-Entrevista a Joanildo Burity-
Nuevamente, el «voto evangélico» está en el centro del debate sobre las elecciones en Brasil. En la primera ronda electoral, el voto estos a Bolsonaro siguió superando al de Luiz Inácio Lula Da Silva, aunque el candidato derechista redujo los números en relación a 2018, mientras que el líder del Partido de los Trabajadores los aumentó. La apelación del líder del Partido de los Trabajadores (PT) a los evangélicos en las últimas semanas y la aparición de una serie de líderes religiosos en defensa del proyecto petista muestran la «otra cara», aunque minoritaria, del campo evangélico. Joanildo Burity es una de las voces más autorizadas en la materia. Licenciado en Historia por la Universidad Federal de Paraíba y doctor en Ciencias Políticas por la Universidad de Essex fue, además, coordinador del Programa de Maestría en Religión y Globalización de la Universidad de Durham (Reino Unido). Actualmente es profesor de los programas de posgrado en sociología y ciencia política en la Universidad Federal de Pernambuco e investigador de la Fundación Joaquim Nabuco (FUNDAJ).
En esta entrevista, Burity analiza el voto evangélico en la primera vuelta electoral en Brasil, explica cómo las posiciones moralmente conservadoras de un sector amplio de esa ciudadanía religiosa no necesariamente se traduce en conservadurismo político a la hora de votar.
La primera vuelta en Brasil volvió a poner en la discusión pública la cuestión del «voto evangélico». En ese turno electoral se verificó que Jair Bolsonaro cuenta con un apoyo muy alto entre la población evangélica, aunque redujo su caudal electoral respecto de la elección en la que fue electo presidente, mientras que Lula Da Silva lo aumentó. ¿Qué es lo que está sucediendo con el voto de los evangélicos?
Las visiones que presentan el voto evangélico como monolítico y en bloque no son correctas. Se trata de una construcción política de los últimos diez años y se vincula más con la predominancia de una elite pastoral y política de derecha en el país que con una comunidad religiosa que piensa y actúa de una determinada manera. En estas elecciones, quedó muy claro que existe una fuerte presión de pastores y de liderazgos laicos en las iglesias evangélicas para lograr el alineamiento de sus miembros con posiciones de derecha y pro-Bolsonaro. En el interior de muchas iglesias, estas presiones han provocado una especie de reacción y de resistencia de grupos moderados, pero también de grupos de izquierda que estaban muy callados por tantas derrotas en los últimos años y por esa misma presión institucional. Esa presión ha llegado incluso a la amenaza de expulsión a aquellos pastores y a aquellos miembros que expresan su apoyo a Lula y al proyecto de reconstrucción que el PT representa, entre los presbiterianos, bautistas y pentecostales de la Asamblea de Dios (la más grande denominación protestante del país).
Por otra parte, además de observar los cambios y las mutaciones en el voto para la presidencia y para los puestos ejecutivos, es necesario registrar los cambios electorales para cargos legislativos. Ya existen diversos estudios en Brasil que evidencian que la disponibilidad de candidatos evangélicos, por ejemplo para puestos legislativos, no se traduce directamente en el voto de la feligresía evangélica. En tal sentido, podemos decir que el campo evangélico es muy heterogéneo, pero hay que destacar también ha sido muy movilizado en los últimos años alrededor de la cuestión de los «valores tradicionales». Se trata de un recorte muy selectivo pero muy efectivo, dado que en general los evangélicos son muy sensibles a este tipo de cuestiones asociadas a la sexualidad o al género. Pero el hecho de que puedan ser movilizados en torno a estos temas, no significa que el voto –como opción política– sea un correlato de esas posiciones morales.
Debemos recordar que los evangélicos ya votaron por Lula a comienzos de los 2000 y, especialmente aquellos que habitan en las periferias urbanas, saben muy bien que, por cuestiones de clase, han sido beneficiados por las políticas del PT [Partido de los Trabajadores]. En ese sentido, no sería sorpresivo que comencemos a ver una suerte de vuelta al voto de evangélicos en favor de Lula, aun cuando todavía exista un núcleo que se aferra a las posiciones de derecha. Esto todavía no es claro, pues el asedio conservador ha logrado fuerte resonancia en la tendencia del voto para la segunda vuelta. Pero sigue como una posibilidad interna al campo evangélico.
