El 21 de enero hará cien años que falleció Vladimir Illich Ulianov, más conocido como Lenin. Uno de sus biógrafos, nada partidario de sus teorías, señaló: “el rastro que ha dejado en la historia del mundo es infinitamente más perceptible, pongamos, que el dejado por Alejandro de Macedonia, Tamerlán o Napoleón, pues él solo cambió el curso de la historia” (Robert Payne. Vida y muerte de Lenin). No fue él solo, pero si fue la cabeza de la primera revolución obrera victoriosa que demostró que otro mundo era posible. A pesar de todas las vicisitudes de la revolución rusa de 1917 sus experiencias, virtudes y errores forman parte del bagaje necesario para quienes aspiran alumbrar una nueva sociedad.
Lenin no está de moda. Las campañas en su contra han logrado que en la conciencia de muchas izquierdas aparezca como incómodo, a quien no es nada conveniente acercarse y menos reivindicarlo. Como máximo se le reconoce su lugar en la historia, como agua pasada que mejor no recordar. Él mismo escribió sobre esto: “Ocurre hoy con la doctrina de Marx lo que ha solido ocurrir en la historia repetidas veces con las doctrinas de los pensadores revolucionarios y de los jefes de las clases oprimidas en su lucha por la liberación. En vida de los grandes revolucionarios, las clases opresoras les someten a constantes persecuciones, acogen sus doctrinas con la rabia más salvaje, con el odio más furioso, con la campaña más desenfrenada de mentiras y calumnias. Después de su muerte, se intenta convertirlos en iconos inofensivos, canonizarlos, por decirlo así, rodear sus nombres de una cierta aureola de gloria para “consolar” y engañar a las clases oprimidas, castrando el contenido de su doctrina revolucionaria, mellando su filo revolucionario, envileciéndola” (El Estado y la revolución).
Se le ha acusado de casi todo con la intención de demonizarlo y apartarlo del interés de las nuevas generaciones: de recibir dinero alemán, de ser despiadado, totalitario, fanático, de estar en el origen de la burocratización, de la violencia estalinista u organizador de un golpe de Estado (la revolución) todo ello para ocultar su papel emancipador de las clases trabajadoras. A menudo se le conoce más por la hostilidad de sus enemigos que por su propia obra. Por eso es necesario conocerlo, leerlo o releerlo y estudiarlo para valorar lo que es circunstancial, lo que tiene que ver con las particularidades rusas y de la época, y poder extraer lo que es verdaderamente importante y decisivo: la estrategia para acabar con el capitalismo y avanzar hacia una sociedad socialista y la táctica necesaria para reunir fuerzas, organizar a la clase trabajadora, aumentar su conciencia y, sobre todo, ganar su confianza para la revolución.
Más presente de lo que parece
No está de moda, pero está más presente de lo que se reconoce. Por ejemplo, si en política se pregunta “¿Qué hacer?” posiblemente venga a la mente ese libro de Lenin y, aunque no se haya leído se ha oído hablar de él y, además, es la primera pregunta que debe hacerse todo revolucionario: qué hacer para mejorar la situación de las clases trabajadoras, qué hacer para combatir la desigualdad, qué hacer para organizar mejor la lucha, qué hacer para cambiar el mundo.
Si leemos “sin teoría revolucionaria, no puede haber tampoco movimiento revolucionario” es la referencia clásica de Lenin que nos alerta de la necesidad del estudio y el conocimiento para comprender el funcionamiento del capitalismo y sus distintas formas económicas y sociales. No es suficiente la acción, ni la valentía y el arrojo, se necesita una interpretación científica del mundo para poder cambiarlo.
¿Quién no ha oído la expresión “análisis concreto de una situación concreta”? Suele ser lo que se le pide a cualquier analista. Para Lenin era una cuestión clave. La cita completa es: “Lo que es la esencia misma, el alma viva del marxismo: el análisis concreto de una situación concreta”. Es decir, el marxismo no es una simple generalización ni un comentario sobre los acontecimientos sino una herramienta para analizar, interpretar y tomar decisiones prácticas.
Otra definición que forma parte de la historia del movimiento obrero es “El imperialismo, época de guerras y revoluciones”. La hizo popular a partir del libro El imperialismo, fase superior del capitalismo, un análisis de la evolución capitalista hacia la concentración monopolística, aún más agudizada en la actual etapa de globalización. En realidad, era una aportación de Karl Kautsky, dirigente de la socialdemocracia hasta 1914, que años antes había definido la situación como una “nueva época de guerras y revoluciones”.
