Invitado a participar en una conferencia que se celebra actualmente en Sudáfrica, Etienne Balibar ha escrito este memorándum, en el que expresa de la manera más sucinta posible sus posiciones sobre «Israel y Palestina», “como intelectual, como comunista, como judío”. Con este poderoso texto, Les Temps qui restent abren un espacio de discusión sobre esta cuestión crucial y dolorosa, en el que se medirá la capacidad de nuestra sociedad para mantener un debate a la altura de la gravedad de lo que está en juego.

Este memorándum, solicitado por los organizadores de la conferencia “Condiciones narrativas hacia la paz en Oriente Medio”, constituye también mi contribución a dicha conferencia, organizada por el New South Institute de Johannesburgo en el marco de la serie “Diálogos globales africanos”, del 18 al 20 de septiembre de 2024.

Expondré mis posiciones de la forma más directa posible, con la esperanza de que el debate aporte los matices y complementos necesarios.

Debo comenzar con algunas observaciones preliminares.

En primer lugar, debo confesar que soy terriblemente pesimista sobre la evolución de la Palestina histórica. En un análisis publicado el 21 de octubre del año pasado, expresé el temor de que la guerra de aniquilación lanzada por Israel contra Gaza en venganza por la sangrienta incursión de Hamás del 7 de octubre condujera a la destrucción total del país y de sus habitantes 1. Así está resultando, tras meses de masacre cuyo carácter genocida es evidente. La complicidad activa o pasiva de la comunidad internacional, a pesar de los repetidos llamamientos del Secretario General de Naciones Unidas, no ha ayudado en nada, empezando por Estados Unidos, que suministra a Israel las bombas que están aplastando Gaza y veta cualquier resolución que pida un alto el fuego efectivo. Los Estados árabes del Golfo y la Unión Europea también son responsables. No cabe duda de que el pueblo palestino ha demostrado en repetidas ocasiones su capacidad para sobrevivir y defender sus derechos, pero es difícil evitar el pesimismo. Esto no es razón para no intentar imaginar lo imposible. Es incluso una obligación.

En segundo lugar, hablo aquí como intelectual, como comunista y como judío (entre otras identidades, ninguna excluyente). Israel siempre se presenta como el refugio que necesitan los judíos de todo el mundo amenazados por la persistencia del antisemitismo, lo que le da derecho a defenderse a cualquier precio. Pero el nieto de un deportado de Vel’ d’Hiv que murió en Auschwitz no puede aceptar que se invoque constantemente el recuerdo de la Shoah para justificar el colonialismo, el apartheid, la opresión e incluso el exterminio con el pretexto de proteger al pueblo judío. Reconozco que esta profesión de fe por mi parte pondrá en duda la neutralidad de mi juicio, pero en este asunto nadie es neutral.

En tercer lugar, estoy de luto por todas las víctimas del conflicto actual, incluso por aquellas de las que podría decirse que han sido responsables de lo que les ha sucedido. Esto vale para el pasado, para el presente, pero también para el futuro, porque creo, desgraciadamente, que la catástrofe precipitada por esta guerra se extenderá aún más y amenazará a todos los habitantes de la región. Habrá otras víctimas, algunas inocentes, otras culpables. Sus acciones no son iguales, pero sus muertes forman parte de la misma tragedia.

En cuarto y último lugar, debo decir que no estoy satisfecho con la forma en que se ha organizado y publicitado esta conferencia 2. Hubiera preferido otra narrativa introductoria y otra composición de las mesas redondas. Por eso comprendo que algunos de los participantes anunciados inicialmente hayan decidido retirarse, aunque yo mismo he preferido quedarme e intentar decir lo que pienso. Pero en su forma actual esta conferencia no es equilibrada. Tendría que haber incluido a los abogados que prepararon el caso de Sudáfrica en apoyo de la acusación de genocidio ante la Corte Internacional de Justicia (o a alguno de sus colaboradores), a historiadores israelíes antisionistas, a representantes de grupos militantes, sudafricanos o no, que defienden la causa palestina, y no simplemente a defensores de la política israelí, algunos de los cuales abogan por la expulsión de los palestinos de Palestina.

