El 2 de febrero, durante su viaje apostólico a la República Democrática del Congo, el Papa Francisco se reunió con 82 jesuitas que trabajan en el país, encabezados por el Provincial P. Rigobert Kyungu. Entre ellos se encontraba también el jesuita Mons. Donat Bafuidinsoni, obispo de Inongo. La reunión tuvo lugar en Kinshasa, en la Nunciatura, a las 18:30 horas, tras regresar del encuentro de oración con sacerdotes, diáconos, consagrados, consagradas y seminaristas en la catedral de «Notre Dame du Congo». Después de una presentación de la Provincia realizada por el P. Kyungu, se dejó espacio a las preguntas de los presentes.
Santo Padre, la Compañía de Jesús recibe su misión del Papa. ¿Cuál es la misión que usted da a la Compañía hoy?
Estoy de acuerdo con las Preferencias Apostólicas Universales que ha elaborado la Compañía. Estas consisten, en primer lugar, en mostrar el camino hacia Dios mediante los Ejercicios Espirituales y el discernimiento.
La segunda es la misión de reconciliación y justicia, que debe realizarse caminando junto a los pobres, los excluidos, aquellos cuya dignidad está herida. Y luego los jóvenes: debemos acompañarlos a crear el futuro. Por eso hay que colaborar en el cuidado de la casa común, en el espíritu de Laudato si’.
Yo las he aprobado, y ahora los jesuitas deben encarnarlas en cada realidad local específica, de la manera más adecuada y apropiada posible, no de forma teórica y abstracta. Hay que aplicarlas aquí, en el Congo.
Por supuesto, está claro que aquí el tema del conflicto, de las luchas entre facciones, es muy fuerte. Pero abramos los ojos al mundo: ¡el mundo entero está en guerra! Siria lleva 12 años en guerra, y luego Yemen, Myanmar con el drama rohinyá. También hay tensiones y conflictos en América Latina. Y luego esta guerra en Ucrania. El mundo entero está en guerra, recordémoslo bien. Pero me pregunto: ¿tendrá la humanidad el valor, la fuerza o incluso la oportunidad de dar marcha atrás? Se sigue adelante, adelante, adelante hacia el abismo. No lo sé: es una pregunta que me hago. Siento decirlo, pero soy un poco pesimista.
Hoy parece que el principal problema es la producción de armas. Todavía hay mucha hambre en el mundo y seguimos fabricando armas. Es difícil volver de esta catástrofe. ¡Y no hablemos de las armas atómicas! Sigo creyendo en una labor de persuasión. Los cristianos debemos rezar mucho: «¡Señor, ten piedad de nosotros!».
Me sorprenden por estos días los relatos de la violencia. Me llama especialmente la atención la crueldad. Las noticias que nos llegan de las guerras en el mundo nos hablan de una crueldad incluso difícil de pensar. No sólo se mata, sino que se mata cruelmente. Para mí esto es algo nuevo. Me da que pensar. Las noticias de Ucrania nos hablan de crueldad. Y aquí en el Congo lo hemos oído de los testimonios directos de las víctimas.
Usted tiene una buena relación con el Patriarca Bartolomé. ¿Cómo se prepara la Iglesia para 2025, año en que se celebrará el 1700º aniversario del Primer Concilio de Nicea?
Aprovecho tu pregunta para recordar a un gran teólogo ortodoxo fallecido hoy, Ioannis Zizioulas, que fue Metropolitano de Pérgamo. Vino al Vaticano para presentar mi encíclica Laudato si’. Era un experto en escatología. Una vez le preguntaron cuándo habría unidad cristiana. Respondió, con sano realismo y quizá incluso con una sutil ironía: «¡Al final de los tiempos!». Recordémoslo en nuestras oraciones.
Sí, estamos preparando un encuentro para 2025. Con el Patriarca Bartolomé queremos llegar a un acuerdo sobre la fecha de la Pascua, que justo en ese año coincide. A ver si nos ponemos de acuerdo para el futuro. Y queremos celebrar este Consejo como hermanos. Nos estamos preparando para ello. Piensen que Bartolomé fue el primer Patriarca que acudió a la inauguración del ministerio de un Papa, ¡después de tantos siglos!
