EL “amor después del amor”.

Para seguir recitándola al revés, quedarán sus herederos, a quienes en diciembre del año pasado, en un salón de Punta Lara les pidió “hay que cortarla con las demostraciones de amor en las redes, acá lo que hay que hacer es ponerse a laburar para ganar el año que viene”. No está pasando aún.

Hay un fusilada que escribe cartas y que habla (el 25 de mayo)

“Cristina no tiene derecho a decir que no” dicen un puñado de niños y niñas grandes con síndrome de Peter Pan y que aseguran que el saco de la tele era “verde esperanza”. El 25 no habrá consuelo para ellos, pero empieza la era del “amor después del amor”.

Antes de comenzar, ¿cuántas notas han leído ya sobre la cuarta carta histórica de Cristina (la serie se inicia en noviembre de 2020)? Cuántas exégesis interpretativas buscando clarificar lo que estaba claro desde el 16 de mayo pasado (para éstas columnas, incluso desde antes)?: que no va a participar como candidata a nada en las próximas elecciones y que espera que Wado de Pedro o Axel Kiciloff (dando la madre de todas las batallas o como candidato a presidente) la hereden?

Dicho esto y antes de citar viejas notas, permítannos una licencia absolutamente justificada, una licencia que enlaza pasado y futuro tal como hicimos en la nota sobre Milei, no caprichosamente sino porque trata acerca de las únicas dos cosas estables en éste país, dos obstinaciones argentinas: el peronismo y el odio al peronismo. Y justificada además porque permite mensurar el coraje de Cristina, del que -unos pocos extraviados a los dos lados de la grieta- se permiten dudar y sobre el que se dirá algo más en el párrafo final.

Livraga, Troxler y otros, también Cristina

El martes 18 de diciembre de 1856, Rodolfo Walsh se encontró casualmente con un amigo, Enrique Dillon, en el Bar Rivadavia de la ciudad de La Plata. Cerveza de por medio intercambiaron la información que tenían sobre los fusilamientos clandestinos de un grupo de la resistencia peronista producido 6 meses antes, ordenado por el Jefe de la Bonarense, teniente coronel Desiderio Fernández Suárez y perpetrado en una noche cerrada en los basurales de José León Suárez por un grupo de policías bonaerenses. Se trataba de 12 militantes de un movimiento político proscripto por el odio gorila de la Revolución Libertadora -apalancado en el legendario Decreto 4161/56 y una Ley Marcial increíblemente retroactiva- y que se aprestaban a levantarse contra el régimen de facto liderado por Pedro Aramburu e Isaac Rojas.

Dicho sólo de paso: para los que se afanan en detectar el origen de lo que -por pereza intelectual, la de Lanata por ejemplo- llamamos grieta o la génesis del odio seguido de muerte, allí tienen una fecha: 9 de junio de 1956. Recomendado indagar, prohibido olvidar. Y una más: el Decreto 4161, la Ley Marcial de 1956 y acaso la Ley Cané (o de Residencia de 1902), deberían enseñarse en todas las escuelas en materias tales como Educación Cívica, Historia o Eduación Democrática para combatir discursos de odio, fraticidas. Hoy debería ser contenidos transversales y obligatorios.

Y como la historia nos regala luminosas persitencias, recordemos esto: entre las primeras medidas adoptadas por la dictadura de Aramburu se contaban el congelamiento de salarios (no de precios) y propició el ingreso del país al FMI, que le recomendó ejecutar una agresiva política de ajuste del gasto público a cambio de asistencia financiera. Lo introducimos por aquello del Fondo que había aprendido de sus errores y otros cuentos para grandes.

El hecho es que Dillon se reservó para el final una frase histórica y que despertó el apetito de Walsh para la investigación y escritura de su libro más icónico: Operación Masacre. La frase fue: “hay un fusilado que vive”. Se refería a Juan Carlos Livraga, rematado con tres tiros: uno que le rompe la nariz, otro la mandíbula y el último le desgarra el brazo. Pero la rigurosa verdad es que a la masacre sobrevivieron siete, entre ellos el protagonista de una verdadera tragedia argentina, Julio Troxler, sobreviviente de los asesinos de peronistas y fusilado luego por la Triple A, que asesinaba en nombre del peronismo. Pero esa es otra historia.