En las últimas semanas, líderes de los sectores evangélicos conservadores atacaron fuertemente a Lula da Silva llegando al asegurar que había hecho un «pacto con el diablo» (algo que el propio Lula debió salir a desmentir). Además, afirmaron que el PT cerraría iglesias y prohibiría las manifestaciones cristianas. Desde el PT respondieron que fue durante sus gobiernos cuando se aprobaron, entre otras, el Día Nacional de la Proclamación del Evangelio y la Ley de Libertad Religiosa. ¿Por qué, siendo esto así, existe esa aversión de un sector evangélico hacia el PT?
Ese rechazo es parte de una construcción política que comienza a manifestarse claramente durante la presidencia de Dilma Rousseff. Debemos comprender que la presencia de evangélicos conservadores en los gobiernos del PT provocó, progresivamente, tensiones con otros actores sociales. Durante las gestiones de la coalición desarrollada por Lula, distintos colectivos y sectores había adquirido cada vez mayor notoriedad e irrumpieron fuertemente en la escena pública. A comienzos del gobierno de Dilma Rousseff, los grupos asociados al feminismo, a la diversidad sexual, a la igualdad étnica y racial, fueron demandando mayores espacios, más políticas y más presencia gubernamental. Y lo lograron relativamente en las políticas de educación, cultura, derechos sexuales y reproductivos, antirracismo, igualdad de género. En ese contexto, las viejas ideas de la derecha católica –que han tendido a ver a estos grupos como enemigos de la moral tradicional– emergieron con fuerza y fueron asumidas por el bloque evangélico que participaba en la coalición petista. La cuestión moral se volvió central en la disputa política en el interior de la coalición de gobierno. Los líderes religiosos conservadores que se habían vuelto pragmáticamente defensores de Lula en los 2000 –pero que antes de sus gobiernos y después de ellos estuvieron contra él– hicieron un fuerte eje en esa cuestión moral. En tal sentido, no hay que eludir el hecho de que la mayoría de los evangélicos son moralmente conservadores.
Ahora bien, algo que desde el ámbito sociológico nos hemos cansado de explicar, y que es muy importante de comprender, es que ser moralmente conservador no implica ser, necesariamente, políticamente conservador. Es decir, que las posiciones morales no se traducen necesaria ni automáticamente en opciones políticas. Si eso no fuera así, el voto de las personas evangélicas siempre hubiera estado en la derecha y está constatado que eso no es así. Es un voto variable. No se puede deducir demasiado de la coyuntura post-impeachment (2016-2022). Ciertamente, el deslizamiento hacia la derecha ha sido muy fuerte, y también ha afectado seriamente al campo evangélico. El alineamiento institucional con el bolsonarismo de muchos sectores evangélicos conservadores ha provocado tensiones cada vez más fuertes dentro de las propias iglesias. Cuanto más se observan los intentos de presionar e incluso de obligar a que los miembros de las iglesias adopten una posición única, más aparecen las resistencias y los liderazgos que, dentro de esas organizaciones, se rebelan contra esas posiciones. Las formas de resistencia y disenso dentro del campo evangélico han crecido debido a esas presiones. La novedad es que, en estas elecciones, estos grupos críticos, que aún son minoritarios, alzaron sus voces y construyeron diversas formas de visibilidad pública. En ese sentido, lograron quebrar la imagen homogénea y monolítica de los evangélicos. No es suficiente para revertir el proceso de derechización en favor de una posición más progresista o incluso liberal entre los evangélicos, pero es importante porque bloqueó el intento del bolsonarismo de asumir al espacio evangélico como suyo propio, como un espacio inherentemente bolsonarista.
En el caso de las megaiglesias y de las instituciones más grandes del campo evangélico en Brasil, ¿la predicación bolsonarista de pastores y pastoras se traduce en un voto por parte de la feligresía que participa en los cultos?