Como jesuita profeso, usted juró no buscar puestos de autoridad en la Iglesia. ¿Qué le impulsó a aceptar el episcopado y luego el cardenalato y después el papado?
Cuando hice ese voto, me lo tomé en serio. Cuando me propusieron ser obispo auxiliar de San Miguel, no acepté. Luego me pidieron que fuera obispo de una zona del norte de Argentina, en la provincia de Corrientes. El Nuncio, para animarme a aceptar, me dijo que allí había ruinas del pasado jesuita. Le contesté que no quería ser guardián de las ruinas y me negué. Rechacé estas dos peticiones debido al voto que hice. La tercera vez vino el Nuncio, pero ya con la autorización firmada por el Superior General, el P. Kolvenbach, que había accedido a que yo aceptara. Era para ser auxiliar en Buenos Aires. Así que acepté con espíritu de obediencia. Luego me nombraron arzobispo coadjutor de mi ciudad, y en 2001 cardenal. En el último cónclave vine con una pequeña valija, para volver inmediatamente a la diócesis, pero tuve que quedarme. Creo en la singularidad jesuita de este voto, e hice todo lo posible para no aceptar el episcopado.
Santo Padre, la cuenca del río Congo, segundo pulmón verde del Planeta después del Amazonas, está amenazada por la deforestación, la contaminación y la explotación intensiva e ilegal de los recursos naturales. ¿Cree que será posible celebrar en esta región un Sínodo como el de la Amazonia?
El Sínodo sobre la Amazonia fue ejemplar. Allí se habló de cuatro «sueños»: social, cultural, ecológico y eclesial. También se aplican a la cuenca del Congo: hay una similitud. El equilibrio planetario también depende de la salud del bioma del Amazonas y del Congo. No habrá Sínodo sobre el Congo, pero sin duda sería bueno que la Conferencia Episcopal se comprometiera sinodalmente a nivel local. Con los mismos criterios, pero para llevar adelante un discurso más conectado con la realidad del país.
Se ha hablado de su posible dimisión. ¿Realmente pretende dejar el ministerio petrino? Y el General de la Compañía, según en su opinión, ¿debería permanecer en el cargo de por vida?
Mira, es verdad que escribí mi dimisión dos meses después de las elecciones y entregué esta carta al cardenal Bertone. No sé dónde está la carta. Lo hice por si tengo algún problema de salud que me impida ejercer mi ministerio y no soy plenamente consciente para dimitir. Sin embargo, esto no significa para nada que la renuncia de los Papas deba convertirse en algo así como una «moda», algo normal. Benedicto tuvo el valor de hacerlo porque no quería seguir adelante a causa de su salud. Esto no está en mi agenda por el momento. Creo que el ministerio del Papa es ad vitam. No veo ninguna razón para que no sea así. Piensen que el ministerio de los grandes patriarcas es siempre vitalicio. Y la tradición histórica es importante. Si, por el contrario, le hiciéramos caso a los «chismes», ¡entonces deberíamos cambiar de Papa cada seis meses!
Sobre la Compañía de Jesús: sí, en esto soy «conservador». Debe ser para toda la vida. Pero, obviamente, surge la misma pregunta que concierne al Papa. El Padre Kolvenbach y el Padre Nicolás, los últimos dos Generales anteriores, lo dejaron por motivos de salud. Me parece importante recordar, además, que una de las razones por las que el generalato en la Compañía es de por vida es para evitar cálculos electorales, las facciones, los chismes…
¿Qué le alegra de la inculturación congoleña y especialmente del rito congoleño? Usted ha celebrado dos veces en el Vaticano en este rito. Y la tercera vez fue aquí. Parece que le gusta mucho. Luego me gustaría hacerle una pregunta sobre la imagen de la Iglesia como hospital. ¿Cómo puede explicárnosla?
