Contrarrestemos sus narrativas apocalípticas con una historia mucho mejor sobre cómo sobrevivir a los tiempos difíciles que se avecinan sin dejar a nadie atrás. Una historia capaz de drenar el poder gótico del fascismo del fin de los tiempos y galvanizar un movimiento dispuesto a arriesgarlo todo por nuestra supervivencia colectiva.
Naomi Klein | Astra Taylor
El movimiento a favor de las ciudades-Estado corporativas no puede creer su buena suerte. Durante años, ha estado promoviendo la idea extrema de que las personas ricas y reacias a pagar impuestos deberían levantarse y crear sus propios feudos de alta tecnología, ya sean nuevos países en islas artificiales en aguas internacionales (seasteading) o ciudades de la libertad favorables a los negocios, como Próspera, una urbanización cerrada glorificada combinada con un spa médico al estilo del salvaje oeste en una isla hondureña.
Sin embargo, a pesar del respaldo de los poderosos capitalistas de riesgo Peter Thiel y Marc Andreessen, sus sueños libertarios extremos se fueron estancando: resulta que la mayoría de los ricos y ricas que se precien no quieren vivir en plataformas petrolíferas flotantes, aunque eso signifique pagar menos impuestos, y aunque Próspera puede ser un lugar agradable para pasar las vacaciones y mejorar el cuerpo, su estatus extranacional está siendo impugnado actualmente en los tribunales.
Ahora, de repente, esta red de secesionistas corporativos, que antes era marginal, se encuentra llamando a las puertas abiertas del centro del poder mundial.
La primera señal de que la suerte estaba cambiando se produjo en 2023 cuando Donald Trump, en plena campaña electoral, aparentemente de la nada, prometió organizar un concurso que daría lugar a la creación de diez ciudades de la libertad en terrenos federales. En ese momento, el globo sonda, perdido en el aluvión diario de afirmaciones escandalosas, apenas se registró. Sin embargo, desde que la nueva administración asumió el poder, los aspirantes a fundadores de países han emprendido una campaña de presión, decididos a convertir la promesa de Trump en realidad.
“La energía en Washington es absolutamente eléctrica”, afirmó recientemente Trey Goff, jefe de gabinete de Próspera, tras un viaje al Capitolio. Según él, la legislación que allana el camino para una serie de ciudades-estado corporativas debería estar lista a finales de año.
Inspirados por una interpretación sesgada del filósofo político Albert Hirschman, figuras como Goff, Thiel y el inversor y escritor Balaji Srinivasan han defendido lo que denominan “salida”, el principio de que quienes tienen medios tienen derecho a liberarse de las obligaciones de la ciudadanía, especialmente los impuestos y las regulaciones onerosas. Reestructurando y renombrando las antiguas ambiciones y privilegios de los imperios, sueñan con fragmentar los gobiernos y dividir el mundo en paraísos hipercapitalistas y sin democracia, bajo el control exclusivo de la gente más rica, protegida por mercenarios privados, atendida por robots con inteligencia artificial y financiada con criptomonedas.
Se podría pensar que es contradictorio que Trump, elegido con el programa electoral patriótico de “América primero”, dé crédito a esta visión de territorios soberanos gobernados por multimillonarios que se comportan como reyes. Y mucho se ha hablado de las coloridas guerras dialécticas entre el portavoz de MAGA [Make America Great Again], Steve Bannon, un orgulloso nacionalista y populista, y los multimillonarios aliados de Trump a los que ha atacado como “tecnofeudalistas” a quienes “les importa un carajo el ser humano”, por no hablar del Estado-nación. Y sin duda existen conflictos dentro de la incómoda y chapucera coalición de Trump, que recientemente han alcanzado un punto álgido con los aranceles. Sin embargo, las visiones subyacentes podrían no ser tan incompatibles como parecen a primera vista.
El contingente de las start-up prevé claramente un futuro marcado por las crisis, la escasez y el colapso. Sus dominios privados de alta tecnología son, en esencia, cápsulas de escape fortificadas, diseñadas para que un poco gente elegida aproveche todos los lujos y oportunidades posibles para la optimización humana, lo que le da a ella y a su descendencia una ventaja en un futuro cada vez más bárbaro. Para decirlo sin rodeos, las personas más poderosas del mundo se están preparando para el fin del mundo, un fin que ellas mismas están acelerando frenéticamente.
