El gobierno formado a finales de 2022 por Benjamín Netanyahu, junto con grupos sionistas aún más radicales que su propio partido de extrema derecha, es el más extremista de la historia del Estado. Menos de diez meses después de su formación, este gobierno aprovechó la oportunidad que le brindó la operación del 7 de octubre de 2023 para librar una guerra genocida en la Franja de Gaza que superó en horror a todas las guerras anteriores de Israel.
Esto ocurrió bajo el gobierno de Joe Biden un presidente estadounidense que profesaba abiertamente su sionismo (cristiano), mientras que el impacto de la Operación Al-Aqsa Flood creó un clima que llevó a la mayoría de los demás gobiernos occidentales a declarar su apoyo incondicional a la horrible agresión lanzada por las fuerzas armadas israelíes, con el pretexto de respaldar el derecho de Israel a la «autodefensa».
En combinación estas circunstancias animaron al gobierno de extrema derecha de Israel a perpetrar un genocidio en la Franja de Gaza, destruyéndola con extrema brutalidad, y a intentar expulsar a sus residentes restantes, al tiempo que se estrechaba el cerco sobre la población de Cisjordania en preparación para su propia expulsión.
Muchos gobernantes occidentales, junto con los árabes, asumieron que la agresión israelí se limitaría a eliminar el control de Hamás sobre la Franja de Gaza, que así podría ser devuelta a la Autoridad Palestina (AP) con sede en Ramala. Para ello, confiaron en la administración de Joe Biden, que apoyaba este escenario. Sin embargo, a los pocos meses de la ofensiva, les quedó claro, al igual que al propio Biden, que Netanyahu no estaba dispuesto a seguir ese camino. Netanyahu lleva mucho tiempo presumiendo de eliminar la perspectiva de un «Estado palestino», en particular consolidando la división entre Cisjordania y Gaza al permitir la financiación de Qatar al régimen de Hamás en Gaza, evitando así que este último quede en deuda con la AP.
Con el regreso de Donald Trump a la Casa Blanca, y tras una apuesta delirante por su ambición de ganar el Premio Nobel de la Paz, estos mismos gobernantes europeos y árabes se quedaron impactados por sus declaraciones en las que pedía la deportación de la población de Gaza y la confiscación de la Franja para convertirla en un complejo turístico playero. Por el contrario, estas declaraciones fueron aplaudidas por Netanyahu y la extrema derecha sionista.
Poco después, la tregua que precedió a la toma de posesión de Trump se convirtió en un nuevo y horrible capítulo del genocidio en curso, a través de una hambruna orquestada por Israel en connivencia con Washington, acompañada del bárbaro tiroteo contra los residentes de Gaza a la vista de todo el mundo. A esto le siguió una nueva y mortífera ofensiva israelí destinada a apoderarse y destruir las zonas pobladas que quedaban en la Franja. Estos acontecimientos provocaron un cambio creciente en la opinión pública de los países occidentales, que pasó de la simpatía por Israel, que había alcanzado su punto álgido después del 7 de octubre, a la simpatía por los civiles afectados de Gaza, especialmente los niños.
Estos acontecimientos llevaron a los avergonzados líderes europeos a buscar una postura simbólica para compensar su complicidad en la guerra genocida de Gaza. Esta complicidad había durado, de hecho, más de un año, e incluía su rechazo a las peticiones de alto el fuego durante varios meses, por no hablar del mantenimiento de todas sus relaciones, incluidas las militares, con el Estado sionista. Consideraban que el reconocimiento del llamado Estado de Palestina, casi cuarenta años después de su proclamación, era una forma de compensar políticamente, al menor costo, su anterior apoyo a la guerra de Israel. Esta posición simbólica cobró más credibilidad tras el vehemente ataque lanzado contra ella por Netanyahu, que ahora teme que su toma de Gaza pueda convertirse en una oportunidad para ejercer presión sobre él para la reunificación de la Franja con Cisjordania bajo una única autoridad, reviviendo así la perspectiva del «Estado palestino» que durante tanto tiempo ha tratado de sofocar.
La postura de Trump será sin duda decisiva en esta cuestión. Las posiciones europeas «no son importantes» a este respecto, como dijo Trump cuando se le informó de que el presidente francés Emmanuel Macron había anunciado su decisión de reconocer el Estado de Palestina. De hecho, solo la posición de Estados Unidos puede obligar a Netanyahu a volver a la «solución de dos Estados», que hasta ahora ha rechazado, aunque consiste esencialmente en un pequeño Estado palestino sometido al Estado de ocupación sionista, similar a la actual Autoridad Palestina con sede en Ramala.
