo el país son expresión concentrada de estos movimientos instituyentes.
Hoy retoma intensidad la disputa por la memoria, muy especialmente cuando el discurso oficial va más allá́ del negacionismo y de la teoría de los dos demonios, asumiendo explícitamente la reivindicación de la dictadura.
El Nunca Más sintetiza una experiencia y un propósito, un anhelo, pero no es una realización garantizada, sino que es una conquista ganada una y otra vez ante los intentos regresivos.
El gobierno actual, de derecha neofascista, no sólo avanza en su accionar represivo, sino que se propone producir cambios profundos en el orden de la cultura y la sociedad y generar consensos que aseguren el control social a favor de su construcción política con miras al futuro.
Su reivindicación de la dictadura es parte de la campaña de ideas que promueve, bajo la denominación de batalla cultural, en una indignante apropiación del concepto desarrollado por el pensador marxista y militante Antonio Gramsci, que lo había formulado en sus Cuadernos desde la cárcel, escritos en tiempos de la dominación fascista en Italia.
En este momento histórico de ataque feroz a conquistas en materia de derechos humanos y sociales se torna fundamental apelar al rescate, a la reivindicación de las luchas colectivas, al reconocimiento y procesamiento de los traumatismos sociales dejados por la dictadura cuyos efectos perduran hasta la actualidad. Este texto incorpora a nuestra construcción y memoria colectivas fragmentos necesarios y muy poco abordados de la historia reciente.
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(*) Diana Kordon es médica psiquiatra, fundadora y coordinadora del Equipo Argentino de Trabajo e Investigación Psicosocial (EATIP). Coordinadora del Equipo de Asistencia Psicológica de Madres de Plaza de Mayo (1979-1990).