Esto no está tan lejos de la visión más popular de naciones fortificadas que se ha apoderado de la extrema derecha en todo el mundo: desde Italia hasta Israel, pasando por Australia y Estados Unidos. En una época de peligro incesante, los movimientos abiertamente supremacistas de estos países están posicionando a sus Estados relativamente ricos como búnkeres armados. Estos búnkeres son brutales en su determinación de expulsar y encarcelar a los seres humanos indeseables (aunque ello requiera el confinamiento indefinido en colonias penales extranacionales, desde la isla de Manus hasta la bahía de Guantánamo) e igualmente despiadados en su voluntad de reclamar violentamente la tierra y los recursos (agua, energía, minerales críticos) que consideran necesarios para capear las crisis que se avecinan.
Curiosamente, en un momento en el que las élites de Silicon Valley, anteriormente seculares, están descubriendo de repente a Jesús, cabe destacar que ambas visiones –el Estado corporativo con prioridad para las personas privilegiadas y la nación búnker para el mercado de masas– tienen mucho en común con la interpretación fundamentalista cristiana del Rapto bíblico, cuando las y los fieles serán supuestamente elevados a una ciudad dorada en el cielo, mientras que las personas condenados se quedarán aquí abajo para soportar una batalla final apocalíptica en la Tierra.
Si queremos afrontar este momento crítico de la historia, debemos aceptar la realidad de que no nos enfrentamos a adversarios que ya conocemos. Nos enfrentamos al fascismo del fin de los tiempos.
Reflexionando sobre su infancia bajo Mussolini, el novelista y filósofo Umberto Eco observó, en un célebre ensayo, que el fascismo suele tener el “complejo del Armagedón”, una fijación por vencer al enemigo en la gran batalla final. Pero el fascismo europeo de los años treinta y cuarenta también tenía un horizonte: la visión de una futura edad de oro tras el baño de sangre que, para los miembros de su grupo, sería pacífica, bucólica y purificada. Hoy no es así.
Conscientes de que vivimos en una era de peligro existencial real –desde el colapso climático hasta la guerra nuclear, pasando por la desigualdad galopante y la inteligencia artificial no regulada–, y comprometidos financiera e ideológicamente con agravar esas amenazas, los movimientos de extrema derecha contemporáneos carecen de una visión creíble para un futuro esperanzador. Al votante medio solo se le ofrecen nuevas versiones de un pasado ya desaparecido, junto con el placer sádico de dominar a un conjunto cada vez más amplio de otros deshumanizados.
Y así tenemos a la administración Trump dedicándose a difundir un flujo constante de propaganda real y generada por IA diseñada exclusivamente con estos fines pornográficos. Imágenes de personas inmigrantes encadenadas siendo cargadas en vuelos de deportación, acompañadas del sonido de cadenas y esposas, que la cuenta oficial de la Casa Blanca en X etiquetó como “ASMR”, en referencia al audio diseñado para calmar el sistema nervioso. O compartiendo, a través de la misma cuenta, la noticia de la detención de Mahmoud Khalil, un residente permanente en Estados Unidos que participaba activamente en el campamento propalestino de la Universidad de Columbia, con las palabras jactanciosas: “SHALOM, MAHMOUD”. O cualquiera de las fotos de sadismo chic de la secretaria de Seguridad Nacional, Kristi Noem (montada a caballo en la frontera entre Estados Unidos y México, delante de una celda abarrotada en El Salvador, empuñando una ametralladora mientras detiene a inmigrantes en Arizona…).
La ideología gobernante de la extrema derecha en nuestra era de desastres cada vez más graves se ha convertido en un monstruoso supervivencialismo supremacista.
Es malvadamente aterradora, sí. Pero también abre poderosas posibilidades de resistencia. Apostar contra el futuro a esta escala, confiar en tu búnker, es traicionar, en el nivel más básico, nuestros deberes para con las demás personas, con los niños y niñas que amamos, y para con todas las demás formas de vida con las que compartimos el planeta. Se trata de un sistema de creencias genocida en su esencia y traidor a la maravilla y la belleza de este mundo. Estamos convencidas de que cuanta más gente comprenda hasta qué punto la derecha ha sucumbido al complejo del Armagedón, más dispuesta estará a luchar, al darse cuenta de que ahora está en juego absolutamente todo.
Nuestros oponentes saben muy bien que estamos entrando en una era de emergencia, pero han respondido abrazando delirios letales y egoístas. Habiendo comprado diversas fantasías apartidistas de seguridad atrincherada, están eligiendo dejar que la Tierra arda. Nuestra tarea es construir un movimiento amplio y profundo, tanto espiritual como político, lo suficientemente fuerte como para detener a estos traidores desquiciados. Un movimiento arraigado en el compromiso inquebrantable entre nosotros y nosotras, más allá de nuestras muchas diferencias y divisiones, y con este planeta milagroso y singular.