A continuación resumiré mis posiciones sobre tres puntos.

El 7 de octubre y sus consecuencias
El asalto asesino de Hamás contra pueblos, posiciones militares y una fiesta rave a la que asistieron miles de festivaleros, acompañado del asesinato de civiles, violaciones y otras brutalidades, y el secuestro de rehenes, se produjo en un contexto de años de represión y operaciones de terror israelíes contra la Franja de Gaza y su población. Desde un punto de vista estrictamente militar, lo que lo hizo posible fue el imperialismo del Ejército israelí y la complacencia de larga data del Estado hebreo hacia la organización Hamás, a la que veía como el adversario ideal a cultivar. Esto es lo que se supone que la venganza actual debe hacer olvidar o compensar. Pero no justifica nada. El atentado de Hamás no fue, como se tiende a decir, un pogromo (es contra los pueblos palestinos contra los que hay actualmente pogromos en Cisjordania). Pero fue incuestionablemente una acción terrorista. Históricamente, terrorismo y resistencia no son conceptos incompatibles, aunque el primero puede empañar la legitimidad de la segunda. Sigo creyendo que Hamás había previsto que su sangriento asalto desembocaría en una venganza devastadora. Por tanto, asumió a sabiendas la responsabilidad de sacrificar a su propio pueblo para infligir una derrota estratégica al enemigo, y el precio que habrá que pagar será largo y terrible.

Pero, ¿y la otra parte? El gobierno israelí con su Ejército, cada vez más sometido a la influencia del partido de los colonos (que es un partido fascista), pero también capaz de contar con la comprensión de la inmensa mayoría de las y los ciudadanos judíos que están seguros de sus derechos y cuyo nacionalismo les hace indiferentes a la suerte de las y los palestinos (con excepciones tanto más admirables cuanto que son cada vez más reprimidas), ha explotado cínicamente el trauma sentido por la población y ha aprovechado esta “oportunidad milagrosa” para “terminar el trabajo” (como dijo David Ben Gourion en 1948): revivir la Nakba, ampliar los asentamientos de Cisjordania expulsando y diezmando a la población palestina, arrasando los monumentos que atestiguan su historia y su cultura. Sobre todo, ha planificado y lleva a cabo una de las mayores masacres de civiles de la historia reciente, que aún continúa. Es imposible no hablar aquí de genocidio. El pasado mes de enero, la Corte Internacional de Justicia, en una sentencia dictada a petición de Sudáfrica, habló de “riesgo grave e inminente”. Este riesgo se ha materializado desde entonces, lo que significa que el genocidio está en marcha. Las noticias, siempre parciales, que nos llegan del territorio de Gaza, a donde no se puede acceder, son insoportables. Como demostró la posterior sentencia de la Corte Penal Internacional que pedía órdenes de detención contra dirigentes israelíes y de Hamás (uno de los cuales ha sido asesinado desde entonces), nada de esto borra los crímenes del 7 de octubre. Pero la guerra de exterminio emprendida por Israel ha provocado un cambio cualitativo en el nivel de violencia, afectando irreversiblemente a nuestra percepción de la naturaleza del conflicto.

¿Conflicto israelo-palestino?
Hablar de conflicto israelo-palestino es, de hecho, quedarse corto. Este es mi segundo punto. Porque este conflicto siempre ha sido profundamente asimétrico, tanto desde el punto de vista de la relación de fuerzas como desde el punto de vista moral. Un abismo separa a los adversarios. Desde antes de 1948 y sobre todo después, la población palestina ha sufrido la colonización, la expropiación (a través de una política sistemática de compra y posterior secuestro de tierras), la limpieza étnica, la discriminación racial y la reducción a la condición de ciudadanos de segunda clase, todo lo cual, en conjunto, conduce a borrar todo un pueblo de su propio suelo, con su propia historia y civilización. No digo que los palestinos y palestinas no tengan ninguna responsabilidad en la forma en que se puso en marcha y se desarrolló este proceso. Pero nunca ha habido simetría y el nivel de brutalidad alcanzado hoy no tiene parangón.