Incluso desde opiniones contrapuestas a la suya se ha acabado aceptando y citando su definición sobre una situación revolucionaria: “Para que estalle la revolución ordinariamente no suele bastar con que ‘los de abajo no quieran’, sino que hace falta además que ‘los de arriba no puedan’ seguir viviendo como hasta entonces”.
Si escuchamos “Todo el poder a los soviets”, el lema de la revolución de 1917, estamos oyendo a Lenin luchando para que esos organismos democráticos de las clases trabajadoras se adueñaran del poder. Y si se cita que “Una nación no puede ser libre si oprime a otra” nos encontramos con el más activo defensor de la aplicación práctica del derecho de autodeterminación de las naciones. Su actualidad se podría medir con menos caracteres de los que se necesitan para un tuit, con los lemas pan, paz, tierra fueron capaces los revolucionarios rusos de echar al zar y a los capitalistas e iniciar una perspectiva revolucionaria a nivel internacional.
El escritor italiano Italo Calvino escribió respecto a los clásicos: “cuanto más cree uno conocerlos de oídas, tanto más nuevos, inesperados, inéditos resultan al leerlos de verdad”. (Por qué leer los clásicos) Es lo que tienen los clásicos, que no pasan de moda, siempre se aprende de una primera o una nueva lectura de Homero, Cervantes o Shakespeare y no los desechamos porque hace siglos que fueron escritos ya que forman parte del acervo cultural de la humanidad. Tras la crisis del 2008 hubo un brusco giro de interés hacia Marx para comprender las razones de las crisis capitalistas, por la misma razón los enormes retos actuales, crisis capitalista y de la globalización, ecológica, auge de las extremas derechas, enormes dificultades para que las izquierdas definan proyectos alternativos al capitalismo, recomiendan volver a Lenin para formular preguntas y encontrar respuestas, para estudiarlo y rescatarlo de las falsas interpretaciones del estalinismo. Evidentemente, no para repetir citas ni fórmulas sino para debatir y aprender las claves que permitan el avance de las fuerzas emancipatorias de la sociedad.
La estrategia del socialismo
La cuestión más decisiva es volver a situar la lucha por el socialismo en el centro de los objetivos políticos, ahí es donde podemos aprender de la experiencia leninista. No son suficientes las reformas sociales, por más necesarias que sean, porque en el marco del capitalismo siempre están en cuestión. Los ejemplos son bien actuales y representan una tendencia a nivel internacional: reducción o liquidación de las conquistas del llamado Estado del Bienestar (allí donde lo hay); recortes democráticos y tendencia al autoritarismo; crecimiento electoral de las extremas derechas con todo lo que eso significa de xenofobia y de ataques a los derechos de las mujeres y, sobre todo, una creciente e imparable desigualdad y la incapacidad del capitalismo de mejorar las condiciones de vida de la mayoría de la población trabajadora. Ahí están las condiciones para luchar contra el sistema. La polarización actual es la expresión de la crisis del modelo que ha venido funcionando en los últimos decenios. El futuro es preparar una alternativa social y política favorable a las clases trabajadoras si no serán las extremas derechas las que se impondrán.
Podemos aprender de Lenin que el objetivo (la lucha por el socialismo) es lo que puede orientar al movimiento en su diversidad, que la lucha por reformas, económica, democrática es limitada y parcial si no forma parte de un plan general para transformar la sociedad. “Se ayuda a los obreros -escribe- a librar la lucha económica, pero de ningún modo se les explica a la vez, o se les explica insuficientemente, los fines socialistas y las tareas políticas de todo el movimiento en su conjunto”. (Tareas urgentes de nuestro movimiento) Lamentablemente para la mayoría de las izquierdas las reformas lo son todo y eso explica la debilidad estratégica para definir una alternativa.
Hay dos barreras que es necesario romper, la que dice, según los capitalistas, que no hay alternativa al actual sistema y que hay que aguantarse, aunque cada día se hace más urgente una alternativa y la que presenta la degeneración de la URSS y los Países del Este como el fracaso del futuro del socialismo. Ambas cosas son el pasado y aunque pesan en la conciencia podemos encontrar en Lenin un guía para la necesaria actualización de la lucha por el socialismo, como un movimiento para acabar con el capitalismo, para defender la propiedad pública, en lucha contra toda opresión, democrático en su organización y desarrollo, internacionalista (más importante que nunca en la actual etapa de globalización y del peso de las instituciones europeas) feminista, defensor de la naturaleza… pero no para ser una leal oposición al régimen monárquico sino para preparar con toda la paciencia que sea necesaria y con la energía posible un movimiento revolucionario republicano y socialista.