En términos mayoritarios se puede decir que sí, que existe una traducción en términos de votos. Pero no es un hecho lineal. De hecho, en la primera vuelta Bolsonaro obtuvo un porcentaje de voto evangélico más bajo que en las últimas elecciones (2018) y la predicación bolsonarista y de derecha no ha cesado, sino que se ha incrementado en esas grandes iglesias. Está claro que la interpelación bolsonarista, realizada desde una perspectiva pastoral y de discurso teológico, ya no es tan eficaz como lo fue en procesos electorales previos. Eso explica, al menos parcialmente, por qué creció el número de evangélicos que, en la primera vuelta electoral, no votaron por Bolsonaro. Y esto sucedió aun cuando la presión a los fieles, sobre todo en las grandes iglesias –muchas de las cuales comprometieron su apoyo institucional a Jair Bolsonaro–, es gigantesca. Ahora hay menos diputados y senadores evangélicos que en el período pasado (20% menos), pero sin embargo el nuevo Congreso tendrá una composición aún más conservadora en 2023. Por lo tanto, diría que hay una mayoría de la feligresía evangélica que sostiene posiciones pro-Bolsonaro, pero al mismo tiempo resulta claro que la presión ideológica realizada por pastores, obispos y liderazgos laicos en las iglesias ha producido un efecto antibolsonarista entre los feligreses moderados y aquellos que se ubican más a la izquierda. Esa gente, que participa religiosamente del mundo evangélico, ya no se queda callada.
¿Cuál ha sido la estrategia de Lula da Silva para reconquistar el voto evangélico?
Al principio de su campaña, Lula buscó a algunos de los mismos líderes evangélicos que lo acompañaron durante sus primeras presidencias. Esos líderes apoyaron luego a Bolsonaro, pero, en un intento de percibir cuán posible era un diálogo o incluso una nueva alianza con ellos, Lula buscó un acercamiento a ellos. También Lula intentó hacer un llamamiento basado en los avances sociales de su gobierno, intentando llegar directamente a los evangélicos por encima del liderazgo. Los resultados no fueron buenos. Lula tuvo entonces que trabajar con mucha mayor dependencia de la militancia de base en las iglesias evangélicas y de pastores y pastoras ya connotados con la opción del PT. Se trata de liderazgos que pertenecen a iglesias más pequeñas, con estructuras menos importantes en términos de penetración social. A la vez, Lula y el PT encararon una campaña a través de las redes sociales con el objetivo de llegar a un público evangélico amplio, al que no podrían acceder de manera tradicional por el bloqueo de muchos de los pastores alineados con Bolsonaro. Por otro lado, existieron diversas presiones para que Lula publicara cartas dirigidas específicamente a sectores religiosos y, con mucho énfasis, hacia los evangélicos. De hecho, se publicó primero una carta no dirigida específicamente a los evangélicos, sino a la ciudadanía religiosa de Brasil, en términos más generales. Creo que eso fue importante porque singularizar a los evangélicos en este momento como si fueran lo más decisivo para los resultados de una elección constituye un equívoco. Pero ahora sí se ha publicado una dirigida a ellos. Es algo que, creo, en el cortísimo plazo, podría rendir electoralmente en términos de votos, pero que podría transformarse en un problema más durante un próximo gobierno en caso de ganar, en tanto Lula podría quedar en los brazos de una agenda muy conservadora. Lo que es necesario en este momento es profundizar el quiebre del aparente monolitismo bolsonarista en las iglesias evangélicas. Yo formo actualmente parte de dos grupos que fueron creados para la segunda vuelta electoral y que tienen como objetivo pensar el tipo de comunicación del PT hacia evangélicos y católicos conservadores. Pero este es un trabajo que debe seguir más allá del momento electoral.