Por eso no podemos discutir el derecho de las y los palestinos a resistir a su aniquilación, incluso por la fuerza de las armas, lo que no significa que toda estrategia sea correcta o que toda forma de contraviolencia sea justa. En el otro lado, sin embargo, la cuestión de la legitimidad se plantea en términos completamente diferentes. Se ha producido un cambio radical. No considero en absoluto que la entidad israelí tal como fue reconocida por las Naciones Unidas en 1948 (a pesar de la oposición de los países árabes) fuera ilegítima. Pero sí creo que la legitimidad del Estado de Israel estaba condicionada, y que desde entonces se han perdido las condiciones que presuponía. ¿Por qué fue así? Lo que dio a Israel su legitimidad política y moral no fue, evidentemente, el mito del retorno de los judíos exiliados a su Tierra Prometida (que Golda Meir creía poder describir como una “tierra sin pueblo para un pueblo sin tierra”). Tampoco fue la larga historia de asentamientos judíos en Palestina, promovidos por el movimiento sionista desde mediados del siglo XIX. El historiador israelí Shlomo Sand lo expresó muy bien en una declaración reciente: las naciones europeas, con su antisemitismo a veces virulento y sus persecuciones,”nos vomitaron a los judíos” (¡y resulta aún más irónico que los sionistas se presentaran entonces como los responsables de llevar la civilización y la modernidad europeas a Oriente!) Evidentemente, la población nativa no tenía ninguna obligación de abrirle los brazos (aunque, idealmente, el establecimiento de colonias judías en Palestina podría haber conducido a su incorporación a una sociedad que siempre había tenido un carácter multicultural y cosmopolita). La única base de esta legitimidad -pero pesaba mucho- era la capacidad del Estado de Israel para ofrecer refugio y un futuro común a los supervivientes de la Shoah, a quienes el mundo entero había rechazado.

Al menos implícitamente, y en contra de las tendencias más arraigadas de la ideología sionista (que desde este punto de vista es puro y simple nacionalismo europeo), este fundamento iba acompañado de dos condiciones que debían cumplirse a largo plazo: 1) el asentamiento de colonos judíos tenía que ser aceptado por sus vecinos, mediante negociaciones que condujeran a una alianza entre pueblos, en lugar de que las tierras históricas de las y los palestinos fueran acaparadas por recién llegados que creen o pretenden tener un derecho inmemorial sobre ellas; 2) el Estado de Israel tenía que construirse como un Estado democrático y laico, que confiriera los mismos derechos y la misma dignidad a todos sus ciudadanos. En lugar de ello (a costa de conflictos internos y aprovechando diversas circunstancias internacionales, incluidas las guerras emprendidas o planeadas por los Estados árabes), se ha institucionalizado la discriminación étnica, se ha sistematizado el terrorismo de Estado y el Estado de Israel ha eludido constantemente el derecho internacional, como si su vocación mesiánica lo situara por encima de la ley. El proceso culminó en 2018 con la proclamación de Israel como Estado-nación del pueblo judío, es decir, la adopción de una autodefinición racista que justifica el apartheid y presagia crímenes contra la humanidad. Israel ha perdido su legitimidad histórica; lo digo con tristeza y preocupación por las consecuencias. No siento ningún Schadenfreude [sentir alegría por el sufrimiento de otro].