Sin embargo, lo que influirá en Donald Trump es la postura de los Estados árabes del Golfo, que sin duda son más queridos para el presidente estadounidense (y su billetera) que Netanyahu e Israel. Por eso el presidente francés se mostró tan interesado en involucrar al Reino Saudí en sus esfuerzos en las Naciones Unidas, brindando a la parte árabe la oportunidad de participar en el cabildeo a favor de la solución de dos Estados, como compensación por su renuencia colectiva a ejercer una presión real para detener el genocidio. En cuanto al Estado de Palestina, lo consideran condicional (como en la Declaración de Nueva York emitida hace dos meses por iniciativa franco-saudí) a la restricción de los derechos políticos de quienes aceptan el enfoque actual de la Autoridad Palestina de Ramala, y a que permanezca desmilitarizado, sin más armas que las necesarias para reprimir a su población.
De hecho, la mayor presión que el Golfo puede ejercer sobre la Administración Trump es que el presidente estadounidense vuelva a lo que en su momento denominó el Acuerdo del Siglo, un proyecto elaborado por su yerno, Jared Kushner, en 2020. Este plan preveía el establecimiento de un Estado de Palestina en tres enclaves dentro de Cisjordania, con la anexión por parte de Israel de los territorios circundantes, la mayor parte de la denominada Zona C resultante de la aplicación de los Acuerdos de Oslo, incluido el valle del Jordán. Quince asentamientos sionistas permanecerían dentro de los enclaves asignados al «Estado de Palestina», bajo soberanía israelí.
A cambio de las tierras que se anexionarían al Estado de Israel, el plan de Kushner preveía conceder a los palestinos dos enclaves en el desierto del Néguev, junto a la frontera con Egipto. Toda la Franja de Gaza formaba parte del Estado de Palestina en el plan de 2020, pero su reocupación permitió extender a ella el tipo de «solución» prevista para Cisjordania, por la que Israel se apoderaría de zonas de la Franja y las anexionaría formalmente, mientras que los refugiados de Gaza quedarían confinados en uno o dos enclaves, y algunos de ellos serían desplazados al Negev. El propio Kushner recomendó dicho desplazamiento en una charla en Harvard en febrero de 2024.
En 2020, la Autoridad Palestina de Ramala rechazó categóricamente el plan de Kushner-Trump, al igual que la Liga Árabe, por su flagrante desprecio de los derechos y demandas palestinos. Hoy en día, algunos de los que lo rechazaron pueden considerarlo un mal menor (en contraposición a la expulsión total) y, por lo tanto, pedir su aceptación. Incluso si ganaran el caso y se estableciera el Estado de Palestina de una manera que Netanyahu pudiera aceptar (él había acogido con satisfacción el plan Kushner-Trump en 2020), no sería más que una «solución» aún peor que la que existía antes del 7 de octubre. En otras palabras, no «resolvería» nada, y la resistencia palestina en todas sus formas continuaría sin duda.
Los gobiernos que realmente desean apoyar la causa palestina deben comenzar por reconocer el derecho del pueblo palestino a la autodeterminación, antes de reconocer un Estado hipotético y sin designar a la Autoridad Palestina de Ramala, rechazada por la mayoría de los palestinos, como modelo para el Estado que reclaman. De hecho, el consenso nacional palestino se expresó en 2006 en una serie de demandas que incluían la retirada del ejército y los colonos israelíes de todos los territorios palestinos ocupados en 1967, incluida Jerusalén Este, el desmantelamiento del muro del apartheid, la liberación de todos los prisioneros palestinos retenidos por Israel y el reconocimiento del derecho de los refugiados palestinos al retorno y a la reparación.
Cualquier Estado establecido sin que se cumplan estas exigencias no sería, a los ojos de la mayoría de los palestinos, más que un nuevo intento de liquidar su causa nacional. Simplemente otorgaría una soberanía falsa a la prisión al aire libre en la que el Estado sionista confina al pueblo palestino en los territorios de 1967, dentro de un área geográfica cada vez más reducida.
Traduccion: César Ayala, de la versión inglesa enviada por el autor.
Artículo originalmente publicado en Al-Quds al-Arabi