No hace mucho tiempo, eran principalmente las y los fundamentalistas religiosos quienes recibían los signos del apocalipsis con alegre entusiasmo por el tan esperado Rapto. Trump ha entregado puestos críticos a personas que suscriben esa ortodoxia ardiente, entre ellos varios sionistas cristianos que consideran que el uso de la violencia aniquiladora por parte de Israel para expandir su territorio no es una atrocidad ilegal, sino una prueba feliz de que la Tierra Santa se está acercando a las condiciones en las que regresará el Mesías y los fieles obtendrán su reino celestial.
Mike Huckabee, el recién confirmado embajador de Trump en Israel, tiene fuertes vínculos con el sionismo cristiano, al igual que Pete Hegseth, su secretario de Defensa. Noem y Russell Vought, el arquitecto del Proyecto 2025 que ahora dirige la oficina de presupuesto y gestión, son firmes defensores del nacionalismo cristiano. Incluso a Thiel, que es gay y conocido por su estilo de vida festivo, se le ha oído reflexionando últimamente sobre la llegada del anticristo (spoiler: cree que es Greta Thunberg, más sobre esto pronto).
Pero no hace falta ser alguien que sigue literalmente la Biblia, ni siquiera sere religioso, para ser un fascista del fin de los tiempos. Hoy en día, muchas personas poderosas y laicas han abrazado una visión del futuro que sigue un guion casi idéntico, en el que el mundo tal y como lo conocemos se derrumba bajo su propio peso y solo unas pocas personas elegidas sobreviven y prosperan en diversos tipos de arcas, búnkeres y ciudades de la libertad cerradas. En un artículo de 2019 titulado Left Behind: Future Fetishists, Prepping and the Abandonment of Earth (Los abandonados: fetichistas del futuro, la preparación y el abandono de la Tierra), las expertas en comunicación Sarah T. Roberts y Mél Hogan describían el anhelo de un rapto secular: “En el imaginario aceleracionista, el futuro no tiene que ver con la reducción del daño, los límites o la restauración, sino que es una política que conduce hacia un final”.
Elon Musk, que aumentó drásticamente su fortuna junto a Thiel en PayPal, encarna este espíritu implosivo. Se trata de una persona que mira las maravillas del cielo nocturno y, al parecer, solo ve oportunidades para llenar ese desconocido espacio negro con su propia basura espacial. Aunque se labró su reputación advirtiendo sobre los peligros de la crisis climática y la inteligencia artificial, él y sus secuaces del llamado “Departamento de eficiencia gubernamental” (Doge) se pasan ahora los días aumentando esos mismos riesgos (y muchos otros) recortando no solo las regulaciones medioambientales, sino también agencias reguladoras enteras, con el objetivo aparente de sustituir a los trabajadores federales por chatbots.
¿Quién necesita un Estado-nación que funcione cuando el espacio exterior –según se dice, la única obsesión de Musk– nos llama? Para Musk, Marte se ha convertido en un arca secular que, según él, es clave para la supervivencia de la civilización humana, tal vez mediante la transferencia de la conciencia a una inteligencia artificial general. Kim Stanley Robinson, autor de la trilogía de ciencia ficción Mars, que parece haber inspirado en parte a Musk, es tajante sobre los peligros de las fantasías del multimillonario sobre la colonización de Marte. Según él, se trata “simplemente de un riesgo moral que crea la ilusión de que podemos destruir la Tierra y seguir estando bien. Es totalmente falso”.
Al igual que los fanáticos religiosos que anhelan escapar del reino corpóreo, el impulso de Musk porque la humanidad se convierta en multiplanetaria es posible gracias a su incapacidad para apreciar el esplendor multiespecífico de nuestro único hogar. Evidentemente, no le interesa la inmensa riqueza que le rodea ni garantizar que la Tierra siga rebosando diversidad, sino que utiliza su enorme fortuna para crear un futuro en el que un puñado de personas y robots sobrevivirán a duras penas en dos planetas áridos (una Tierra radicalmente agotada y un Marte terraformado). De hecho, en un extraño giro de la historia del Antiguo Testamento, Musk y sus compañeros multimillonarios tecnológicos, habiéndose arrogado poderes divinos, no se contentan con construir las arcas. Parecen estar haciendo todo lo posible por provocar el diluvio. Los líderes de la derecha actual y sus ricos aliados no solo se están aprovechando de las catástrofes, la doctrina del shocky el capitalismo del desastre, sino que, al mismo tiempo, las provocan y las planifican.
