Africa: ¿se desvanecerá la luna negra?

A medida que se Mozambique se acerca al 50º aniversario de su independencia, su partido gobernante se aferra al poder. El Frente de Liberación de Mozambique, que gobierna desde el proceso de descolonización, es objeto de un creciente descontento social que se manifiesta en las calles. Al igual que en otros países de África, los mozambiqueños parecen buscar nuevos liberadores que los emancipen de los que consiguieron la independencia, pero no lograron ni la justicia, ni la democracia ni el desarrollo. No son los únicos.

Mozambique y la crisis de los movimientos de liberación nacional africanos

En las vísperas de la celebración del 50º aniversario de su independencia, Mozambique atraviesa una crisis política y de derechos humanos sin precedentes en su joven historia como nación. El aniversario de la independencia, declarada el 25 de junio de 1975, es coincidente o cercano en el tiempo con el de otras antiguas colonias portuguesas en África: Angola, Cabo Verde, Guinea-Bissau (que se independizó en 1973) y Santo Tomé y Príncipe (que se independizó en 1975), ya que los procesos históricos de liberación se produjeron de forma paralela y articulada, ante la lucha contra un enemigo común. Esta sincronicidad invita a reflexionar sobre las experiencias de los países en las últimas cinco décadas. Objetivamente, el balance no es positivo, dado que estos países se encuentran entre las naciones más empobrecidas del mundo, como lo muestran diversos indicadores sociales y económicos. Además, estos países padecen agudas crisis políticas marcadas por el hartazgo de sus poblaciones ante las vicisitudes de los regímenes actuales, especialmente en Mozambique, cuyo caso es paradigmático de un problema aún mayor en el continente.

Tras las importantes transformaciones geopolíticas que tienen lugar en los principales centros de poder global, han surgido en el continente africano movimientos políticos que desafían a los regímenes instaurados tras la independencia. Muchos los califican como movimientos de lucha por una «segunda independencia», en el sentido de que los movimientos de liberación del yugo colonial europeo, iniciados en las décadas de 1950, 1960 y 1970, se distorsionaron con el tiempo, degenerando en regímenes opresivos y autoritarios. Esto ha provocado una crisis de representación basada en la percepción generalizada de que las elites políticas africanas han secuestrado sus respectivos aparatos estatales para satisfacer intereses privados y mantenerse en el poder. Aún más grave es la idea de que estas elites se han aliado con los antiguos colonizadores europeos, así como con otros actores extranjeros bajo una lógica de dominación neocolonial.

Sin duda, el ejemplo más elocuente de este fenómeno es el caso de la Alianza de Estados del Sahel (AES), un reciente pacto de defensa mutua entre Malí, Níger y Burkina Faso. Se trata de una acción coordinada con el objetivo manifiesto de eliminar la influencia francesa en la región, resultante del colonialismo y previamente instigada por las elites políticas locales, depuestas por golpes militares. Para ello, los líderes del movimiento expulsaron las bases militares francesas (e incluso las embajadas, en algunos casos) y redirigieron los dividendos de la explotación de recursos minerales a las respectivas arcas públicas. Aún más emblemática de los objetivos del movimiento fue su decisión unilateral de abandonar la Comunidad Económica de Estados de África Occidental (CEDEAO), el bloque de cooperación regional, alegando que se trataba de una organización manipulada por Occidente bajo el liderazgo de Nigeria.

En todo el continente, movimientos emergentes desafían el statu quo y expresan demandas de emancipación, participación y mayor inclusión social. Estos movimientos expresan, de distintas maneras, las nuevas correlaciones de fuerza resultantes de dinámicas sociales nacionales y regionales que interaccionan con transformaciones geopolíticas más amplias. En consecuencia, su éxito o fracaso dependerá de factores como la solidez de las instituciones, el grado de organización de la sociedad civil y, sobre todo, de la reacción de los regímenes en el poder ante un conjunto de situaciones relativamente inéditas en los países africanos desde su independencia. El caso de Mozambique es, probablemente, el más ilustrativo.