Teniendo en cuenta las posiciones abiertamente reaccionarias de esos liderazgos evangélicos respecto, por ejemplo, de las diversidades sexuales y del derecho al aborto, eso constituiría un problema para un gobierno del PT que busque ampliar derechos para esos sectores largamente postergados…
Efectivamente. Pero, al mismo tiempo, debemos tener en cuenta que la situación ya es problemática y no solo por los sectores conservadores del campo evangélico. Ahora mismo, en el campo progresista y de izquierda las expectativas de cambios profundos son mucho más limitadas que en momentos anteriores. La destrucción del sistema de políticas públicas, el ataque a los mecanismos de defensa legal de derechos y las nuevas pautas que la derecha bolsonarista introdujo en el debate parlamentario en Brasil, han fragilizado muchísimo las instituciones. La gente espera, lógicamente, que Lula sea capaz de interrumpir este proceso de degradación democrática. El anhelo está puesto en que un gobierno dirigido por Lula pueda frenar esta dinámica de destrucción y desestructuración de las normas y cultura democráticas, pero hay menos esperanzas en que pueda avanzar rápidamente con una agenda progresista en materia de derechos, al menos en la primera etapa de un eventual mandato. Lo que sí podría suceder es que, al final de su gobierno, en los últimos años, Lula consiga recolocar en la agenda los temas asociados a la ampliación de derechos y defensa del medio ambiente, que constituyen una bandera de la izquierda y del progresismo. Pero Lula y el PT saben que, en este momento, lo estratégico es la protección de los derechos todavía existentes.
El clima de restricción de espacios para lo que Lula podría hacer en términos constructivos en los primeros años de su mandato es más que evidente. La agenda conservadora, que incluye a los sectores evangélicos pro-Bolsonaro, quizás se frenará con un gobierno de Lula. Pero no es nada claro que pueda avanzarse rápidamente con una agenda progresista que, además de interrumpir el proceso de ataque, consiga ampliar fuertemente los derechos y la protección ambiental, como efectivamente muchos deseamos. Esto no se debe solamente a que existan consensos, sino a que hay un país más dividido que antes. De hecho, no sería fácil avanzar rápidamente con una agenda progresista, pero, de ganar Bolsonaro, él tampoco podría avanzar como lo ha hecho en su primer mandato con políticas tan explícitamente de derecha, aunque hay varios analistas que creen todo lo contrario, por la mayoría conservadora en el Congreso y la legitimación del voto. Yo creo, sin embargo, que su agenda agresiva no encontraría el mismo plafón para avanzar, puesto que tendrá una oposición mucho más clara y nítida que en su primer mandato. Bolsonaro perdió prácticamente el apoyo de todos los grandes medios y perdió muchos espacios entre sectores moderados de los liberales y de aquellos que, al principio de la contienda electoral, optaron por una «tercera vía» que finalmente no tuvo éxito. Simone Tebet, la senadora del Movimiento Democrático Brasileño, que salió tercera con un 4,2% de los votos, dijo, una semana después de la primera ronda, que apoyará a Lula sin importar las discordancias con él. Lo mismo pasó con Fernando Henrique Cardoso, economistas de gran visibilidad en su partido, y hasta un liderazgo del Partido Nuevo, un partido abiertamente neoliberal, siempre por comparación a la amenaza que representa Bolsonaro. Así, yo creo que cualquiera que sea electo presidente tendrá que negociar mucho. Y esta es, para Lula, una perspectiva frustrante para sus intentos más transformadores. Al menos en sus primeros años, no será posible que se realicen avances. Pero sabemos que, de ganar Lula, esa agenda podría ser recolocada luego.
Tal como usted mencionaba, Lula escribió hace pocos días una carta dirigida directamente a los evangélicos y allí se puede ver que se dirige, sobre todo, a los que tienen una matriz moral conservadora. En la carta rechaza las fake news que se han difundido sobre él, asegura que no cerrará iglesias, pero al mismo tiempo, afirma su oposición personal al aborto (aunque se dice dispuesto a abrir el debate). ¿No es problemático que Lula afirme que está contra el aborto en una carta de ese tipo?¿O se trata solo de una posición a título personal que puede no ser la misma que la del PT y la de la coalición que presenta a las elecciones?