¿Pero qué hay de la base de MAGA? No todos son lo suficientemente fieles como para creer sinceramente en el Rapto, y la mayoría no tiene el dinero para comprar un lugar en una ciudad de la libertad, y mucho menos en un cohete espacial. No hay nada que temer. El fascismo del fin de los tiempos ofrece la promesa de muchos arcas y búnkeres más asequibles, estos sí al alcance de los soldados de a pie de menor rango.
Escuchen el podcast diario de Steve Bannon, que se autoproclama el principal medio de comunicación de MAGA, y serán bombardeados con un mensaje único: el mundo se va al infierno, los infieles están rompiendo las barricadas y se avecina una batalla final. Estén preparados. El mensaje para prepararse se hace especialmente patente cuando Bannon pasa a promocionar los productos de sus anunciantes. Compren Birch Gold, dice Bannon a su audiencia, porque la economía estadounidense, sobreendeudada, va a colapsar y no se puede confiar en los bancos. Abastézcanse de comidas listas para consumir “My Patriot Supply” [Mis provisiones patrióticas]. Afinen su puntería con un sistema láser para practicar en casa. Lo último que querrán hacer es depender del Gobierno durante una catástrofe, recuerda a sus oyentes (sin decirlo: especialmente ahora que los chicos de Doge están vendiendo el Gobierno por partes).
Por supuesto, Bannon no solo insta a su audiencia a construir sus propios búnkeres. También propone una visión de Estados Unidos como un búnker en sí mismo, en el que agentes del ICE [Servicio de control de inmigración y aduanas] acechan las calles, los lugares de trabajo y los campus, haciendo desaparecer a quienes consideran enemigos de la política y los intereses estadounidenses. La nación atrincherada se encuentra en el corazón de la agenda de MAGA y del fascismo del fin de los tiempos. Dentro de su lógica, la primera tarea es endurecer las fronteras nacionales y expulsar a todas las personas enemigas, tanto extranjeras como nacionales. Esta fea labor ya está en marcha, con la administración Trump, respaldada por el Tribunal Supremo, invocando la Ley de Enemigos Extranjeros para deportar a cientos de inmigrantes venezolanos a Cecot, la ahora infame megaprisión de El Salvador. La instalación, que afeita la cabeza a las personas presas y hacina hasta 100 en una sola celda, repleta de literas sin colchones, opera bajo un estado de excepción destructor de las libertades civiles declarado hace más de tres años por el primer ministro cristiano sionista y amante de las criptomonedas, Nayib Bukele.
Bukele ha ofrecido proporcionar el mismo sistema de pago por servicio a las y los ciudadanos estadounidenses que la administración querría arrojar a un agujero negro judicial. “Me encanta”, dijo Trump recientemente cuando se le preguntó por la propuesta. No es de extrañar: Cecot es el corolario enfermizo, aunque lógico, de la fantasía de la ciudad de la libertad, una zona donde todo está en venta y no se aplican las reglas mínimas del debido proceso. Debemos esperar mucho más de este sadismo. En una declaración escalofriantemente sincera, el director en funciones de ICE, Todd Lyons, dijo en la Border Security Expo 2025 que quería ver un enfoque más “empresarial” de estas deportaciones, “como [Amazon] Prime, pero con seres humanos”.
Si vigilar las fronteras de la nación atrincherada es la primera tarea del fascismo apocalíptico, la segunda es igualmente importante: que el Gobierno estadounidense reclame todos los recursos que sus ciudadanos y ciudadanas protegidos puedan necesitar para superar los duros tiempos que se avecinan. Quizá sea el canal de Panamá. O las rutas marítimas de Groenlandia, que se están derritiendo rápidamente. O los minerales críticos de Ucrania. O el agua dulce de Canadá. Deberíamos pensar en esto menos como un imperialismo a la antigua usanza y más como una preparación a gran escala, a nivel de Estado nacional. Atrás quedaron las viejas excusas coloniales de difundir la democracia o la palabra de Dios: cuando Trump escudriña con avidez el mundo, está acumulando provisiones para el colapso de la civilización.
Esta mentalidad de búnker también ayuda a explicar las controvertidas incursiones de JD Vance en la teología católica. El vicepresidente, que debe su carrera política en gran parte a la generosidad del principal preparador Thiel, explicó a Fox News que, según el concepto cristiano medieval de ordo amoris (traducido tanto como orden del amor como orden de la caridad), no se debe amor a quienes están fuera del búnker: “Amas a tu familia, luego amas a tu vecino, luego amas a tu comunidad y luego amas a tus conciudadanos de tu propio país. Y después de eso, puedes centrarte y dar prioridad al resto del mundo”. (O no, como indicaría la política exterior de la administración Trump). En otras palabras, no le debemos nada a nadie fuera de nuestro búnker.
