El tipo de enfrentamiento que se produjo entre el presidente Trump, el vicepresidente Vance y el presidente Zelenski resulta bastante común entre líderes en privado. Sin embargo, casi no tiene precedentes como espectáculo público, y menos en el entorno de la Casa Blanca. Culpa hubo por ambas partes por la manera en que se descontrolaron las cosas; pero Zelensky fue el participante más insensato, porque (tal como señaló Trump) es el que está en posición de debilidad.
Ha habido múltiples razones para esta debacle diplomática, pero la más importante ha consistido en una divergencia fundamental de puntos de vista sobre cómo empezó la guerra y cómo terminarla. El presidente Zelenski, al igual que muchas personas de los estamentos de poder norteamericano y europeo, hace recaer toda la culpa de la guerra a Rusia, cree que el gobierno ruso no sólo sigue persiguiendo objetivos maximalistas en Ucrania, sino que pretende atacar a los Estados bálticos y a la OTAN.
Por lo tanto, Zelenski no cree realmente que sea posible o que vaya a durar un acuerdo negociado, a menos que los miembros europeos de la OTAN proporcionen una fuerza para defender a Ucrania con el pleno respaldo de los Estados Unidos. Dado que el gobierno ruso ha rechazado repetidamente esta idea, ponerla como condición en las conversaciones significaría que no habrá acuerdo de paz y la guerra continuará indefinidamente.
Basándose en su propia visión del mundo y de las relaciones internacionales (compartida en privado por un buen número de miembros de mentalidad dura del estamento de poder norteamericano), Trump y Vance creen, por el contrario, que Rusia contaba con ciertas razones legítimas para considerar las ambiciones occidentales en Ucrania como una amenaza a su seguridad y a sus intereses vitales. Ven esta guerra como parte de un conflicto geopolítico más amplio entre Occidente y Rusia sobre la expansión de la OTAN y el orden de seguridad de Europa. A falta de diplomacia, creen que la espiral de acción y reacción en este conflicto geopolítico no hará sino intensificarse, con el riesgo, en palabras de Trump, de una «Tercera Guerra Mundial».
Trump y Vance ven a Putin como un actor despiadado pero racional (en gran medida, quizás, como Trump se ve a sí mismo), alguien que hará un trato y se ceñirá a él si cumple las condiciones esenciales de Rusia. No creen que Putin tenga intención alguna de atacar a la OTAN. Sobre todo, están decididos a no asumir más compromisos de seguridad norteamericanos en Europa más allá de las fronteras actuales de la OTAN.
Por eso se enfurecieron cuando Zelenski, en la rueda de prensa, les presionó públicamente para que prometieran un «respaldo» militar estadounidense a una fuerza europea de «mantenimiento de la paz» en Ucrania. Y aunque las palabras de Trump sobre Zelenski han sido muy poco diplomáticas, en otra respuesta a una pregunta sí se pronunció con algo de sentido común diplomático: «¿Quieren que diga cosas terribles de Putin y luego le diga a él: “Oye, Vladimir, ¿qué tal si hacemos un trato?”». Trump también afirmó algo que debería ser una perogrullada, pero que con demasiada frecuencia ha olvidado el establishment norteamericano de asuntos exteriores y de seguridad: que su principal responsabilidad es para con los Estados Unidos de Norteamérica.
Zelenski, por su parte, no parece haber entendido el carácter tan distinto de la administración Trump con respecto a la de Biden o a los gobiernos europeos. Zelenski y otros funcionarios ucranianos se han acostumbrado a criticar en público a los gobiernos occidentales por no prestar suficiente ayuda a Ucrania, y a pasar por encima de ellos con llamamientos públicos a los medios, la opinión pública y los parlamentos occidentales.
Y muy a menudo, Biden y sus homólogos europeos cedían entonces a las demandas ucranianas que antes habían rechazado. Parece que esto ha condicionado a Zelensky a creer que la presión pública y el chantaje moral sobre Washington seguirían siendo un camino hacia el éxito al tratar con Trump. Dice poco en favor de sus asesores ucranianos que Zelenski acudiera a esta reunión tan terriblemente informado. Se vio a la embajadora ucraniana con la cabeza entre las manos durante la discusión, y no le faltaba razón.