Me gusta el rito congoleño porque es una obra de arte, una obra maestra litúrgica y poética. Se hizo con sentido eclesial y sentido estético. No se trata de una adaptación, sino de una realidad poética, creativa, con sentido y adaptada a la realidad congoleña. Así que sí, me gusta y me da alegría.
La Iglesia como hospital de campaña. Para mí, la Iglesia tiene la vocación del hospital, del servicio para el cuidado, la curación y la vida. Una de las cosas más feas en la Iglesia es el autoritarismo, que es, por lo demás, un espejo de la sociedad herida por la mundanidad y la corrupción. La vocación de la Iglesia es hacia las personas heridas. Hoy en día, esta imagen es aún más válida, teniendo en cuenta el escenario de guerras que estamos viviendo. La Iglesia debe ser un hospital que va allí donde la gente está herida. La Iglesia no es una multinacional de la espiritualidad. ¡Miren a los santos! ¡Sanar, curar las heridas que sufre el mundo! ¡Sirvan a la gente! La palabra «servir» es muy ignaciana. «En todo amar y servir» es el lema ignaciano. Quiero una Iglesia de servicio.
Usted ha querido contar con obispos jesuitas. Entre nosotros hay un jesuita llamado al episcopado. ¿Qué espera de ellos?
La elección de un jesuita como obispo depende únicamente de las necesidades de la Iglesia. Creo en nuestro voto de que los jesuitas no deben ser obispos, pero si sirve al bien de la Iglesia, entonces prevalece este último bien. Te digo la verdad: cuando el General o los provinciales saben que se está pensando en hacer obispo a un jesuita intervienen y saben «defender» a la Compañía. Pero si luego se decide que es necesario, se hace. Otras veces – y pienso en un caso concreto – si el primero de la terna es jesuita, pero luego hay un segundo que puede hacerlo igualmente bien, entonces se elige al segundo de la terna. Creo en el voto, pero prevalecen las necesidades de la Iglesia.
¿Cuáles son sus mayores consuelos y cuáles sus mayores desolaciones?
El mayor consuelo es cuando veo a gente sencilla que cree. Me hace bien. Mi consuelo es el pueblo fiel de Dios, pecador pero creyente. Me hacen sentir desolación, en cambio, las élites, los pecadores y los no creyentes. Que los sacerdotes sean pastores del pueblo y no monsieur l’Abbé, ni «clérigos de Estado».
En algunos países existen acuerdos entre el Estado y la Iglesia. Me temo que esto da un gran poder a los obispos. ¿Qué opina al respecto?
A menudo se trata de las relaciones entre la Santa Sede y diversos países. El sentido de estos acuerdos es ayudar a la Iglesia a avanzar y no, por supuesto, encubrir la mundanidad eclesiástica. Necesitamos seguridad para la enseñanza, los ministerios, la libre predicación del Evangelio. El objetivo, por tanto, no es proteger otros intereses. El acuerdo debe ser de servicio, no mundano.
El encuentro terminó con una foto de todos juntos y la entrega de algunos regalos al Santo Padre, que se despidió de cada uno de los presentes.
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Durante su viaje apostólico a Sudán del Sur, el 4 de febrero, hacia las 11:15 de la mañana, el Papa Francisco tuvo un encuentro en Yuba con los 11 jesuitas que trabajan en el país y con el P. Kizito Kiyimba, Superior de la Provincia de África Oriental, que incluye Sudán, Sudán del Sur, Etiopía, Uganda, Kenia y Tanzania. Francisco acababa de regresar de la catedral de Santa Teresa, donde se había reunido con obispos, sacerdotes, diáconos, consagrados, consagradas y seminaristas. El Provincial presentó las actividades de la Compañía en el país y en la Provincia, y a continuación cada uno de los participantes hizo una breve presentación de sí mismo. Siguieron las preguntas.
Santo Padre, la fe se mueve hacia el Sur. El dinero no. ¿Tiene algún miedo, alguna esperanza?