Una lucha como esta necesita una clase trabajadora con conciencia y organización, capaz de encabezar al conjunto del pueblo frente al poder político y económico. Cierto que son muchas las dificultades actuales, el movimiento huelguístico es bajo, la precariedad sigue bien presente, la dispersión y la falta de perspectivas no lo hace fácil, pero, sin despreciar las dificultades, ambos procesos están ligados, la recuperación del movimiento obrero y el renacimiento de una perspectiva socialista.
También en tiempos difíciles
A menudo solo se tiene en cuenta a Lenin para las situaciones revolucionarias como en la Rusia de 1917 y en las revoluciones que recorrieron Europa después de la Primera Guerra Mundial. Pero todos los movimientos sociales tienen sus puntos álgidos, sus avances, retrocesos y derrotas, y es en esos procesos donde se curte la clase trabajadora y sus dirigentes políticos. En una etapa como la actual en la que las fuerzas de izquierda no están a la ofensiva Lenin también tiene cosas que enseñarnos.
La lucha contra el zarismo tuvo que hacerse en condiciones represivas muy difíciles. Para acabar con el zarismo y avanzar hacia el socialismo hubo que adecuar la táctica a diversas situaciones, mantener el partido en la ilegalidad para protegerlo de la represión, pero actuar de la manera más abierta para estar ligado a la clase trabajadora, participar en sindicatos organizados por la policía zarista, presentar candidatos a las elecciones después de la derrota de la revolución de 1905 para acompañar en el repliegue a la clase trabajadora o cuando el movimiento está avanzando, porque la tarea es siempre ayudar a la clase trabajadora frente a las otras clases y al Estado. Es importante definir el objetivo como también mostrar el camino para lograrlo, ambos están entrelazados.
Convencer, convencer
Para cambiar la sociedad tiene que existir una mayoría dispuesta a ello. Como se ha dicho anteriormente, no basta que los de arriba no puedan, los de abajo deben tener la convicción de que es posible y de que vale la pena intentarlo.
No pocas veces se ha acusado o interpretado a Lenin como el dirigente de un partido minoritario que con métodos inexplicables impuso su voluntad a millones de personas. Para bajarlo del pedestal y ponerlo con los pies en la tierra a lo largo de toda su vida política se sirvió del mismo método: una estrategia para el socialismo y convencer a la gente. Rechazó las iniciativas minoritarias, por muy abnegadas que fuesen, porque la emancipación de los trabajadores será obra de los propios trabajadores.
Cuando en 1902 el movimiento obrero ruso estaba en sus inicios escribe: “nuestra ‘táctica-plan’ consiste en rechazar el llamamiento inmediato al asalto, en exigir que se organice ‘debidamente el asedio de la fortaleza enemiga’ […] en exigir que todos los esfuerzos se dirijan a reunir, organizar y movilizar”, (¿Qué hacer?).
En 1917, en plena revolución, insiste: “Reconocer que, en la mayor parte de los soviets de diputados obreros, nuestro Partido está en minoría y, por el momento, en una minoría reducida […] nuestra misión sólo puede consistir en explicar los errores de su táctica de un modo paciente, sistemático, tenaz y adaptado especialmente a las necesidades prácticas de las masas. Mientras estemos en minoría, desarrollaremos una labor de crítica y esclarecimiento de los errores, propugnando al mismo tiempo la necesidad de que todo el poder del Estado pase a los Sóviets de Diputados Obreros, a fin de que, sobre la base de la experiencia, las masas corrijan sus errores. (Las Tesis de Abril)
Posteriormente, en 1920, en una polémica con los comunistas europeos, explica que el bolchevismo logró triunfar “Por su capacidad de ligarse, de acercarse y, hasta cierto punto, si queréis, de fundirse con las más amplias masas trabajadoras, en primer término, con las masas proletarias, pero también con las masas trabajadoras no proletarias” (La enfermedad infantil del izquierdismo en el comunismo).
En muchos aspectos el pensamiento de Lenin sigue siendo actual, nos puede ayudar a encontrar el mejor camino para combatir al capitalismo y abrir nuevas esperanzas para la humanidad. El centenario de su muerte es una ocasión para descubrirlo o redescubrirlo. Hagámoslo al estilo del poeta Mayakovski: “¡No queremos iconos! No hagáis de Lenin una estampita. Estudiad a Lenin, no lo canonicéis”. (Ni lo despreciéis, añadiríamos ahora).