Por Javier Nieva
Desde el sur se movilizaron miles de trabajadores del SMATA. Desde el sudeste, avanzaron los obreros de los complejos fabriles de Ferreyra. En el oeste se movilizaron los estudiantes, progresando desde la zona del Clínicas hacia el centro. En el norte comenzó a moverse el sindicato de Luz y Fuerza, y más tarde, cerca de las 13, aparecieron por avenida General Paz y el Mercado Norte operarios de fábricas como Ilasa y otras.”
https://www.telediariodigital.net/2009/05/a_40_anos_del_cordobazo/
A pesar de los años transcurridos la descripción sigue siendo emocionante. En ese relato están buena parte de los principales protagonistas de aquella jornada histórica: los obreros de las grandes industrias mecánicas, los trabajadores de la energía, los estudiantes universitarios. Todavía no aparecen en la imaginaria fotografía los afiliados de la UTA ni los militantes barriales o los curas tercermundistas, pero también ellos participaron del épico ingreso al centro de la ciudad. Aquella muestra de rebeldía popular fue el punto más alto de las luchas que se extendieron por toda la Argentina en mayo de 1969 contra la dictadura.
La siembra de vientos
Los errores propios y una feroz oposición fueron erosionando al gobierno de Illia. El papel de cierta prensa fue determinante en esa tarea de desgaste, un joven Mariano Grondona ya se destacaba como golpista en aquellos días. Después de esa campaña los comandantes en jefe de las tres fuerzas armadas asaltaron el poder y constituyeron una “Junta Revolucionaria”. Destituyeron al presidente, al vicepresidente, a los gobernadores, disolvieron el Congreso Nacional y las legislaturas provinciales, separaron de sus cargos a los miembros de la Corte Suprema de Justicia, barrieron con los partidos políticos y completaron esa parte de la tarea nombrando presidente al general Onganía.
A paso redoblado siguió avanzando el enemigo. Para imponer los cambios era necesario implantar el terror y las brutalidades comenzaron de inmediato. Una de las primeras y más espectaculares fue la Noche de los bastones largos. El jefe de policía ordenó “moler a palos” a los estudiantes universitarios que resistían, con esa acción la dictadura ganó el fervoroso apoyo de todos los oscurantistas. De inmediato aparecieron los que reclamaban “la destrucción de la estructura marxista de la Universidad, la expulsión de los profesores de esa ideología, la intervención a EUDEBA y el fin del gobierno tripartito”. El complemento inevitable era “meter bala”, y el 7 de septiembre cayó asesinado Santiago Pampillón en la provincia de Córdoba. Las palabras de Miguel Ángel Ferrer Deheza, el interventor de la dictadura en la provincia preanunciaron un futuro aún más luctuoso: “Lamento las víctimas producidas… y las que vendrán”.
Fueron varios los sindicatos golpeados en esos días a todo lo largo y ancho del país, entre ellos estuvieron portuarios, ferroviarios y obreros azucareros de Tucumán. La brutalidad dictatorial respondía a un plan premeditado para provocar reacciones desesperadas o irreflexivas. Cuando los portuarios quisieron defenderse de los atropellos su Secretario general fue detenido en medio de una asamblea. El lugar y momento para apresarlo fue una clara provocación. También los ferroviarios estaban en la mira desde varios años atrás. El general norteamericano Thomas Larkin había propuesto el levantamiento del 32 por ciento de los ramales ferroviarios y el despido de 70 mil trabajadores. Los golpistas se enamoraron del proyecto y decidieron desempolvarlo. El otro gremio contra el que se dirigió toda la rudeza cuartelera fue el de los azucareros tucumanos. La dictadura dispuso la intervención de varios ingenios y cerrar otros cinco. Se produjo entonces un desempleo masivo y el éxodo de la población rural. En un acto de protesta fue abatida Hilda Guerrero de Molina. La trabajadora asesinada era madre de cuatro hijos.