El aborto sigue un tema tabú en el discurso político brasileño y no solo entre los evangélicos. Estos se volvieron más ruidosos, pero la más articulada resistencia al tema viene de los católicos. De hecho, hay más aceptación de los derechos LGBT+ que al aborto en Brasil. Lula no miente. Él en lo personal es contrario al aborto. En esto, hay un puente genuino con la mayoría evangélica. Él no cambió su posición. Siempre lo ha expresado. En la carta a los evangélicos hay, de todos modos, un intento de disputar el sentido del significante «familia» y creo que esto es muy importante, porque el tema del aborto puede sufrir regresiones aún más significativas si gana Bolsonaro, pues hay intentos de restringir incluso las posibilidades legales existentes. Cuando Lula dice que está contra el aborto, no refiere a estos casos, que consideran el riesgo a la vida de la madre y la posibilidad de existencia digna de vidas con serias deformidades genéticas. No va a dar pasos para retroceder respecto del marco legal existente. Este es un tema que todavía divide sectores de la izquierda y incluso entre movimientos de mujeres. Lula es personalmente contrario al aborto, pero no intentará restringir lo que hay, y aceptaría cambios en una dirección más permisiva fuese el caso en el Congreso (lo que, de hecho, es muy improbable).
Afirmaba, previamente, que la emergencia de sectores evangélicos progresistas y de izquierda ha sido importante para quebrar la idea de un sector religioso integrado monolíticamente al bolsonarismo. Pienso, en este sentido, en el pastor Henrique Vieira, en la pastora Cleide Caldeira y en los diversos liderazgos nucleados en el Frente de Evangélicos por el Estado de Derecho que están enfrentando las posiciones bolsonaristas. ¿Cuál ha sido la estrategia de esos sectores para mostrar la contradicción entre cristianismo y bolsonarismo?
Parte del discurso se centra en demostrar la contradicción que existe entre una comprensión ya ni siquiera liberal o progresista, sino tan solo clásica o tradicional del cristianismo, y el comportamiento de Bolsonaro. Esta crítica se extiende a los sectores evangélicos que han mantenido el apoyo a Bolsonaro, a pesar de todos sus comportamientos antidemocráticos y reñidos con el cristianismo (el uso de armas, la exaltación de la violencia, el fomento de la represión policial, la discriminación a sectores vulnerables de la sociedad, la indiferencia por la amenaza ambiental). Por otro lado, estos grupos evangélicos han tratado de incidir sobre el discurso religioso mismo, es decir sobre la argumentación teológica y bíblica. En tal sentido, han propiciado una disputa por el sentido de la lectura bíblica y de la predicación misma en las iglesias. No solo los pastores y pastoras más connotados con ideas de izquierda, sino también otras y otros que han reaccionado luego de años de silencio, han empezado a formar lo que podríamos llamar una «pastoral crítica» respecto del alineamiento oficial de muchas denominaciones evangélicas con Bolsonaro. A todo esto, hay que añadir otro aspecto importante y es el hecho de que discursos, que hasta ahora eran francamente muy minoritarios, se hacen ver y oír. Hay un movimiento negro evangélico que tiene también una dimensión feminista, un movimiento de mujeres negras evangélicas que están organizadas en contra de Bolsonaro y de las posiciones más conservadoras dentro del mundo evangélico. Hay, por supuesto, un movimiento LGTBI+ evangélicol. Todos estos grupos están, por un lado, tratando de disputar con los sectores conservadores y luchando contra el bolsonarismo. Pero al mismo tiempo están intentando introducir la legitimidad de estas nuevas banderas étnico- raciales, sexuales y de género, que estuvieron muy invisibilizadas en años anteriores. Ya desde 2018 se produjo una articulación entre sectores ecuménicos –asociados al mundo evangélico más clásico que asumió características de la teología de la liberación– y evangélicos de izquierda (llamados evangelicales) para defender, en ese momento, la candidatura de Lula y luego la de Fernando Haddad. Por lo tanto, creo que lo más novedoso es que ahora los movimientos sociales de minorías, que ya existían en el mundo secular, tienen una organización explícita y visible en el campo evangélico. Esas expresiones se hacen percibir en este momento y ayudan a romper la idea de un campo monolítico. Y, en tal sentido, contribuyen a que muchas y muchos otros puedan expresarse más críticamente respecto a Bolsonaro. Ayudan a que quienes estaban en silencio ahora ya no lo estén.