De unas elecciones controvertidas a un «gobierno paralelo»

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Desde que se anunciaron los resultados de las elecciones generales del 9 de octubre de 2024, una ola de manifestaciones y protestas civiles ha azotado Mozambique, denunciando lo que se percibe como fraude electoral a favor del Frente de Liberación de Mozambique (Frelimo), el partido que detenta el poder desde la independencia. El 24 de octubre, los órganos electorales le dieron la victoria a Daniel Chapo, el candidato oficialista, con 70,61% de los votos, frente a 20,37 % de Venâncio Mondlane, apoyado por el recién creado Partido Optimista para el Desarrollo de Mozambique (centroizquierda), más conocido como Podemos. Sin embargo, el proceso electoral se vio empañado por numerosas denuncias de irregularidades, que comenzaron desde el proceso de registro y se extendieron hasta el momento mismo de la votación. De hecho, desde las primeras elecciones multipartidistas de 1994, las acusaciones de fraude han sido recurrentes y ampliamente documentadas. El factor determinante de esta situación es que el Frelimo sostiene un control casi absoluto de las instituciones estatales, incluidos los órganos electorales y judiciales. Sin embargo, en esta ocasión, debido al gran volumen de acusaciones, el cuestionamiento no solo provino de la oposición, sino también de diversos sectores de la sociedad civil e incluso de la comunidad internacional (en particular de la Unión Europea).

El hecho es que tras el anuncio oficial de los resultados, el principal candidato de la oposición convocó a la población a protestar en las calles. Y, debido al descontento generalizado con el deterioro de las condiciones de vida en el país, obtuvo una respuesta inmediata. Los brutales asesinatos de Elvino Dias y Paulo Guambe, activistas de Podemos, que tuvieron lugar en circunstancias que aún no se han esclarecido, agravaron aún más la indignación pública. En este contexto, y ante una desproporcionada y dura represión por parte de las autoridades, las manifestaciones escalaron drasticamente. Durante los últimos tres meses, el país ha sido testigo de episodios de genuina revuelta popular y desobediencia civil, como el corte de las rutas, la interrupción de las actividades en puertos, aeropuertos y puestos fronterizos, y de la destrucción de infraestructura (especialmente comisarías y sedes del partido gobernante), dejando a Mozabique en un estado de anomia que raya en la ingobernabilidad.

La tensión alcanzó su punto álgido en la última semana de 2024, tras la validación por parte del Consejo Constitucional de los cuestionados resultados electorales. Durante esta fase de las protestas, las manifestaciones populares de revuelta aumentaron y la represión policial se intensificó, al punto de que organizaciones de la sociedad civil presentaron acusaciones contra los artífices de la represión ante organismos internacionales por graves violaciones de derechos humanos y crímenes de lesa humanidad. Al comenzar 2025, con la esperada confirmación de la victoria del Frelimo, la ceremonia de investidura del nuevo presidente también se vio atravesada por fuertes protestas y una represión policial desproporcionada, que se saldó con arrestos e incluso muertes.

Durante la posesión de Daniel Chapo, el 15 de enero pasado, las manifestaciones fueron aisladas por la policía y luego reprimidas, supuestamente por razones de seguridad. Desde un punto de vista simbólico, la ceremonia reflejó la notoria desconexión entre el partido, antaño liberador, y la sociedad mozambiqueña. En contraste, Venâncio Mondlane, que regresó al país la semana anterior a la asunción del nuevo presidente, fue aclamado popularmente en las calles de Maputo. Desde octubre, Mondlane se había autoexiliado aduciendo que su seguridad estaba en peligro. Desde su exilio, el candidato oficialmente derrotado convocó y organizó las manifestaciones, que incluyeron paros laborales y, especialmente, el no pago de las tarifas de transporte. Muchas manifestaciones acabaron con violencia y tensiones, generando un clima de confusión generalizada del que se culpó a ambos partidos. Más allá de las controversias, lo cierto es que las manifestaciones convocadas por la oposición obtuvieron un apoyo popular masivo, en visible contraste con el poder oficial.

Aprovechando la carencia de popularidad del presidente, Mondlane se autoproclamó presidente de la República a través de las redes sociales, desde donde realiza la mayor parte de su labor de movilización social. Esta estrategia de comunicación ha sido uno de los principales factores que han impulsado su apoyo popular, especialmente entre la numerosa población joven, azotada por el desempleo, la pobreza extrema, la violencia y las bajas expectativas de futuro. De hecho, como han señalado diversos analistas sociales mozambiqueños, estas son las causas fundamentales del descontento popular, siendo la crisis electoral la punta del iceberg de problemas más profundos. En este sentido, diversos sectores de la sociedad han solicitado una iniciativa para promover un diálogo inclusivo entre el nuevo gobierno y la oposición, lo cual no se ha concretado, posponiendo así la solución de la crisis.