Tras las medidas antiobreras la CGT declaró un paro nacional para el día 1 de marzo. La Dictadura decretó la ilegalidad de la medida de fuerza y amenazó con sanciones ejemplares a los sindicatos y trabajadores. A pesar de eso la huelga fue muy importante y también lo fueron las represalias de la dictadura. Casi sin tiempo para asimilar los golpes llegaron los anuncios económicos de Adalbert Krieger Vasena: para contener la inflación se congelaron los salarios y se devaluó el peso en un 40 por ciento. Después de esa andanada la dirección cegetista no intentó ninguna forma de protesta que excediera lo meramente declarativo. Así transcurrió casi un año.
Surgimiento de la CGT de los Argentinos
Fue a fines de marzo de 1968 cuando se efectuó el Congreso Normalizador de la CGT. El congreso tendría que haberse realizado en enero de ese año, pero las maniobras dilatorias de las fracciones burocráticas hicieron que la reunión recién tuviera lugar el 28 de marzo. En los encuentros preparatorios se fueron definiendo posiciones muy enfrentadas. Por un lado estaban los que querían continuar con la dirección de la central con el único objetivo de ser interlocutores con el gobierno y los empresarios. Del otro lado estaban quienes levantaban posiciones más confrontativas, muchos de los cuales habían sido víctimas de los atropellos gubernamentales.
Un punto de fricción fue si podrían participar los sindicatos que habían sido intervenidos por el gobierno y aquellos que tenían la personería gremial suspendida. La burocracia más recalcitrante no quería aceptar esa participación pero almibaraba su rechazo con el argumento de no ofrecer blancos para que el gobierno pudiera desconocer la legitimidad del congreso. Desde el otro bando se respondía que impedir esa participación era como castigar dos veces a los trabajadores: la primera vez por parte del gobierno dictatorial, y la segunda por parte de sus compañeros sindicales.
A pesar de todas las maniobras el congreso se realizó y fue elegido Raimundo Ongaro como nuevo secretario general.
Antes de que concluyeran las deliberaciones la Dictadura informó que el nuevo Consejo Directivo de la CGT no sería reconocido. A tono con la declaración gubernamental, los dirigentes que acababan de ser derrotados se reunieron en el local de la CGT, Azopardo 802, y decidieron declarar nulo el congreso
La entidad quedó partida en dos; de un lado el sector burocrático, la CGT Azopardo, del otro lado los combativos, la CGT de los Argentinos.
www.buenosaires.cta.org.ar/noticias/article/a-49-anos-del-nacimiento-de-la-cgt-de-los-argentinos
La nueva central se transformó en un polo de referencia para sindicatos, agrupaciones y trabajadores combativos de todo el país. Se recuperaron algunas delegaciones y se formaron otras nuevas, el periódico CGT comenzó a publicarse semanalmente. Peronistas, marxistas y socialcristianos se agruparon en la CGT de los Argentinos; durante los meses siguientes todos se sintieron parte de aquel proyecto excepcional.
Mayo de 1969
La crónica periodística indicaba que para impedir el acto central del jueves 1 de Mayo en el barrio de Mataderos el despliegue represivo cubrió “cincuenta cuadras a la redonda, incluyendo 500 efectivos de infantería, 100 de caballería, 100 vehículos de diversos tipos y dos hidrantes Neptuno”. Mientras tanto en el centro tucumano se multiplicaron los enfrentamientos, en Rosario el acto fue interrumpido por las cargas policiales, algo semejante ocurrió en la Plaza Las Banderas, de Santa Fe, y en la ciudad de Córdoba. Así comenzó Mayo del ’69.
Durante las cuatro semanas siguientes la protesta social fue en aumento. El viernes 9 se produjeron los primeros choques entre estudiantes y policías en la provincia de Corrientes. El detonante de los enfrentamientos fue la privatización del comedor universitario en la Universidad del Nordeste, y la elevación del precio del almuerzo de 25 a 57 pesos. Una semana más tarde, al reprimir a los estudiantes, la policía asesinó a Juan José Cabral. Las manifestaciones de repudio se extendieron por todo el país, en la que se realizaba en rosario fue muerto el estudiante Adolfo Bello.