En esta elección los datos indican que el voto evangélico a Lula ha crecido más entre las mujeres que entre los varones. ¿Cuáles pueden ser las causas de este fenómeno?
Las mujeres evangélicas sufrieron más profundamente el impacto de la derecha religiosa. En las iglesias evangélicas este impacto significó un fortalecimiento de la ascendencia masculina en el liderazgo, pero también en las familias donde habían ocurrido cambios en un sentido un poco más igualitario. Diversos estudios muestran que hace quince o veinte años la conversión al pentecostalismo mejoraba la vida de las mujeres y también la relación entre ellas y sus esposos debido a las demandas de autocontención de comportamientos masculinos tradicionales (el no compromiso con la crianza de los niños, el no compartir actividades domésticas, el abandono de las familias, la violencia de género, impacto del alcoholismo en la provisión familiar). Por lo tanto, el crecimiento del pentecostalismo en Brasil introdujo al menos un cambio relativo en ese sentido. Con la victoria de esta tendencia ultraconservadora ya en 2015/2016, conectada con la reacción al legado del lulismo, la situación de las mujeres evangélicas empeoró. En un contexto como este, en el que sienten en su piel el impacto del crecimiento de la violencia doméstica y de los discursos abiertamente machistas del gobierno de Bolsonaro, no es extraño que muchas de ellas apuesten por una alternativa a esta situación. Porque a pesar de que los valores tradicionales de la familia pueden prevalecer, son ellas quienes sienten fuertemente el impacto de estas situaciones. Creo que esta puede ser una explicación razonable pero ya en las experiencias anteriores el voto femenino evangélico era más en favor de Lula que el masculino. Tal vez podamos decir, en tal sentido, que el bolsonarismo no logró tanto éxito entre las mujeres evangélicas como esperaba. Es un tema realmente sensible y nos manejamos con hipótesis, porque no hay trabajos conclusivos en relación a este tema, pero ciertamente podemos empezar a inferir algunas de estas situaciones.
¿Cómo cruza la cuestión de clase a este voto religioso? ¿Qué solapamientos existen hoy?
Si pensamos que, por ejemplo, en todos los estados del nordeste de Brasil Lula tiene más o menos el 65% del voto –y puede llegar a más–, inferimos rápidamente que hay una suerte de interseccionalidad entre religión, posición socioeconómica, género y posición étnico-racial. En la región más pobre del país, la del Nordeste, Lula mantiene una clara hegemonía desde hace mucho tiempo. Hay, en tal sentido, una dimensión de clase –utilizando un sentido amplio de este término y no el concepto marxista clásico— que se solapa con otras características como las religiosas. En términos de perspectivas de bienestar o por lo menos de vida digna, la gente en situaciones más vulnerables, incluida una parte de la población evangélica, identifica a la opción de Lula como más creíble que la de Bolsonaro. Esto se observa claramente en el Nordeste, donde los evangélicos son menos conservadores en términos políticos que en otras regiones de Brasil, aun cuando sean conservadores moralmente. En ese sentido, la hipótesis de que hay una dimensión de clase que se solapa con la religiosa resulta real y plausible. Esto se comprueba, además, cuando se cruzan dimensiones como la del acceso a la educación y a la salud. Aquellos sectores que vieron caer su calidad de vida durante los últimos años tienen una memoria positiva del acceso a esos servicios que tuvieron durante la era Lula. Y esto se ve claramente en votantes evangélicos. Insisto: esto no quiere decir que tengan posiciones morales progresistas, sino que el voto no se configura únicamente a partir de esa variable.
¿Cómo recibe la izquierda no religiosa la búsqueda de diálogo con sectores evangélicos, sobre todo con los ubicados en el margen progresista?