Trump y Vance reaccionaron de forma muy diferente a la presión y los reproches públicos de Zelenski. Sin embargo, no era necesario que respondieran tan duramente en público. Como uno de los autores de este mismo artículo [Anatol Lieven] ha señalado en otro para Responsible Statecraft a principios de esta semana (y que, por desgracia, no parece haber leído ninguno de los protagonistas de esta reunión), hay mucho que decir en favor del silencio público en la conducción de los asuntos internacionales.
Era necesario disipar las ilusiones de Zelensky con palabras claras y firmes por parte de los Estados Unidos; pero no había necesidad de pronunciarlas en público. Los incidentes de este tipo no concuerdan con la dignidad de la Casa Blanca ni con la imagen de los Estados Unidos. Trump debería haber puesto fin a la rueda de prensa antes de que la conversación se volviera polémica y haberle formulado sus amonestaciones a Zelenski en privado.
La forma en que esta discusión se les fue de las manos refleja en parte los resentimientos personales de Trump y Vance (de los que debería haber sido consciente Zelenski, y que tendrían que haberle hecho más cauteloso y educado) debido a su percepción del apoyo político de Zelensky a los demócratas, en el se incluye su papel en el primer intento de destitución de Trump y su aparición de facto en la campaña de Biden en Pensilvania durante las elecciones de 2024.
Esta profunda desavenencia pública, así como el derrumbe del acuerdo sobre minerales que Trump consideraba claramente fundamental para el aspecto norteamericano-ucraniano del proceso de paz, dejan ese proceso en un estado lamentable. El gobierno ruso tiene dos opciones a la hora de responder. Por un lado, habrá sin duda partidarios de la línea dura que le digan a Putin que, habida cuenta de la relación gravemente debilitada de Ucrania con los Estados Unidos, Rusia debería endurecer su postura negociadora y negarse a ceder en sus demandas.
Sin embargo, es ciertamente posible que prevalezca un consejo más sensato y que Putin contemple esto como una oportunidad para presentar a Rusia como la parte que busca la paz. Esto es lo que desearían la mayoría de los socios de Rusia en el Sur Global (a los que a los rusos les gusta llamar «Mayoría Global»). También se trata, por supuesto, de la mejor oportunidad de establecer una relación totalmente nueva con los Estados Unidos y lograr esos acuerdos más generales sobre seguridad común que Moscú lleva tantos años buscando.
La posición de Ucrania se encuentra gravemente debilitada; y si en la próxima ronda de negociaciones pueden llegar a un compromiso razonable los equipos de los Estados Unidos y Rusia, Ucrania haría bien en aceptarlo en principio y tratar de negociar tantas ventajas como sea posible en lo que toca a los detalles del alto el fuego y cualquier cambio en la constitución ucraniana, negociaciones en las que Ucrania, por supuesto, tendrá que participar, sea cual sea el estado de las relaciones entre Trump y Zelenski.
Porque si Ucrania sigue oponiéndose a un acuerdo y Trump le retira el apoyo de los Estados Unidos (que incluye no sólo las armas, sino lo que es aún más importante, Starlink y la inteligencia en el campo de batalla en tiempo real), las fuerzas ucranianas se enfrentarán a enormes dificultades para mantener sus posiciones actuales y evitar una derrota catastrófica.
Así será aunque los países europeos mantengan su apoyo. Los gobiernos de la UE y el Reino Unido se enfrentan ahora a un dilema crucial, al que tendrán que responder en su cumbre (con Zelenski entre ellos) del próximo domingo, 2 de marzo. Sin duda, se comprometerán a seguir apoyando a Ucrania con ayuda.
Sin embargo, si continúan insistiendo tambiém ante la administración Trump en que se les incluya a ellos y a Ucrania en las primeras rondas de conversaciones de paz, insistiendo en una fuerza de mantenimiento de la paz europea y animando a Ucrania a rechazar un acuerdo, perderán toda la influencia que conserven en Washington y también podrían exponerse a represalias en forma de aranceles. Aumentarán asimismo enormemente el riesgo de una catástrofe para Ucrania.
Por último, este incidente plantea profundos interrogantes sobre el futuro político de Zelenski. Puede suscitar temporalmente un efecto de sentimiento patriótico en Ucrania, reforzando su popularidad por haber hecho frente a la presión de los Estados Unidos. Sin embargo, en poco tiempo, a medida que los ucranianos se enfrenten a las terribles circunstancias que encaran y a la necesidad de arreglar sus las diferencias con la administración Trump, podrían surgir aspirantes rivales de Zelenski y convocarse elecciones presidenciales.
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