Si uno no tiene esperanza, ¡puede cerrar la puerta e irse! Mi temor, en cambio, tiene que ver con la generalización de la cultura pagana. Los valores paganos hoy cuentan cada vez más: dinero, reputación, poder. Debemos ser conscientes de que el mundo se mueve en una cultura pagana que tiene sus propios ídolos y dioses. El dinero, el poder y la fama son cosas que San Ignacio señala en sus Ejercicios Espirituales como los pecados fundamentales. La opción de San Ignacio por la pobreza -hasta el punto de pedir a los profesos hacer un voto especial – es una opción contra el paganismo, contra el dios dinero. Hoy en día, la nuestra es también una cultura pagana de guerra, donde lo que cuenta es cuántas armas tienes. Son todas formas de paganismo.
Pero, por favor, no seamos tan ingenuos como para pensar que la cultura cristiana es la cultura de un partido unido, donde todos agrupados hacen la fuerza. Entonces la Iglesia se convertiría en un partido. ¡No! La cultura cristiana es la capacidad de interpretar, discernir y vivir el mensaje cristiano, que nuestro paganismo no quiere entender, no quiere aceptar. Hemos llegado al punto de que si uno piensa en las exigencias de la vida cristiana en la cultura actual, las considera una forma de extremismo. Debemos aprender a avanzar en un contexto pagano, que no difiere del de los primeros siglos.
¿Cuál es su sueño para África?
Cuando el mundo piensa en África, piensa que, de un modo u otro, hay que explotarla. Es un mecanismo del inconsciente colectivo: hay que explotar África. No, África debe crecer. Sí, los países del continente se han independizado, pero del suelo hacia arriba, no de las riquezas que hay debajo. Sobre este tema, el pasado noviembre tuve un encuentro con estudiantes africanos por videoconferencia durante casi hora y media. Me maravilló la inteligencia de estos chicos y chicas. Me gustó mucho su forma de pensar. África necesita políticos que sean gente así: buenos, inteligentes, que hagan crecer a sus países. Políticos que no se dejen pervertir por la corrupción, sobre todo. La corrupción política no deja espacio para que el país crezca, lo destruye. Me hiere el corazón. No se puede servir a dos señores; en el Evangelio esto está claro. O sirves a Dios o sirves al dinero. Es interesante que no diga el diablo, sino el dinero. Hay que formar políticos honrados. Esa es también su tarea.
¿Cuál es el secreto de su sencillez?
¿Yo? ¿Sencillo? ¡Me siento demasiado complicado!
¿Qué orientación puede ofrecernos para situaciones en las que una fe fuerte choca con una cultura fuerte?
¡Pero si el conflicto no está en el mismo nivel! La cultura y la fe dialogan y deben dialogar. Por supuesto, puede ocurrir que una cultura fuerte no acepte la fe. Y esta base del paganismo nunca se ha extinguido en la historia. Pero cuidado: una forma de paganismo es también el formalismo exterior de ir a misa el domingo sólo porque hay que ir, es decir, sin alma, sin fe. Una cultura fuerte es una ventaja si se logra evangelizarla, pero no puede reducirse a una imposibilidad de diálogo con la fe. En este sentido, fue importante la Conferencia General del Episcopado de América Latina, celebrada en Puebla en 1979. Allí se acuñó la expresión «evangelización de la cultura e inculturación de la fe». En el encuentro entre cultura y fe, la fe se inculturiza. Por eso no se puede vivir una fe aquí en Yuba que funciona bien en París, por ejemplo. Es necesario predicar el Evangelio a cada cultura específica, que tiene sus propias deficiencias y riquezas.
Santo Padre, ¿cómo reza?