Es precisamente a través de las redes sociales desde donde Mondlane ha instituido una especie de «gobierno paralelo», emitiendo «decretos presidenciales» basados en agendas que cuentan con un amplio apoyo en la población y que contradicen las decisiones y políticas gubernamentales. Esta situación de ambigüedad ha derivado en diversos episodios de tensión social que podrían empeorar en los próximos años. El riesgo de que estas situaciones se descontrolen y se tornen cada vez más violentas es elevado. Según datos publicados por la Plataforma Electoral Decide (una organización de la sociedad civil que ha estado monitoreando los últimos procesos electorales), se han registrado 353 muertes desde que comenzaron las manifestaciones en octubre. 91%, de ellas se debieron a disparos letales por parte de la policía. Según la organización, si esta situación de «dos gobiernos» continúa, la tendencia es que el malestar social aumente, lo que provocará más muertes y enfrentamientos violentos.

Problemas y soluciones en el barrio

El ambiente de incertidumbre que se vive en Mozambique expresa uno más amplio, que se vive en el resto del continente, y que se vincula a la respuesta social contra regímenes políticos que se consolidaron hace décadas, después del amanecer de la independencia africana. En el nivel regional, el rápido apoyo brindado por los aliados históricos más cercanos al Frelimo –como el Congreso Nacional Africano (Sudáfrica), el Movimiento Popular para la Liberación de Angola, la Unión Nacional Africana de Zimbabue y el Partido de la Revolución de Tanzania–, que reconocieron la victoria electoral de sus «camaradas» incluso antes de la validación oficial de los resultados, es bastante sintomático.

No es una coincidencia que algunos de estos países se enfrenten a problemas similares a los de Mozambique. En las elecciones del año pasado, el histórico Congreso Nacional Africano de Nelson Mandela se vio obligado a formar un gobierno de «unidad nacional» con la Alianza Democrática, el partido que representa al segmento blanco de la población. Esta situación se debe a la creciente impopularidad del partido que luchó contra el apartheid y gobierna el país desde 1994. En Angola, mientras tanto, existe una enorme preocupación por parte del régimen sobre el potencial efecto de contaminación que la situación en Mozambique podría generar a nivel local, dados los paralelismos entre las historias de ambos países.

Como contrapunto, Botsuana celebró elecciones que pusieron fin a 58 años de gobierno del Partido Democrático, que había permanecido en el poder desde la independencia, conseguida en 1966. Este caso atrajo la atención por ser un punto de inflexión, en el que la transición se desarrolló sin contratiempos. Botsuana es, de hecho, uno de los países más prósperos de África, con tasas de crecimiento económico positivas y una buena posición en el índice de desarrollo humano según los estándares del continente. A pesar de ser un país de escasa relevancia estratégica en la región, el ejemplo de Botsuana ofrece importantes lecciones para sus vecinos, especialmente desde el punto de vista de la estabilidad política y el desarrollo socioeconómico.

Para Mozambique y el resto de los países africanos de habla portuguesa, el 50º aniversario de la independencia podría servir como un momento de reflexión que aporte lecciones útiles para superar las difíciles condiciones de vida a las que se ve sometida la gran mayoría de los habitantes. En los casos de Mozambique y Angola, los sistemas unipartidistas sobrevivieron al establecimiento de la democracia liberal, dando lugar a una especie de «multipartidismo sin democracia», en el que persiste un control casi absoluto sobre todas las instituciones y esferas de la vida pública. Como sugiere el caso mozambiqueño, la excesiva concentración de poder por parte de los viejos partidos y movimientos de liberación, cuya legitimidad se basa en luchas anticoloniales pasadas, puede convertirse en el principal factor de inestabilidad y en un obstáculo para el desarrollo. En consecuencia, los diversos movimientos de protesta en todo el continente apuntan a soluciones internas como el fortalecimiento de la sociedad civil y mecanismos destinados a favorecer una mayor inclusión de diversos actores y sectores de la sociedad en los procesos de toma de decisiones. Solo así todos podrán ser parte, de manera plena, en las celebraciones del 50º aniversario de la independencia.

Nota: La versión original de este artículo, en inglés, se publicó en Africa is a country el 20/03/2025 y está disponible aquíTraducción: Mariano Schuster

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