Aunque se basa en tendencias derechistas duraderas –justificar las exclusiones odiosas no es nada nuevo bajo el sol etnonacionalista–, nunca antes habíamos enfrentado una corriente apocalíptica tan poderosa en el gobierno. La arrogancia del fin de la historia de la era posterior a la Guerra Fría está siendo rápidamente sustituida por la convicción de que estamos en el fin de los tiempos. Doge puede envolverse en la bandera de la eficiencia económica, y los secuaces de Musk pueden evocar recuerdos de los jóvenes Chicago Boys, formados en Estados Unidos, que diseñaron la terapia de choque económica para el régimen dictatorial de Augusto Pinochet, pero esto no es simplemente la vieja unión entre el neoliberalismo y el neoconservadurismo. Se trata de una nueva mezcla milenarista que venera el dinero y afirma que debemos acabar con la burocracia y sustituir a los seres humanos por chatbot para reducir “el despilfarro, el fraude y el abuso” y, además, porque la burocracia es donde se esconden los demonios que se oponen a Trump. Aquí es donde los techbros se fusionan con los Theo Bros, un grupo real de supremacistas cristianos hiperpatriarcales vinculados a Hegseth y otros miembros de la administración Trump.
Como siempre ocurre con el fascismo, el complejo apocalíptico actual traspasa las fronteras de clase y une a las y los multimillonarios con la base de Trump. Gracias a décadas de tensiones económicas cada vez más profundas, junto con un mensaje incesante y hábil que enfrenta a las y los trabajadores entre sí, es comprensible que mucha gente se sienta incapaz de protegerse de la desintegración que la rodea (por muchos meses de comida preparada que compren). Pero hay compensaciones emocionales: se puede aplaudir el fin de la discriminación positiva y la diversidad, glorificar la deportación masiva, disfrutar de la denegación de la atención sanitaria a las personas trans, demonizar a las y los educadores y trabajadores sanitarios que creen saber más que tú, y aplaudir la desaparición de las regulaciones económicas y medioambientales como forma de acabar con los liberales. El fascismo del fin de los tiempos es un fatalismo oscuramente festivo, un último refugio para aquellos que encuentran más fácil celebrar la destrucción que imaginar una vida sin supremacía.
También es una espiral descendente que se refuerza a sí misma: los furiosos ataques de Trump contra todas las estructuras diseñadas para proteger al público de las enfermedades, los alimentos peligrosos y los desastres –incluso para informar al público cuando se avecinan desastres– refuerzan los argumentos a favor del prepperismo [prepararse para las crisis], tanto en los estratos altos como en los bajos, al tiempo que crean innumerables nuevas oportunidades de privatización y especulación para los oligarcas que impulsan esta rápida desintegración del Estado social y regulador.
Al comienzo del primer mandato de Trump, la revista New Yorker investigó un fenómeno que describió como “preparativos para el fin del mundo de los superricos”. Por entonces, ya estaba claro que en Silicon Valley y en Wall Street, los supervivientes más serios de alto nivel se estaban protegiendo contra la alteración climática y el colapso social comprando espacio en búnkeres subterráneos construidos a medida y construyendo casas a las que fugarse en terrenos elevados en lugares como Hawái (donde Mark Zuckerberg ha restado importancia a su refugio subterráneo de 5000 pies cuadrados calificándolo de “pequeño refugio”) y Nueva Zelanda (donde Thiel compró casi 500 acres, pero su plan de construir un complejo de supervivencia de lujo fue rechazado por las autoridades locales en 2022 por considerarlo una monstruosidad).
Este milenarismo está ligado a otras modas intelectuales de Silicon Valley, todas ellas basadas en la creencia apocalíptica de que nuestro planeta se encamina hacia un cataclismo y que es hora de tomar decisiones difíciles sobre qué parte de la humanidad puede salvarse. El transhumanismo es una de esas ideologías, que abarca desde pequeñas mejoras humano-mecánicas hasta la búsqueda de la inteligencia artificial general, aún ilusoria, a la que se podría transferir la inteligencia humana. También existen el altruismo eficaz y el largoplacismo, que pasan por alto los enfoques redistributivos para ayudar a la gente necesitada aquí y ahora en favor de un enfoque de coste-beneficio para hacer el mayor bien a largo plazo.
Aunque a primera vista pueden parecer benignas, estas ideas están plagadas de peligrosos prejuicios raciales, capacitistas y de género sobre qué partes de la humanidad merecen ser mejoradas y salvadas, y cuáles podrían ser sacrificadas por el supuesto bien del conjunto. También comparten una marcada falta de interés en abordar con urgencia las causas subyacentes del colapso, un objetivo responsable y racional que un grupo cada vez mayor de figuras rechaza activamente. En lugar del altruismo eficaz, Andreessen, habitual en Mar-a-Lago, y otros han abrazado el “aceleracionismo eficaz”, o la “propulsión deliberada del desarrollo tecnológico” sin barreras de seguridad.