Todos los pueblos tienen derecho a existir
Mi tercer punto es el siguiente: todos los pueblos tienen derecho a existir, y me refiero a todos los pueblos, y por tanto es un crimen contra la humanidad negarles o privarles de ese derecho. Este derecho incluye la seguridad, la protección y la autodefensa. Pero eso no significa que el derecho a existir pueda ejercerse de cualquier forma constitucional, bajo cualquier nombre, dentro de cualquier frontera, y coincida con la afirmación de una soberanía absoluta, ajena a los derechos de los demás pueblos, como si cada uno estuviera solo bajo la mirada de Dios o de la Historia. La cuestión de Palestina es que en el último siglo, a través de una trágica cadena de violencia y enfrentamientos, se ha convertido en la tierra de dos pueblos, una tierra en la que hombres y mujeres de dos líneas ancestrales diferentes y de dos culturas distintas entierran a sus muertos y crían a sus hijos uno al lado del otro. Para que pudieran convivir pacíficamente, compartiendo los recursos y el derecho a existir que les pertenece, habría que recrear las condiciones: pero la guerra actual lo hace prácticamente impensable. Una vez más, no digo que los palestinos y palestinas no tengan ninguna responsabilidad, especialmente si se apoyan en la política de la yihad. Pero es el imperialismo israelí, al que las instituciones democráticasdel Estado judío no ofrecen prácticamente ningún obstáculo interno, el que ha arruinado esta posibilidad. Romper esta fatalidad significaría inventar una u otra forma de federalismo y diseñar el camino que conduzca a su aceptación por ambos pueblos, con el apoyo de la comunidad internacional y bajo la supervisión de sus instituciones. Desde este punto de vista, las nociones de solución de un Estado o de solución de dos Estados siguen siendo fórmulas abstractas, que dan vueltas en círculo, mientras no se cumpla la condición irrenunciable de una solución, como afirmó claramente Edward Said después de Oslo: “igualdad o nada”. Lo que significa también que hay que empezar por reparar las injusticias sufridas e invertir la trayectoria. Estamos más lejos que nunca. Pero no debemos cansarnos de reafirmar el principio.

Suponiendo que avancemos en esta dirección, las exigencias inmediatas no son difíciles de formular. Más difícil es ponerlas en práctica.

Debe producirse un alto el fuego incondicional en Gaza, seguido de un intercambio de los rehenes supervivientes por prisioneros políticos, una evacuación completa de lo que hoy queda de Gaza por parte de los invasores y la transferencia temporal de su administración a un grupo de organizaciones humanitarias bajo la autoridad de las Naciones Unidas. Las negociaciones abiertas con Hamás y otras fuerzas palestinas podrían facilitarlo.

Hay que reprimir la violencia de los colonos en Cisjordania y Jerusalén Este, y proceder al desmantelamiento progresivo de los asentamientos, contrarios al derecho internacional, aunque ello suponga un cambio de régimen en Israel y la reconstrucción de la Autoridad Palestina.

Las decisiones de los tribunales internacionales, incluida la Corte Internacional de Justicia a petición de Sudáfrica, cuyo papel decisivo es digno de elogio, deben aplicarse rigurosa y plenamente. Esto incluye, por supuesto, sanciones penales y la prohibición de suministrar armas a un ejército que está masacrando a civiles.

Por último, bajo la presión de Estados Unidos y sus aliados, debe levantarse la prohibición de reconocer el Estado de Palestina y su plena admisión en la ONU. Este es un punto de partida esencial para las negociaciones de paz.

A estas condiciones para una solución del conflicto, ampliamente reconocidas, si no realizables en la actualidad, me gustaría añadir una más, que puede parecer subjetiva, pero que es igual de política: los que se consideran judíos en todo el mundo deben disociarse en masa de la idea de que la protección del pueblo judío coincide con el apoyo al colonialismo israelí, que es asesino y autodestructivo. Y que rechacen la equiparación de la crítica al sionismo con el antisemitismo, como han oficializado imprudentemente varios Estados.. Es indudable que los judíos no tienen ningún privilegio que hacer valer en la defensa de los derechos del pueblo palestino, cuya causa es universal, como escribí hace mucho tiempo 3, pero en este preciso momento tienen sin duda una misión que cumplir.

19-09-2024

Les temps qui restent

Traducción: viento sur

 

  • 1
  • 2
    Véase la página web www.africanglobaldialogue.org, y por las críticas que ha suscitado en ciertos movimientos de apoyo a la causa palestina: https://www.palestinechronicle.com/genocide-washing-upcoming-liberal-zionist-conference-in-south-africa-slammed/.
  • 3
    Etienne Balibar: “Universalité de la cause palestinienne”, Le Monde Diplomatique, mayo de 2004 (dossier “Voix de la résistance”).