Y Cristina? Se preguntarán aquellos lectores que viven estampados contra la coyuntura. Pues bien, Cristina es Livraga, una fusilada que vive, es vicepresidenta, escribe cartas y anticipa el futuro como pocos o nadie en éste país. A la sazón también peronista y proscripta de facto y de iure por la justicia federal argentina, aunque el fallo no se encuentre firme y formalmente pueda presentarse a riesgo de que Casación primero y la Corte Suprema de Clase, apuren los plazos para resolver las apelaciones.

Ésta es la posición existencialmente dramática a la que se sobrepone Cristina Fernández de Kirchner– por la que no pide ni da tregua- y que muchos de los que se hubieran interpuesto entre ella y el cañón de la 32 empuñada por Sabag Montiel e irán en procesión al acto del 25 de mayo para suplicar “Cristina presidenta”, no terminan de comprender (ni quieren).

Hoy la vicepresidenta, abre las manos que alguna vez acariciaron a Néstor por primera y última vez y dice “mírenme,lo di todo”, incluso sabiendo que es el único punto de acumulación de los votos y expectativas populares (sin reemplazo a la vista), pero invirtiendo para sí -y con todo derecho- una de las 20 verdades peronistas: primero mi hija (“Florencia me necesita”) y lo que queda de mi familia, después el movimiento y por último la Patria.
Para seguir recitándola al revés, quedarán sus herederos, a quienes en diciembre del año pasado, en un salón de Punta Lara les pidió “hay que cortarla con las demostraciones de amor en las redes, acá lo que hay que hacer es ponerse a laburar para ganar el año que viene”.
¿Que el periodista Roberto Navarro filtró que Cristina daba por perdida las elecciones de este año?

No es cierto a menos que se omita la primera parte de aquella frase dicha en caliente: “si seguimos así”, si Alberto sigue sin cumplir lo dicho en agosto de 2019: “nunca más me voy a pelear con Cristina”.

Crezcan, militen, ganen o pierdan, pero tomen la posta

Tres peronistas, dos fusilados que sobrevivieron al odio (Cristina y Livraga) y el posible heredero, hijo de la generación diezmada (Wado de Pedro), tal como reclamó la vicepresidenta / Foto: Senado de la Nación.

En el reportaje concedido en exclusiva al programa Duro de Domar de C5N, la vicepresidenta le dio la razón a otra colega, Cinthia García. Afirmó que su decisión de no ser candidata no fue una decisión “libre” sino condicionada -no por el tiro fallido o el fallo de primera instancia de la causa “Vialidad”- sino por los dos fallos de la CSJ suspendiendo elecciones en San Juan y Tucumán, a 72 horas del inicio de las respectivas vedas electorales.

Desde esta columna sumamos otro dato que provocó un profundo pesar en Cristina, pero que debe ser superado -según sus palabras- con una convocatoria a la unidad de quienes sean capaces de formular y propalar un programa de gobierno que vuelva a enamorar a la sociedad: la debilidad real del FDT e incluso de su propia tropa para “armar el quilombo” prometido si la tocaban, y vaya si la tocaron. El 25 de mayo Cristina será la oradora principal del acto en el que se conmemorarán los 20 años de la asunción de Néstor Kirchner (quien recibiera a Juan Carlos Livraga en 2007 en la Casa Rosada y lo sentara en su sillón). Decenas de miles asistirán a manifestarle una adhesión intelectual y afectiva de lo que no goza ningún otro dirigente en nuestro país y (excepto Lula) en América Latina.

No nos gusta predecir livianamente, para eso está el horóscopo, pero creemos que Cristina -esa valiente fusilada que habla- volverá a acallar una demanda que expresa la imposibilidad de imaginar un futuro después de su liderazgo (defecto patológico de un movimiento cuyo destino está cifrado en la posibilidad de activar el reemplazo en vida de su líder indiscutida), tampoco exhibirá un libro o recomendará un enlace para descargar el PDF con el proyecto y las instrucciones de campaña, pero les pedirá a sus hijes y compañeres que voten a un candidato que la represente y que sigan a Freud en el consejo de “matar al padre” (la madre por caso) para echarse a militar y conseguir una victoria que hoy aparece como épica, pero que es política y matemáticamente posible.

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