Mientras tanto, filosofías aún más oscuras están encontrando un público más amplio, como las diatribas neorreaccionarias y monárquicas del programador Curtis Yarvin (otro de los referentes intelectuales de Thiel), o la obsesión del movimiento “pronatalista” por aumentar drásticamente el número de bebés “occidentales” (una fijación de Musk), así como la visión del gurú de la salida Srinivasan de un “sionismo tecnológico” en San Francisco, donde los leales a las empresas y la policía unen sus fuerzas para limpiar políticamente la ciudad de liberales y dar paso a su estado de apartheid en red.
Como han escrito los estudiosos de la IA Timnit Gebru y Émile P. Torres, aunque los métodos puedan ser nuevos, este “paquete” de modas ideológicas “es descendiente directo de la primera ola de eugenesia”, que también vio cómo un pequeño subconjunto de la humanidad tomaba decisiones sobre qué partes del todo merecían continuar y cuáles debían limpiarse o eliminarse. Hasta hace poco, pocos prestaban atención. Al igual que en Próspera, donde los miembros ya pueden experimentar con fusiones entre humanos y máquinas, como implantarse las llaves de su Tesla en la mano, estas modas intelectuales parecían ser el pasatiempo marginal de unos pocos diletantes de la bahía de San Francisco con dinero y cautela para gastar. Ya no es así.
Tres acontecimientos recientes han acelerado el atractivo apocalíptico del fascismo del fin de los tiempos. El primero es la crisis climática. Aunque algunas figuras de alto perfil siguen negando públicamente o minimizando la amenaza, las élites mundiales, cuyas propiedades frente al mar y centros de datos son muy vulnerables al aumento de las temperaturas y del nivel del mar, conocen bien los peligros ramificados de un mundo en constante calentamiento. El segundo es la c
Nada de esto debe descartarse como paranoia. Muchos de nosotros sentimos tan acuciante la inminencia del colapso que lo afrontamos entreteniéndonos con diversas versiones de la vida en un búnker postapocalíptico, viendo en la trasmisión contínua Silo, de Apple, o Paradise, de Hulu. Como nos recuerda el analista y editor británico Richard Seymour en su reciente libro Disaster Nationalism: “El apocalipsis no es una mera fantasía. Al fin y al cabo, estamos viviendo en él, desde los virus mortales hasta la erosión del suelo, desde la crisis económica hasta el caos geopolítico”.
El proyecto económico de Trump 2.0 es un monstruo de Frankenstein formado por las industrias que impulsan todas estas amenazas: los combustibles fósiles, las armas y las criptomonedas y la IA, ávidas de recursos. Toda la gente que participa en estos sectores saben que no hay forma de construir el mundo espejo artificial que promete la IA sin sacrificar este mundo: estas tecnologías consumen demasiada energía, demasiados minerales críticos y demasiada agua para que ambos puedan coexistir en cualquier tipo de equilibrio. Este mes, el ex ejecutivo de Google Eric Schmidt lo admitió ante el Congreso, donde afirmó que se prevé que las “profundas” necesidades energéticas de la IA se tripliquen en los próximos años, y que gran parte de esa energía provendrá de los combustibles fósiles, ya que la energía nuclear no puede ponerse en marcha con la suficiente rapidez. Según explicó, este nivel de consumo, que incinera el planeta, es necesario para permitir una inteligencia “superior” a la humanidad, un dios digital que resurge de las cenizas de nuestro mundo abandonado.
Y están preocupados, pero no por las amenazas reales que están desatando. Lo que quita el sueño a los líderes de estas industrias entrelazadas es la perspectiva de una llamada de atención a la civilización, de esfuerzos gubernamentales serios y coordinados a nivel internacional para frenar a sus sectores rebeldes antes de que sea demasiado tarde. Desde la perspectiva de sus resultados económicos en constante expansión, el apocalipsis no es el colapso, sino la regulación.