Claramente digo misa y rezo el oficio. La oración litúrgica cotidiana tiene su densidad personal. Luego, a veces rezo el rosario, a veces tomo el Evangelio y lo medito. Pero depende mucho del día. Para la oración personal, yo, como todo el mundo, tengo que encontrar la mejor manera de vivirla día a día. En Kinshasa, cuando conocí a personas víctimas de la guerra en el este del país, escuché historias terribles de heridos, mutilados, maltratados… Contaban cosas indescriptibles. Está claro que después no podía rezar con el Cantar de los Cantares. Hay que rezar inmerso en la realidad. Por eso me dan miedo los predicadores de oraciones abstractas, teóricas, que hablan, hablan, pero con palabras vacías. La oración siempre está encarnada.
¿Cuándo será beatificado el padre Arrupe?
Su causa sigue adelante, porque una de las etapas ya se ha completado. Hablé de ello con el Padre General. El mayor problema tiene que ver con los escritos del padre Arrupe. Escribió mucho y es necesario leerlo todo. Y esto hace más lento el proceso. Y vuelvo a la oración. Arrupe era un hombre de oración, un hombre que luchaba con Dios cada día, y de ahí viene su firme llamado a la promoción de la justicia. Lo vemos en su «testamento», el discurso que pronunció en Tailandia antes de su apoplejía, cuando reiteró la importancia de la misión con los refugiados.
¿Cómo se sintió cuando se canceló su viaje a Sudán del Sur?
Me sentí desanimado. Tenía que hacer el viaje a Canadá, pero me dijeron que lo pospusiera porque no podría sostenerlo a causa de mi rodilla. Algunos malintencionados decían que prefería irme a Canadá para estar con los ricos, pero no era así. Fue un viaje para reunirme con los aborígenes abusados. Fui allí a consolar a los abusados y a hacer las paces con las víctimas indígenas del sistema escolar en el que también estaba implicada la Iglesia. Pero en cuanto fue posible, vine. Ansiaba este viaje. Pero a Goma – una de las paradas previstas el año pasado – desgraciadamente no pude ir, por la guerra y los riesgos que esto tenía para la población.
¿Cómo se ha recibido «Laudato si’» en África?
Bien. La Amazonia y el Congo tienen reservas de oxígeno para el mundo. Y ambas son zonas explotadas. Y África lo es aún más por los minerales que la hacen rica. Un discurso sobre el cuidado de la creación es importante para ambos continentes. Los jesuitas de Kinshasa me preguntaron si habrá un Sínodo sobre el Congo, como lo hubo sobre la Amazonia. Respondí que en ese Sínodo y en la Exhortación postsinodal ya hay elementos y criterios que también son útiles para el Congo.
¿Qué espera de los jesuitas aquí en Sudán del Sur?
Que sean valientes, que sean tiernos. No olviden que Ignacio era un grande de la ternura. Quería jesuitas que fueran valientes con ternura. Y los quería hombres de oración. El valor, la ternura y la oración son suficientes para un jesuita.
¿Tiene algún mensaje especial para los jesuitas de África Oriental?
Que estén cerca del pueblo y del Señor. Las actitudes fundamentales del Señor son la cercanía, la misericordia y la ternura. La cercanía es evidente. Las instituciones sin cercanía y sin ternura también pueden hacer el bien, pero son paganas. Los jesuitas deben ser diferentes.
¿Está pensando en renunciar?
No, no se me ha pasado por la cabeza. Pero escribí una carta y se la entregué al cardenal Bertone. Contiene mi dimisión en caso de que no me encuentre en el estado de salud y conciencia para poder renunciar. Pío XII también escribió una carta de renuncia, como prevención en el caso de que Hitler se lo llevara a Alemania. En ese caso dijo que capturarían a Eugenio Pacelli y no al Papa.
El Papa dio las gracias a todos los presentes. El Provincial dice que no trajo ningún regalo, pero sí una canción. «¡Pero si el regalo son ustedes mismos!», dice Francisco. Todos se pusieron de pie y, cogiéndose de la mano – incluido el Papa -, elevaron juntos este canto de oración. A continuación, Francisco saludó a un grupo de laicos que trabajan para el «Jesuit Refugee Service».
Tras saludar a todos, uno por uno, el Papa comentó:
«Qué lindo. Aquí hay vida…».