Una parte importante de la izquierda secular en Brasil hoy comprende que no existe un campo religioso homogéneo o monolítico. Pero eso no quiere decir que sepan cómo tratar o como comunicarse con los evangélicos. No comprenden, por ejemplo, esta dinámica compleja de un conservadurismo moral que no necesariamente se expresa en un conservadurismo político. Pero hay, claro, otro sector de la izquierda, sobre todo de gente más bien mayor, que continúa con un abordaje más crítico respecto al diálogo con los evangélicos. Son quienes creen que la religión es un caso perdido para la política de izquierda y quienes no aceptan la necesidad de un acercamiento entre la izquierda secular y la izquierda religiosa. Lo que no comprenden, por otro lado, es que jamás hubo una izquierda religiosa fuera de la izquierda secular. La izquierda religiosa, en América Latina y en Brasil, viene por lo menos de la década de 1950. Y esa izquierda formó parte de todos los ciclos políticos de la izquierda secular, incluida la guerrilla (y revoluciones, como en América Central). El aislamiento social e intelectual de sectores religiosos por un lado y seculares por otro puede explicar este desconocimiento. Pero para quienes conocen más de cerca estos procesos, hablar de una izquierda secular como algo lejano a la izquierda religiosa es un contrasentido. Es cierto que, por contraste, el crecimiento de la politización conservadora refuerza percepciones tradicionales de izquierda, marcadamente liberales, de que la religión es un enemigo, de que la religión no es un espacio de disputa que puede conducir a una posición de izquierda. Pero es la coyuntura misma la que se ha encargado, históricamente, de demostrar que esto es falso o, por lo menos, una percepción incompleta.
¿Qué cabe esperar, ahora, luego de la irrupción de sectores más progresistas dentro del campo evangélico en la esfera pública brasileña? ¿Pueden reducirse las tendencias más conservadoras o estas seguirán constituyendo un núcleo duro difícil de penetrar?
Espero que este momento de movilización de los sectores ubicados más a la izquierda dentro del campo evangélico permita retomar posiciones anteriores, de los años 80 y 90, cuando surgieron varios experimentos de grupos evangélicos –no tanto de iglesias– dedicados a temas sociales desde perspectivas más abiertas. Mi percepción es que el número de grupos identitarios entre los evangélicos crecerá. No serán pocos los que buscarán tender puentes, incluso internacionales, para protegerse de los embates de los liderazgos religiosos más conservadores. Creo, asimismo, que los grupos evangélicos progresistas que ya estuvieron presentes en los gobiernos de Lula da Silva y Dilma Rousseff, volverán a participar activamente, sobre todo en cuestiones de política social y ambiental, si se produce un triunfo del PT. Ahora bien, todavía seguirán siendo grupos minoritarios que no podrán disputar de igual a igual con los sectores conservadores. No creo que eso vaya a cambiar rápidamente. Pero como grupos minoritarios pueden ser fuerzas importantes para resonar al interior de las iglesias, para presionar por una agenda más progresista y abierta en diversas áreas, pero no necesariamente con la fuerza suficiente como para cambiar todo.
Otra tendencia que creo que ya se puede evidenciar es el surgimiento de iglesias creadas por personas que, por sus posiciones sociales y políticas, por sus orientaciones sexoafectivas y por muchas otras razones, ya no pueden ni quieren participar en los espacios religiosos en los cuales estaban. Es el caso, por ejemplo, de la Iglesia Betesda en San Pablo, que tiene como pastor a Ricardo Gondim, y que es una iglesia pentecostal. Es también el caso de la Iglesia Bautista del Camino del pastor Henrique Vieira, que ahora es diputado federal por el Partido Socialismo y Libertad (Psol). Estos grupos, que seguramente se irán reproduciendo, están más capacitados para desarrollar una disputa a nivel organizacional e institucional con las iglesias conservadoras. Si lo hacen, esto, a largo plazo, puede crear una suerte de campo evangélico más estable y puralista, en el que las posiciones más abiertas y progresistas tengan una mayor pregnancia. Estas claro, son tendencias que no sabemos si prosperarán o echarán raíces, aunque yo esperaría que sí.