El hecho de que sus beneficios se basen en la devastación del planeta ayuda a explicar por qué el discurso bienintencionado entre los poderosos está dando paso a expresiones abiertas de desdén por la idea de que nos debemos algo unos a otros por derecho de nuestra humanidad compartida. Silicon Valley ha acabado con el altruismo, sea eficaz o no. Mark Zuckerberg, de Meta, añora una cultura que celebre la “agresividad”. Alex Karp, socio comercial de Thiel en la empresa de vigilancia Palantir Technologies, reprende la “autoflagelación perdedora” de quienes cuestionan la superioridad estadounidense y los beneficios de los sistemas de armas autónomos (y, por asociación, los lucrativos contratos militares que han hecho la enorme fortuna de Karp). Musk informa a Joe Rogan que la empatía es “la debilidad fundamental de la civilización occidental” y, tras fracasar en su intento de comprar las elecciones al Tribunal Supremo de Wisconsin, se desahoga diciendo: “Cada vez parece más claro que la humanidad es un bootloader biológico para la superinteligencia digital”. Lo que significa que los seres humanos no somos más que carne de cañón para Grok, el servicio de inteligencia artificial de su propiedad (ya nos dijo que era un “MAGA oscuro”, y no es el único).
En la árida y climáticamente estresada España, uno de los grupos que pide una moratoria para los nuevos centros de datos se llama “Tu Nube Seca Mi Río”. El nombre es muy apropiado, y no solo para España.
Ante nuestros ojos y sin nuestro consentimiento se está tomando una decisión indescriptiblemente sombría: las máquinas por encima de los seres humanos, lo inanimado por encima de lo animado, los beneficios por encima de todo lo demás. Con una rapidez asombrosa, los megalómanos de las grandes tecnológicas han dado marcha atrás silenciosamente en sus promesas de cero emisiones netas y se han alineado al lado de Trump, empeñados en sacrificar los recursos reales y preciosos de este mundo y su creatividad en el altar de un reino virtual y vampírico. Este es el último gran atraco, y se están preparando para capear las tormentas que ellos mismos están provocando, e intentarán difamar y destruir a cualquiera que se interponga en su camino.
Pensemos en la reciente estancia de Vance en Europa, donde el vicepresidente reprendió a los líderes mundiales por “preocuparse por la seguridad” en relación con la IA destructora de empleo, al tiempo que exigía que no se restringieran los discursos nazis y fascistas en Internet. En un momento dado, hizo un comentario revelador, esperando una risa que nunca llegó: “Si la democracia estadounidense puede sobrevivir a diez años de reprimendas de Greta Thunberg, ustedes pueden sobrevivir a unos meses de Elon Musk”.
Su comentario se hizo eco de los de su igualmente poco humorístico mecenas, Thiel. En recientes entrevistas centradas en los fundamentos teológicos de su política de extrema derecha, el multimillonario cristiano ha comparado repetidamente a la incansable joven activista climática con el anticristo, una figura que, según advierte, fue profetizada para venir con un mensaje engañoso de “paz y seguridad”. “Si Greta consigue que todo el mundo se suba a una bicicleta, quizá sea una forma de resolver el cambio climático, pero tiene algo de saltar de la sartén al fuego”, afirmó Thiel.
¿Por qué Thunberg, por qué ahora? En parte, es claramente el miedo apocalíptico a que la regulación merme sus enormes beneficios: según Thiel, las medidas climáticas basadas en la ciencia que exigen Thunberg y otros solo podrían aplicarse en un “Estado totalitario”, que, según él, es una amenaza más grave que el colapso climático (lo más preocupante es que, en esas condiciones, los impuestos serían “bastante elevados”). Quizás haya algo más en Thunberg que les asusta: su firme compromiso con este planeta y las muchas formas de vida que lo habitan, y no con simulaciones de este mundo generadas por la inteligencia artificial, ni con una jerarquía de quienes merecen vivir y quienes no, ni con ninguna de las diversas fantasías de escape extraplanetario que venden los fascistas del fin de los tiempos.
Ella está comprometida con quedarse, mientras que los fascistas del fin de los tiempos, al menos en su imaginación, ya han abandonado este reino, refugiados en sus opulentos refugios o trascendidos al éter digital o a Marte.
Poco después de la reelección de Trump, una de nosotras tuvo la oportunidad de entrevistar a Anohni, una de las pocas músicas que ha intentado crear arte que abrace el impulso de muerte que se ha apoderado de nuestro mundo. Cuando se le preguntó qué conecta la voluntad de los poderosos de dejar que el planeta se queme y el impulso de negar la autonomía corporal a las mujeres y a las personas trans como ella, respondió recurriendo a su educación católica irlandesa: es “un mito muy arraigado que estamos representando y encarnando. Es la culminación de su Rapto. Es su escape del voluptuoso ciclo de la creación. Es su escape de la Madre”.