La CGT de los Argentinos y el conjunto de las organizaciones estudiantiles convocaron a un paro universitario nacional para el miércoles 21. Como respuesta en Clorinda fue puesto en alerta el escuadrón de la gendarmería nacional, en Rosario la policía advirtió que se mantenía la determinación de “impedir todo acto que atente contra la normalidad y la tranquilidad en la ciudad”, y la policía cordobesa comunicó la prohibición de actos o marchas estudiantiles por las calles de Córdoba. El ministro del Interior, Guillermo Borda, habló por cadena nacional y reiteró que todo lo que alterase la vida de las aulas sería “inexorablemente reprimido, con la máxima prudencia pero también con la máxima decisión”.
Ese miércoles 21 cayó asesinado en Rosario el obrero y estudiante Luis Norberto Blanco; tenía sólo 15 años y recibió un balazo en la espalda; los compañeros que trataron de asistirlo fueron sableados por los represores. La indignación se extendió por toda la ciudad, a trabajadores y estudiantes se sumaron los vecinos. La policía se vio desbordada, era un hecho sin precedentes, y se decidió echar mano al ejército. El bando militar firmado por el general Fonseca decía que era deber de la autoridad militar “utilizar todos los medios legales para lograr una represión rápida, enérgica y eficaz”. Si algo había que reconocerle al comunicado castrense era que no usaba eufemismos.
El jueves 22 se realizó una asamblea estudiantil en el local de Luz y Fuerza de Córdoba para decidir la acción coordinada con el movimiento obrero. Ya para entonces los periódicos adelantaban que se estaba considerando la realización de un paro general. En esa medida de fuerza iban a participar los sindicatos de la CGT Azopardo y la CGT de los Argentinos junto con las organizaciones estudiantiles.
La tempestad
Cuando llegó el 29 de mayo las primeras informaciones hablaban de compactas columnas de obreros y estudiantes que habían conseguido romper las barreras policiales y que en distintas zonas de la ciudad de Córdoba hacían retroceder a las fuerzas represivas. Se hacía referencia a ocho frentes distintos donde la policía comenzaba replegarse, reemplazando los gases lacrimógenos por las armas de fuego y provocando las primeras víctimas entre los manifestantes.
La zona de la estación terminal de ómnibus se convirtió en un verdadero campo de batalla. El pánico se extendió, y se multiplicaron los enfrentamientos entre manifestantes y fuerzas represivas.
Alrededor de las 11.15 se produjo una verdadera batalla campal frente al Correo Central, en la esquina de Colón y San Martín. La policía pretendió detener el avance de la columna de Luz y Fuerza, pero los trabajadores respondieron con todo tipo de proyectiles a las granadas de gases lacrimógenos. Los manifestantes se disgregaban para volver a reagruparse en distintas esquinas donde levantaban barricadas y encendían fogatas. Vecinos y empleados de la zona contribuían con papeles, maderas y otros materiales combustibles, en una adhesión espontánea que fue determinante para todo el curso de los acontecimientos.
Aproximadamente a las 11.30 los estudiantes ingresaron al Palacio de Justicia, sobre el Paseo Sobremonte, y se instalaron en el salón de los pasos perdidos. Junto a los abogados y público en general improvisaron un acto en el que intervinieron varios oradores. Algo semejante ocurrió en la Municipalidad. Allí los manifestantes se reagruparon en la explanada del palacio y continuaron con el acto hasta que intervino la policía.
A las 13, en Boulevard Junín y Chacabuco se levantaron barricadas. Los agentes recibieron la orden de concentrarse alrededor del Departamento de policía en el casco chico de la ciudad.