¿Cómo rompemos esta fiebre apocalíptica? En primer lugar, ayudándonos unas a otras a afrontar la profundidad de la depravación que se ha apoderado de la extrema derecha en todos nuestros países. Para avanzar con determinación, debemos comprender primero este simple hecho: nos enfrentamos a una ideología que ha renunciado no solo a la premisa y la promesa de la democracia liberal, sino también a la habitabilidad de nuestro mundo compartido, a su belleza, a sus habitantes, a nuestros hijos y a otras especies. Las fuerzas a las que nos enfrentamos han hecho las paces con la muerte masiva. Son traidoras a este mundo y a sus habitantes humanos y no humanos.
En segundo lugar, contrarrestamos sus narrativas apocalípticas con una historia mucho mejor sobre cómo sobrevivir a los tiempos difíciles que se avecinan sin dejar a nadie atrás. Una historia capaz de drenar el poder gótico del fascismo del fin de los tiempos y galvanizar un movimiento dispuesto a arriesgarlo todo por nuestra supervivencia colectiva. Una historia no del fin de los tiempos, sino de tiempos mejores; no de separación y supremacía, sino de interdependencia y pertenencia; no de huir, sino de quedarse y permanecer fieles a la realidad terrenal turbulenta en la que estamos enredados y atados.
Este sentimiento básico, por supuesto, no es nuevo. Es fundamental en las cosmologías indígenas y se encuentra en el corazón del animismo. Si retrocedemos lo suficiente, todas las culturas y creencias tienen su propia tradición de respetar la santidad del aquí y no buscar Sión en una tierra prometida esquiva y siempre lejana. En Europa del Este, antes de las aniquilaciones fascistas y estalinistas, el sindicato socialista judío Labor Bund se organizó en torno al concepto yiddish de Doikayt, o “aquí”. Molly Crabapple, autora de un libro de próxima publicación sobre esta historia olvidada, define Doikayt como el derecho a “luchar por la libertad y la seguridad en los lugares donde vivían, desafiando a todos los que querían verlos muertos”, en lugar de verse obligados a huir a Palestina o Estados Unidos en busca de seguridad. Quizás lo que se necesita es una universalización moderna de ese concepto: un compromiso con el derecho a la permanencia en este planeta enfermo, a estos cuerpos frágiles, al derecho a vivir con dignidad en cualquier lugar del planeta, incluso cuando las inevitables convulsiones nos obliguen a desplazarnos. La permanencia puede ser portátil, libre de nacionalismo, arraigada en la solidaridad, respetuosa con los derechos indígenas y sin límites fronterizos.
Ese futuro requeriría su propio apocalipsis, su propio fin del mundo y su propia revelación, aunque de un tipo muy diferente. Porque, como ha observado la experta en policía Robyn Maynard: “Para que la supervivencia del planeta sea posible, algunas versiones de este mundo deben llegar a su fin”.
Hemos llegado a un punto en el que hay que decidir, no sobre si nos enfrentamos al apocalipsis, sino sobre la forma que este tomará. Las activistas Adrienne Maree y Autumn Brown abordaron recientemente este tema en su acertadamente titulado podcast How to Survive theEnd of theWorld (Cómo sobrevivir al fin del mundo). En este momento, en el que el fascismo apocalíptico libra una guerra en todos los frentes, es esencial forjar nuevas alianzas. Pero en lugar de preguntarnos: “¿Compartimos todos la misma visión del mundo?”, Adrienne nos insta a preguntarnos: “¿Late tu corazón y piensas seguir viviendo? Entonces ven por aquí y ya veremos el resto al otro lado”.
Para tener alguna esperanza de combatir a los fascistas del fin de los tiempos, con sus círculos concéntricos cada vez más restrictivos y asfixiantes de amor ordenado, necesitaremos construir un movimiento rebelde y de corazón abierto de fieles amantes de la Tierra: fieles a este planeta, a su gente, a sus criaturas y a la posibilidad de un futuro habitable para todos y todas nosotras. Fieles a este lugar. O, citando de nuevo a Anohni, esta vez refiriéndose a la diosa en la que ahora deposita su fe: “¿Te has parado a pensar que quizá esta haya sido su mejor idea?”.
TheGuardian
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Naomi Klein es columnista y redactora de The Guardian. Es profesora de justicia climática y codirectora del Centro para la Justicia Climática de la Universidad de Columbia Británica. Su último libro, Doppelganger: A Trip into the Mirror World, se publicará en septiembre.
Astra Taylor es escritora, organizadora y documentalista. Entre sus libros se encuentran The People’s Platform: Taking Back Power and Culture in the Digital Age, galardonado con el American Book Award, y Democracy May Not Exist, but We’ll Miss It When It’s Gone. Su película más reciente es What Is Democracy?
Traducción:viento sur