La columna de la planta Santa Isabel, de la empresa IKA, ingresó en la ciudad por la ruta Nº 36 y llegó hasta la Avenida Vélez Sarfield donde desbordó la barrera policial. Poco después los manifestantes volvieron a chocar con la policía en el Hogar Escuela Pablo Pizzurno. Se sucedieron los enfrentamientos y la represión tiró a matar: el asesinato de Máximo Mena hizo crecer la indignación de los obreros.
A las 13.10 llegaron a la Clínica Buenos Aires tres heridos de armas de fuego.
A las 13.30 comenzaron a actuar los efectivos de gendarmería que estaban frente al departamento central de policía.
A las 13.50 se informó en Sanidad Policial que habían recibido 13 heridos, 6 de ellos eran policías con balazos.
En la esquina de Independencia y Boulevard Junín se levantaron barricadas, se hostigaba a la policía y ésta se mostraba impotente para hacer frente a los manifestantes. Se argumentaba que se habían agotado las reservas de gases lacrimógenos y que los vehículos policiales ya no tenían combustible.
La explosión de furia popular se extendió a todos los barrios y zonas vecinas, donde trabajadores y estudiantes protagonizaron continuos enfrentamientos contra la policía, gendarmería y tropas del ejército.
A las 15 comenzó el incendio en el Registro Civil de Colón al 1100.
A las 15.30 se conoció la noticia de la muerte del obrero de apellido Castillo, baleado por la policía en las cercanías de la Plaza Vélez Sársfield.
Para ese momento la lucha se desarrollaba en 15 frentes distintos diseminados por la ciudad, y el comandante del III Cuerpo de Ejército informó que las fuerzas a su cargo entrarían en operaciones. En el primer comunicado emitido por el jefe represor se anunció la formación de consejos de guerra para juzgar a los manifestantes que fueran detenidos.
El comunicado Nº 4 indicaba que “para restablecer el orden y la paz pública en la ciudad”, a partir de las 17 las fuerzas armadas comenzarían a actuar con todos sus medios. El general Lahoz, comandante militar de la zona de emergencia, dispuso la intervención de efectivos de la guarnición de Aeronáutica. Suboficiales y cadetes de esa fuerza ocuparon la zona del barrio Nueva Córdoba, enfrentándose con centenares de manifestantes que habían bloqueado las calles con barricadas.
Para facilitar el accionar represivo se impuso el toque de queda entre las 20.30 y las 6.30 del día siguiente.
A las 22 las fuerzas represivas anunciaron haber recuperado totalmente el control del casco céntrico, mientras que en Barrio Talleres y en Pueblo San Martín no habían podido intervenir.
Mientras todo el país se estremecía al conocer los sucesos de Córdoba los jerarcas del régimen se reunían en Buenos Aires para celebrar el Día del Ejército. El dictador Onganía pasó revista a las tropas frente al Colegio Militar de la Nación; después se realizó la tradicional misa de campaña y a continuación el general Lanusse leyó su discurso: “La Revolución Argentina continúa su marcha, sin apresuramientos y sin detenciones hacia la meta oportunamente fijada”. Aunque se negaba a reconocer que el suelo se resquebrajaba bajo sus pies la Dictadura había quedado seriamente herida.
Todos los ministros debieron presentar sus renuncias, varios gobernadores fueron desplazados: Carlos Caballero, de Córdoba, brigadier Ricardo Fábrega, de Entre Ríos, Guillermo Iribarne, de La Rioja, Roberto Avellaneda, de Tucumán, general Guillermo Brizuela, de Catamarca, Hugo Alberto Rovaletti, de Salta, contralmirante Eladio Vázquez, de Santa Fe, y general Francisco Ímaz, de Buenos Aires. Las obligadas renuncias de ministros y gobernadores dejaron en un segundo plano las de todos los rectores de las universidades nacionales.
A partir de mayo de 1969 la lucha contra el régimen y contra el sistema dio un salto cualitativo. La violencia dictatorial engendró un rechazo que venía creciendo en forma incontenible, las puebladas de Corrientes, Tucumán y Rosario fueron los peldaños que precedieron al Cordobazo. Ya nada podría ser igual desde entonces, y nada fue igual.
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